Capítulo 1
En mis pies noto un cosquilleo, cuando agacho mi cabeza, veo algunos rastros de arena y piedras que se cuelan en mis zapatos semi abiertos. Hacen que quiera reír pero estoy tan triste que no puedo hacerlo.
—¿Seguro que lo perdiste por aquí, cariño? —Asiento, enérgica. Me detengo cuando noto que mis piernas están muy cansadas para continuar.
—Mamá, no puedo. —Apoyo las palmas de mis manos sobre mis rodillas y doblo mi cuerpo en el proceso.
—Hija mía, respira profundo. Te cogeré, tranquila. —Sus brazos se cierran a mi alrededor y en pocos segundos, ya no estoy tocando el suelo. Me giro hacia mi progenitora y durante un momento, mi visión se vuelve borrosa. Pestañeo, cierro los párpados con mucha fuerza y vuelvo a abrirlos. Su rostro se aclara para mí.
—Mamá, Bonnie tiene que estar por aquí. —Ella acerca sus labios a mi cara, los posa sobre mi mejilla y sonríe. Miro por encima de su cabeza, el suelo arenoso a nuestro alrededor revela una brecha a pocos metros de donde nos encontramos.
—¿Habrá caído aquí? —Mami se acerca a ella, no hay nada dentro. Susurra algo para sí misma que no puedo entender. Seguimos caminando, pasamos por un pequeño mercado y después, llegamos a las piedras.
—¡Ahí! —Entre rocas grandes y de un color negruzco, se distingue el blanco desgastado del peluche.
Mamá me baja de sus brazos, el aire frío me eriza la piel y me siento desprotegida de repente.
Corro y me adentro en las rocas, la mayoría están agrietadas, húmedas y tienen superficies imperfectas que me veo forzada a saltear para no caer.
Entre mis dedos tomo al peluche, está sucio y una de sus orejas tiene una rasgadura de varios centímetros. Regreso junto a la mujer, tomo una profunda bocanada de aire y noto un desequilibrio que casi me hace caer. Pero ella me retiene, lo evita. Vuelve a tomarme bajo la protección de sus brazos y andamos de vuelta.
—¿Laurie? —Mis pestañas están pegadas entre sí, abro los párpados cuando la voz de mi madre alcanza mis oídos.
—Laurie vas a llegar tarde, vamos. —Sus uñas de color granate destacan sobre mi pálida piel cuando su mano toca mi brazo y me menea despacio.
—¡Mamá! —la reprocho, su otra mano hace lo mismo y la oigo reír.
—¡Levanta! —exclama mientras sigue moviendo mi cuerpo casi inerte de un lugar a otro. Sonrío y vuelvo a abrir los ojos, la veo delante de mí. Una de sus hebras de tonalidad cobriza roza mi cara. Soplo y el mechón de pelo escapa del lugar.
—Si no te levantas, le diré que venga. —Ante su amenaza, doy un salto tirando de mis mantas hacia atrás.
—¡No es necesario! —La mujer relame sus labios con diversión. Alza sus manos en señal de rendición.
—Ve a la ducha. —Señala al baño y seguidamente, abandona mi habitación.
Cuando he terminado de ducharme, me visto y salgo de mi cuarto. Mis manos van hasta mi pelo, lo liberan de la goma que me había puesto antes de entrar en la ducha. Mi cabello cae, llega a un punto cercano a mi hombro pero no lo toca. El reflejo de mi espejo me muestra que mis ondas están despeinadas, tomo el peine y las coloco, no me cuesta mucho y sonrío al recordar que esa es la razón por la cual siempre lo he llevado corto.
Atravieso el pasillo que separa mi habitación del salón y doy los buenos días a los presentes.
—Mamá dice que te has levantado muy rápido cuando te ha amenazado con mandarme allí. —Chasqueo la lengua, entrecierro mis ojos para mirar de forma amenazante a
la aludida, ésta se encoge de hombros mientras aprieta su boca para no carcajear.
—¿Crees que te tengo miedo, enano? —Mi hermano sonríe con todos los dientes y me deja apreciar como uno de ellos ha comenzado a aparecer en el lugar donde solía estar una pieza de leche.
—¡Sí! Laurie tiene miedo, Laurie tiene miedo... —canturrea.
—Vas a descubrir lo que es el miedo... —Hago un gesto de falsa maldad y mis manos levantan su cuerpo. Le doy vueltas en el aire, él suelta un largo ahhhh mientras ríe.
—¿Quién tiene miedo ahora? —Dejo escapar una risa malvada y exagerada. El pequeño patalea y una de sus patadas alcanza mi estómago. Me inclino por el dolor pero no le bajo si no que le doy vueltas aún más rápido.
—¡Socorro! —exclama.
—Laurie baja a tu hermano. —La voz de papá hace que devuelva al niño al suelo. Cuando las extremidades inferiores de éste tocan las frías baldosas, me pega un pisotón con su pie izquierdo.
Sólo cubierto con calcetines y con su escasa fuerza, no me hace daño.
Pero no dejo pasar mi oportunidad.
—Papá, me ha pisado. —Éste pone sus brazos en jarra.
—Shaun no pises a tu hermana, hermana no cojas en brazos a Shaun. —Nos va señalando del uno al otro.
—Deja que jueguen, Dean. ¿No lo ves? son tal para cual. —Cuando su esposa pronuncia esas palabras, mi hermano y yo ya hemos comenzando a pelear de nuevo y estamos demasiado ocupados para prestar atención.
—¿Por qué tuvimos hijos, Mel?
—Mi padre bromea y mi madre ríe.
—Parad, vais a llegar tarde a clase y Laurie tiene que recibir sus notas hoy. —Cuando mi cerebro procesa la información que sale por su boca, detengo mi lucha contra el enano. ¡Mi examen!
—¡Es verdad! me voy corriendo, no tengo tiempo. —Cojo una manzana con la izquierda, mi mochila sobre mi hombro y a mi hermano lo agarro con la derecha; —adiós, papá y mamá.
—¿Por qué tengo que ir contigo? quería ir sólo hoy. —Shaun refunfuña. Arqueo una ceja.
—¿No quieres ir a clase? ¿por qué?
—No he hecho los deberes.
—Cuando formulo la cuestión "¿por qué?" el niño responde encogiendo sus hombros.
—Pequeño malvado. —Remuevo su pelo liso. Dejo que mi mano repose sobre su cabeza, a sabiendas de como odia cuando hago eso.
—¡Quita! —Me aparta de un manotazo. Nos encontramos en la puerta de su colegio y me despido de él.
—No vuelvas a casa sin mí, sabes que odio volver sola. —Asiente. Menea su mano en el aire y yo hago lo mismo mientras retomo el camino. Por ir mirando hacia mi hermano, no veo cuando una niña de su edad corre en mi dirección y chocamos.
—¡Perdón! —grita.
—Perdona, pequeña. ¿Estás bien? —Me da la respuesta corta, mi vista se dirige al suelo. Entre mis piernas, hay un oso de peluche. Lo recojo y se lo devuelvo.
Ese momento me lleva a un recuerdo de la noche anterior, hay un peluche llamado Bonnie en un sueño que tengo con frecuencia. Supongo que debí tener uno cuando era pequeña y lo perdí.
El día pasa con tranquilidad y cuando la mañana finaliza, vuelvo por el mismo camino.
En mi andar, me cruzo con el señor Collins.
—Buenas tardes, Laurie. —Agita su mano con energía.
—Buenas tardes, señor Collins. Voy a su tienda en este momento. —El hombre tira de las comisuras de sus labios y alza su pulgar en respuesta.
Cuando me he encontrado con Shaun, proseguimos.
—¿Qué tal tus notas? —Me encojo de hombros.
—Sobresaliente. —Tal vez para otra persona, eso sea una gran noticia. Pero no para mí. Laurie Riley siempre tiene buenas notas.
—Vamos a comprar pan. —Entramos en el negocio de Collins.
A cada lado, hay estantes con distintos productos de alimentación y frente a nosotros, está el mostrador de pago.
—Coge el pan, yo pago.
—¿Cuál es? —Mi hermano me entretiene un segundo en el
que otro joven al que nunca había visto entra. Toma un paquete de harina, introduce el dinero en la caja y se va no sin antes saludar.
Yo hago lo mismo, escaneo el alimento, meto el dinero en la caja y cierro la puerta cuando nos marchamos. Cuando llegamos a casa, saco las llaves y entro. No hay nadie allí pero la comida está preparada sobre la mesa.
—Gracias Helen.
—De nada, Laurie. —La voz inteligente de mi casa prepara vasos para Shaun y para mí.
En el centro de la mesa del comedor se abre una pequeña puerta de la que suben un par de vasos y seguidamente, una puerta algo más grande para la jarra de zumo. Después, vuelve a la normalidad.
—Helen, ¿está lista la comida de mis padres?
—Lo estará en cuatro minutos y veintidós segundos, Laurie. —Asiento aunque el sistema sólo comprenda mi voz.
—Cuando hayan acabado, pidan su postre por favor. —La voz robotizada vuelve a comunicarse con nosotros, mi hermano y yo damos respuestas contrarias.
—Yo no quiero, gracias.
—Yo quiero helado de pistacho, por favor —pide el pequeño.
Cuando termino, doy a Helen la orden de retirar mi plato, vaso y cubierto y así lo hace. Poco después, las tres cosas regresan ya limpias a sus estantes correspondientes.
Sobre la mesa donde comerán mis padres al regreso de sus trabajos, dejo mis impecables notas y tras eso, abro mi boca de nuevo.
—¿Cuánto tardarán mis padres en volver, Helen? —La voz me da el cálculo exacto.
—Su jornada laboral finaliza en veintidós minutos y el trayecto en coche durará cinco —me explica.
—No es necesario que corran, no tenemos prisa. —La voz suelta una pequeña risa.
—Como ya sabe, Laurie, tengo programado que la velocidad del vehículo familiar se ajuste a la necesidad de cada carretera. —Oigo a Shaun bufar.
—A veces me gustaría que fuera como en las películas —suelta.
—¿Cómo en las películas? —Me acerco a él para cerciorarme de que ha terminado de comer.
—¡Sí! que las personas
pudieran conducir. —Río.
—¿Y manejar esos volantes y pedales? suena demasiado complicado, está bien así. —Revuelvo su cabello y oigo como refunfuña.
—¡Pero tú leíste un libro sobre como conducir, Laurie! ¿algún día me enseñarás? —Sus ojos brillan con entusiasmo.
—Ya te lo he dicho, enano. Es muy complicado.
En ese momento, las paredes de mi casa se iluminan sonando con una melodía que hace recordar a la lluvia cayendo. En éstas aparece un mensaje iluminado con luz azul.
«Tienes que entregar tu redacción en siete días y diecinueve horas, Laurie.»
—¿Tenías que activar esa estúpida alarma? —El enano lloriquea, tapando sus oídos.
—Desactivar, Laurie Riley. —Doy la orden junto con la clave y el sonido y luces cesan. Respiro profundo, aliviada por saber que aún tengo siete días para completar mi trabajo.
El día sigue sucediendo sin nada extraño y cuando la noche cae, mis párpados se cierran y por el escenario de mi cabeza hacen su aparición habitual la mujer misteriosa, las rocas y el oso Bonnie.
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