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Capítulo 9

—¿Falta mucho? —Ariel va varios metros delante de mí, le pierdo de vista en algunos momentos.
—Si te lanzo a los lobos, faltará menos. —Bufo.
—Tus amenazas no me intimidan, Ariel. —Miento. Sí que lo hacen pero creo que no es capaz de hacer algo así. Creo.

—¿Tanto te cuesta decir si falta mucho o no? No conozco el camino. —Una rama se cruza en mi caminar y hace que casi caiga. Me agacho para tomarla entre mis manos y arrancarla. No lo consigo pero al menos lo intento.

Pero cuando levanto mi vista otra vez, ya no veo al rubio.
Ay dios, ¿por qué tengo que ser tan estúpida?
—¿Ariel? —Ando más deprisa, tratando de alcanzarle pero creo que ha cambiado de ruta.
—¡Ariel! —exclamo. Miro hacia la izquierda. Nada. Hacia la derecha. Nada.

¡Le he perdido! ¿Qué voy a hacer ahora?

—¡¡Ariel!! —Mi voz suena con un eco que retumba en mis oídos. Pero no obtengo respuesta. Por dios, seguro que todo lo tenía planeado de antes. Seguro que me ha traído aquí para deshacerse de mí.

En mi espalda, oigo un chirrido parecido al de una puerta oxidada al abrirse. Así que sin pensar, corro. Corro tan rápido que las piernas me duelen y siento una ola de calor dentro del pecho. Mis mejillas se calientan por el esfuerzo y el aire deja de entrar en mi interior.

Me refugio detrás de un árbol, me doblo sobre mis rodillas intentando recuperar el aire.
Miro detrás de mí, por encima de mi hombro. Entre las ramas veo algo moverse y de mi garganta sale un grito. Entonces parto de nuevo, huyendo tan deprisa como mis músculos me permiten.

Mi huida llega a su fin cuando meto uno de mis pies en un charco hondo y espeso de barro.
¡Maldita sea, voy a morir aquí!
—¡Laurie! ¿Qué diablos haces?
—Ariel aparece junto a mí, su pelo pegado a su rostro y su piel enrojecida.

—¡Me persigue un animal, Ariel!¡Lo he visto entre las ramas!
—Niega, abriendo la boca para buscar más aire.
—¡Quien te persigue soy yo, imbécil! Llevo diez minutos corriendo detrás de ti. —Se apoya en un árbol e inhala con fuerza.

—¿Eras tú? ¡He oído un chirrido!
—¡El chirrido lo tienes dentro de la cabeza, inútil! Deja de hacer estupideces o empezaré a cumplir mis amenazas. —Me señala con su dedo índice.
Entonces me doy cuenta de que mi pie sigue atrapado en el barro.

Me agacho lo suficiente para apoyar mis manos en el suelo sólido y tiro de mi pierna hasta que la libero.
—¿Qué narices tienes ahí?
—Bajo mi vista hasta mi pierna y en ella, bajo el barro, puedo apreciar una mancha rojiza.

El rubio saca un jarrón de agua que recogimos del río, vierte un poco sobre mi pierna y la mancha se hace más visible.
—Tienes un imán para los problemas, pequeña. —Subo mi mirada hasta él pero ya no le veo a él. Veo su cara como algo que se mueve sólo, deformado.

Ladeo mi cabeza despacio, intentando comprender lo que mis iris están captando.
—¿Ariel? ¿Qué le pasa a tu cabeza?
—Es un tipo de hongo alucinógeno, se te pasará en un rato. Camina pegada a mí.

El suelo verdoso cambia de color bajo mis pies. Se vuelve de tonalidades rosadas y dulces, como un camino de pétalos.
Es tan precioso que no puedo evitar sonreír. Los árboles comienzan a moverse y sus ramas se alinean formando una sonrisa. ¡Me están sonriendo a mí! Son encantadores.

Como la mujer educada que soy, les sonrío de vuelta y les saludo con mi mano. Mis ojos visionan una hermosa mariposa posada sobre uno de ellos.
Sus colores son azul y verde, se combinan pareciendo agua. Acerco mi dedo para tocar sus alas pero entonces, noto un golpe en ésta.

—¡Quería tocar esa mariposa!
—exclamo, reprochándole el golpe al rubio.
—Es un escorpión pero si quieres acumular más veneno en la sangre, adelante. —¿Un escorpión?

—¡Ariel espera! Todo da vueltas, no vayas tan deprisa. —Bajo mi mano hasta agarrar la suya y forzarle a descender el ritmo.
—Más rápido o no llegaremos nunca, pequeña. —Llevo mi otra mano hasta su cara, rozo su mejilla. En su rostro aparecen espirales negras que llaman mi atención y alimentan mi curiosidad.

—¿Por qué me llamas así?
—Chasquea la lengua.
—Porque eres molesta e inútil, me recuerdas a las niñas pequeñas. —A pesar de no ver nada con claridad y realidad, sé que ha usado la primera excusa que se le ha pasado por la cabeza.

Alzo mucho mi cabeza, contemplando tanto como mi vista me permite. Veo un sol en el cielo y aunque sé que no es real, sonrío.
—¡¡Sol!! Llevame con Shaun y dile a papá y mamá que los echo de menos —exclamo a la nada.

—Cállate, Laurie. —Como una niña enfurruñada, suelto su mano y me cruzo de brazos. Pero mi gesto no dura mucho, el rubio tira de mi mano para agarrarme de nuevo.

Cuando la noche cae, buscamos refugio en una grieta. Me siento en cuanto estoy en terreno cubierto y cierro los ojos. Estoy muy mareada por las alucinaciones y siento náuseas que suben desde mi estómago.
Pasa el tiempo, Ariel aún no ha regresado y se marchó hace un buen rato.

Cuando lo hace, trae fruta consigo. Me la lanza y la atrapo en el aire.
—Es... ¿roja? —Pregunto sin mucha confianza.
—¿Y los árboles? —Él me responde con otro interrogante.
—Carbonizados. —Suelta una carcajada.

—Ya estás recuperada, pequeña. —Cierro los párpados y me llevo la mano a la frente.
—¿Cuánto falta? —Le doy un mordisco a la fruta.
—La mitad del camino, más o menos. —Hace el gesto con su mano. 
—¿Otro día? —Asiente una sola vez. Me lanza otra manzana.
—Come —ordena.

—¿Saldremos al amanecer?
—Repite el mismo gesto. El muchacho termina de comer más rápido que yo y se tumba como le es posible en este reducido espacio. Yo hago lo mismo, me abrazo a mi misma para paliar el frío y finalmente, me quedo dormida.

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