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II


Minseok alzó su mirada al reloj sobre la pared de su cocina. Casi era hora. Deslizó su dedo sobre la brillante hoja y observó su reflejo distorsionado mientras su mente viajaba nueve días hacia el pasado.

A ese maldito día.

Aún podía sentir el nauseabundo olor de la obscena cantidad de flores llenando el lujoso salón. Aún podía ver el patrón exacto bordado en la exageradamente larga cola del vestido blanco que se arrastraba por la alfombra. Era como una pesadilla que se repetía una y otra vez en su cabeza, si no hacía algo pronto iba a enloquecer... un poco más.

Se puso de pie con decisión y guardó el cuchillo en su funda y luego en su cinturón. No necesitaba más que eso para terminar con su pesadilla.

Mientras caminaba las pocas calles que lo conducían hacia su destino su mente le trajo el recuerdo del momento exacto en que los novios aceptaron unirse en sagrado matrimonio, como si intentara motivarlo. Ese día, mientras ellos exponían su supuesto amor, él lo había soportado en silencio, se había aferrado a lo poco que queda de cordura cuando un corazón se fractura. Había sonreído como el resto, pero solo porque su mente lo había puesto a él en el lugar de la novia; en su imaginación había sido él mismo quien tenía los labios del novio sobre los suyos, devorándolos con la pasión de una noche oscura, sin nadie alrededor, sin ropa que estorbara a la unión de sus pieles.

Minseok no podría poner en palabras todo lo que Jongdae significaba para él, pero se acercaba mucho a la realidad mencionar que Jongdae era su fuerza, su inspiración; teniéndolo a su lado nada parecía imposible, el mundo se recubría de opciones, con él vivía la vida a plenitud.. pero Jongdae no era solo eso, también era su pasión y su locura, ambas emociones tan intensas e íntimas que a veces era difícil discernir entre ellas; especialmente aquellas veces cuando Jongdae lo había hecho suyo, cuando su cuerpo lo había aplastado contra el colchón, cuando sus dulces labios se habían enredado entre los suyos. Jongdae era todo para él; era su mejor amigo, su confidente, era la única persona que lo comprendía, era el único con quien podía ser él mismo, y por Jongdae haría cualquier cosa, lo que fuera.

Lo que fuera para liberarlo de esa prisión en la que había caído.

No era tarde cuando llegó a su destino, pero todas las luces de la casa de los recién casados estaban apagadas, la pareja debía dormir ya en su habitación mientras el mundo afuera celebraba escondiendo sus rostros. 

Caminó con sigilo hasta la habitación y desenfundó su arma.

El cura los había condenado a estar juntos hasta la muerte, entonces así sería, porque Jongdae era suyo... y si no lo era, tampoco sería de nadie más.

Tal vez fue la adrenalina, tal vez la locura, o tal vez solo la pasión. Pero no resultó una tarea difícil. Hundió el cuchillo con fuerza, una y otra vez, saciando una inherente necesidad, sintiendo como la ira guiaba cada uno de sus certeros movimientos. Los gritos llenaron la habitación como una tormentosa melodía, que acompañó a los violines de su apasionada locura.

¡Ah, qué música tan inspiradora!

Cuando la habitación se volvió tan silenciosa que solo la respiración de Minseok era audible, la puerta se abrió a sus espaldas.

Jongdae estaba ahí, bajo el umbral. Sus ojos recorrían la escena de un lado a otro, pero el resto de su cuerpo estaba paralizado.

Minseok estaba de pie junto a la cama y en sus ojos destellaba un suntuoso brillo de demencia. Su pálido rostro y sus prendas estaban salpicadas de rojo y en su mano sostenía el cuchillo goteante, aquel instrumento que había utilizado para crear su macabra obra de arte.

—¿Qué has hecho? —Jongdae musitó, acercándose lentamente a él.

Por la mirada de Minseok atravesó una ráfaga de temor.

—Estás todo salpicado —Jongdae señaló con el ceño fruncido y alzó una mano para restregarle una mejilla con su pulgar.

Aunque llevaba guantes de látex en sus manos, Minseok se estremeció ante el roce.

—No pude evitarlo —Minseok musitó apenado por haber hecho todo aquel desastre—, no podía dejar de pensar en lo feliz que se veía siempre, presumiéndote al mundo. Desde que anunciaron su compromiso se volvió tan insoportable.

—Lo sé —Jongdae murmuró comprensivo.

—Y la boda —Minseok continuó, excusando su arrebato—, insistió tanto para hacer un gran espectáculo, se creía una princesa...

—Lo sé, lamento tanto haberte puesto en esta situación —Jongdae le acunó el rostro con ambas manos y la mirada de Minseok se suavizó—, pero ya está, ya no nos molestará más.

—¿Lo hice bien? —Minseok preguntó esperanzado.

—Nadie podría haberlo hecho mejor que tú, mi amor.

Jongdae sonrió, de esa forma que ponía el corazón de Minseok a latir de forma frenética, y se inclinó sobre él para besar sus labios. 

Minseok suspiró complacido y separó sus labios para recibir su lengua. Adoraba tanto sus besos, eran como el delicado roce de una pluma, un maravilloso elixir.

—Te haría el amor en este momento, pero no tenemos tiempo —Jongdae musitó sobre sus labios con la respiración agitada después de un minuto—. Cámbiate y ve a la fiesta con Luhan. No olvides adelantar la hora de su móvil de nuevo.

—Pero no me gusta estar con Luhan, siempre quiere besarme —Minseok protestó.

Jongdae apretó la mandíbula.

—A mí tampoco me gusta, pero necesitas una coartada sólida —le recordó suavemente y volvió a besar sus labios—. Cuando intente besarte cierra tus ojos y piensa solamente en mí. Te llamaré más tarde, luego de reportarlo es posible que me pidan ir a la estación.

Minseok asintió con temor.

—¿Vas a estar bien?

—Por supuesto, no te preocupes por mí —Jongdae aseguró y besó sus labios una vez más—. Cuando todo esto haya acabado voy a recompensarte por todos los malos ratos.

—No tienes nada que recompensar —Minseok sonrió—. Estar juntos será suficiente.

—Es lo que más deseo —Jongdae aseguró, acariciando sus mejillas.



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