Capítulo 11
Intento mover las manos pero están aprisionadas por algo en mi espalda. Mis piernas están de la misma manera, me remuevo en el lugar y abro los párpados.
Pero no tardo en cerrarlos de nuevo cuando un exceso de luz se cuela en mi retina.
—Está despierta —un hombre habla, no identifico su voz pero sí el sonido de unos zapatos que se van acercando. Me voy acostumbrando a la luz blanca poco a poco y finalmente, miro a las personas que me rodean.
—¿Laurie? —Es un tono femenino. La miro de arriba a abajo, lleva un vestido ajustado a su cuerpo y su pelo negro ondulado cae en cascada.
—¿Quién es usted? —Trato de zafarme del agarre pero es demasiado fuerte y sólo consigo hacerme daño.
La mujer se percata de mi situación y su expresión calmada pasa a ser un ceño fruncido.
—¿Qué hace atada? —Se dirige a uno de los hombres. Entonces me doy cuenta de que no están solos ella y él. Hay varios hombres más a nuestro alrededor.
—Señora, tuvimos que...-
-¡Cállate! Quítale eso ahora mismo. —Pero no espera a que su guardia le haga caso, le quita un cuchillo que lleva en su cintura y camina hasta mí. Se pone de rodillas frente a la silla y entonces, su mirada se levanta hasta mi cara.
Sus ojos son de un profundo azul y se queda parada mirándome durante un largo rato. No sabría descifrar su expresión pero creo que podría rozar la... ¿ternura?
Aparta su vista con brusquedad, como si se estuviera castigando a sí misma.
No vuelve a mirarme pero no sólo a la cara si no que, todavía con el rostro apartado, palpa con sus manos la cuerda de mis pies y la corta a ciegas. Se pone de pie, carraspea y limpia su vestido.
Luego da la vuelta para liberar mis manos también.
Camina de repente y con prisa hasta el mismo hombre y sin mediar palabra, le pone el cuchillo en la garganta.
—¿Quién le ha hecho esas heridas? ¡Habla! -—el guardia no sabe que decir pero yo no puedo permitir que esto ocurra.
—¡N-no han sido ellos! —Aunque mi voz está quebrada y temblorosa, me oye.
Da media vuelta para encararme.
—Me las hice huyendo de los cazadores. —Soy honesta, tal y como he sido educada para ser.
Si algo me enseñaron mis padres, aunque no fueran mis padres de verdad, es a ser justa.
—Traed algo para curarla.
Vamos. —Varios de los hombres abandonan la sala y podría utilizar esta oportunidad para escapar pero no llegaría lejos, es inútil.
—¿Dónde está Ariel? —A mí me trajeron aquí pero no sé que es lo que hicieron con él.
—¿Quién es Ariel? ¿El chico con el que llegaste? —Asiento.
—Tus guardias le golpearon y lo dejaron ahí fuera, desangrándose—les acuso, sabiendo de seguro que fueron ellos los culpables de su estado.
—Llevad al chico a un lugar seguro y curadle. ¡Vamos! —La mujer ordena y otro par de guardias la obedecen, saliendo de la sala y dejándola más despejada.
—¿Por qué no pasas a darte una ducha y dormir un poco?
—Cabecea apuntando a la salida. Niego.
—Sólo quiero irme de aquí. —Miro hacia mis pies, están heridos y doloridos y han manchado el impoluto suelo blanco. A mi alrededor, todo lo demás es blanco también. Pero las paredes no son lisas sino que tienen una curvatura.
—No voy a hacerte daño, Laurie. Si quisiera hacerlo, ya estarías muerta, ¿no te parece?
No soy como la anciana que te engañó. —Qué?
—¿Cómo sabe...? —Tira de las comisuras de sus labios. Pero de nuevo, su sonrisa no es de prepotencia, no es maligna.
Es algo diferente, muy diferente.
Es un gesto dulce, intenta tener mi confianza. Y he de admitir que si no me hubiera secuestrado y golpeado a Ariel, es probable que la viera de un modo muy distinto. Como una buena persona o casi.
—Siempre estoy cerca, Laurie.
Si ese joven no hubiera actuado, lo habría hecho yo. —Me asegura, señalándose a sí misma.
Sus ojos también me hablan y por alguna extraña razón, creo en sus palabras. Aunque tal vez Ariel esté en lo cierto, estoy demasiado acostumbrada a las buenas personas de Binhtown.
Así que decido seguir con mi plan, no quiero confiar en nadie de nuevo.
—Quiero irme. —Uno de los guardias regresa y en sus manos trae una caja de color blanco, como no. Se arrodilla frente a mí y saca un bote de un líquido transparente que vierte en mi rodilla. Grito por el ardor.
Con el resto de mis heridas hace lo mismo, aguanto para no darle una patada. Les echa algo más y luego las tapa con vendas de tela fina. En cuanto acaba, me levanto.
—¿No te gustaría regresar a Binhtown? —Le lanzo una mirada curiosa.
—Entonces es cierto... fue usted quien nos metió allí.
—No lo niega sino que por el contrario, lo afirma sin vergüenza.
—Tuve que hacerlo. —Se justifica aunque no da demasiados detalles.
—¿Tuvo que hacerlo? ¿Por qué tuvo que hacerlo? —Intento ahondar más.
—Dime una cosa... ¿amas a alguien? —Por mi cerebro pasan las imágenes de las personas a las que amo. Pero no lo digo, prefiero callar.
—Lo hice por amor, Laurie —y ella sin embargo, habla.
—¿Amor? ¿Qué clase de amor es ese? —Sonríe.
—El más fuerte de todos. No has respondido a mi pregunta.
—Ahora soy yo quien sonríe pero con fingida diversión.
—No sabía que podía hacerlo, ¿acaso no soy una defectata?
—La morena suelta una carcajada.
—No eres defectuosa, Laurie.
Ninguno lo es. Sólo posees una mente algo... diferente. Pero puedes regresar si así lo deseas.
—No quiero volver allí, quiero traer a mi familia aquí
—confieso. La morena arquea una ceja.
—Cuando lleguen aquí, recordarán quienes son y querrán buscar a sus familias. ¿Es eso lo que quieres? —No. Es lo que pienso.
—Quiero que sean libres. —Es lo que digo. La mujer no vuelve a responderme, sólo se dedica a mirarme y decido ser yo quien rompa el silencio.
—Quiero irme. —La mujer suspira.
-No eres mi prisionera sino mi invitada. Eres libre, puedes irte.
—¿Dónde han llevado a Ariel?
—Ella le lanza una mirada a los hombres para que hablen.
—Se resistió a que le curaramos y golpeó a uno de los guardias. Tuvimos que echarle. —Maldita sea. No digo nada, tan sólo me encamino a la salida pero su voz hace que me detenga.
—¿Laurie? —La miro por encima de mi hombro. Entonces añade; —Volverás.
De nuevo, evito mediar palabra y salgo de allí. En realidad no sé dónde está la salida pero sigo un larguísimo pasillo en el que hay varias puertas. Tras llegar al final, veo una puerta de cristal traslúcido con un par de hombres a cada lado.
Me preparo mentalmente y las piernas comienzan a temblarme.
Pero entonces, algo suena detrás de mí. Esos zapatos otra vez, esa mujer. En sus manos trae un par de macutos militares con asas.
—¿Qué es esto? —Me entrega ambos y su peso es tal que estoy a punto de acabar en el suelo al cogerlos.
—Un regalo. —Me guiña un ojo, mira por encima de mí y hace una señal a los hombres ahora en mi espalda. Cuando volteo hacia ellos, me abren la puerta. Aunque camino hacia la salida, alterno mi mirada del uno al otro.
Veo que me encontraba en uno de esos edificios bajos con techos curvos, atravieso muchos otros, el recinto es tan grande que hay carreteras y coches, es algo parecido a un pueblo. Camino directa al muro, sabiendo que éste es lo que me retiene de la salida.
La puerta del muro está abierta para mí y mis ojos no tardan en localizar a Ariel, como era de esperar, discutiendo con los hombres.
—Ariel. —Dejo los macutos en el suelo y toco su hombro para pedirle que nos marchemos de allí. Pero entonces se da la vuelta y aparta mi mano con brusquedad.
En su frente, donde estaba mi horrible vendaje, ahora hay uno mejor hecho.
—He cumplido mi parte del trato. —Frunzo el ceño.
—Pero no he recordado nada...
—musito.
—¿Y a mi qué? El trato era simple; te traigo aquí y tú me dejas en paz. He cumplido mi parte, ahora desaparece.
El rubio gira sobre sus talones y se marcha de allí sin pensárselo.
Gritaría su nombre si no supiera que no servirá. Y de nuevo, me quedo sola y sin saber que demonios voy a hacer ahora.
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