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Capítulo 3

-Buenos días, señor Collins.
¿Podría hacerle una pregunta?
-El hombre detiene su caminar, se da la vuelta sobre sus tobillos y sonríe.
-Buenos días, Laurie. Claro, ¿acerca de qué? -Miro mi reloj, faltan apenas unos segundos hasta que sean las nueve, me tomo este tiempo sin mediar palabra.

Entonces, todo cambia de nuevo, como cada hora, el rostro de Ariel lo llena todo. Ahora sí, hablo; -De él. ¿Conocía a Ariel Cheris? -El hombre cambia su típica sonrisa por una triste mueca.
-Le ví algunas veces así que podría decirse que le conocía.
Pero no hablé con él más de dos palabras. Era un chico un tanto... extraño. -Arrugo las cejas.

-¿Extraño?
-No solía hablar mucho, era muy solitario y no me hagas mucho caso pero las malas lenguas comentan que ni siquiera tenía buena relación con sus padres. -Mantengo pulsado el botón en mi reloj, éste está registrando toda la conversación.

-¿Podría decirme donde encontrar a sus padres? -Niega.
-No están en la ciudad, Laurie. Se marcharon hace algún tiempo. -Mierda.
-¿Podría hablar con algún hermano o tío? -De nuevo, repite la acción.
-Su única familia eran sus padres. Lamento no poder ayudarte pero dime ¿de dónde sale toda esta curiosidad?
-Con normalidad, le brindo una sonrisa.

-Estoy con un trabajo para clase-no le digo nada más, tengo muchas personas con las que hablar y no demasiado tiempo.
-Pues buena suerte.
-Gracias, adiós. -Y con la poca información que he obtenido, suelto el botón del reloj y cambio el rumbo de mis pasos, dirigiéndome a otro lugar.

La señora Voil es la persona más anciana que conozco y si hay algo oculto sobre Ariel, ella lo sabrá.
En cuanto percibe que quiero cotillear, la pobre mujer no tarda en hacerme pasar a su casa y agasajarme con galletas y café.

-La familia Cheris siempre fue algo rara. Sus padres iban a trabajar, volvían y ya no se les veía de nuevo. Ariel era igual, tengo dos nietos de su edad y apenas le conocían. Pobre muchacho, cuanto tiempo ha pasado desde que se fue...
-Aprieta su arrugada boca mientras niega.

Va a sentarse junto a mí pero tiene dificultad para hacerlo y yo me veo obligada a ayudarla.
-¿Está bien? -pregunto, revisando su rostro con una expresión de dolor.
-La edad hija, la edad no perdona a nadie. -Pongo mi mano sobre su hombro y la espero el tiempo necesario para que vuelva a hablar.

-Como te iba diciendo, yo tampoco les conocía mucho.
Pero el chico... siempre llamó mi atención. Parecía muy curioso y retraído, era como si su cabeza no estuviera aquí de verdad.
-Lo registro todo, sin perder detalle.
-¿Qué quiere decir? -Se encoge de hombros y tira de las comisuras de sus labios, mostrándome su dentadura de plástico duro.

-No lo sé, cariño. Sólo puedo decir que era un chico extraño. -Y de ahí no logro sacar mucho más.

Cuando salgo de su casa, doy a Helen una orden a través del aparato en mi muñeca.
-Junta toda la información registrada para crear una base de datos, Helen. Gracias. -La voz así lo hace y muestra en mi pequeña pantalla la información recabada.

Pero no veo demasiado así que camino hasta llegar a un edificio y proyecto sobre éste la imagen.
He hablado con cuatro personas en total y todas ellas me han dicho lo mismo; Ariel era un chico raro que no se comunicaba y su familia tampoco. Nada más.

Quito del edificio los datos y los regreso a mi reloj. Entonces doy media vuelta pero algo sucede dentro de mí. Veo una imagen en mi cabeza, es como un recuerdo difuminado.

-¡Mi peluche, mami! Sin él no puedo dormir. -Me cruzo de brazos. Ella me sonríe, toma el animal entre sus manos y me lo entrega. Lo abrazo y cuando lo hago, mis ojos se fijan en la cicatriz de mi dedo índice que me hice cuando tenía apenas dos años. El peluche es suave y cómodo, no tardo en quedarme dormida.

Cuando la imagen finaliza, me doy cuenta de que estoy en el suelo, sobre mis rodillas y mi respiración está entrecortada.
Mis manos están tapando mis oídos como si trataran de evitar que escuche pero los sonidos no provienen del exterior si no de mi interior.

-¡Laurie! ¿estás bien? -Una mujer se agacha para sostenerme, la miro pero no puedo verla. Es una mancha para mí. Siento como si mis ojos estuvieran cubiertos por una fina tela blanquecina que impide que la claridad de las imágenes los alcance.

Cierro con fuerza los párpados mientras me pongo de pie, luego regreso a la normalidad tras abrirlos.
-Estoy bien, estoy bien. -Sin dar más explicaciones, voy a casa. No puedo dejar de pensar en la cicatriz de mi dedo índice.
La niña de mi sueño tiene una igual pero en la mano contraria.

Y ese lugar... no puede ser Binhtown. Es desolador, misterioso, terrorífico.
Es como el polo opuesto de mi hermosa ciudad. Dejo caer mi mochila sobre mi cama mientras camino hasta el baño. Ahueco mis manos y lavo mi rostro.
Apoyo las palmas sobre el lavabo y le doy un vistazo al espejo.
Mis ojos están enrojecidos y eso provoca que su color azul destaque.

Cojo una goma para atar mi cabello y llevo ambas manos hasta éste. Entonces me doy cuenta. Frente al espejo, la cicatriz de mi mano derecha está al otro lado, como la de niña.
Me fijo muy bien en esta marca de mi cuerpo y es exactamente igual que el de ella. No hay diferencia alguna.

¿Y si lo que estoy viendo lo veo de frente? Por eso su mano está cambiada y su cicatriz está del lado contrario. Es como si lo viera por un pequeño agujero a través de una puerta o de un espejo.

Pero eso sólo podría significar una cosa y esa cosa me atemoriza a un nivel que cala cada hueso de mi cuerpo y hace que las piernas me tiemblen. Y es que aquella imagen que veo al cerrar los ojos casi cada noche, no es un sueño, es un recuerdo.

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