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CAPÍTULO 7

Tú.

Nuevamente tú. Apareciendo como si nada en mi vida.

Detesto tanto tu presencia, pero a la vez la anhelaba desde hace tiempo.

¿Cómo es posible querer y odiar a alguien al mismo tiempo?.

Es lo que siempre provocas en mí pero así como generas esa duda, quiero que me respondas.

Dave Franco.

Ese es el nombre perteneciente a todos aquellos torbellinos que se han generado en mi persona en este último tiempo. Es el responsable de mi apego a la soledad y el constante pensamiento de la insuficiencia que soy.

Debería ignorar tu mensaje. Debería ignorar que en un tiempo llegué a pensar que lo seríamos todo.

Así es, triunfando como siempre.
Aleeza 11:05 pm.

Lo siento.

Pensé que sí vendrías a México.
Dave 11:10 pm.

No me dejaron.
Aleeza 11:13 pm.

Quería que estuviéramos juntos.
Dave 11:30 pm.

Yo también quería estarlo.
Aleeza 11:33 pm.

Último mensaje antes de irme a dormir, dejándome con el deseo de querer saber más de tu día.

Pero es normal en ti, dejarme sin el poder decir.

—¡Vamos, Aleez!, llegaremos tarde—grita Aldair desde la entrada.

—¡Lo siento!, ¡lo siento!. No esperaba que cinco minutos se convirtieran en treinta.

Nuevamente no pegué un ojo en toda la noche. Sabía que tarde o temprano mi cuerpo me cobraría factura. Y posiblemente comenzaba ya a hacerlo.

Una persona normal que sufre de insomnio puede recuperarse mediante el descanso y relajación.

Sin embargo, para la mayoría de pacientes que padecemos lupus, el desvelo también puede ser un gran enemigo mortal, pues el cansancio y desgaste que nos genera se vuelve el doble...el triple de una persona normal e incluso, puede llevarte días o semanas recuperarte.

—Hija, ¿por qué tienes insomnio?.

—No lo sé, supongo que es porque apenas me estoy volviendo a adaptar a levantarme temprano.

—Sí, es difícil cuando dejas de estudiar y lo retomas después de un tiempo. Pero trata de hacerlo, tienes que cuidarte.

—Lo sé—le respondo con una sonrisa de lado demostrándole que estoy bien.

Sin embargo, mi cara demacrada expresa todo lo contrario.

Camino con Aldair hacia la entrada.

—Cualquier cosa, márcame.

—Cuídate—le respondo con una sonrisa y se va en dirección a su facultad.

Camino arrastrando los pies.

Hoy es uno de esos días en los que me maldigo y maldigo a todos a mi alrededor.

Mi cuerpo comienza a doler y el temblor en mi cuerpo se hace presente.

Ayer me sentía bien, actuaba bien, hoy presento ligeros estragos. Pero así es mi día a día.

No sabes cuándo despertarás bien, o cuando necesitarás de alguien incluso para poder ir al baño.

Sumida en mis pensamientos, siento como un peso se deja caer sobre mis hombros y veo un brazo rodearme, provocando un ligero dolor en ellos y toda mi espalda.

—Hey fora, muy buen día. ¿Acaso no te dieron anoche o por qué la cara?—aquellas palabras hubieran sonado cómicas para mí si en ese momento no estuviera sintiendo que mi cuerpo se desprende de mi cuello.

—Por favor, no me eches tu peso encima—digo mostrando una mueca de dolor. Rápidamente él la retira.

—¿Estás bien?.

—Sí, es sólo que hoy amanecí un poco adolorida.

—Uyyyy, entonces sí estuvo buena la cosa—dice de manera burlona. Me limito a bufar y continuar mi camino—No pasa nada oigaaaa—dice mientras camina detrás de mí.

Giro y tiene su mirada fija en mí y una sonrisa.

—¿Qué tal todo?.—trato de responder lo más amable posible.

Como antes había mencionado, el lupus trae consigo a su gran amiga, alias "bipolaridad", y comúnmente se hace presente en aquellos días que sólo quieres quedarte en casa, acostada y viendo Shrek 2.

Hoy era uno de esos días. Pero Gian no tenía la culpa de ello. Ni yo. Ni nadie. Solamente tú, lupus.

—Mmmneahh, todo normal, ya sabes. Disfrutando la vida—le sonrío ante aquella buena actitud suya, que sin duda me hacía falta ese día—Trata de no morirte en clases, por favor, que quiero platicar contigo en el receso—dice para acto seguido alejarse en dirección a su área.

Créeme que trato. Y es todos los días.

—Muy bien, como ayer les estaba explicando, al final del semestre se tiene que presentar un proyecto por especialidad. Como somos varios, he decidido que el proyecto será en parejas. Es un total de 15. La que mejor haga el proyecto, lo presentará. ¿Cuál es el beneficio de todo esto?, conseguirán un total de cinco puntos extras para su examen final y podrán utilizarlo no sólo en mi materia, en cualquiera que deseen—finaliza el profesor.

Rápidamente los murmullos comienzan a sonar entre el salón.

Como es de imaginar, algunos ya se hablaban entre sí y otros cuantos aún esperábamos en poder entablar conversación con alguien.

¡¿Cómo demonios iba a conseguir pareja si no había dicho ni un sólo pío?!.

Tranquila, Aleeza.

—Hola—una voz masculina se escucha junto a mí—No veo que te muevas en busca de alguien y bueno, yo tampoco tengo a nadie así que, ¿trabajamos juntos?.

Aquel chico de cabello rebelde, dientes de conejo y unos ojos color verde era todo un Don Juan.

—Hola, claro que sí. Me has salvado—alzo la vista dejándole ver mi rostro y le muestro una sonrisa.

—Oye, eres la niña del balón.

—Y tú el que la lanzó. Gracias por casi matarme—comienza a reír.

—Gracias por devolvérmelo. Mi nombre es Edwin, mucho gusto—me extiende la mano.

—Aleeza—le correspondo.

—¿Trabajarán juntos?.

El profesor se hace presente ante nosotros con una lista en mano.

Los dos asentimos con la cabeza.

—Sus nombres, por favor.

—Aleeza Luján.

—Edwin Fajardo.

—Excelente, jóvenes. En un momento les explico de qué tratará.

Se retira en busca de los demás alumnos.

—¿Y qué tal?, ¿qué te parece la escuela?—pregunta al tiempo que se gira al verme.

—Bastante bien hasta ahora, me agrada que sea bastante grande. Mi anterior escuela era muy chica—le respondo.

—¿En dónde estudiabas?.

—Oh, no soy de aquí. Estudiaba en Oaxaca.

—Ohh vaya, ahora entiendo el porqué de tu acento—comienza a reír.

—¿Y a ti qué tal la escuela?.

—No me quejo, pero me podría ir mejor—comienza a vibrar mi celular.

Giro y tratando de ser lo más discreta posible saco de mi pequeña mochila negra la que necesito. Tomo mi bote de agua con un poco de dificultad, el temblor en mis manos no ayuda en nada.

—Es el efecto que creo en las chicas—dice Edwin al observar cómo mis manos y brazos tiemblan al momento en que llevo mi bote de agua a mi boca para poder tragar la pastilla.

Luego de hacerlo, me vuelvo a él.

—No en esta chica.

—¿Entonces por qué tiemblas?.

—Porque quiero y puedo—se ríe y está apunto de hablar cuando es interrumpido por el profesor.

—Bien jóvenes. El proyecto va de esto: la creación de una empresa o producto innovador. Aquí tendrán que plantear un muy buen plan de negocios en el que expliquen todo lo que pretenden hacer. Me tienen que entregar su análisis foda, su diagrama de organización, datos generales de su empresa. Conforme vayamos teniendo las sesiones les iré explicando con más detalle para que lo vayan realizando. Cualquier duda ya saben que estaré apoyándolos—suena el timbre—Sin más por el momento, pueden salir.

Hora del receso.

Gracias, Jesús.

—Vendamos condones. Un negociazo en una universidad. O drogas, lo que sea es bueno—dice Edwin mientras camina junto a mí y salimos del salón.

—La palabra "innovador" se refiere a algo nuevo, Edwin. No a objetos que ya han sido inventados y, que por cierto, no son bien usados.

—Ah chale, yo quería ser millonario.

—¿Crees que vendiendo condones lo serías?.

—Obvio—río ante su respuesta—¿Volverás a comer bajo el árbol?

—Me parece que sí.

—Excelente, conoces ya tu tarea—sonríe y se dirige hacia la cancha.

—Diez pesos por cada devuelta.

—Ambiciosa.

—Yo diría, mujer exitosa de negocioS—sonrío y me dirijo a la cafetería.

Hoy era uno de esos días que por supuesto, ameritaba un rico y suculento chocolate blanco Hershey's.

¿Por qué no?, uno tiene que consentirse.

Me dirijo hacia el árbol y para mi sorpresa ahí está aquel individuo aguardando.

—Gian—le digo mientras contemplo su rostro. Tan sereno, tan tranquilo.

Aquellas pequeñas ráfagas de viento moviendo aquellos castaños cabellos no sientan nada mal a la vista de alguien.

Abre los ojos y esboza una sonrisa al verme.

—Decock, llámame Decock—se sienta y lo imito.

—Creí que odiabas que te dijeran así.

—Mmm sí, pero no puedo negarme ante el acento foráneo—comienzo a reír—Veo que estás mejor, ¿qué tenías en la mañana?—pregunta mientras sus ojos están clavados en un jugoso durazno que sostiene entre sus manos.

—Hay días buenos y malos. Hoy es un día intermedio—le respondo mientras abro mi riquísima barra de chocolate.

No me sentía de lo mejor, pero trataba de aparentarlo y creo, estaba funcionando.

Comienzo a degustar mi exquisito manjar y cierro mis ojos como me es costumbre perdiéndome en aquel delicioso sabor.

—Vaya desayuno tan saludable—dice mientras me mira. Abro los ojos y lo miro.

—Hoy amerita comerlo—prosigo comiendo.

Pensé en compartirle un pequeño trozo. Pero NO. Siempre he dicho que es bueno compartir con los demás, pero eso no aplica en mi más grande tesoro.

—Cuéntame, ¿qué otras cosas le gustan a la foránea?.

Finalmente, ha llegado la típica charla formal que uno realiza al conocer a alguien.

—Típica plática—digo burlonamente mientras sonrío.

—Tienes razón. Será mejor ir descubriendo por mi cuenta quién eres, Aleeza.

—¿Cómo sabes mi nombre?. Si ahora que lo recuerdo, en ningún momento te lo he mencionado.

Y tenía razón, no recuerdo habernos presentado.

—Sólo te diré que me llaman Joe—me guiña un ojo.

Entendí esa referencia.

—¿También ya has visto You?.

¡Vaya coincidencia!, me sorprendía cada vez más el saber cuántas cosas en común teníamos, o al menos eso parecía respecto a la series.

—Entiendes mis referencias. Eso es otro punto a tu favor—esboza una sonrisa.

Lo miro y frunzo el ceño.

—Espero que lo de Joe sea una broma—respondo al recordar aquel personaje.

—Sí, bueno. Tengo que irme—se levanta mientras se sacude.

—¿Me dejarás sola?—le pregunto fingiendo una cara triste.

—No creo que te roben. Y si lo hacen, bueno, ya conseguiré otra foránea—sonríe y me guiña un ojo.

Yo abro a no más poder mi boca mostrando mi cara de indignación.

Él se comienza a reír y se retira.

Maldito Decock.

Suena el timbre y me levanto para depositar la basura de mi almuerzo.

Camino en dirección a la cafetería mientras mantengo mi mirada en mi teléfono celular.

Ningún mensaje, ninguna respuesta.

Típico de ti, Dave.

Me rindo y cuando estoy apunto de guardar mi celular en el bolsillo para poder alzar la mirada y ver en qué dirección voy, siento el choque de un cuerpo contra el mío.

Caemos al mismo tiempo.

Rápidamente me incorporo y observó quién ha sido aquella persona.

Era una chica tocándose la frente donde claramente nos hemos golpeado ambas. Le ofrezco mi mano.

—Lo siento mucho, no me he fijado por ir en el celular, ¿te encuentras bien?.

—No te preocupes, la culpa es mía por ir rápido—dice mientras me expresa una sonrisa.

—Bueno, debo irme y nuevamente una disculpa—respondo devolviéndole la sonrisa.

Ella hace lo mismo y continuo.

Camino hacia el salón y a mi cabeza se viene el proyecto que ahora tengo en mis manos junto con Edwin.

El estrés comienza a aparecer.

Gian.

Me apresuro a llegar al lugar de encuentro.

Marco es de aquellas personas que no le gusta que lo hagan esperar, aunque te considere su amigo.

—Creí que no llegarías—dice al verme llegar.

—Cinco miserables minutos.

—Al grano, Lewis. ¿Cuánto vas a querer?.

Sí, ese ridículo apodo me lo había puesto él.

¿La razón?, no tengo ni la más mínima idea.

—Lo de siempre.

Marco extiende su mano con aquel pequeño bulto hacia mí y procedo a darle el pago correspondiente.

—Ya sabes, cuando necesites—se coloca sus gafas negras y arranca.

Guardo el pequeño bulto en el bolsillo de mi pantalón y me dirijo hacia mi próxima clase.

Pienso en aquella chica nueva que ha llegado a mi vida. Aleeza. Era un hecho que no me había dicho su nombre, pero no me fue difícil. En primer lugar, porque el día de la guía escolar lo mencionó. Y en segundo, no es difícil conocer a alguien.

No cuando tienes en tus manos su diario.

Aleeza Luján podría ser la chica más simple que pudiera existir y también era la más descuidada.

Aquel día en que nos conocimos no se percató de que a medio camino una pequeña libreta cayó de esa pequeña mochila negra que carga en todos lados.

Gran error para ella, gran premio para mí.

Aún no la he abierto, no debería hacerlo. De hecho, debería devolverlo, eso haría cualquier persona.

Pero tú no eres cualquier persona, Gian.

Sonrío ante mis pensamientos.

Y ahora sabrás quién es en realidad Aleeza Luján.

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