Capítulo 21: No permitiré que nadie te perjudique 🧑⚖
Comienzo a contarle lo que había planificado ayer, aún sin sacar los papeles que había traído para mostrarle. Al primero que menciono es a Alonzo, y él no parece sorprendido, solo asiente. Llega un momento donde nos quedamos callados, él parece analizar todo lo que le digo, hasta que finalmente, habla.
—¿Quién te ayudó para saber que Alonzo no te mandó la información completa que le pediste? —De tonto ni un pelo. Esa información decidí omitirla, pero bueno, ahí va.
—Desde que hablé con él sentí que algo me ocultaba, así que le mandé a investigar eso. Nadie mejor que él conoce cada movimiento o por lo menos, no debe pasar desapercibida. —Asiente, estando de acuerdo y prosigo—. Mi amigo Luciano. —Ante la mención del nombre, su rostro se oscurece—, siempre fue bueno en esos temas y le pedí ayuda. —Vi sus ganas de refutar lo que ya sé y no se lo permito—. No me digas lo que ya sé, Luciano es de toda mi confianza. —Alza la ceja—. Somos amigos hace muchos años.
—Es peligroso involucrar a más personas que no están implicadas directamente en el caso. —Asiento.
—No tuve otra opción. Decidí no ir con la fiscal porque entonces un equipo de expertos se metería en la empresa y estoy evitando poner sobre aviso al culpable.
—En eso tienes razón. ¿Crees que haya sido algún trabajador de la empresa?
—Sí, de eso no me cabe la menor duda. Culparon a Anna porque es el eslabón más débil. Anna tiene demasiada inocencia y fue descuidada en algunas cosas —admito—. Háblame ahora de qué tienes tú.
—Yo al igual que tú tengo al informático en la mira. Nadie mejor que él que tiene acceso a toda la red de la empresa podría hacer algo como eso de forma tan limpia. Sin embargo, Vitale está en la jugada también —explica—. Las cámaras de seguridad muestran a Vitale yendo varias veces a ver a Alonzo, pero más allá de eso, no tengo nada.
—Parece que la abogada sin experiencia está haciendo un mejor trabajo que usted, señor Lefevre —me burlo y el asoma esa sonrisa matadora que me pone a suspirar.
—Bueno, ¿por dónde comenzamos? Ya que sabemos hasta dónde hemos llegado—. Es importante encontrar pistas de Lorenzo Ferri —dice. Es verdad, ese sería un buen punto para comenzar.
—Olvidé mencionar que el dinero de esa cuenta que él creó a nombre de Annalisa, ya fue desviado a otro lado —informo.
—¿Cómo sabes que la cuenta la creó él?
—Porque el dinero fue desviado a una cuenta a Alemania y la cuenta está a nombre de Lorenzo Ferri.
—¿Cómo obtuviste ese tipo de información, Antonella? —Aquí vamos—. ¿Tu amigo?
—Eso pensé, pero Luciano cometió una imprudencia. —Toda su atención está en mí—. Pidió ayuda a un extraño. —Martín niega, sé lo que está pensando—. Solo quiso ayudarme —lo justifico sin necesidad...
—Quiso ayudarte, pero más bien te puso en peligro. Antonella, no juzgo tu forma de trabajar porque todo no puede hacerse como se debe porque como bien dices, lo ponemos sobre aviso. Llama ahora mismo a Luciano y que te dé todos los datos de la persona que lo ayudó. Debemos asegurarnos que no te perjudique. —Asiento sin refutar nada.
Me levanto para agarrar mi celular que está dentro de mi cartera. No recuerdo dónde la dejé. Luego de buscar unos minutos, la hallo en la cocina, colgada del taburete donde estaba sentada tomando el té. Cuando la tomo siento la vibración de mi teléfono. Yo y mi mala costumbre de dejar el teléfono en modo vibración al dormir y olvidar ponerlo en sonido en la mañana. Al ver, es Luciano. Lo llamé con el pensamiento.
—Hola, cariño, justo te iba a marcar.
—Nena, lo siento mucho. Yo no quise perjudicarte nunca. Solo buscaba ayudarte. —Su voz desesperada me asusta.
—Calma, cariño. Dime, ¿qué está pasando?
—Fui a buscar al chico que me ayudó con lo tuyo y se perdió del mapa. —Mis ojos se abren asustados, lo que hace que Martín se levante de su silla.
—¿Qué sucede? Te has puesto más pálida de lo que ya eres. —Sé que tiene razón.
—El chico que ayudó a Luciano no aparece —le cuento y su enojo es más que evidente.
Martín me arrebata el teléfono de las manos mientras yo me siento en el gran sofá. Estoy muy nerviosa, ese chico puede destruir la carrera que estaba empezando a construir. Esto fue una jugada. Alguien conoce todos mis movimientos y está actuando en consecuencia. Yo intentando desviar la atención del culpable y él va un paso por delante de mí.
No sé cuánto tiempo pasa cuando siento como Martín se acomoda a mi lado. Suspira. La situación es preocupante. No sé qué vamos hacer con este nuevo obstáculo.
—No te preocupes. No permitiré que nadie te perjudique. —La certeza de su afirmación me da un gran alivio al mismo tiempo que me hace sentir mal. Yo no hago más que dudar de sus intenciones y lo primero que me dice es que me va ayudar. Estoy hecha un lío.
—¿Cómo piensas hacerlo?
—No preguntes. Tengo mis métodos. —Puedo imaginar los métodos. Me preocupa, sin embargo, decido confiar en él por primera vez desde que lo conozco.
—De acuerdo.
—A partir de ahora tenemos que contar con la fiscal. No podemos hacer nada por nuestra cuenta porque si no ese idiota terminará hundiéndonos en vez de que sea al revés.
—Sí, sí. Ya aprendí la lección. No cometo los mismos errores dos veces.
—Estás aprendiendo —me justifica. Me gusta que me defienda a pesar de lo mal que actué.
—Sí.
Por segunda vez en el día, quedamos tan cerca uno del otro, que solo un movimiento de uno de los dos y nuestras bocas podrían fundirse en un beso. Lo deseo, y sé que él también, pero el maldito teléfono impide que la distancia se termine.
—¿Quién es? —Se aclara la garganta antes de responder. Su voz suena molesta. A lo mejor es idea mía...
—Sí, estaré allí el fin de semana. —¿Qué pasó ahora?—. Resérvame dos habitaciones. Llevaré a una colega. —Sus últimas palabras captaron toda mi atención. ¿Estará hablando de mí?—. Nos vemos pronto —se despide.
—¿Qué ocurre? Tienes un compromiso el fin de semana —afirmo lo evidente.
—Tenemos un compromiso el fin de semana —rectifica.
—¿Estoy invitada? ¿De qué se trata?
—Un simposio de abogados. —Al mencionarlo, comienzo a dar saltitos de emoción y hacer ese tonto baile de cuando estoy feliz. Me detengo cuando reparo en que no estoy sola y Martín ha presenciado mi falta de madurez.
—Lo siento. Me emocioné.
—Ya no tengo ni que preguntarte si quieres ir. Tu bailecito lo dijo todo. —Me sonrojo.
—Muchas gracias por la oportunidad, Martín. —Lo abrazo al mismo tiempo que lo digo.
¿Creen que este par llegue a tener algo más que una relación laboral?
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