Día 4: lluvia y árboles
He dicho tantas veces que el color gris es uno de mis favoritos, ya mis personas cercanas con certeza lo sabrán. Lo repito a diario y repito el hecho de que las personas se enfrascan en una botella de monotonía y negatividad.
Ven lo negativo de la vida como ese algo que ya existe y repiten lo que los demás repiten solo porque personas anteriores ya lo han dicho digo, ¿El color gris representa necesariamente algo negativo? No. Y lo olvidan aludiendo el hecho de ser un color muerto. Ah, la lluvia. Es gris también y por ende un día lluvioso es un mal día. Malo, triste y lamentable.
¿No?
Eso me entristece.
Las personas siempre verán lo negativo de la vida y jamás recordarán que el gris también es un color hermoso, que la lluvia y las gotas de agua gris que bailan en el suelo no significan un día perdido o un augurio desperdiciado.
Me he sentido triste, si. Pero no porque hoy vi la lluvia caer ni los árboles mecerse. Fue por algo que desconozco y no me atrevo a descubrir.
Es innecesario por ahora.
Hoy vi la lluvia, al despertar, a través de la ventana sin cristal cuando tomaba mi desayuno.
Primero la vi caer despacio, como un rocío a media noche. Luego un poco más rápido hasta volverse difusa y caer con fuerza arremetiendo en el suelo en grandes e incesantes gotas que, muriendo súbitamente en el pasto y consumiendo éste su vitalidad caían. Vi como el viento sopló acompañando la lluvia en un suave Vaivén que se volvió un poco fuerte en cuestión de unos segundos.
Vivo rodeada de árboles frondosos y diversa naturaleza por lo que ver como todos se acompasaban al ritmo del viento no me extrañaba, solo me encantó. Ellos bailaban al ritmo del viento que soplaba una bella canción de susurros vitales al compás de la lluvia. Un sonido mudo, acallado por la melodía de las copas y hojas de los árboles que, fascinados moviendo sus cuerpos bailaban y cantaban tal como fanáticos alocados en un concierto por su ídolo en un solo ritmo. La lluvia caía y con ellos la música de la lluvia de un lado a otro al mismo tiempo que se movían. Pensé en que de verdad parecían manos yendo y viniendo en una ola humana pero esta vez de naturaleza.
Y sonreí porque a veces puedo ser muy elocuente pero también infantil para tener dos décadas. Me encogí de hombros y con la mano en mi barbilla y mi codo apoyado en la mesa, tomé mí te caliente que ha estado presente todos estos días. Pues como he mencionado en los días atrás; estoy enferma.
Vi el nido del ave ámbar pero solo se meneaba fuertemente por la estrepitosa ventisca. Seguramente estaría refugiada en su nido. Esperé que de verdad estuviera bien.
Mi padre hablaba en la mesa sobre algo inconciso ante mis oídos pues realmente no le presté atención y solo asentía a todo lo que decía. Pensé en mi madre que es mi adoración y ahora está lejos de mí por problemas familiares, específicamente con mi padre. Un lío bastante grande que prefiero dejar para después. A ella la amo y es mi tesoro de cristal.
Así que la extraño.
Fue nostálgico pero no por ver la lluvia caer. Eso animó nuevamente mi mañana gris de hermoso esplendor. Fue gris el cielo y gris mis sentimientos enroscados en la copa de los grandes árboles que aún bailaban pero que después cesaron su danza quedando meramente la sinfónica lluvia casi imperceptible.
Bajé la mirada viendo la mesa y descubrí que los árboles también bailan y la lluvia también canta.
Fue fascinante pues...
Hoy fue la lluvia gris y los árboles verdes los que me hechizaron.
✓Katsu❄️
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