Capítulo 40: Con inteligencia 🧑⚖
Permanecemos abrazados un largo rato. La felicidad que siento dentro es más que maravillosa. Sin querer ser pretenciosa, huelo la victoria en el juicio. Ya con esto tengo más que suficiente.
—Felicidades, hermosa. Lo hiciste.
—Tú me ayudaste. Tienes tu mérito también. Lo hicimos juntos.
—Sí, yo te ayudé, pero el lugar donde estaba todo, lo hallaste tú.
—No voy a entregar esto. —Señalo los papeles sobre la cama. Martín me mira extrañado y sorprendiendo.
—¿Cuál es el plan? —Me emociona mucho saber que me apoya en mis decisiones. Me fascina que sea así.
—¿No vas a decirme que es mala idea? —lo pincho.
—Sé que tus decisiones tienen una razón. Sé que esa cabecita tuya debe de tener muy buenas razones y buen plan.
Recogemos todo lo que encontramos además de los papeles más importantes. Las fotos las metemos en el mismo folder que estaba detrás del cuadro. Organizamos todo tal cual estaba cuando llegamos para evitar levantar sospechas y salimos de allí como mismo entramos, sin ser vistos y sin problemas de ningún tipo.
De camino al apartamento de Martín pienso en todo lo que haré. He subestimado la inteligencia de Lorenzo Ferri más de una vez, no volveré a cometer el mismo error. Esta vez no se me puede escapar. Tengo que atraparlo desprevenido para que no tenga como hacerlo.
—Cariño, deja de pensar. Ya todo está solucionado —me afirma.
—No tanto así, Martín. Ese hombre se ha burlado de nosotros en más de una ocasión. Nos ha manipulado haciendo que giremos sobre el mismo eje sin conseguir nada. Esta vez seré yo quien lo manipule sin que se dé cuenta. —Cuando termino, Martín mete un frenazo descomunal.
—Joder —dice mirándome—. Nunca me había excitado unas palabras tan simples.
—Eres un perverso provocador —le digo en un jadeo.
—Ya verás lo que este perverso provocador te hará al llegar a casa.
—Promesas —me burlo de él y arranca el auto nuevamente.
Llegamos a su edificio después de media hora de camino. Como es bien tarde, fue más rápido. De haber sido de día, ni en hora y media habríamos llegado. Martín entra al estacionamiento y bajamos.
—Si no fuera porque hay cámaras de seguridad por todos lados, te follaría sobre el capó del auto. —Este hombre tiene que dejar de decirme esas cosas.
—Espero que lo hagas sobre la cama ya que sobre el capó no podemos. Un día de estos paguemos para que las apaguen y encantada te abro las piernas.
—Es tan perversa como yo, abogada Marchetti.
—Estamos para complacer, abogado Lefevre.
Una maravillosa noche había terminado para dar paso a los próximos días que serían buenos, pero a la vez, complicados. No puedo negar, que me siento más tranquila y confiada desde anoche, pero tengo que ser muy meticulosa en mis movimientos para no alertarlo. Desde que desperté hace una hora, no he parado de pensar en cómo lo haré.
Me levanto sin despertarlo y entro al baño a ducharme y prepararme para encontrarme con la fiscal. Ella me ha dado un voto de confianza al que pienso sacarle el máximo de provecho para hacer las cosas que quiero. Desayuno algo liviano y dejo el de Martín preparado con una nota para que sepa dónde estoy.
En la recepción del edificio, pregunto al conserje si mi auto lo trajeron junto a mis cosas y me dio las llaves, además de que me dijo en qué plaza lo pusieron en el estacionamiento. Llego rápidamente hasta él y salgo rumbo a mi encuentro con la fiscal.
—Buenos días, señorita Marchetti. Espero que me traiga buenas noticias —dice entrando a la oficina y sentándose de forma elegante tras su escritorio.
—Así es. Hablé ayer con Alonzo esclareciendo los hechos y tengo en mis manos lo que necesito. —Ella abre los ojos, pero sonríe.
—Me alegro mucho, abogada. Supongo que el juicio será mucho más sencillo de lo que pensé.
—Eso espero. Sin embargo, todo va a depender de cómo actuemos con lo que tenemos entre las manos. —Me mira extrañada.
—¿A qué se refiere?
—Hemos subestimado al culpable. Han ocurrido dos eventos que no le comenté, le pido disculpas por ello. Sin embargo, es importante tener en cuenta que estamos ante la presencia de un hombre obsesionado.
—¿Qué pruebas tiene para solventar semejante acusación?
—En primer lugar, una amenaza de muerte para Annalisa si no dejaba el caso. Luego, un atentado contra mí y, en tercer lugar, lo que hallé ayer. —Su mirada me indica que continúe—, un folder con aproximadamente treinta fotografías de Annalisa en diferentes momentos desde su matrimonio e intimidad hasta en la empresa.
—Tiene buenos argumentos —dice, echándose hacia atrás—. Todo va bien.
—Necesito pedirle algo.
—La escucho.
—Necesito a Alonzo Keller en libertad. Sé que es cómplice de todo, pero aún no sabemos cómo. No sabemos que lo llevó a hacerlo. Me temo que ante un culpable con las características que le comenté, Alonzo fue amenazado y no encontró otra salida. De todas formas, lo sabremos en el juicio.
—¿Cómo está tan segura de que el señor Keller va a acceder a ser testigo en el juicio?
—Sé que podemos convencerlo. La razón más importante para liberarlo es no levantar las sospechas de un delincuente que ha demostrado ser lo bastante hábil.
—Bien. Lo dejaré en libertad hasta el juicio, pero lo mantendremos vigilado para que no escape y luego de desenmascarar todo, analizaremos su caso para en caso de haber sido extorsionado, darle la justicia que se merece —asiento, feliz. Salgo de ahí con otra cosa en mente.
—Hola, Alonzo —digo entrando a la sala donde nos vimos ayer.
—¿Lo encontró? —pregunta, ansioso.
—Así es. Gracias. —Suelta un suspiro de alivio.
—Entonces estoy libre, ¿cierto?
—Hay algo que no has confesado, Alonzo. —Me mira extrañado—. No me has dicho tu papel en todo esto. Sé que tuviste que ver. Él no pudo hacerlo solo. Tienes que confesarlo, pero no hoy, en el juicio. —Asiente—. No puedes salir de Milán bajo ningún concepto y si te localiza, actúa normal.
—Solo quiero salir librado de todo esto.
—Si sigues mis instrucciones, lo haré posible.
—Sé qué con su ayuda, será posible. —Me emociona que confíe en mí.
—Gracias por la confianza.
—A usted.
Mi siguiente paso es comenzar a hacer las citaciones de los testigos para el juicio. Me dirijo a la empresa, las haré personalmente. Primeramente, hablo con la secretaria de Annalisa, la cual no pone ninguna traba ni hace preguntas sobre nada. Ya con Alonzo hablé cuando salíamos de donde estaba y solo me quedaban Giovanni y Donato, el cual no estaba en la oficina.
—Buenos días, señor Vitale.
—Buenos días, señorita Marchetti. ¿A qué debo su visita?
—Cómo sabe, el juicio contra Annalisa está programado. Necesito su presencia para que testifique a favor de Anna. —Alza las cejas.
—No tengo ninguna relación con las acusaciones contra ella. No veo necesaria mi presencia.
—Anna confía en usted. —digo y me mira como si no pudiera creerme—. Solo debe de decir lo que usted conoce de ella. Que es una buena profesional. Solo debe de decir la verdad. Esos alegatos pueden ayudar a que le otorguen la libertad.
—Allí estaré.
—Muchas gracias. —Sonrío agradecida
Ay, se acerca el final, mis estrellitas.
¿Qué les ha parecido el libro hasta ahora?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro