Capítulo 20
Fuera de la cueva, oigo gritos.
Me froto los ojos, levanto mi arma en el aire y camino hacia el lugar del que proviene el ruido.
Ariel discute con un hombre, James intenta mediar. Este hombre es de mediana edad, lleva una bata como las del muro, unas gafas que le ayudan a ver mejor y una mochila en su espalda.
Cuando me ve salir, su boca se entreabre y se paraliza de golpe, deja de oponer resistencia y Ariel le tira al suelo. Su arma apunta a su cabeza. James se le echa encima al rubio y le tira de un lado.
—¡James! —vocifero, corro hasta ellos y me aferro a la espalda del moreno, mi daga se posa sobre su garganta.
—¿Qué estás haciendo? —No pretendo hacerle nada, sólo evitar que haga daño al chico.
—Laurie no lo entiendes —me asegura.
—Ponte de pie, James. Por favor. —Ruego. Así lo hace. Ariel se pone de pie, limpiando los restos de sangre de su boca y manteniendo sus ojos clavados en el guardia.
—Voy a soltarte pero no vais a pelear porque apuñalaré a cualquiera de los dos, ¿está bien? —Ambos asienten. Le suelto pero no tardan en acercarse y encararse con actitud de desafío.
—¿Es que ninguno me ha oído? —Me meto en el medio, empujando a los dos a un extremo opuesto.
—¿Quién es usted? —El hombre no deja de mirarme, no ha dejado de hacerlo en todo el tiempo. Sus ojos se vuelven cristalinos.
—Laurie —musita, su brazo se estira en mi dirección como si quisiera tocarme. Frunzo el ceño y doy un paso atrás.
—¿Qué quiere? —Sacude la cabeza, tratando de focalizar la situación.
—Quiero darte las respuestas que buscas. —Abro la boca para decir algo pero la cierro de la misma manera.
—Entre. —Ariel agarra mi muñeca cuando lo digo.
—¿Qué haces? —susurra entre dientes.
—Puedes confiar en él, Laurie.
Trabaja en el muro. —A mi otro costado, es James quien habla.
Trago en seco y me decido por hacer caso al guardia.
—Si hace algún movimiento estúpido, le clavaré la daga en el cuello. —No sólo estoy advirtiendo al extraño si no también a mis compañeros.
Entro junto a él. Una sonrisa se dibuja en su rostro cuando vuelve a verme y las lágrimas llenan sus ojos de nuevo.
—Estás tan... mayor. —Arrugo el entrecejo. ¿De qué está hablando?
—¿Me conoció antes de que su jefa me metiera en ese mundo de fantasía? —Le lanzo un dardo envenenado.
Niega veloz.
—Ella no es mi jefa, Laurie
—asegura.
—¿Ah, no? —Quiero mis respuestas pero no voy a confiar en él, como ya no puedo confiar en nadie.
—No. Anna no es mi jefa, es mi esposa. —La boca se me seca.
—¿Es...esposa? —Asiente y se acomoda las gafas, que se encontraban resbalando por su nariz.
—Yo soy Neil, por cierto. —Le enfoco sin perder detalle de él.
En momentos como este me gustaría tener un súperpoder para leer la mente de las personas.
—Le diría mi nombre pero ya lo sabe. —Soy sarcástica. Me sonríe aunque creo que no ha dejado de hacerlo ni un segundo.
—Lo sé. Yo lo sé todo de ti, Laurie. Sé que naciste pesando un kilo y doscientos gramos, que fuiste prematura, que tu color favorito era el azul, que tu peluche favorito era un oso.
No puede dejar de llorar y yo no puedo entender nada. No le creo. Quiero hacerlo pero no debo.
—Dijo que iba a darme respuestas y sólo me da más preguntas. —Toma su mochila y tira de la cremallera para abrirla. Levanto el arma en el aire para asegurar mi seguridad.
Pero de ésta, lo que saca no es un arma. O sí, es un hoja profunda que se clava en mi corazón. Es el peluche de cada uno de mis sueños.
—Bonnie... —susurro.
—Siempre odié ese nombre pero a ti te encantaba. —Deja escapar una risa y me lo entrega.
Está desgastado, con un blanco que ya no es blanco. Y en su oreja tiene esa pequeña abertura de unos centímetros.
—Deje de jugar con mi mente y dígame la maldita verdad.
—Las manos y piernas me tiemblan y siento mi pulso volviéndose loco.
—Lo primero que tengo que hacer es pedirte perdón, Laurie.
Lo hicimos lo mejor que supimos... Yo sé quien es tu madre. —Y el aliento se me corta en seco.
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