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Capítulo 16: La abogada que consigue un caso para subir en su carrera 🧑‍⚖

La última información que necesitaba añadir al cuadro, está lista. Estoy muy concentrada leyendo todo para planificar mi siguiente movimiento cuando el timbre de mi casa suena sin cesar. Frunzo el ceño, aquí en mi casa solo vienen mis amigos, o quizá ahora Martín y Donato por Annalisa, pero no creo que ninguno de ellos toque con tanta urgencia.

—¿Qué sucede, chicos? —pregunto preocupada al ver a Chiara, Carina y Luciano. Sus rostros se ven preocupados. Se miran entre ellos, pero ninguno me responde—. ¿Me van a decir o no?

—¿Has visto la sesión de noticias de hoy, Anto? —pregunta Carina en voz baja y entonces sale una apresurada Annalisa del cuarto que me mira con tristeza.

—¿Te sientes mal, Anna? —le pregunto.

—Antonella, perdóname, no quería que tuvieras que pasar por esto por mi culpa.

—¿De qué hablas, cariño?

—De esto, Antonella. —Tomo el celular de Carina y lo primero que veo es mi foto con un gran enunciado al lado.

La abogada que consigue un caso para subir en su carrera.

Comienzo a leer todo. Estas personas han invadido mi vida privada como se les dio la gana. Mi universidad, mis profesores, mis padres, su muerte, mi trabajo donde fui despedida y finalmente el caso. De todo esto, lo que más me hiere es el tema relacionado con mis padres. Su muerte ha sido la pérdida más grande que he tenido en mi vida. Mis padres eran mi todo, éramos los tres contra el mundo.

Suelto el teléfono de Carina y salgo sin agarrar ninguna de mis cosas. Ellos me gritan, sin embargo, no me detengo, en momentos como estos, saben que necesito estar sola. Derramar todas mis lágrimas en la soledad de un rincón donde nadie me perturbe.

Camino desorientada por las calles. Sin darme cuenta, he caminado más de una hora y he llegado al parque donde muchas familias se sientan y hacen picnics. La mía era una de ellas. Dos fines de semana al mes nos sentábamos en el pasto y teníamos un día en familia.

Me dirijo hacia aquel árbol gigante que nos cubría del sol del verano y me siento. Toco el pasto como si pudiera sentir la esencia cerca de mí, dándome ese abrazo que necesito. Esas fuerzas para dar respuesta a ese artículo donde me dejan como una aprovechada.

—Un señor le manda esto —me dice una niña preciosa con el color de cabello muy parecido al mío. Ella me entrega el papel y se me acerca para dejar un tierno beso en mi mejilla—. El señor dice que un beso sincero calma las penas y como usted se ve triste, le di un beso. —Sonrío a la niña. La inocencia de los pequeños es hermosa y verla a ella, es como si me estuviera viendo a mí.

—¿Quién te dio esto para mí, hermosa? —susurro tiernamente y ella señala en la avenida a un hombre trajeado que tiene sus manos en su bolsillo. Cuando limpio mi rostro de las lágrimas, veo a Martín.

—¿Qué haces aquí? —digo cuando ha llegado hasta el árbol donde estaba sentada hace un minuto.

—Annalisa me llamó y me contó lo que sucedió. Tranquila, lo resolveremos —Una lágrima rueda por mi mejilla recordando todo y rápidamente, la seco. No quiero que Martín me vea así—. Llora, nena. Desahógate —me dice y me envuelve en ese abrazo real.

Al sentir su cuerpo dándome calor, me relajo en cuestión de segundos, dejó de sollozar tanto y me calmo. Lo aprieto junto a mí para que no me suelte por algunos segundos más.

—Acabaremos con ellos —asevera Martín sin despegarse de mí.

—Diré la verdad. Todas esas mentiras sobre que soy una aprovechada y todo lo demás con respecto a mi carrera. No hay mejor defensa que esa. Yo no voy a atacarlos, voy a despedazarlos con elegancia. —Él sonríe y asiente, dándome la razón.

En el auto de Martín no hago más que pensar en cómo le daré respuesta a lo que están diciendo esos estúpidos periodistas. Nada llega a mi mente, es como si tuviera un bloqueo por todas las emociones que he tenido hoy. Estas escenas solo se dan una vez al año: su aniversario.

—Deja pensar ahora, cariño. —Lo miro asombrada—. Quiero decir, Antonella. Ha sido un día con demasiadas emociones y no puedes pensar con claridad ahora. Debes descansar un rato cuando lleguemos a tu apartamento. Te ayudaré. Ya no soy tu enemigo. Quiero que seamos aliados.

—¿Perdón? —digo con sorpresa y él me muestra esos hoyuelos.

—Sí. Desde ayer ambos tenemos el mismo objetivo: dar con el culpable del desfalco. Ya no tengo tanta certeza de que sea Anna. Podemos trabajar juntos. —Su propuesta me deja boquiabierta. Parpadeo varias veces a ver si no estoy dormida, pero no, sí lo ha dicho.

—Como bien alegas, no estoy preparada ni para pensar en qué hacer con los periodistas ni tampoco para asimilar la propuesta que me acabas de hacer. Te daré una respuesta en cuanto pueda.

El resto del viaje lo hacemos en silencio. Cada uno metido en su propio mundo. ¿Qué rayos le ha pasado a Martín para llamarme por un apelativo? Este hombre busca volverme loca en más de un sentido. Me está confundiendo y eso es algo con lo que no sé lidiar. Las emociones hay que mantenerlas a raya. Entre nosotros todo debe ser profesional.

—¿Tienes algo con ese hombre? —interroga cuando se ha estacionado bajo el edificio de mi departamento. Su pregunta me toma por sorpresa.

—¿De qué hombre hablas?

—Ese que llegó cuando vine a verte y me abriste con aquella bata de satén. —El rojo sube a mi cara al recordar ese día. En la vida vuelvo a abrir la puerta así. Martín pone su mano en la boca evitando reírse ante mi sonrojo. Lo fulmino con la mirada.

—Te refieres a Luciano. ¡Por Dios, claro que no, Luciano es mi mejor amigo hombre!

—¿No has escuchado la frase de que un hombre y una mujer no pueden ser amigos? —inquiere.

—Esa frase les pega a unos pocos. Sobre todo, a los hombres que no pueden mantener la bragueta cerrada. Mi amigo no entra en esa categoría, además, a él le gusta... —Cierro mi boca cuando me doy cuenta que le iba a contar a nada más y nada menos al amigo del marido que a mi mejor amigo le gusta su mujer. Vaya locura.

—¿Quién?

—Otra mujer —respondo rápidamente. Asiente no muy convencido, pero no dice nada más mientras subimos hasta mi casa.

El elevador se abre y escuchamos gritos. El panorama es algo desalentador. Mis amigos continúan aquí, ninguno de ellos se percata de mi presencia, pues están gritando a Donato y a Luciano que paren de discutir. Annalisa por otro lado trata de apartar a Luciano sin éxito, lo cual enfurece más a Donato.

Entonces, sin esperarlo, Martín entra tras de mí, le da un puñetazo a mi amigo que hasta a mí me duele y le da otro menos agresivo a Donato haciendo que todos se percaten de su presencia y obviamente la mía.

—Es la segunda vez que te lías a golpes con alguien frente a Annalisa. ¿No le tienes ni una gota de amor a tu mujer y a tu hijo? Estas mierdas tuyas la ponen mal —reprendo a Donato por enésima vez desde que lo conozco—. Hasta que no te comportes, no tienes permitida la entrada aquí —alego decidida y Annalisa me agradece con la mirada. Un perro rabioso por marido es lo que menos ella necesita. Tiene que cuidarse por la criatura que tiene en su vientre.

—Perdóname, preciosa. —La mirada de Annalisa por un momento se suaviza ante el apodo, pero coloca sus manos alrededor de su vientre y todo desaparece.

—Jamás, Donato Milano. En poco tiempo has destruido todo el amor que has demostrado desde que nos conocemos. Cada día me doy cuenta que nunca me amaste ni te entregaste a mí como yo lo hice contigo. —Una lágrima de amargura rueda por su mejilla.

»—Nuestro bebé nos unirá por siempre, pero solo él, porque de ti, no quiero saber nada más. Sal de mi vida. Te avisaré para que vayas a los controles si lo que deseas es estar presente durante el embarazo, solo te pido que a mí me permitas estar tranquila para que el peligro de perderlo pase, en lo cual, no has ayudado en nada. —Milano cierra sus ojos ante los reproches de la mujer y sin decir una palabra se va frente a todos.

Punto para Annalisa. Por otro lado, ¿qué opinan del nuevo cambio del abogadito de tercera? ¿Les gusta?

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