Capítulo 37: No volveremos a separarnos 🧑⚖
Narra Martín
En el viaje me mantengo inquieto en mi asiento durante todo el vuelo. A pesar de haber conseguido un vuelo de primera clase, no puedo dejar de pensar en Antonella. Solo quiero que esté bien, pero, sobre todo, que deje de correr peligro. Estoy seguro que al igual que Anna, está siendo vigilada, la amenaza fue para Anna, pero al ver que ella no se expone, ha puesto sus ojos en Antonella, que no sabe estarse quieta.
Ahora las dudas surgen, Alonzo definitivamente está involucrado, pero hay alguien más fuera, un fantasma llamado Lorenzo Ferri que mientras su rostro siga siendo desconocido para nosotros, seguiremos atados por todos lados.
Edel me recibe en el aeropuerto en cuanto aterrizo. Ni siquiera agarre algo de equipaje. Vine con lo que traía puesto. Le pido que mande a alguien por ropa para mí y él ordena al chófer que compre para Anna también y le doy unas tallas aproximadas.
—¿Cómo está? —pregunto cuando Edel termina de llamar a la tienda, avisando que su chófer irá.
—Solo tiene algunos moretones. Nada grave. Solo que el médico decidió sedarla porque a pesar de que no tiene ninguna contusión, se golpeó la cabeza fuertemente. —Suspiro más relajado al escucharlo.
—Menos mal.
—Tengo algo que enseñarte —me comunica—. Necesito que mantengas la calma.
—Dilo de una buena vez.
Saca del bolsillo de su saco un celular que reconozco muy bien. Es el de Antonella. Lo abre sin problema, parece que Antonella no le pone contraseña al móvil. Muy mal de su parte, aunque ahora sea una ventaja. Cuando finaliza, me muestra un mensaje que me deja helado.
Número desconocido
16:15 horas: La próxima vez no fallaré.
Doy un golpe encima de mi pierna porque si se lo doy al asiento frente a mí dónde está el chófer, acabaremos en el hospital junto a Antonella y esa no es una idea inteligente ahora mismo.
—Por lo visto Antonella me omitió la información de que está siendo amenazada.
—No eres el único al que cuenta las cosas a medias. Es un don de ella.
—¡Vaya, qué situación! Si me lo hubiera dicho, le habría podido poner seguridad.
—El problema es que la amenaza no es para ella, pero al ver que la persona a la que quiere dañar, no puede hacerlo, decidió ir por Antonella. Sin ella en la jugada, su víctima cae y él sigue libre.
—Supongo que hablas de Annalisa Ferri de Milano.
—Sí. La seguridad a su alrededor es fuerte. Además, no quiere que le pase nada. Está embarazada y debe quedarse en casa y por su hijo es capaz de todo, hasta convivir con su marido que la acusó de todo.
—Está difícil el tema.
—También, ¿quién se iba a imaginar que ese hombre la seguiría hasta aquí?
—Ese tipo de delincuentes que se esconden entre las sombras suelen ser así. Tienes que protegerla cuando vuelvan a Milán.
—No lo dudes.
—¿Ya están juntos? —me pregunta y suspiro.
—Lo de nosotros es complicado porque tuvimos un inicio bastante polémico, pero lo que sí puedo asegurarte, es que esa mujer es mía.
—Tranquilo, bestia. Eso me ha quedado claro. No te hace falta marcar un territorio que hace mucho, te pertenece.
—Me alegra que lo tengas claro. —Edel solo se ríe, negando.
—Vamos a ver si ya despertó.
Llegamos al hospital a la media hora y sin pasar por la recepción, Edel sigue el camino a la habitación de Antonella y al llegar, las batas blancas del doctor que la atiende y las dos enfermeras, me impiden ver a Antonella.
Al apartarse de ella, observo su rostro todo magullado por los golpes que se dio, pero verla despierta me da un gran alivio. Ella está bien y eso es todo lo que importa. Cuando se percata de mi presencia, una lágrima rueda por su mejilla y me acerco, importándome poco los presentes, me siento en la cama y la abrazo. Ella me responde, apretándome alrededor de su cuerpo. Su cuello descansa sobre mi hombro y puedo sentir que sigue llorando.
—Dejémoslos a solas, señores. —Escucho la orden de Edel sin separarme de Antonella y lo siguiente es la puerta cerrándose.
Me separo de ella y tomo sus labios, a pesar de mi urgencia y lo mucho que he extrañado sus labios, su sabor, la beso despacio, pero con intensidad. Joder, cuanto necesito a esta mujer en mi vida. No quiero ni pensar en lo que puede pasar si ese hombre cumple su amenaza.
—Estás aquí —afirma separándose de mí y recostándose.
—¿Dónde más voy a estar, Antonella?
—No más estar de separados. No te quiero lejos de mí nunca más. Cuando el auto estaba dando vueltas, lo último que vino a mi mente fuiste tú y lo mal que lo he hecho impidiéndonos ser felices cuando nuestros sentimientos son correspondidos.
—Me alegra que lo veas. Y si no era así, yo mismo te obligo a darte cuenta. No pensaba consentir que estuvieras separada de mí un minuto más. —Ella sonríe, feliz—. ¿Por qué viniste con Edel? —interrogo cuando me he acomodado a su lado y su cabeza descansa en mi pecho.
—Necesitaba venir y nadie mejor que él para ayudarme y facilitarme las cosas en el banco. —Ruedo los ojos sin que me vea—. Deja los celos, Martín —me dice y escucho su risa—. Edel sabe que entre nosotros hay algo desde que nos conocimos en el simposio. —Vaya, al parecer fui demasiado obvio.
—De acuerdo. Te tengo novedades —digo cambiando de posición, poniéndome frente a ella.
—¿Del caso? —Asiento—. Cuéntame —pide.
—Hemos detenido Alonzo —digo y ella abre los ojos.
—¿Confesó ser el culpable?
—No, está encubriéndolo, pero se niega a decirnos quién es.
—Eso lo sabemos. Es Lorenzo Ferri. Lo que tiene que decirnos es dónde lo encontramos.
—Igualmente se niega a dar cualquier dato.
—Necesito que me den de alta. Ya estoy bien. Solo tengo unos golpes. —La miro negando con la cabeza—. Sí, Martín. Necesito hablar con Alonzo. Tengo argumentos para defender a Anna, pero si tengo el nombre del culpable, la victoria estará más asegurada —alega y tiene razón.
—Eres una cabezota —digo tocando el puente de su nariz respingona y ella suelta una risita.
—Así me quieres —asegura.
—Tienes razón. Te quiero y mucho —Sus ojos brillan ante mis palabras. Supongo que así mismo debo de verme yo.
Con ayuda de Edel, logramos sacar a Antonella del hospital y el medico solo le dio algunos medicamentos por si le da dolor y le pidió reposo, el cual sé que no va a cumplir al cien por cien.
Esa noche, nos quedamos en casa de Edel, obviamente compartiendo habitación, dejándole claro a mi camarada, por enésima vez, que Antonella es mi mujer. Ambos solo sonrieron.
En la noche consiento a mi chica, le dio un poco dolor de cabeza, sin embargo, eso no mermó nuestras ganas de demostrar cuánto nos queremos. Esta vez me tomo mi tiempo de tener su cuerpo a mi ritmo, lentamente, haciéndola disfrutar de la primera vez que hacemos el amor. Cuando se abraza a mi pecho con fuerza, tras acabar, siento que definitivamente es el comienzo de mi felicidad a su lado, al fin.
¿Les gusta esta parejita? Sean sinceros.
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