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CAPÍTULO 41

<<Aleeza>>

Mis párpados se encuentran pesados, lentamente intento abrirlos, la luz que está en frente se ve tenúe pero logra proferir irritación ante mí.

Todo me sigue dando vueltas y veo una silueta al lado mío.

Aleeza...Aleeza, ¿puedes escucharme?

La voz suena muy distante, me limitó a cerrar los ojos fuertemente esperando a que me pase aquel esñfecto.

Luego de unos segundos así, comienzo a abrirlos lentamente, poco a poco las cosas se van acomodando en su lugar, lentamente giro hacia la silueta que sostiene mi mano y cuando por fin logró enfocar el rostro, me lleno de tranquilidad.

—Aleez, ¿cómo te sientes?, ¿necesitas algo?, ¿quieres tomar agua?, ¿ir al baño?—me pregunta Gian mientras me observa preocupado.

—E-estoy bien...¿Qué sucedió?—veo cómo traga saliva y su semblante se vuelve serio.

—Te desmayaste al término de su presentación. Nos diste un susto de muerte.

Lentamente y con ayuda de Gian me incorporo en la cama hasta quedar sentada.

La ráfaga de recuerdos regresan a mi mente y recuerdo muy bien la causa de mi desmayo. Giro a verlo y entre cierro los ojos.

—¿Qué haces aquí?—mi tono de voz ahora era un poco molesto, antes de hablar alguien lo interrumpió.

—Yo lo traje—Aldair se encontraba apoyado sobre el marco de la puerta—Aunque, no fue difícil, en cuanto caíste fue el primero en correr hacia ti.

—¿Por qué lo trajiste?.

—Porque, aunque no lo quieras admitir, él es tu medicina.

Lo miré seria y nos quedamos en silencio un rato.

—¿Nos podrías dar unos minutos, Alda?, por favor—Aldair salió de la habitación.

Seguía con mi mirada fija en frente, no me atrevía a verlo, sabía que sí lo hacía, lloraría amargamente.

—Aleeza...—seguía sin mirarlo—Por favor, veme.

Hacía un gran esfuerzo en no voltearlo a ver, sin embargo el suave tacto de su mano con la mía me hizo obedecer.

Sus ojos marrones chocaron con los míos, se encontraban cristalizados.

—He sido un idiota, ¿sí?. Me he dejado llevar por mis impulsos de celos, de ira. No te pido que me perdones, solo que  entiendas—hizo una pausa—Que entiendas que me ha destruido ver cómo me roban a mí chica.

Hizo una breve pausa, esperando una respuesta mía, pero no articulé nada.

—Todo el asunto con Megan fue falso, ella fue la que subió la foto a mi estado, ella fue la que me besó sin que yo quisiera, ella...

—¿Y por qué no la separaste?—lo interrumpí, mi voz sonaba entre cortada.

—¡No supe reaccionar! Y fue algo muy estúpido de mi parte, lo sé, pero en ese momento no supe que hacer. Aleeza, por favor, debes creerme.

Lo miraba y su rostro, sus expresiones hacían que mi corazón se encogieran.

—Aleeza, no te pido que me perdones—agacho su cabeza y al volver una lágrima resbala por su mejilla—Sólo quiero que sepas que estoy enamorado de ti. Te prometí que estaría siempre a tu lado y eso haré, no me importa si no me amas, porque para mí, es más que suficiente hacerlo yo y tenerte cerca de mí.

Esas palabras fueron suficientes para que el cúmulo de sentimientos que tenía en mí salieran.

Necesitaba a Gian, él era mi medicina. No había otra persona con la que quisiera estar, él era lo que mi alma quería, lo que mi corazón necesitaba.

Sin dudarlo, me acerqué a él, lo tomé del rostro y junté las comisuras de nuestros labios. Permanecimos estáticos por un tiempo. Sin embargo, él comenzó a moverlos lentamente y yo sorpresivamente lo seguí. Primero fue suave, lento; conforme pasaban los segundos incrementó la intensidad al punto de tener que separarnos por falta de aire.

Entre jadeos, tratando de recuperar el aire, juntamos nuestras frentes mirándonos directamente a los ojos.

Pasé mi mano por su mejilla y sonreí.

—Eres toda la medicina que necesito para ser feliz.

Sonrió y me plantó un pequeño beso en mis labios.

—Y también estoy enamorada de ti, Decock.

Su sonrisa en ese instante primero demostró gran sorpresa pero se iba extendiendo, sonreí de igual forma y me envolvió en sus cálidos brazos, me llenaba de besos por toda la frente, yo reía mientras lo hacía.

—Aleeza, por favor, dime que no estás jugando.

—No lo hago.

—¿No te metieron medicina de más?, ¿tienes fiebre?—comenzaba a tocar mi frente desesperadamente y a manotazos lo alejé riendo.

—¡Estoy bien, Gian! Y lo suficientemente cuerda para decir que tú, Gian Decock, es el chico al que quiero. Jamás querré a nadie más.

Toqué su mejilla y mirándolo directamente a los ojos dije:

—Perdóname, Gian. Por favor.

Volvió a sonreír y agarrarse el rostro. Su rostro todo rojo lleno de emoción, era una imagen que quería observar por el resto de mi vida.

Me envolvió en otro abrazo y susurrando cerca de mi oído dijo:

—Te prometo que seré tu salvación.

Luego de eso, depositó un tierno beso en mi frente y yo sonreí, nos mantuvimos así hasta que alguien entró.

—Disculpen tener que interrumpir esta plática cristiana motivaciomal pero...hay alguien que quiere verte.

Con el ceño fruncido y mirando confusa a Gian me incorporé, detrás de Aldair apareció la persona a quien menos esperaba.

—Hola—habló Dave con tono tímido, estaba parado frente a mí sosteniendo una pequeña caja de chocolates.

Miré a Gian, tenía su emblante serio con la mandíbula apretada. Dave lo miró.

—Sólo he venido a asegurarme de que estés bien y a dejarte esto—me entregó la pequeña caja y se alejó—Yo eh...quisiera pedirles perdón por todos los problemas que he causado. Es evidente que ustedes dos se quieren y lo que haga yo por intentar recuperarte...simplemente será en vano—soltó una gran bocanada de aire—Como sea, sólo quiero que seas feliz y si eso significa que no sea conmigo...por más que me duela, tendré que aceptarlo.

Estaba atónita, no podía creer todo lo que estaba sucediendo. Como en un principio, no pude articular palabra alguna.

—Sólo venía a eso y a decirte que hoy mismo regreso a México—se acercó a mi y se sentó en frente—Sé feliz, yo siempre estaré para ti—y me abrazó, fue tan cálido, tan suave...y tampoco reaccioné.

Al separarse me dio una sonrisa, se levantó y se dirigió hacia la puerta, antes de salir, habló hacia Gian.

—Hazla feliz como yo no pude hacerlo.

Sonrió y salió.

Por aquella puerta, salía el que alguna vez, llegué a pensar que sería mi más grande amor, aquel con quien quería pasar el resto de mi vida. Sin embargo, terminó siendo únicamente un capricho, un amor instantáneo.

A mi lado, se encontraba la persona con la que el sentimiento era diferente. No sólo era atracción física, era algo más que eso, una conexión interna difícil de explicar con palabras pero fácil de sentir con el alma.

No me cabía duda de que, al lado mío, se encontraba el amor de mi vida.

Gian y yo no volvimos a tocar el tema, nos concentramos en platicar de otras cosas y a esperar a que llegara el doctor. En aquel lapso llegaron Pamela y Edwin. Ambos estaban muy felices de verme mucho mejor. Por supuesto, me llevé un regaño de Pamela pero luego me envolvió en sus cálidos brazos.

Edwin intentó obtener el número de la enfermera. Sin embargo, lo único que obtuvo fue que lo sacarán del área de urgencias.

Estábamos sumergidos en la conversación cuando el doctor llegó.

—Veo que ya despertaste y estás más parlanchina de lo normal eh.

El doctor se posicionó en frente de mí con una sonrisa.

—Buen día doctor—respondo con una sonrisa.

—Menudo susto que nos diste. Se te bajó la presión, lo que provocó el desmayo. Viendo los análisis, pude observar que llevabas días bajo estrés y no habías comido bien. Esto ocasionó que la actividad lúpica incrementara.

No dije nada, esperé a que continuara.

—Te hemos metido el primer bolo de metilprenisolona, y haz respondido muy bien. Sin embargo, será necesario que te quedes al menos otros tres días, cada uno con un bolo nuevo para estar bajo observación.

Aldair y yo en ese instante nos miramos.

—Alguien se tendrá que quedar contigo...

—¡Yo lo haré!—rápidamente habló Gian y todos giramos a verlo.

—Lo siento, tiene que ser uno de sus padres.

—Lo que sucede es que no están, doctor. Pero le informaré de inmediato a su padre. Yo no puedo quedarme porque debo cuidar a mis hermanos pequeños—dijo Aldair mirando seriamente al doctor

—Por favor, que se quede. Estoy segura de que mi padre llegará pronto.

El doctor nos miró pensativo y dio un suspiro.

—De acuerdo. Si es así, tú—señaló a Aldair—Necesito que firmes unas hojas de cargo.

Aldair tragó saliva nervioso y salió tras el doctor acompañado de Pamela.

Giré a ver a Gian y él tenía una gran sonrisa.

—Le hablaré a mi mamá para avisarle—tomando el celular entre sus manos se disponía a salir pero lo detuve.

—Gian—lo llamé—Gracias.

El sonrió y besó mi frente.

—Nunca te dejaré.

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