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Diez

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Nuestro coqueteo no paró allí. Se fue extendiendo, más y más, como el color amarillo al colorear un enorme Sol. No íbamos a parar por nada del mundo; Tal vez para Astrid solo fuera una aventurilla, de esas que duran del ocaso al alba, pero no me importaba, porque para mí era algo más que eso. Para mí, Astrid se había convertido en un nuevo estilo de vida, en la inspiración de mis palabras y pinturas. Comía, rezaba y respiraba para Astrid y solo para ella.

El domingo por la noche, después de una tarde de películas con Sofía, en la cual no dejaba de imaginármela con cabello oscuro y ojos cual zafiro, escuché a mi madre llorando en su cuarto. Pensé que la había decepcionado, que por eso no me había hablado de sus errores mayores en su juventud, porque temía que su hijo quisiera probar la delicia que es ver a las personas en tonalidades distintas, mezclarse y bañarse de todos esos colores que no conocía...

No me gustaba ver a mi madre de color azul. A ella siempre la veías —la mayoría de las veces— amarilla de alegría, y el otro poco tiempo roja de los corajes que le hacía hacer. Pero más que nada a Romina siempre la veías color rosa, con corazones revoloteándole en el cuerpo, enamorada de la vida y de mi padre.

Tal vez y no fuera por mí que mi madre estuvo llorando como Magdalena hasta que se había quedado dormida. No quería entrar en el cuarto. Me aterraba la idea de que mi madre despertara y encontrara a su propio hijo catalogándola como un color, uno de los colores más triste que existe en el arcoíris. Me perturbaba la idea de que mi mamá supiera que la había visto en uno de sus peores mi momento.

Recordé como un vago recuerdo que mi padre había salido a toda prisa, enfadado... Supongo que esa era la verdadera razón por la que Romina estaba como estaba. Vi por la puerta entreabierta que estuviera bien dormida, y después abrí la puerta antes de que lograra rechinar. Tomé asiento en el filo de la cama, y la vi, todavía con el sentimiento a flor de piel, con los ojos hinchados y con ganas de querer llorar aún más. La iba a dejar, no quería que me diera explicaciones de la pelea con mi padre, pero entonces vi que sostenía unas fotos. Las sujetaba fuertemente a su pecho, como si no quisiera que se las quitaran... que las vieran.

Con delicadeza le quité las fotos que traía. No solo estaban las fotos normales, sino unas polaroids... Sus polaroids. Tragué tan fuerte a como pude, y al voltearlas vi la cara de Gabriel de joven y de su padre Daniel. En las fotos en formato normal se veía a un señor con cabello negro y ojos claros, con pecas en todas partes, era él, era Gabriel, y en la foto estaba sonriendo como nunca antes en su vida.

Mi madre había engañado a mi padre con su... No era su amor de preparatoria, porque su amor de joven era el padre del chico de la foto. En la otra foto se encontraban ambos, (Romina y Gabriel) en una cancha de tennis, sonrientes.

Romina se había convertido en el color negro, sin luz, sin vida... Ya no era una persona con turbias intenciones, sino ahora era todo lo malo que una persona podía ser muy en su interior. Me enfadaba, me entristecía, me provocaba todas esas malas emociones tan solo pensar en las fotos que sostenía en esos momentos.

Mi madre no había dejada su pasado en donde debería estar: en el pasado. Ella lo seguía viviendo, repitiendo... Incluso había retomado su habitual forma de recordar a las personas: tomándoles fotos. No podría ocultar todo lo que sentía en ese momento, necesitaba desahogarme con alguien, necesitaba que alguien me escuchara y no dijera nada.

Muchos minutos más tarde me encontraba enfrente de una puerta que no había conocido nunca en mi vida. Toqué, esperando a que abrieran. No estaba con Miranda, mi abuela; Tampoco quería contactar a mi padre, y mucho menos a Sofía.

Astrid abrió de inmediato, se estaba acomodando la bata de dormir, y al momento de alzar la cabeza se inmovilizó. Era obvio que no esperaba verme ahí, y mucho menos a esas horas de la noche... Antes del juicio. Se veía hermosa, como si las estrellas bajaran y se hubieran posado en ella, como si el poderoso cielo oscuro se dejara caer en su lacio cabello. Astrid era bella sin maquillaje, con maquillaje, con la peor ropa que le pusieras... Era como el primer brochazo de pintura en el retrato: No sabías cuán bello sería hasta que está completa la obra.

Ella, Astrid, me hacía feliz. Hacía a mí ser regocijarse en un mar amarillo, donde el cielo era rosa, llenando todo el espacio de amor y pasión.

—... ¿Miguel?

—¿Qué? Ah sí... —por un momento que había venido a hablar con Charlie—. ¿Está Charlie?

Astrid abrió sus bellos ojos azules en exceso. Al parecer no había contado en que había ido hasta allá por mi primo, en vez de por ella. Fuera de toda la envidia que me provocara la buena vida que tenía Charlie, y las gratas oportunidades que tenía de poder despertar junto a Astrid, mirar su cabello enmarañado en la mañana, poder besarle sus desnudos hombros y admirarla por un buen rato; era mi familia, y me tenía que ayudar con esta situación.

—Está dormido. Lo despertaría, pero mañana es su gran día y...

—Lo entiendo —suspiré—. Bueno, entonces...

—Pero puedes hablar conmigo —me interrumpió, con cierto tono en su voz diciendo que no quería que me fuera—, si quieres.

Quería hablar con ella, pero no de esta situación familiar, sino de lo nuestro —claro, si tuviéramos algo concreto para decir "lo nuestro"—. Balbuceaba, mis manos sudaban y había algo que no me dejaba concentrarme para decirle cuál era mi problema. Aunque mi problema podría decirse que empezó desde el momento en el que se paró en la puerta de mi casa, con esa linda sonrisa celestial y no tenía ni la mínima idea de lo que provocaba en mi interior.

—Creo que hubiera despertado a Charlie —soltó unas carcajadas, llenas de nerviosismo—. Lo que te podría decir es que no te preocupes —se acomodó en el sillón, subiendo su fornidas piernas—, las cosas se solucionarán por si solas. Tus papás saben por qué hacen todo... Deberías enfocarte mejor en otras cosas, algo mejor como...

Astrid se quedó callada. Quería completar por ella la oración que había dejado al aire. Hubiera dicho <<¿Cómo besarte?>>, pero no me atrevería con Charlie estando a una habitación.

—Astrid, ¿te puedo decir algo?

Ella se limitó a mirarme con sorpresa, sentía que ella ya sabía lo que diría pero daba igual que lo supiera o no, yo quería afirmárselo de una buena vez. No aguantaba más. Si no lo decía de una vez podría volverme un completo loco, podría explotar en la obsesión y atreverme a descargar todo esto que siento tomándole fotos como un completo psicótico a Astrid; Hacer de mi amor algo tan privado que seguiría haciéndolo, y en realidad no sabía si quería esta vida.

Yo sólo quería disfrutar el momento, esos sentimientos, esos colores profundos que Astrid me hizo sentir por primera vez.

—Sí, claro —contestó en susurro, como si Charlie se pudiera despertar en cualquier momento. Se acercó con exceso a mí. Quería que la cercanía fuera un poco más corta para tenerla nariz con nariz y verla como lo que era: una obra de arte—. ¿Qué me quieres decir Miguel?

—Yo... Ah... —sentía la garganta seca, y el calor aumentaba haciendo de mis mejillas dos pequeñas cerezas—. Y-yo... Astrid, desde que te vi que-quedé enca-cantado. Y ahora yo... Yo me preguntaba s-sí po-podría...

—Yo también —se acercaba poco a poco más— me he estado preguntando —solo un poco más. Ya podía notar sus pecas a la distancia a la que estábamos. Pasaba la mirada de sus labios a sus ojos con exquisitez. Estaba a punto de probar el Cielo— si podría...

No aguanté ni un microsegundo más. Llevé mis manos hacia su cara, y con delicadeza la jalé hacia mí. Presioné mis labios con los suyos, y empecé a besarla con toda ese sentimiento que tenía desde que la miré la primera vez. Sus labios eran suaves y carnosos. Me sabían a mil cosas diferentes cada que seguía probándolos. Eran una maravilla sus besos.

Bajé poco a poco las manos, tocando sus fríos brazos hasta llegar a la cintura. Astrid parecía no querer parar, y sinceramente yo tampoco. Me paré con rapidez del sillón sin dejar de besarla. Ella pareció entender que quería hacer y se fue acostando en el sillón al ritmo en el que el beso iba aumentando la intensidad.

Se separó.

—Espera —dijo, con la voz entrecortada, y con las mejillas ardiéndole—, no podemos seguir... Charlie...

—¿Charlie? —toda esa euforia que tenía me fue arrebatada al escuchar el nombre de mi primo. ¿Cómo podía Astrid traer a Charlie a la conversación cuando teníamos nuestro momento? Me enojé. Era rojo—. ¿Por qué mencionas a Charlie ahora? Acaso... ¿no te...?

—Claro —habló con voz queda, recordándome que Charlie aún seguía en el apartamento y podía despertar en cualquier instante— que me ha gustado —se ruborizó aún más—. Desde que intuí que te gustaba no pude dejar de pensar en que tal vez podría... Pero soy la novia de Charlie.

—Sí, lo entiendo —la verdad era otra. No podía pensar con claridad y no quería empeorar las cosas, así que caminé a la puerta—. Adiós Astrid.

...

En todo momento, mientras estaba en la audiencia, no podía de dejar de pensar en ese beso. Astrid volteaba con disimulo para ver si podía encontrarme entre toda la gente, y claro que lo hizo. Cada que nuestras miradas se cruzaban no podía evitar verla con ganas de otro beso más, pero la forma en cómo me observaba me confundía.

—¿Te encuentras bien, mi amor? —me preguntó Sofía, entrelazando su brazo con el mío.

—De maravilla —la miré, y la besé con la esperanza de que Astrid lo viera todo.

Ganaron. El caso que defendía Charlie fue el triunfador, y eso significaba que vería a Astrid más tarde en mi casa, en mi territorio, y no podría escapar de todo el panorama gris que me ha hecho ver.

Ese beso me hizo entender y querer que mi vida siguiera este curso, no quería dejarla. Me corrompí y me corromperé las veces que sean necesarias para poder seguir viendo la vida de colores, sin dividirme en los bandos del blanco y el negro, y poder actuar como el color gris.

—¡Miguel! ¡Miguel! —gritaron desde el otro lado del salón—. ¡Miguel!

Me tomaron del hombro y volteé. Era Charlie. Por un momento me sentía tan bien de saber que no había ganado todo en este día, que yo llevaba la ventaja aunque sea por un beso y eso me inspiraba y me daba orgullo.

—Felicidades por ganar.

—¡Ah que va! ¡No solo gané yo! ¡Tú ayudaste mucho! Así que también has ganado hoy —sonrió—. Me dijo Astrid que ayer fuiste para hablar conmigo sobre algo que había pasado en tu casa, que te veías un poco aturdido... ¿Quieres hablar de eso?

Charlie se portó diferente conmigo. Había vuelto a ser mi primo y no un odioso familiar y rival. Su apoyo en esta situación me hizo color azul al saber que había besado a su novia, que quería a Astrid más de lo que alguna vez pude querer a alguien. Me volví azul en ese momento.

Todos habían dicho desde que era pequeño que tenía un ligero parecido con Charlie, y la verdad no me incomodaba tanto. Carlos, mi primo era como yo físicamente, bueno vale... a excepción de los ojos —que por desgracia yo tenía marrones y el aceitunados—; pero no era como yo y mi forma de ser. Él sabía quién era y no necesitaba de nadie que le dijera quién o cómo ser, de qué color ser todo el tiempo. Eso admiraba de Charlie, y por la misma razón en ese momento yo me daba lastima.


Acompañé a Sofía en un último intento por comprarse algo para la cena que se llevaría a cabo en algunas horas. Los nervios me carcomían. Había una parte muy en el fondo de mi ser que me decía que todo estaba mal, pero la parte mayoritaria le hacía caso omiso.

—¿Y bien?

Alcé la mirada y vi a Sofía con un vestido corto y con vuelo blanco con estampado de flores. Se le veía bien, no lo negaré, y eso me hizo tener que pararme del asiento y caminar con precisión a ella, tomarla de la cintura y besarla de la misma forma que lo había hecho con Astrid; esperando tener la misma sensación de júbilo y adrenalina que me hizo sentir el beso de aquella noche. Pero el beso no fue así. El beso con Sofía había sido tan puro como ella y tan falta de emoción como el color blanco; En cambio el beso con Astrid había sido adrenalina, deseo y lleno de colores por cualquier lugar que lo viera.

—¡Eso fue... estupendo, Miguel! —contestó Sofía una vez que dejé de besarla al saber la respuesta a mis preguntas.

—Sí, lo fue —mentí.

No había sentido nada con ese beso, no había sentido nada durante toda mi relación con ella. Mi noviazgo había sido un engaño.

Estando ya todos reunidos no se sentía tanta la incomodidad que se había formado entre Astrid y yo. Mis ojos no dejaban de admirarla y mi mente de imaginarla a mi lado. Esto no pararía. Había empezado como una atracción y sobrepasó a la obsesión de quererla solo para mí.

Gris. Soy totalmente gris.

A la hora de la cena todos —excluyendo a la inocente Sofía— empezaron a sospechar que algo había pasado entre nosotros. Era obvio que Astrid no sabía que hacer, pero lo que yo quería que hiciera era que me dejara besarla de nuevo; ¡No había decidido corromperme por nada! Quería que valiera la pena todo esto que estaba experimentando.

Me había perdido en mis pensamientos hasta que escuché las carcajadas de mi tía y el timbre sonando.

—Yo voy —me ofrecí, pero mi madre quería a toda costa ir—. En serio... Yo puedo ir mamá.

Necesitaba despejarme de todo una vez por todas. Al abrir la puerta lo primero que pude notar fueron los ojos color miel, casi amarillos, del señor que estaba parado en la puerta esperando a ser invitado a pasar.

—Hola, ¿se encontrará Romina en casa?

—¿Quién la busca? —pregunté, esperando que el nombre no fuera el que estaba imaginando que sería.

—Gabriel. La busca Gabriel.

—Yo me hago cargo, cariño —dijo mi madre, acariciando mi brazo y sonriéndole al hombre de la puerta.

¡Cómo no me había dado cuenta! Era él. Había visto cientos de fotos de él y aun así no lo reconocí en persona... ¡Pero que completo idiota! Me esperé un momento para escuchar de lo que hablaban, pero Sofía había llegado por mí y me había llevado de nuevo a la mesa y los inestables intentos de decirle con una mirada a Astrid que saliéramos del lugar.

Vi cómo estaba muy sonriente con Charlie, demasiado cariñosa pero al momento de verme su sonrisa se desvanecía y volvía a ser azul. Me vi interrumpido por dos personas que entraban al comedor: eran Romina y Gabriel. Nunca me percaté que mi padre no estaba en la cena.

Astrid le dijo algo al oído a Charlie, quien sonrió con picardía, y después de ello se levantó. Me levanté, pero Sofía me detuvo agarrándome del brazo.

—¿A dónde vas?

—Ah... Este yo... He recordado que no he traído algo que mi madre me pidió —tomé su mano y la quité de mi brazo.

Caminé lo más rápido que pude y al llegar a la entrada no había nadie. Escuché pasos arriba y supuse que Astrid se encontraba arriba. El corazón me latía con más fuerza con cada peldaño que subía.

—Aquí estás —dije, tan emocionado y amarillo.

—¿Por qué me seguiste? Sabía que lo harías pero... —se detuvo—. ¿Podemos hablar en otro lugar?

Asentí con la cabeza y la dirigí a mi cuarto. Prendí la luz, y al hacerlo el rostro de Astrid invadió el panorama. Ella volteaba y se veía en todas partes. Uno, dos, tres... ¡diez! Retratos.

—Miguel esto es... Esto no está bien —se volteó—. Tú no estás bien...

Salió de la habitación y corrió escaleras abajo. Tenía que detenerla, decirle lo que en verdad me hacía sentir. La seguí hasta que tuvo la mano en el picaporte de la puerta.

—¿Astrid? —escuché preguntar a la dulce voz de Sofía.

—Quédate aquí Sofía —le ordené y salí al encuentro de Astrid.

Astrid se había detenido a la mitad de la calle. Se frotaba los brazos para darse calor después de salirse sin un abrigo en esa noche fría. Me acerqué a ella, la rodeé hasta quedar cara a cara.

—¿Podemos hablar?

—¿Hablar de qué? Miguel... —suspiró—. Te seré sincera. Eres un chico muy apuesto y no me sorprende que tengas a las niñas atrás de ti, pero... —soltó un bufido—. Lo que quiero decir es que sí, me atrajiste un poco, y antes del beso me decía a mí misma "¿Por qué no besar al primo de tu novio, Astrid? ¿Qué tiene? ¡Es solo un beso! Es solo eso... un beso"

—Si solo fue un beso entonces...

No terminé la oración cuando de nuevo Astrid me estaba besando. Yo sabía que ese beso no era solo eso, sino que estaba lleno de las mismas emociones que yo sentía. Me separó de ella.

—¿Miguel? —preguntaron a mis espaldas—. ¿Be-besaste a Astrid? —preguntó nuevamente Sofía, con voz entrecortada y tapándose la boca, haciendo ver que no podía creer lo que había visto.

—Sofí... —empecé a caminar hacia ella—. Sofí déjame explicarte.

—¡NO! —retrocedió unos pasos—. ¿Fue por eso que me terminaste hace unas semanas? ¿Fue por ella? ¡POR LA NOVIA DE TU PRIMO!

Me sentía culpable, me sentía café: deprimido, estresado...

—¡Cómo te has atrevido! —salió de la nada Charlie—. ¡He confiado en ti desde que llegué! ¡Te ayudé en lo que pude! ¿Y cómo es que me paga mi propio primo? ¡BESANDO A MI NOVIA! A una sobrevalorada mujer que no tiene pudor y...

—¡No metas a Astrid en esto! Ella sólo...

—¿Sólo qué? ¿Sólo se dejó besar y tocar por alguien más que no fuera yo? ¡Eres una completa...!

—No te atrevas a decirle eso a Astrid... —le advertí.

—... Cualquiera. ¿Qué me vas a —añadió— hacer primo?

Humedecí los labios. No importara que Charlie fuera más alto que yo por unos cuantos centímetros. Estampé mi puño en su cara, dejándolo aturdido y con un hilo de sangre saliendo de la nariz.

Esa noche no fue lo esperado. Sofía me dejó. Esa Sofía que conocí anteriormente ya no estaba. Después de que vio que mi amor platónico no era ella y nunca lo sería, de que no me gustaba a como me gustaba Astrid, se volvió azul y café. Su cabello ya no brillaba más, su mirada reflejaba el dolor y sus labios eran tristes incluso a la hora de sonreír.

Nunca volví a saber de Astrid, de la persona que me enseñó el mundo de las emociones. Charlie la dejó, la despidió... No la dejó volver a nuestras vidas. Astrid desapareció como el saturado rocío de las mañanas en la tarde. Sus pecas figuraban ser las estrellas, y su cabello el negro cielo de las tormentosas noches en las que los relámpagos que aparecían eran del color de sus ojos.

Fui blanco, y Astrid me convirtió en todos los colores con tan solo verla; Me enseñó que el amor viene en diferentes tonalidades, que te hace cambiar de un color a otro sin siquiera notarlo. Y ahora que ella se ha ido me he quedado en el color más turbio de todos, el gris. SOY GRIS.

Siempre lo seré.

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Y bueno caramelos... Esto ha sido DEEP COLORS.

Quiero agradecerles desde el fondo de mi desolada y mallugada alma de colores todo lo que han hecho por la historia: desde leerla, votar, comentar e incluso presionarme para subir nuevos capítulos.

Siempre han estado ahí para mis locuras y se los agradezco mucho.

Miguel les agradece el haberlo acompañado en esta travesía de colores, ayudarlo a corromperse por alguien pasajero. MIGUEL LOS AMA.

MIL GRACIAS #Colorings por todo. Saben que los amo.

Espero sigan aquí leyendo mis locuras.

¡HABRÁ EPÍLOGO!

Y por último los invito a seguirme en mis redes sociales. En todas aparezco como 《iQueBooks》 así que no duden en hacerlo. En la página de FB seguiré subiendo multimedia de la historia y de las otra en tengo♡ 

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