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Epílogo.

Hace un año me mudé a Francia con Martín. Después de aquella noche, nuestro amor se hizo más fuerte, pues esta propuesta fue el inicio de lo que sería una nueva vida donde estaríamos caminando uno de la mano del otro.

Annalisa y Donato no se sorprendieron demasiado. Ellos conocen del bufete que tiene Martín y mi sueño de ser una gran abogada del medio es posible tanto en Italia como aquí en Francia, donde no me puedo quejar.

Quienes se sorprendieron gratamente fue mi trío de amigos. Ellos comenzaron a conocer a Martín poco después del juicio por la historia que tuvimos al principio, Luciano no era santo de su devoción y Martín tenía celos porque me vio con mi bata aquel día que llegó a verme. Chiara y Carina chillaron de alegría, no sin antes asegurarse de que estaba feliz por mi decisión.

Entre todos organizaron una fiesta de despedida, pues nos fuimos apenas un mes después para poder dejar todo en orden. Mi departamento se lo quedó Annalisa cuando salió del hospital a pesar de que Donato insistió en que se mudara para la mansión, pero Anna es tajante. La fiesta fue allí, en mi antiguo depa donde todos nos desearon la mejor de las suertes en esta nueva historia que comenzaríamos a escribir.

Un mes después, llegamos a la ciudad del amor que es realmente maravillosa. No fue difícil adaptarme a la ciudad. Con ayuda de Martín que se convirtió en mi maestro personal, logré dominar el francés muy rápido. Aún recuerdo cómo acabaron muchas de esas clases con el rol de profesor y alumna.

Gracias a lo sucedido en Italia, mi currículum está mucho más presentable y logré conseguir empleo en un bufete. No pretendía que Martín hiciera estallar mi carrera, quiero lograr eso por mí, por mi trabajo y mi desempeño laboral, y después de varios meses, lo logré y hoy soy una de las abogadas más solicitadas.

—¿Cómo está la abogada más sexy de este bufete? —Escucho la voz de Martín cuando me encuentro concentrada en unos papeles. Está con ese traje azul marino que tanto me fascina, recostado en el marco de la puerta.

—Sexy te ves tú con ese traje a medida.

—Amor, tenemos que irnos. El jet nos espera. Recuerda que tenemos que llegar a Milán para el bautizo de Gian. Si no llegamos, Annalisa nos mata. Somos los padrinos.

—Te salvas que tenemos que irnos. Si no, te arranco ese traje a mordiscos.

—Te daré la oportunidad de hacerlo en media hora. —Lo miro sin entender y tomo mis cosas para irnos. Martín trae nuestra pequeña maleta con dos mudas de ropa y la del bautizo. Al día siguiente estaríamos de regreso. Llegamos al aeropuerto y veo que el chofer se desvía hacia una zona privada y observo un jet privado. Miro a Martín anonadada y él solo sale del auto para abrirme la puerta.

—¿Es en serio? ¿Tienes un jet privado? —inquiero—¿Qué más cosas tienes? Eres jodidamente millonario, casa gigante con biblioteca, sala de juegos, piscina, tres jardines, un bufete de abogados, un jet privado, ¿qué más falta?

—Solo un par más —dice chistoso. Nunca me imaginé que Martín viviera tan bien—. Y, para que lo sepas —dice tomando mis manos entre las suyas—, todo lo que ves que es mío, es tuyo, es nuestro. —Este hombre me derrite con esas cursilerías que me dice.

En el jet me sorprendo al verlo equipado con todo. Los asientos son realmente cómodos. Tiene espacio como para veinte personas, aproximadamente. Esto es la gloria, no como otros aviones que tardan en despegar, este apenas nos acomodamos, emprende su vuelo. Noto como Martín mueve sus manos encima del descanso del asiento, inquieto.

—¿Qué te pasa? —le pregunto.

—Necesito que el piloto avise que ya podemos quitarnos los cinturones. —Pero, ¿de qué está hablando? En ese momento, como por arte de magia, el piloto anuncia el deseo de Martín—. Vamos. —Me quita mi cinturón y camina conmigo. Se detiene frente a una puerta. Toma de su saco una llave y ante mí se abre una cabina como si fuese una habitación con todo.

—Bienvenida al club de las alturas, preciosa. —En cuanto lo dice, la puerta se cierra, para dar rienda suelta a nuestra pasión.

Dos horas después estamos en nuestros asientos con la mirada cómplice de quien hace una travesura. Fue delicioso hacerlo en la cabina. El tiempo del viaje pasó volando por estar allí dentro.

—¿En qué piensas ahora?

—En que mañana volveremos a hacerlo —admito y Martín comienza a carcajearse.

—No lo dudes, cariño.

El jet aterriza en una pista privada y un auto nos espera para llevarnos al hotel más cercano donde se realiza el bautizo de Gian.

Esa noche me reúno con Anna mientras que Martín, va con Donato. A simple vista parece que todo está bien. Mi amiga solo sonríe cuando observa a su hijo, lo cual significa que la situación con Donato, no se define aún. Esa noche me quedo con ella y le cuento como me ha ido en París desde que me fui de la mano de Martín y se alegra que todo esté bien.

El bautizo fue organizado de forma hermosa. Mi pequeño Gian parece un príncipe con su trajecito. Es un bebé hermoso. Tiene unos cachetitos que dan ganas de morder y apapucharlo todo. Después del acto. Tomo al niño para darle un respiro a Anna y veo que va a conversar con un hombre muy guapo del cual no me ha hablado.

—Supongo que Anna ya te habló de él. —Escucho la voz de Donato, tras de mí.

—La verdad no, es la primera vez que lo veo. ¿Quién es?

—Por desgracia, el pediatra de Gian y mi competencia por Anna. —Me sorprende lo último.

—Vaya, no esperaba algo así.

—El tipo me lo dejó muy claro. Se dio cuenta de la tensión entre Anna y yo en la consulta y me dejó muy claro, con todas sus letras que le interesa mi mujer —dice apretando los puños, sin perderlos de vista.

—Ya no es tu mujer, Donato —le recuerdo—. Debes darle el divorcio para que ella decida que desea para su vida.

—Me da pánico que no me elija a mí. Sin embargo, no sé qué más hacer para recuperarla.

—Ese es un riesgo que debes correr. Debes darle su derecho a decidir —reitero.

—Gracias por todo, Antonella. —Le da un beso en la frente a Gian y se va.

La celebración termina y esta vez sí me quedo con Martín en el hotel porque debemos llegar temprano al aeródromo donde nos estaría esperando el jet. Prometimos a Annalisa venir pronto por más días. Acordamos que vendríamos para navidad en unos meses.

Llegamos a París y en vez de seguir el camino para la casa, el chofer se desvía, veo que nos dirigimos al bufete de Martín. A lo mejor tiene que buscar algo.

—¿Tienes algo importante que hacer en el bufete? —pregunto, curiosa.

—Te tengo una sorpresa —afirma.

—¿Una mejor que la bienvenida al Club de las alturas? —alego.

—Conociéndote, sí, será mejor. —Saca de su bolsillo un pañuelo y me lo coloca en los ojos. Le gusta el misterio. El auto se detiene, avisándome que llegamos. Martín me ayuda a bajar y me deja parada en algún lugar—. Espero que te guste, amor.

Martín quita la venda de mis ojos. Me los froto para adaptarme a la claridad del día y cuando levanto la mirada, una lágrima de felicidad resbala por mi mejilla al verlo. Tapo mi boca para no gritar de la emoción. Estamos parados en la fachada del bufete, cambió el nombre por Lefevre & Marchetti y Asociados.

—Estoy comprometido con lo nuestro al mil por ciento, Antonella Marchetti. Te quiero en mi vida para siempre. Quiero tenerte junto a mí en todo momento. A partir de este momento, formas parte de nuestro bufete como socia, a mi lado, juntos levantaremos más aún nuestra fama. Si cada uno por separado, hemos escalado, juntos seremos los mejores del país. ¿Aceptas?

—Sí, amor. Acepto comenzar a crecer con nuestro bufete juntos, contra todo y contra todos.

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