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𝐓𝐖𝐎

💢💥E² S¹: Erik's Story

Era el año de 1987. Ese año, y los dos siguientes, significaron para los mutantes un sin fin de diferentes dificultades.

Sin piedad alguna, los humanos realizan una cacería en contra de los mutantes al considerarlos seres de extremo peligro para el resto de la sociedad.

Aquellas personas, eran llevadas a campos de concentración para experimentar con ellos o en el peor de los casos, asesinarlos.

Entre las tantas víctimas se hallaba la familia Lehnsherr, quienes iban camino al campo de concentración.

Atheleia sostenía la mano de su hermano mayor con fuerza mientras que con la extremidad libre se aferraba al antebrazo de su madre.

Carecían de espacio en el vagón de tren, la distancia era casi nula entre las personas y el aire comenzaba a hacerles falta.

El tren se detuvo. Las voces se entremezclan pero es fácil distinguir la angustia entre ellos. Quisieron pensar que se habían apiadado de ellos y los liberarían.

La compuerta del tren se abre y se ven obligados a salir aún con la brisa alcanzando todo a su paso, y el color grisáceo de las nubes en conjunto con el aroma de la tierra húmeda daban a entender que pronto vendría la lluvia.

Gretta tomó a sus hijos y los tres salieron juntos haciendo todo cuánto pudieron para no separarse.

Caminaron dándose cuenta de la innumerable cantidad de personas que había en el campo. Los murmullos de incertidumbre continuaron.

Un soldado los condujo en fila para asignarlos a un área en específico, preguntándoles cuál era su mutación.

El joven Erik le responde tímidamente que era el magnetismo, luego le siguió Atheleia diciendo sus dones.

Los truenos comenzaron, aquello hizo que la pequeña de ojos ambarinos se aferre  con fuerza a su hermano mayor al tiempo que cerraba sus ojos.

Cuando Gretta le dijo que ella no poseía el genoma mutante, el soldado intentó separarlos.

Los gritos de protesta no se hicieron esperar, trataron de poner resistencia pero esas súplicas eran ignoradas de manera cruel.

La creciente ira de Erik ya carecía de límites, le llenaba de impotencia ver cómo los separaban de su madre y él no hacía nada. Extendió sus brazos a los costados y usó toda la fuerza posible para lograr levantar una reja de metal.

El uniformado arqueó una ceja sin apartar la mirada del niño. Entonces el hombre cambió de parecer.

Creyó que a su jefe le gustaría ver lo que el niño podía hacer.

A este punto la lluvia ya estaba haciendo de las suyas. Los hizo cruzar el campo de punta a punta bajo aquellas frías y cristalinas gotas que caían del cielo. El lodo hacía de caminar, una tarea imposible.

Llegaron a lo que parecía ser una zona residencial en el que vivían las personas a cargo del funcionamiento del campo.

Entraron al establecimiento sintiendo un poco de calidez. El soldado que los custodiaba los obligó a mantener la cabeza agachada.

Cuando llegaron, el uniformado dió dos golpes a la puerta y le permitieron entrar. A Gretta la dejaron en un rincón y no tuvo más remedio que dejar a el par de hermanos juntos.

El hombre explicó todo con lujo de detalle y a medida que el relato tomaba forma, una maquiavélica sonrisa adornó el rostro de Shaw.

—Si lo que me cuentas es cierto, entonces,— dijo mirando al soldado— él es mucho más que la flota de adefesios que está allí afuera ¿Verdad?— esta vez su vista se posó en Erik, quien muy apenas y alzaba la cabeza

—Es cierto lo que me dijo, a lo que puedo apenas ver en tu rostro, ¿O no?

—Sí—  dijo Erik con voz temblorosa, provocando que la sonrisa en Klaus no se desvaneciera.

Sacó una moneda de plata del bolsillo de su saco y con las yemas de los dedos la deslizó hasta el centro de la mesa.

—Levanta la moneda— pide Klaus— sé que eso no es nada para tí 

La curiosidad que lo invadió al oír las palabras de Klaus solo lo animó a levantar la cabeza y mirar a su madre, quien con un asentimiento quiso darle a entender que todo estaba bien.

Luego miró a ese hombre, y aún dudando de si podría hacerlo o no, extiende sus manos hacia la moneda y trata con todas sus fuerzas que esta se levante.

En medio de su desespero, miró de nuevo a su madre y ella le sonrió para tratar de reconfortarlo.

—¡Oh, ahora entiendo!— exclamó Klaus haciendo que Erik regrese a verlo

Schmidt continua

—Solo necesitas un pequeño incentivo… eso es

Klaus sacó un arma del cajón de su escritorio y apuntó a un lugar en específico, mientras Erik seguía con la vista la posible trayectoria que podía recorrer la bala.

Horrorizado se dió cuenta de que estaba apuntando hacia su madre.

No quería que le hicieran daño, así que se esforzó lo más que pudo para levantar esa moneda.

Por más grande que fuera el deseo en su corazón, no pudo obedecer esa orden.

Escuchó el disparo que acabó con la vida de su madre en cuestión de segundos.

La vió caer al suelo, mientras su hermana corría en dirección a ella.

Erik lo miró, aquella sonrisa se había transformado en una expresión de autoridad.

Escuchar el llanto de su hermana y saber que su madre se había ido, lo motivó a darle un mensaje a Shaw.

No solo levantó la moneda y aplastó la pequeña campana, también usó sus poderes para asesinar a ese soldado.

Aún no tenía suficiente, y destruyó todo lo que había en el almacén frente a él. Cada objeto chocaba entre sí de manera caótica e incluso destruía las lámparas, viendo cómo estás sacaban chispas. Un grito de rabia abandonó su pecho y por fin se detuvo.

Klaus veía todo suceder con asombro, todo quedó destruido.

—Muy pronto lograrás más que solo eso.— aseguró— tú me ayudarás a dominar el mundo.

Dejó en las manos de Erik aquella moneda que le había ordenado levantar, saliendo de su oficina sin mostrar ni una pizca de arrepentimiento por haber dejado huérfanos a esos niños.











En realidad todo aquello fue un recuerdo transformado en pesadilla. Atheleia no podía olvidar todo lo que ese hombre les había hecho, la manera tan cruel en la que los usó.

Estaba ya sentada en el borde de la cama lista para levantarse y salir corriendo por un poco de aire fresco.

Sus pasos descalzos sonaban en la madera del suelo, abrió despacio la puerta para que el chirrido que está pudiera hacer sonar no fuera tan evidente.

Sin quererlo del todo, no pudo evitar voltear hacia la habitación de su hermano.

Se acercó al ver la puerta entreabierta, pero cuando su campo de visión notó que él no estaba dentro, siguió con su camino.

Fue a la cocina por un vaso de agua fría, pasó por la sala estando alerta y abrió el refrigerador para sacar el jarrón de agua, luego tomó un vaso para servir un poco y la bebió de un trago.

Cuando alzó su vista hacia la sala, vió a Erik leyendo un libro, estaba recostado en un sillón mientras su espalda estaba recargada en el reposabrazos.

No le tomó mucho al castaño para mirar hacia ahí y notar a su hermana mirándolo fijamente, con aquel vaso aun en su mano.

Ella comenzó a caminar para volver a su habitación, sus pasos eran torpes y se quedó estática en un lugar cuando ya no pudo avanzar.

Eso inquietó a Lehnsherr, quien apartó sus ojos del libro que leía, cerrándolo despacio.

—¿Necesitas algo o no debo entrometerme?— pregunta sentándose, buscando conectar su mirada con la de su hermana.

No le gustaba entrometerse en asuntos que no eran de su interés así como tampoco veía como algo de buen gusto el que le dijeran cómo hacer las cosas. Pero ver a su hermana de esa manera encendía en él una alarma que no estaba dispuesto a ignorar.

Mientras ese pensamiento invadía su cabeza, Atheleia estaba ya de frente a él, pero con la cabeza agachada.

—No, no están bien— susurró— llevan mucho tiempo sin estarlo

Entonces Erik supo a qué se refería.

Ella caminó hacia el sillón para sentarse al lado de su hermano y finalmente lo miró a los ojos.

—Cada noche, es la misma pesadilla que no me deja descansar. Siempre me voy a dormir pensando que fue simplemente  un mal sueño y al despertar todo habrá pasado ya.

Atheleia toma la mano de Erik, y el primer sollozo se escucha

—Todo el tiempo tengo el rostro de ese desgraciado en mi cabeza, no puedo olvidar todo el daño que nos hizo Erik. Por más que intente no puedo

La castaña rompe a llorar y Erik la abraza haciendo que descanse su cabeza en su pecho.

Él no decía nada, no tenía ninguna palabra para decir. Estaba enfocado en hacer que el dolor que su hermana sentía llegara a su fin.

—Podríamos haber sido felices de no ser por él. Nos lo quitó todo. 

"Nos lo quitó todo"…

Esa corta frase causó una punzada en el corazón de Erik. Entonces recordó.

Recordó cosas que se había esforzado inútilmente por olvidar.


SOKOVIA, 1999

Era un clima lluvioso en el pequeño pueblo. Todo marchaba de acuerdo a la ya normal carencia en la que estaba envuelto el país.

Natalya estaba en el campamento de la orden escarlata, dentro de la tienda con su hermano Django.

Hacía días que las cosas no marchaban del todo bien. Ella estaba angustiada y todo el tiempo se esforzaba por incrementar la resistencia de las runas de protección que rodeaban el perímetro del campo. La lluvia y sus relámpagos solo hacían estragos en su nerviosismo y caminaba de un lugar a otro en línea recta.

Sentía que el día había llegado. Pero en parte deseaba que eso solo fuera una mala broma de la que su ansiedad la había hecho víctima

—Harás un zurco en el suelo, mujer— Django la veía caminar sin intención de detenerse

—¿¡Y qué quieres que haga?!— gritó Maximoff para luego exhalar pesadamente

—Quiero que dejes de caminar y me digas si está pasando lo que yo creo que es…

El sokoviano dejó las palabras en el aire cuando su hermana le dió la respuesta que no quería escuchar.

Su rostro se volvió pálido y se acercó a ella dejando sus manos sobre los costados de sus brazos, estrujándolos suavemente.

—No puedo hacer nada. Mi invierno debe suceder para que su primavera nazca— explica con lágrimas en los ojos

—¿Cómo esperas que llegue su primavera cuando su madre no estará con ella?

—Nuestro destino se escribió hace años y ni ella ni yo podemos hacer algo al respecto para cambiarlo.

Ella se deshace del agarre de él y va en busca de su capucha para colocarla y salir de la tienda.

Django trata de ir tras ella pero cuando él ya se encontraba fuera, percibió su silueta avanzar hacia las montañas.

Supo que no había tiempo que perder y fue a buscar a Erik.

El camino a su casa le parecería una eternidad, fue entonces que optó por invocar un hechizo de teletransportación, y al llegar y ver a su esposa siendo acompañada por los niños en la huerta, suspiró con alivio.

Entró en la pequeña casa y buscó a Erik, quien al verlo con ese semblante serio —uno más de lo usual— se puso de pie en el menor tiempo posible

—Tienes que venir conmigo— las palabras de Django sonaban como una súplica más que como una orden.

No le dió oportunidad de hablar, lo sacó a rastras de la casa y en una pequeña oportunidad, Erik preguntó casi a gritos

—¿Qué ocurre?

—Agatha quiere matar a Natalya y si no llegamos a tiempo lo va a conseguir.

Repentinamente y a causa del temor, Erik sintió un frío adormecer su cuerpo y todo lo que estaba a su alrededor le parecía muy lejano.







En las montañas, estaban ambas mujeres listas para todo lo que pudiera pasar.

—Eres demasiado dócil, siempre has sido así. Tan fuerte y astuta para tener todo el poder que desees, pero débil y tan bondadosa para tomarlo.

—El poder en las manos incorrectas es un peligro, Agatha— argumenta Natalya— fuimos educadas para saberlo. Para saber eso y más, pero no te importó. Infringiste nuestras costumbres para tomar un poder que no era tuyo… justo como ahora

—Yo no infringí ninguna costumbre, querida. Simplemente las costumbres se rindieron ante mi poder. Y cuando tenga todo el poder que deseo, tú no serás la única bajo su yugo. ¿Entiendes lo que digo, cierto?

Natalya preparó una esfera de poder, moviendo sus dedos para expandirla y enviarla directo al pecho de Agatha, quien retrocedió nuevamente

—¡Eso es!— la risa de Harkness no tardó en escucharse— no seas modesta, eso no es lo único que tienes, ambas lo sabemos

Natalya la atacaba con todo lo que tenía viendo cómo Agatha lo tomaba alegremente.

Django y Erik llegan en ese punto exacto del conflicto dónde ya es imposible interferir. Pero el verla ir, dejándose vencer lo llenó de impotencia y trató de levitar en su dirección.

Natalya lo vió a lo lejos y lanzó un campo de fuerza que le impidió seguir elevándose

—¡¿Qué haces Natalya?!— Erik apoya sus manos sobre el pequeño escudo y solo ve como estaba más cerca de tocar suelo firme de nuevo

—¡Natalya!— llamó Agatha

Ella continuó con su labor y pronto Agatha podía absorber por su cuenta toda esa energía. Se sentía viva.

Pero para Natalya era distinto, ella sentía que la vida se le acabaría en cualquier momento.

Y así fue.

Su cuerpo sin vida iba en descenso y Erik se dirigió a ella con más libertad al no haber nadie que lo detuviera.

La tuvo en sus brazos, estaba ya  en el suelo y las lágrimas mojaban sus mejillas. Se dedicó un momento a apreciar su rostro aunque este careciera de color alguno. Lo acarició como si se tratara de una delicada pieza de porcelana y entonces se dió cuenta de algo que lo hundió en la miseria:

De nuevo había perdido a alguien que amaba.

Y eso era demasiado cruel como para soportarlo.

Se resignó a perderla y tan solo pudo besar su frente por última vez

—Avisa a la orden, yo debo ir con mis hijos.— se levanta y limpia sus lágrimas— tienen que despedirla como se lo merece.

—Ve, pero tendré que hablar contigo cuando llegue a casa

La manera en la que Django pronunció esas palabras le causó un dolor de cabeza, pero al final acabó por marcharse.










Llegó a casa, encontrando a sus hijos junto a Magda.

Los pequeños lo reciben corriendo a abrazarlo. Él se coloca de rodillas a la altura de ellos, recibiendo ese abrazo sin dudarlo. 

Cuando se separaron, Erik les pidió que fueran con cuidado al jardín, ellos dieron un alegre asentir y obedecieron a su padre.

Cuando los dos se quedaron a solas, Magda no podía tolerar la angustia con la que su alrededor se ambientaba.

—Sucede algo ¿Verdad?— inquiere, entonces lo ve asentir.

—Ve con Django al campamento, él te va a decir que pasó.









Erik fue al jardín y encontró a los niños corriendo entre el pasto y las flores.

Esa sola imagen llenó el vacío de su corazón y de su alma.

Los tres se sentaron bajo un árbol y la pregunta de Pietro comenzó con la tortura

—¿Dónde está mamá?

Él toma un respiro y dice

—Tuvo que irse

—¿Qué? ¿Por qué?— ahora fue el turno de Wanda

—Bueno, ella tenía cosas que hacer. Pero quería que les dijera que los ama más de lo que se imaginan— el alemán comenzó a luchar con el nudo en su garganta

—¿Va a volver papá?— Pietro lo mira

—Tardará un poco, pero es seguro que va a volver

Pasó el resto de la tarde junto a ellos, tratando de olvidar todo eso que había vivido. 

Pero al anochecer volvieron a casa, con Django y María esperando en la entrada.

La mujer los llevó al campamento y Django le dijo a Erik que entrara a la casa.

—Te tienes que ir— Django cerró la puerta tras de él

—Estas loco, no lo voy a hacer— Erik se cruza de brazos

—Si te quedas el loco serás tú.— Django lo señala—No tendrías el valor de dejar a tus hijos sin padre.

—Eso solo sería así si me voy, no si me quedó

—¡Te va a matar!

—¿¡Y tú solución más coherente es exiliarme!? ¡No seas idiota!

—Si no te vas tienes las de perder, entiende eso. Cuando las aguas se calmen puedes volver y llevarlos contigo

—¿Y cuánto tengo que esperar para que ese día llegue?

—No lo sé

—No pienses que me voy a rendir tan fácil

—Lo harás, lo tienes que hacer. Ella la dejará tranquila cuando te vayas, en cambio si te quedas la hará sufrir porque sabe que tú también sufrirás. Pasarán años para que dé su siguiente golpe, y ahora sí podrás interferir

No muy convencido terminó por aceptar. Con el corazón nuevamente roto. Ya estaba sufriendo lo suficiente como para pensar que su sola estancia lo haría acabar con la vida de su hija.

Fueron al campamento y todo lucía sombrío. Todas las integrantes vestían de negro y el único objeto que las adornaba era una gargantilla de cuarzos color escarlata.

No hubo una sola bruja que no presentara sus condolencias. Dos de ellas lo escoltaron a la que era la tienda de Natalya, sus hijos lo recibieron de nuevo, acompañados de una buena amiga de Natalya.

La mujer le pide que saque a los niños de la tienda y los dos se quedan a solas

—Creo que Django te explicó todo a medias

—No me pienso ir, Mahpeyker. Se lo dije a él, y ahora te lo repito. No, me voy, a ir— hizo énfasis en  esa última frase, haciéndolo sonar como una sentencia

—Escúchame bien, Erik— Mahpeyker se acercó a él— si no te vas, esa mujer lo tomará como un desafío y entenderá que no quieres que las cosas queden así. Irá tras de ti y te obligará a pelear. Conociéndote, no te lo tendrá que pedir dos veces y  el siguiente paso es fácil de predecir:  te matará. No tienes poder suficiente para enfrentarla

—¿Qué van a hacer mis hijos si yo me voy? ¿No has pensado en eso?

—Se quedarán aquí, yo los voy a criar

Oh, eso no le gustó. No quería dejarle la crianza de sus hijos a otra persona.

—Si, sé que te di en el ego pero entiende. No corren peligro aquí. Ni Wanda, ni Pietro.

—Claro, van a estar seguros en un lugar en el que Harkness fácilmente puede penetrar.— Erik deja ir una risa amarga— ¡No he nacido ayer, Mahpeyker! 

—¡Que te marches anula esa amenaza! Ríndete una sola vez, cuando los vuelvas a ver y los tengas contigo entenderás que el día está cerca, y que lo único que te corresponde… es guiarla


Originalmente publicado el 26 de marzo de 2021

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