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Defiance

Corría el rumor de que dieciséis jóvenes pertenecientes a los Consecuentes serían apresados en el registro de sangre anual del día de mañana. Nadie sabía que sucedería con esos chicos ni por qué serían separados; incluso conocía a varios de los míos que no creían en el rumor. Muchos decían que esos elegidos formarían parte de una fuerza especial. Otros estaban enloquecidos pues creían que esos dieciséis también eran especiales, pero no en el buen sentido.

Yo era de las que sabía fehacientemente que era cierto. Había dieciséis Consecuentes que no eran como el resto y estaba aterrada. Si en el registro de sangre  comprobaban de alguna manera que no era normal, mi destino sería atroz.

El problema era que para evitar estar en el registro había que evitar estar en las listas. Todos los Consecuentes estábamos registrados en la base de datos del gobierno y salir de ella era imposible. ¿Cómo se podía engañar a una computadora, a un sistema digital que procesaba el nombre de cada uno de nosotros desde el primer registro a los cinco años?

Era imposible, sí, a no ser que fueras yo...Una de las posibles dieciséis. Si podía llegar a una de las computadoras del gobierno solo tendría que forzar al sistema a responder y a borrar mi nombre.  Si lo conseguía, dejaría de existir como una Consecuente para el resto de mi vida. No me detendrían al salir de la ciudad, no me pararían para obligarme a hacer cosas que no quería, no me vería forzada a completar la educación militar que me deparaba mi situación social...

Pero que no fuera imposible para mí no quería decir que no fuera difícil. Tenía que ingresar a la oficina dónde se realizaría el registro de mi zona, en primer lugar, y esta estaba rodeada de hombres activos, grandes y fuertes, aquellos machos Completos que habían destinado su preciada educación a ser militares: los guardianes.

Los Completos eran la mayoría, aquellos que habían sido concebidos en un laboratorio, perfeccionados hasta lo imposible. ¿Cuál era la diferencia, entonces, entre nosotros? Los Consecuentes éramos, valga la redundancia, consecuencia de las relaciones carnales imperfectas. No habíamos sido concebidos en un frasco, sino en un vientre materno.  No habíamos sido perfeccionados; nuestras facciones eran resultado de una genética impar e imprecisa. Eso nos convertía en la clase social más baja, cuya única posibilidad de empleo estaba en la policía —o más bien, por debajo de ella.

La profesión no nos daba poder, nos daba desventajas. Si un Completo peligraba, nosotros estábamos obligados a dar nuestra vida por ellos, sin importar lo que de verdad quisiéramos.

Pero... ¿Qué pasaría entonces con esos dieciséis? Tenía la ligera sospecha de que el gobierno sabía que algunos Consecuentes no eran como el resto. ¿Peligrosos o divinos?  Conociéndome a mí misma, sabiendo de lo que era capaz, también sospechaba que ellos tenían muy en claro que clase de especialidades buscaban.

No iba a dejar que me atraparan. No quería saber qué había detrás del rumor y estaba lista para lograrlo. Tenía años de autocontrol, de práctica y experiencia, pues desde que tengo memoria soy capaz de explayar mi mente más allá de los límites de un humano común.  Y desde que tengo memoria, mamá me había dicho que nadie debe saberlo.

Durante todos los años en la escuela, me mantuve quieta y cuidadosa. La enseñanza siempre había sido dura, dispuesta a alistarnos a las fuerzas armadas, y muchas veces había necesitado tener especial cuidado en no dejarme intimidar o asustar por los terribles profesores que pasaron por delante de mí para educarme.  Entrené también mis sentidos para no dejarme afectar por los gritos, los insultos y las provocaciones a las que era sometida para sacar lo mejor de mí. Recuerdo muy bien que cuando era pequeña  mamá me había castigado y mi frustración por el reto hizo estallar los vidrios de la casa. A partir de  allí, ella se avocó a enseñarme y a insistirme en el control. Lo aprendí, como aprendí todo lo demás. Ahora estaba lista para dominar a un aparato electrónico intrínsecamente, y de eso dependería mi vida.

Me pasé las manos por la cara. Nadie esperaba Consecuentes en el departamento de la zona el día de hoy y no quería levantar sospecha en torno a mi presencia allí. Había dos oficiales Consecuentes de mayor de treinta años en las entradas. Estaban firmes, como siempre, y para pasarlos tendría que hacerme invisible.

Me concentré.

Si bien no nunca había usado mis poderes en público, y menos con mi madre, los había probado cientos de veces con mi tía. Ellas, por supuesto, eran unas Completas, pero a diferencia de mi mamá, mi tía siempre pensó  que yo era un asco y que merecía reprimendas más grandes por hacer volar objetos por la casa. Sabía con suma exactitud que  nunca me había visto hacerlo, pero sus sospechas eran superiores y disfrutaba acusándome. Mamá siempre lo negó y cuando fui lo suficientemente mayor como para meterme en la mente de alguien más y no terminar con una jaqueca, la convertí en mi dominada. La tía Adelaida comenzó a hacer exactamente lo que yo quería.

Sonreí mientras dominaba a los hombres. Ambos se quedaron viendo a la nada y un hilo se baba se deslizó por la mandíbula del más alto, tal y como le solía ocurrir a la tía Adelaida.

Me apresuré por la entrada en ese mismo momento, nerviosa como nunca, y apenas lo logré me encontré con dos oficinistas Completas que me miraron de arriba abajo. Era obvio que yo era una Consecuente, pues generalmente los Completos tenían un aspecto imperturbable. Empujé mi mente hacia ellas y las aparte cuando sus miradas se perdieron.

Corrí entonces por uno de los pasillos, pasando de largo la recepción. Allí había una computadora, pero no creía que tuviera acceso a las listas. Necesitaba una que estuviera ya preparada para el manejo del software, ya que si bien creía poder con el programa para eliminar mi nombre, no estaba segura de si podría dar vuelta todo un sistema operativo en otra computadora.

Había estado en ese departamento del gobierno antes, así que sabía a dónde ir:  tenía que ir al primer piso, dónde nos registraban a los cinco  como Consecuentes aptos para el entrenamiento militar escolar.  

Las escaleras estaban vacías, pero al llegar al primer piso me encontré con una puerta magnética que no había estado allí la última vez. Maldije, mirando el dispositivo de pase para tarjetas con identificación. ¿Es que acaso habían cambiado de piso la oficina de registro?

Miré sobre mi hombro, pensando en que ya no tenía tiempo para volver abajo y fijarme las planillas de ubicación. Mis ojos volvieron al dispositivo de pase y fruncí el entrecejo. Se iba a abrir porque yo lo decía, ¿de acuerdo?

«Tú eres un simple aparato y la tecnópata aquí soy yo».

La puerta emitió un pitido y se abrió. No me di tiempo de sonreír y avancé, chocándome con dos oficinas con puertas abiertas. Una estaba vacía, la otra tenía dos empleados Completos trabajando.

Bufé, dominando a uno que estaba mirando hacia el pasillo y me colé en la siguiente oficina. Las computadoras estaban encendidas para mí. Cerré la puerta sin siquiera tocarla y giré la llave para mantener fuera a los que quisieran entrar.  Apurada, me senté en la silla giratoria y tomé el mouse. Con dos clics la pantalla me recibió enseguida con el pedido de la contraseña.

«Malditos asegurados», maldije. «¿Qué creen? ¿Qué va a venir una niña con poderes mentales a forzar el sistema de seguridad?».

Esta vez, tomando aire, puse la mano sobre el aparato. Necesitaba pensar exactamente en lo que quería, de eso se trataba.

«Contraseña correcta. Exacto. Ahora al Registro Universal Consecuente». La maquina me llevó a donde quería y me encontré con los nombres dispuestos según número de identificación, sexo y edad.

«Lucy Kent», pensé y en menos de un segundo la lista corrió hasta detenerse en mi nombre. Allí estaban todos mis datos. Nombre de mis padres, fecha de nacimiento, evaluaciones escolares, puntos recibidos por buena conducta, color de cabello, color de ojos, estatura, estadísticas de habilidades físicas.  Me sorprendió ver hasta una puntuación exacta sobre mis evaluaciones en defensa personal, manejo de armas, lucha cuerpo a cuerpo.

Busque en la ficha la forma de eliminarla pero, por supuesto, no había ninguna opción de ese tipo. Justo lo que esperaba. Apreté los dedos nuevamente contra la computadora, para seguir estableciendo un contacto más intimo con ella y lo pensé claramente: «Borra a Lucy Kent del listado. Borra a Lucy Kent del registro. Lucy Kent no existe en este registro ni en ningún otro registro de Consecuentes».

La computadora vibró y mi ficha desapareció. Con la boca abierta, ordené lo siguiente: «Busca  Lucy Kent». La pantalla me saludó con un hermoso:

"CONSECUENTE  NO ENCONTRADO".

Sonreí, dichosa. Casi que me pongo a saltar; había sido más sencillo de lo que había esperado.

—¡Sí! —exclamé en un susurro y tuve que callarme cuando vi a alguien girar la perilla del otro lado de la puerta—. Mierda.

Me levanté y ordené a la computadora desaparecer la lista de la pantalla. Tomé el arma que tenía anudada en la cintura, debajo del suéter gris, y cerré los ojos durante un momento. Todavía tenía suficiente energía como para voltear mentalmente al que estuviera del otro lado, pero más valía  prevenir que curar.

Me pegué a la pared y abrí la puerta. El oficinista entró, completamente extrañado, y no le di tiempo a girarse. Lo sumergí en una dominación profunda y lo empujé al salir. Allí cometí el primer error. La oficina de al lado había quedado fuera de mi control mientras borraba mi nombre de la lista, por lo que ahora ambos trabajadores me miraban con los ojos como platos.

Otra vez, saltaba a la vista que era una Consecuente.

—¡Oye, tú! ¿Qué hacías ahí? —Se callaron cuando vieron el arma en mis manos; entonces los vi moverse hacia dentro. Buscaban alertar a los guardianes.

—¡No  lo hagas! —grité, alejando a uno del botón sin dominarlo, solo moviendo su cuerpo contra la pared.

El otro oficinista gimoteó y otra voz me alertó en el pasillo.

—¡Quieta ahí, niña!

Dirigí mis ojos hacia la otra punta del pasillo y descubrí  a un guardián enorme. Casi dos metros de altura, ¿o no? Corría hacia mí y solo tendría dos segundos para evitar el golpe o para dominarlo. Opté por correrme y pegarme a la pared del pasillo, dándome unos segundos más antes de poder alejarlo.

El guardián chochó contra la puerta abierta y no me distraje más. Corrí hacia la puerta bloqueada  magnéticamente y le ordené que se abriera antes de que llegara a ella. La atravesé, sabiendo que tenía que salir de allí de inmediato. No tardarían mucho más en alertar a los otros.

En eso no me equivoqué. Al llegar a la mitad de las escaleras, dos hombres me interceptaron y el guardián que había chocado contra la puerta apareció en la cima de esta.

—¿Cómo diablos entraste aquí?

Salté  los últimos tres escalones, antes de que pudiera tocarme, y dominé a los que estaban abajo. Ellos se encargarían del primero. Así, pasé entre sus cuerpos; no me detuve a ver como comenzaban a encestarse los puños los unos a los otros.

La planta baja fue otro asunto. Ya no estaba tan vacía como antes y tenía poquisimo tiempo. Maldije como cien veces dentro de mi cabeza y volteé o dominé a cualquiera que intentara detenerme. Si no me apuraba, captarían mi imagen en cámara y tendría más problemas que solo ser reclutada como uno de los dieciséis.

—¡No la dejen salir, maldita sea! —Reconocí la voz del primer guardián justo antes de que llegara a la puerta.

Un guardián enorme me empujó al suelo y patiné de trasero por las baldosas lustrosas. Con suerte, pude ver que el que había dado la orden estaba todavía cerca de las escaleras, pues tuve que concentrarme en detener al que pretendía golpearme.  Dominar a este incluiría desistir con los otros, pero no quedaba otra. Lo único que necesitaba era detener su mano y escabullirme hasta la puerta. Lo logré y me corrí justo después de dominarlo, no me tarde nada más y huí. Fuera había menos gente alerta, gracias al cielo, y me limité a pensar en las cámaras de seguridad.

«Borra el día de hoy. Borra las ultimas 24 hs».

No sabía si funcionaría, pues a medida que me alejaba más difícil era la cosa. Sin embargo, no llegué a la cuadra de distancia. Me tumbaron y golpeé el hombro contra el suelo. El arma se deslizó lejos de mí y enseguida tuve al menos 90 kilos de peso encima.

—Vas a responderme que estabas haciendo allí y lo vas a hacer ahora.

Presionó su mano contra mi clavícula y solo pude gemir. Yo era buena en la escuela, pero mierda que nunca me había batido contra un guardián experimentado. Clavé mis ojos en su cara y lo reconocí otra vez como el primero que me había visto en el pasillo.

—¡Habla! —Su tono era insistente, duro.

«Me soltarás, y lo vas a hacer ahora». Sus manos se alejaron de mi pecho en un instante. Parpadeó, confundido, y esa expresión lo hizo ver mucho más amable, dulce y hasta atractivo.

Me giré en el suelo para que mi pierna chocara contra la suya. El movimiento lo envío al piso, tal y como había hecho conmigo antes. Estiré la mano y mi pistola volvió rápidamente a mis dedos.

«Ahora correrás de vuelta a casa y te entretendrás entrando y saliendo de la ducha». Era la orden más estúpida que había dado, pero quería a ese enorme tipo lejos de mí.  Me levanté y salí de allí pitando, no sin antes dirigirle una mirada de reojo. Él sí que corría rápido, pero lo único que me interesaba era llegar a casa y encerrarme en la seguridad de esas paredes.

La mañana siguiente me llegó llena de nervios. Tenía un nudo en el estomago y para las diez, hora en la que todos los Consecuentes estaban en la fila para el registro, yo todavía estaba en la cama.

Seguía temiendo que las cámaras no se hubieran borrado. Pero de ser así, tal vez deberían haber venido por mí ya o haber anunciado el atraco a la oficina del día anterior en la televisión. Me pasé las manos por la cara, en medio de ese estado lleno de nervios. En cambio a lo que mi mente temía, no habían anunciado nada. La situación me olía mal, muy mal.

Si no habían dicho nada, ¿quería decir que lo había logrado? ¿Qué había pasado desapercibida? Tal vez creían que era solo una Consecuente rebelde. Tal vez creían que no y tal vez estaban subiendo las escaleras rumbo a mi apartamento.

Si mamá estuviera aún con vida me exigiría explicaciones de por qué no estaba en la fila para el registro y me obligaría a ir. Ella era una buena persona, le gustaban las reglas, y a pesar de que era el motivo por el cual la rechazaron socialmente, nunca se desquitó conmigo, como otros padres Completos lo habían hecho con sus niños Consecuentes. Mamá había sido una buena madre, sin importar lo que los demás dijeran.

Pasó el mediodía y me forcé a tranquilizarme. No debían preocuparse por mí. Ellos estaban ocupados con el registro. Estaban ocupados buscando a esos dieciséis. No tenía porque hacerme la cabeza. Había pocas posibilidades que esos dieciséis fueran como yo. No tenían por qué relacionarlo conmigo.

«Ya vale, Lucy. Cálmate».

Di vueltas por la diminuta casa, esperando a que bajara el sol. En cuando dieran las seis de la tarde el registro habría dado por finalizado y podría relajarme. Me senté, me levanté, cambié el canal de la televisión repetidas veces y hasta me forcé a comer.

Veinte minutos antes de las seis, cuando el nudo en mi estomago estaba a punto de reventar, llamaron a mi puerta. Tragué saliva y me acerqué cuidadosamente. No dije nada y fuera tampoco lo dijeron. Si fueran del gobierno me advertirían que saliera con las manos en algún sitio visible y estarían armados. ¿O no?

Temblando como una hoja, me incliné para ver por la ranura de la puerta. El vecino de en frente, un jovencito Consecuente también, estaba fuera, pasándose las manos por la cara.

Abrí la puerta y saludé escuetamente. Él me miró. Era un poco menor que yo y de seguro acababa de volver del registro.

—Ah, Lucy —saludó.

—¿Qué tal? —pregunté extrañada. Él casi nunca hablaba conmigo. O con ninguna chica, para ser más exactos.

—Pues, nada. Quería saber cómo te había ido en el registro —dijo.

—Muy... bien.

 Noté enseguida que estaba sudando. Estaba tan nervioso que los temblores se escapaban de él. Entonces, supe que algo no andaba bien.

En el momento en que quise asomarme y mirar al pasillo, mi vecino fue empujado y quien lo hizo me tumbó en el suelo, dentro de mi propia casa. La puerta ce cerró y en menos de otro segundo tuve un arma pegada a mi frente.

—Muy bien, Lucy Kent. Me vas a explicar en este mismo instante por qué no fuiste al registro y por qué no estás en la Lista Universal de Consecuentes.

Miré nerviosamente al hombre encima de mí. Era el maldito guardián que había enviado a la ducha el día anterior. ¿Por qué siempre este tipo?

—¿Por qué el único registro de tu existencia se remota a más de dieciséis años atrás? ¿Por qué figuras como una Consecuente recién nacida pero no apareces en los listados adultos?

¡Mierda! El hijo de puta me había encontrado y me había señalado de primera mano mi gran error. Se suponía que al borrarme de la lista nadie podría hallarme, pero aún así...este tipo sabía mi nombre y sabía que no estaba en la lista. ¿Por qué no pensé que debían de haber otros registros? El registro de nacimiento no se usaba para nada. Los únicos válidos eran los que tenían anotados a todos después de los cinco años de edad. Nunca en mi existencia hubiera imaginado que siquiera tendrían una partida de nacimiento en algún sistema viejo y que a alguien se le ocurriría buscar allí.

—No sé de que hablas —balbuceé. Necesitaba sacarmelo de encima. Él era pesado, grande y demasiado fuerte como para defenderme de forma física.

—¿No sabes de que hablo? —espetó con tono calmo pero grave—. Hablo de que deberías haber estado en el registro y no has salido en todo el día.

—¡Todavía no he ido!

—¿Cuándo faltan veinte minutos para el cierre? ¿Cuándo acabas de decirle a tu vecino que te ha ido bien? No se te da bien mentir, niña. Sé que has hecho algo ayer, se que de alguna forma borraste tu nombre de la lista en esa oficina y vas a decirme como lo hiciste.

Abrí y cerré la boca varias veces. La fuerza de su mirada debería asustarme, pero yo estaba a punto de dominarlo otra vez. ¿Podría incluso borrarle la memoria a alguien? Tendría que intentarlo.

«Apártate de mí, guarda esa pistola».

El guardián se movió de inmediato, con la mirada desencajada. Apenas pude ponerme de pie me aparte y apoyé la espalda en la pared más alejada.

—Cómo descubriste quién era y cómo me encontraste. —ordené—. Habla.

Sus se fijaron en mí, duros y confusos. Sus manos se movieron de vuelta a la pistola y, horrorizada, empujé mi fuerza con más intensidad hacia él. ¡Se recuperaba! Diablos, diablos, diablos.

Estiré la mano y su arma llegó a la mía.

—¡Que me digas cómo lo hiciste! —chillé. Mi propia arma salió de mi cuarto. La tomé con la mano libre y apunté ambos cañones a su pecho.

—Las cámaras de video se borraron y nadie pudo ver tu rostro completamente —habló, de forma monótona. Luego de eso, se movió erráticamente otra vez—. Nadie se preocupó porque eras una Consecuente joven y que nunca había mostrado problemas. Pero yo... —Bajó la voz y abrió y cerró los puños—. Te vi de forma clara y sé que no eres normal. Los pocos datos que se hallaron me permitieron idear un perfil de tu rostro. Sin embargo, no había ningún registro de una Consecuente con esos rasgos. Supe que algo no andaba bien, pero ellos continuaron restándole importancia al asunto. Así que fui a los registros viejos, los registros de partidas de nacimientos. Encontré a una mujer idéntica a ti de 27 años, una Completa, que se había casado un Kent luego de tener a una niña Consecuente llamada Lucy. No preguntes cómo, pero sabía que eras tú —Tembló ligeramente—, porque tú no eres normal.

Estuve a punto de apretar los gatillos.

—¿A que te refieres con eso?

—Tú me hiciste algo y vi que tu nombre no estaba en la lista.

—Bien —gruñí en respuesta—. ¿Quién más sabe que atraqué la oficina?

—Los empleados del registro, ninguno de esos Completos cree que seas una amenaza.

—¿Y que no estoy en la lista?

—También ellos, y aún así siguen restándole importancia. Creen que no eres peligrosa —repitió, mientras la que temblaba ahora era yo. Allí algo no cuadraba.

—¿Y tu si?

Sonrió, demostrándome una vez más que él no estaba por completo bajo mi dominio. Este tipo podía moverse en cualquier momento y tumbarme, fuera o no la que tuviera las armas.

—Tú eres algo más.

Chisté, enviando todo mi poder mental a su cabeza. Por alguna razón, no era tan sencillo como la noche anterior, pero lo más extraño aún es que no sentía ningún tipo de resistencia de su parte. ¡Solo sucedía!

—Lárgate y olvida que me hallaste. Olvida todo lo que has visto de mí.

«Hazlo, olvídate de todo. Olvídate de mi nombre, de mi casa, olvida lo que crees que soy. Olvida la lista». Lo pensé con todas mis fuerzas, como nunca lo había hecho.

—No lo voy a olvidar —replicó.

—¡Mierda! —chillé. Le apunté a la pierna y disparé antes de que la situación con él empeorara. Ya sabía que probablemente los vecinos oirían el disparo, pero prefería eso antes de tener a ese tipo de vuelta sobre mí.

El guardián gruñó y se vio completamente libre de mi dominio. Y yo estaba... cansada, muy cansada. Me derrumbé contra la pared y maldije a todas las personas que conocía cuando lo vi levantar la cabeza para mí.

—Eres una de los dieciséis —masculló, apretándose la pierna—. Por eso borraste tu nombre del registro. Tienes habilidades extra sensoriales.

Y en la madre, este tipo si sabía lo de los dieciséis.

«Estoy perdida», pensé.

El muy malnacido podía moverse todavía. Avanzó hacia mí como si la bala le hubiera acariciado los vellos de la pantorrilla, nomás.

—Se acabó el juego.

No. No, no y no. No iba a terminar con ellos, de ninguna manera. Podía ser que los otros quince estuvieran en camino, pero yo no había hecho todo eso para terminar de esa manera. Huiría, de ser necesario.

Me giré sobre sí misma, estirando una mano hacia él. Necesitaba mantenerlo quieto durante un solo segundo. Me puse de pie y salté hacia la ventana, hacia una caída de más de ocho pisos. El vidrio se quebró y me recibió el vacío.  Todavía me quedaban energías para una sola cosa más: para salvarme del golpe y para correr hasta esconderme. Eso tendría que bastar.

Me concentré en mi misma y, antes de llegar al suelo, levité en el aire. El abrupto paro casi me da ganas de vomitar, pero no me detuve. Puse los pies en el suelo y corrí, torpemente, hacía las calles en penumbras.

Me había quedado dormida en un callejón. No tenía dinero, ni comida y mis primeras horas fuera de casa habían sido espantosas. Había temido a cada segundo ser hallada por algún guardián o policía Consecuente que se viera obligado a reportarme.  Sin embargo, la noche había estado tranquila, demasiado solitaria, incluso. Al despertar, otra vez tenía la maligna sensación de que algo no andaba bien. 

Me pasé las manos por la cara, consciente de que iba a tener que salir de la ciudad lo más pronto posible y para hacerlo iba a necesitar toda mi capacidad mental. El campo era más seguro a partir de ahora. El guardián me había confirmado que los dieciséis consecuentes eran buscados por tener habilidades extrasensoriales, como yo.

¡Qué va!, yo era la número dieciséis para  esta altura. Dudaba que no hubieran hallado al resto en todo el país el día anterior.

Sin embargo, además de eso, había estado carcomiéndome la cabeza, dándole vueltas a la idea de que el gobierno no había reaccionado de ninguna forma al saber que una Consecuente se había borrado de la lista. Algo no cuadraba.

Caminé entonces por las calles luego de decidir mi próximo destino: las afueras. Tenía que buscar provisiones y largarme. El poco descanso de había tenido me recapacitó las fuerzas mentales, pero aún así necesitaba algo verdaderamente reparador. Todo era culpa de ese guardián tan extraño y fuerte. Si no hubiera sido por su tremenda resistencia, no tendría tantas preocupaciones para moverme por allí sin la totalidad de mi energía.

Logré robar una mochila, comida en lata, algunos elementos básicos y un resistente abrigo antes del medio día. Muchos Completos hacían compras en la plaza, por la cual no me atrevía a pasar directamente, cuando me dispuse a conseguir una última cosa: una tienda de campaña.

Llegué a la tienda departamenta,l a unos metros del parque, cuando me detuve a media calle. Todas las cabezas a mí alrededor giraron para ver lo mismo que yo: Cuatro camiones militares y dos tanques de guerra se abrían paso por la calle principal, destruyendo y apartando de su paso automóviles, buses y personas. Los gritos y las corridas no se hicieron esperar.

Eso no tenía nada que ver con la policía. Y hablando de ellos, ¿dónde diablos estaban? Las preguntas murieron en mi cabeza cuando el cañón del tanque apunto directamente a la plaza, al centro de la misma, a la fuente que estaba rodeada de personas inocentes e indefensas.  

Hubo una explosión, muchísimos más gritos y personas echándose encima de mí para huir. En cambio, yo estaba congelada. Sabía que tal vez podría hacerme cargo de esos tanques, desviarlos al menos, pero hacerlo me delataría, me pondría en evidencia y mi vida cambiaría drásticamente.

No quería eso. No quería ser reportada, capturada y apresada. La incertidumbre de lo que había detrás de ese juego de los dieciséis era demasiado amplia y mi instinto estaba seguro de que nada iría bien allí.

Otro bombazo y me sobresalté. De alguna manera había quedado de espaldas a la vidriera de la tienda departamental, con la marea de gente que corría lejos delante de mí. Volví mis ojos a los tanques y camiones, y apreté los labios cuando vi descender  hombres armados, que apuntaron indiscriminadamente a cualquiera que se les cruzara.

«No, tienes que correr...No puedes hacerlo. Corre como todos los demás», sollocé, pero cuando uno de esos hombres apuntó a un niño y lo gatilló en la cabeza, me quebré.

Eso no estaba bien.

Corrí a la plaza, cada vez más tomada por los atacantes, y comencé a apartar a los civiles del camino de las balas. Salté para esquivar los escombros de la fuente y me abalancé sobre uno de los hombres armados. Torcí el arma en sus manos sin tocarla y empujé el cañón a su cabeza. No me gustaba hacerlo de esa forma, pero luego de lo que había visto, sabía que no iban a detenerse de otra manera.

Fue allí cuando vi llegar a unos pocos guardianes. Contraatacaron con fuerza, pero no tenían tanques como los enemigos. Pues bien, ese sería mi problema.

Atravesé la plaza y moví y gatillé armas en mi camino. Ninguno se detenía a pensar que sucedía, solo me apuntaban a medida que me acercaba y se mostraban sorprendidos cuando sus pistolas se volvían en su contra.

El primer tanque no me encaró, por supuesto. El cañón estaba apuntando a uno de los edificios, dónde, en su entrada, civiles intentaban refugiarse. Para ese momento, ya había decenas de cuerpos en el suelo y el concreto estaba lleno de sangre. Un horror. 

Sabiendo que eso sería un gran desafío, levanté mis manos y envié las ondas cerebrales al vehículo. Forcé al cañón a girar hacia el otro tanque, metros más atrás. A mí alrededor, escuché exclamaciones, maldiciones y gritos aterrados. Iba a darles de su propia medicina a esos bastardos.

De alguna manera, entonces, sentí en mi interior lo que sucedía dentro del armamento de guerra. Viendo que perdían el control y que el cañón apuntaba a los suyos, intentaban bloquear todas las ordenes para el disparo.

«Oh, no. Se hará como yo diga». Lo detuve a tiempo y di la orden mental. Sin que ninguno de ellos pudiera evitarlo, destruí el segundo tanque. Fue incluso más sencillo de lo que hubiera esperado, teniendo en cuenta de que eran vehículos blindados.

Y con eso ultimo, delaté lo que era capaz de hacer.

Tuve alrededor más hombres de los que podía manejar y las balas me pasaron rozando. Me vi forzada a liberar el dominio sobre el armamento para salvar mi vida. Arrojé a tres hombres atrás, pero un cuarto, sin armas, me golpeó en el abdomen y me lanzó al suelo. Gemí y me forcé a reaccionar. Los tres hombres que había alejado ahora volvían por más.

De pronto, un guardián apartó a dos de ellos y asesinó a otro con un tiro en el pecho. Se giró a verme y me quedé muda de la impresión.

—Reconocería ese cabello en cualquier sitio, Lucy Kent —dijo el guardián, ese maldito guardián que acababa de salvarme la vida—. Y cuando termine esto ya voy a poder decirte que no tienes salida.

Lo vi correr lejos entonces, asestando golpes y balazos a los atacantes con eficacia. Sin embargo, ellos seguían siendo muchos y los guardianes poco, y el tanque había recuperado su  control. Me giré hacia el mismo y descubrí que ahora me apuntaba a directamente.

Claro, la amenaza era yo.

Levanté la mano y bloqué la bala dentro del cañón. «Ahora verás», gruñí, empujando con un sobreesfuerzo la bala y todo su poder hacia dentro. Al menos ahora no tendrían una ventaja de ese tipo.

Me levanté, teniendo en cuenta de que si no me movía sería un blanco más fácil aún —puesto que era la única rubia en la plaza manipulando telepáticamente tanques de guerra— y fui por otros guerrilleros. Me desharía de esos últimos antes de huir; ya sabía que los guardianes me tenían tanto en la mira como los otros, y si eso acababa a favor de los soldados de la ciudad antes de que me marchara la del problema sería, obviamente, la rubia que manipulaba telepáticamente tanques de guerra.

Sin embargo, esa fue mi mayor metida de pata en esos últimos tres días. Golpeé a uno, derribé a otro, dominé a un tercero para que eliminara a un cuarto y se suicidará apenas un segundo después. Pero no vi a un quinto hombre. Surgió detrás de mí y me clavó un puño en las costillas. El dolor me atravesó desde los pies hasta la cabeza. Caí al suelo después de que su arma disparara y la bala me agujereara la pantorrilla.

Grité y el tipo se rió cerca de mi cabeza

—Hiciste esto mucho más fácil para nosotros, Lucy Kent.

Abrí la boca para replicar, pero lo último que vi fue el culatazo que me asestó en la frente con la pistola.

Me dolía todo el cuerpo. La cabeza, el costado derecho y la pierna eran lo que más agudo se sentía. Estaba, por demás, agotada mentalmente.  No podía siquiera pensar con claridad.

¿Moverme, entonces? Ni siquiera sabía por qué quería moverme. Tal vez porque estaba asustada, confundida y nerviosa. Abrí los ojos pero lo único que podía ver era una luz delante de mi cara, cegándome por completo. Era irritante y espantoso.

Grité e intenté taparme el rostro con las manos. Fue imposible, puesto que las tenía sujetas a mi costado. Estaba atada, golpeada y en algún sitio desconocido. Eso fue lo primero que pude idear con claridad y me aterró.

¿Qué diablos había pasado conmigo? ¿Y con el ataqué? ¿Con la gente? ¿Con ese guerrillero que sabía mi nombre?

Sollocé, otra vez dándome cuenta lo muy poco lógico que había sido todo. La oficina y su carente reacción, esos tipos atacando en medio del día, los pocos guardianes y oficiales que habían aparecido a defender a la gente, el guerrillero y mi nombre...

«No, no, no...No entiendo».

—¿Estás despierta, Lucy? —dijo una voz jovial junto a mi oído—. ¿Sabes por qué no apagamos la luz, querida? Más que una luz, es un laser que inhibe tus pupilas para que no puedas concentrarse en ningún objeto de la habitación, ni siquiera en mí. Ahora, si no la apagamos pronto, podrías quedar ciega, ¿comprendes? Y para apagarla deberás colaborar...

Quería golpearlo. Tenía que mantener mis ojos firmemente cerrados para no sufrir con ese brillo infernal y aún así resultaba molesto a través de los parpados. ¿Colaborar en qué? En cuando apagara esa maldita luz lo haría volar por alguna ventana.

—Ni lo pienses, Lucy. En este momento te estamos inyectando una nueva dosis de la droga de parálisis. No te permitirá usar tu don contra nosotros, querida. Podrás moverte un poco, claro, pero no tendrás fuerzas. Sin embargo, si te portas bien, haremos que todo esto sea sencillo para ti. Asiente con la cabeza si lo entiendes.

No me moví. No le daría ningún tipo de satisfacción. Sin embargo, el brillo sobre mis ojos aumento, sacándome un jadeo. Ni con los ojos cerrados era capaz de soportarlo, por lo que asentí rápidamente con la cabeza.  El fulgor se calmó y fue allí cuando fui consciente del catete en mi muñeca.

A pesar de lo dicho por el hombre, intenté inútilmente arrancarlo de mí con mis poderes. Nada sucedió y apreté los dientes.

Cuando ninguna luz brilló, abrí despacio los ojos cansados e irritados.  Un caballero con gafas especiales estaba a mi lado, sonriendo a través de su barba gris. Se quitó los anteojos y sus ojos castaños brillaban de emoción.

—Que placer verte de vuelta, querida Lucy.

Mis labios no pudieron gesticular ni una sola palabra. Estaba muy segura de que nunca había visto a ese tipo en mi vida. Podría haberle dicho que estaba loco, que no lo conocía, pero me quedé callada, luchando con mis nervios y miedos.

—Por supuesto, tú no tienes idea de lo que hablo. Me presento ante ti, niña: Soy el Dr. Tadeus Cashmire, tu padre.

El corazón se me detuvo durante un segundo. Tampoco pude hablar otra vez. Mi padre había sido Cristian Kent, que se había casado con mi madre poco después de mi nacimiento, asumiendo su responsabilidad por el descuido que yo suponía. Había muerto cuando tenía tres años, pero recordaba su cara, tenía fotos de él, y definitivamente me parecía a él tanto como me parecía a mamá. ¡Como cualquier otro Consecuente se parecía a sus padres! Este hombre era un loco, lo que decía era un total disparate.

—Está loco —conseguí decir.

Dr. Tadeus Cashmire volvió a sonreír.

—¿De verdad creías que eras una Consecuente ordinaría, Lucy? ¿De verdad creías que una Consecuente podría tener habilidades como las tuyas?

—¡Está loco! —chillé. Luchando contra las presas de mis muñecas.

—¿De verdad creías que fuiste concebida tan irresponsablemente, tan imperfectamente en un acto sexual?

—¡Mi padre fue Cristian Kent y mi madre fue Grace Jules!

—Tu padre soy yo, Lucy —El viejo sonrió—. Yo te fabriqué.

Negué, con el pecho temblándome de manera incontrolada. Las lágrimas ya descendían por mis mejillas y tardé en darme cuenta de las cosas que se derrumbaban solas en la habitación.

—No es cierto —lloré.

El hombre miró a su alrededor con las cejas arqueadas.

—Eres impresionante, querida. Tan impresionante como sé que lo son tus otros quince hermanos. ¿O no lo has adivinado ya, Lucy? O mejor dicho, Galatea...La número trece de los perfectos seres humanos jamás creados en la tierra, la número trece de los superhumanos. Los más ideales de los ideales, los más completos de los Completos.

Una silla voló por encima de la camilla dónde me tenía sujeta. Sin embargo, aunque parte de mi poder se liberaba, no era capaz de controlarlo.

—¡NO ES CIERTO!

Yo no era una Completa. No podía serlo de ninguna manera. El doctor siguió sonriendo y posó sus dedos en mi mejilla sin que pudiera evitarlo.

—Y al fin has regresado a casa, hija.

Le dirigí una mirada turbia. Después de todo lo que había hecho para escapar de eso, allí mismo había terminado,  todo por una emboscada orquestada. Todo lo que no cuadraba tuvo sentido de pronto. Ese tipo era del gobierno, los guerrilleros eran del gobierno, todos los malditos factores que había notado en esas últimas horas eran situaciones armadas por ellos.

¿Igual que mi vida? Apreté los dientes mientras me aferraba a la negación. Sabía que mis poderes no eran normales, pero no podía aceptar lo que me decía. Yo me parecía a mamá, como toda Consecuente. No era una nueva niña con los genes modificados según los gustos de los progenitores.

—No te estreses, Lucy. En el fondo sabes que es cierto.

Negué, a medida que lloraba con más fuerza. ¿Y si era cierto? Si lo era significaba que toda mi maldita vida había sido armada. ¿Para qué? ¿Para que me desarrollara? ¿Para probarme? ¿Para experimentar?

Mi madre... si lo aceptaba significaba que mi madre no había sido mi madre. ¿Y ella lo habría sabido? ¿Me habría mentido siempre? ¿Mi padre estaba realmente muerto? Gemí y grité como una condenada. La ira despertó en mi interior y el olor a circuitos quemados inundó la habitación.

—Tranquila, querida —dijo el doctor, palmeando mi mano—. La nueva dosis que te estoy inyectando ahora te calmará y no tendrás de qué preocuparte. Este es tu hogar y has llegado para quedarte.

Lloré sin consuelo. Por supuesto... Solo unos pocos llaman hogar a un sitio como ese. Todos mis miedos se habían hecho realidad. No sabía exactamente que iba a pasar conmigo, pero aunque no quería salir de la negación, si sabía que mi futuro nunca me había pertenecido, y que esa hogar, como lo llamaba él, sería la prisión que jamás podría haber llegado a preveer.

Al fin de cuentas... ¿Quién era Lucy Kent y por qué no estaba en el listado de Consecuentes?

~~

6456 palabras finales.

DESAFÍO Superhéroes.

Poder sorteado: poderes mentales.

Voy a empezar diciendo que este relato fue un verdadero desafío, con todas las letras. No tuve tantos problemas para armar los relatos anteriores porque usé géneros que manejo todo el tiempo: romance y fantasía.

Aquí tenía que usar ciencia ficción y NUNCA he escrito algo de ciencia ficción. Espero que dentro de todo, haya quedado bien. Me gustó el resultado final y hubieron ciertas cositas que no expliqué porque si no no hubiera terminado más y preferí dejarlo como la incognita, como una presunción. Ya Lucy dejó la punta para que ideen el resto.

En fffffffffffffin, digamos que también tengo dudas conforme a lo que un Superheroe debía ser. Lucy luchó por lo que era correcto a pesar de que se ponía a si misma en un grave peligro. ¿O no? ¿Egoismo o justicia y protección? Al final su conflicto fue ese y perdió de todas formas porque todo era más grande que ella. Espero haber cumplido con esta parte del desafío.

Gracias por haber leido :D

[NO HAY CONTINUACIÓN. ES UNA HISTORIA CONCLUSIVA CON FINAL ABIERTO]

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