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12. " Manicomio "

La tristeza del sueño perduró mucho después de que ella despertó. Era como un pesado manto de plomo sobre sus hombros.

Se acurrucó aún más bajo en su edredón, bloqueando la luz del día. Dios, odiaba los martes. Los lunes prometían muchas sorpresas a la semana por venir, Luz siempre pensó eso, pero para el martes la novedad desaparecía y el fin de semana aún se encontraba a kilómetros de distancia. Tenía la sensación de que este martes podría ser incluso más una lucha cuesta arriba que la mayoría.

Luz cerró los ojos, su corazón aun sintiéndose un poco roto. Si ese tipo de intimidación fue lo que experimentó Lilith Mary en Hexside, tal vez eso en cierto modo explicaba por qué su espíritu no se había movido.

Luz recordó el cuento original de Willow sobre cómo Mary se suicidó en el cuarto de baño.

La risa cruel de las chicas puso su piel de gallina. Si eso había poco a poco roto en pedazos a Mary a lo largo de los años, no era de extrañar que no quisiera vivir. Luz se sentía miserable y desesperada, y ni siquiera eran sus recuerdos. Asumiendo que Lilith Mary se suicidó, ¿qué asuntos pendientes pudo dejar? ¿Ellas debían completar los asuntos en su nombre?

Luz suspiró. Si alguien se suicida, el estallido de la burbuja de potencial no deja nada más que asuntos pendientes.

Los atisbos del pasado de Mary que vio lo decían, pero no había manera de explicar el destino de Willow, o lo que les sucedería a ellos el jueves. El tiempo se terminaba.

Era casi la hora de encontrase con Amity. Ocho treinta y cinco.

Luz pateó lejos el edredón. La señorita Odalia ya había entrado y le dio permiso para permanecer en cama. Luz hizo la necesaria actuación mártir, “No, estaré bien, sólo necesito ducharme y tal vez algo de comer” antes de que Odalia anunciara que se encontraba demasiado débil para asistir a clases. Dependiendo de si Odalia volvía a revisarla, se hallaba libre.

Dicho esto, aún quedaba la tarea más difícil de lograr: salir de Hexside sin ser vista.

Se vistió rápidamente. El disfraz, tenía que admitir, era genial.

Peinó su cabello en un moño desordenado, encontró algunas botas de montar y tomó prestada la chaqueta Barbour de Boo. Las enormes gafas redondas para sol y la bufanda McQueen eran la cereza del pastel.

Vio cada centímetro de la momia equina dejando a una Inferior en las puertas de la escuela. El veinte por ciento del cuerpo estudiantil de Hexside era formado por un veinte por ciento de alumnas diurnas.

En la jerarquía, eran lo más bajo de lo bajo, y la mayoría se unían para acompañarse. La teoría era que sólo aquel núcleo lo suficientemente fuerte como para renunciar a sus padres y a la cocina casera, fueran verdaderamente dignas de llamarse señoritas de Hexside.

La campana de registro sonaría a las ocho cincuenta y cinco. Ese era el único momento del día en el que la gente iba y venía con cierta regularidad. Era ahora o nunca.

Unas pocas chicas se encontraban alrededor de Brontë, consiguiendo las últimas cosas que necesitaban para clases o poniéndose el uniforme después del desayuno. Caminar por la escuela con el disfraz era un riesgo demasiado grande. Luz lo sopesó, y la escalera de incendios era una mejor opción que el pasadizo secreto, ya que eso la sacaría por la cocina justo cuando el personal limpiaba lo del desayuno. Sólo tenía un problema: la puerta tenía alarma. Sin embargo, las chicas idiotas siempre se estrellaban con las barras de “empuje para abrir” con tanta regularidad, que los profesores y Odalia casi nunca parecían investigar. La alarma se apagaba tan pronto como se cerraba la puerta de nuevo. Al menos, eso es lo que Luz esperaba.

Sin sus gafas reales, su visión era un difuso desastre, pero el corredor parecía desierto, por lo que se acercó de puntillas a la salida.

Apretó sus dientes. El tiempo era clave; tendría que pasar por tres tramos de escaleras de metal, desvencijadas y ruidosas, antes de que alguien revisara la alarma y la atrapara en el acto.

Vamos, Luz.

Tomando una respiración profunda, se empujó por la escalera de incendios.

La alarma, un desagradable zumbido bajo, como una abeja enojada, sonó por toda la casa Brontë, pero Luz no miró atrás. Bajó las escaleras de dos en dos, casi se deslizó por la barandilla de hierro húmeda, dejando que la gravedad la jalara por completo. No se detuvo a pensar en cuántos ojos pudieron verla a través de las ventanas que pasaba. Con un poco de suerte, sería nada más que un borrón.

El sonido se detuvo. Luz apoyó la espalda contra la pared. Si alzaba la vista podía ver a través de los agujeros del metal corrugado.

Nadie salió a la escalera de incendios. Perfecto. Justo como esperaba, alguien más en su pasillo ( probablemente la pobre alma que tenía la habitación junto a la escalera de incendios ) debió salir y simplemente cerró la puerta. Luz liberó un tembloroso suspiro de alivio. Continuó bajando las escaleras. Cuando llegó a suelo firme, consiguió orientarse:
se hallaba en un parche de hierba sin función justo al frente del estacionamiento del personal. Con suerte todos los profesores ya se encontraran dentro.

Pegándose a las paredes, pero evitando las ventanas, Luz caminó cuidadosamente por el perímetro de la escuela hacia la entrada principal.
Tal vez esas novelas de “internado para espías” no eran una pérdida de tiempo, después de todo.

Al frente de la escuela, se encontraba una calzada en forma de dona, con una fuente en el centro diseñada con el propósito de dejar a las alumnas en la entrada principal. Las alumnas entraban por una puerta sencilla en el extremo del ala antigua, mientras que sólo a los visitantes se les permitía usar las grandes puertas dobles flanqueadas por desgastados leones gruñones de piedra.
La mayoría de los padres o niñeras actuaban como choferes, deteniendo el BMW o Mercedes por sólo un breve momento para que su descendencia bajara, pero algunos también acompañaban a sus hijas a la escuela. Luz sabía que esto sería mucho más convincente si tuviera un perro de algún tipo, ya que muchos padres optaban por combinar el viaje a la escuela con pasear a la mascota de la familia.

Tan casualmente como pudo, se puso a caminar junto a un trío de madres que emergieron por la entrada de los visitantes.

Probablemente fueron a pagar una multa de la biblioteca o a conseguir entradas para un concierto de piano o algo igualmente lamentable. De cualquier manera, era el momento perfecto; incluso vestían de manera similar. Mientras se acercaban al final de la calzada, Luz se les adelantó, el tétrico edificio detrás de ella cada vez más pequeño con cada paso. Para el momento en que pasó por las puertas de hierro ornamentadas al final de la calzada, Luz notó que estaba mareada por contener su aliento.

Lo logró. Ahora era libre.

Muy a lo lejos, las olas se estrellaban contra las rocas, un rugido y luego un estremecimiento mientras la marea rodaba sobre la playa de rocas. Un Fiat abollado, con una puerta de un diferente tono de rojo que el chasis, esperaba al lado de la ruta costera. Ese tenía que ser el auto de Amity. Se apresuró por el camino y vio a dos personas en los asientos delanteros: Amity y Edric. ¿Qué hacía él aquí?

Luz golpeteó la ventana, y Amity se giró para abrirle la puerta de atrás.

-Lindo atuendo, muñeca- dijo ella, mirándola de arriba abajo. -Sabes que Halloween fue la semana pasada, ¿verdad?-.

-Muy gracioso. Es un disfraz, y uno que al parecer funcionó. Y hola, Edric. No te ofendas, pero, ¿por qué estás aquí?-

El muchacho rodó sus ojos. Amity contestó. -Mamá necesitaba hoy el auto. Edric dijo que nos llevaría porque tiene un par de horas libres-.

-Oh. Bueno- aceptó Luz.

-Sí, hoy soy el servicio de taxi. Debo estar loco, yendo a un extraño manicomio en mi hora libre. Debería estar en la cama, haciendo... cosas. O yo que se-. Revisando sobre su hombro, Edric salió a la calle y comenzó el viaje hacia Oxsley. A esta hora del día, el tráfico era horrible, esto podría durar por siempre.

Amity se sentó de lado, así podía hablar con los dos. Hoy vestía un lindo jersey rosa, similar al cabello de Boo, que combinaba hermosamente con sus ojazos dorados. -Tienes que ver esto-. Dijo ella.

-¿Tengo que ver qué?-.

-Amigo, ¿dónde está el teléfono?- le preguntó a Edric.

-En mi bolsillo. Sólo cuida donde pones tu mano-.

-Sigue soñando, idiota-. Con cuidado, Amity sacó el iPhone del bolsillo con los dedos como pinza mientras Edric conducía. -Es el video que hizo Ed mientras hacíamos el desafío-.

-¿Le dijiste?- La piel de Luz se sintió repentinamente caliente. No le gustaba la idea de arrastrar a más gente en esto, y si era realmente honesta, como que le gustaba tener a Amity para sí misma.

-No lo necesité. Mira-. Ella le pasó el teléfono ya listo, sólo tenía que presionar reproducir.

Realmente no quería verlo, pero sabía que tenía que hacerlo.

Presionó reproducir, esperando a que el espectáculo comenzara. Fue surrealista ver todo lo que les suceda a ellos. En su cabeza, todo parecía más épico, pero el video mostraba a los tres de pie en un pequeño cuarto de baño con una iluminación terrible. La luz parpadeante de las velas los iluminaba, pero eso era todo lo que podía ver. Había sólo un indicio de que ellos siquiera se reflejaban en el espejo. Aunque, el sonido era mejor. Podía oír sus risas.

Luego la cosa real comenzó.

Lilith Mary dijeron todos, mirando sin expresión al espejo. Hubo una pausa y repitieron la frase.

¿Cómo pudieron ser tan estúpidos? Ahora, sentada en el auto, Luz se preguntó quién o que en su vida le hizo creer que era invencible.

Pensó en las chicas en su año: bebiendo, fumando, comiendo comida chatarra como si nada de eso importara, simplemente porque eran jóvenes. Todos asumieron que las cosas malas sólo les sucedían a otras personas: a personas viejas. Fue tan tonta. Jugaron a la ruleta rusa y consiguieron la bala.

En el video, mientras terminaban el quinto “Lilith Mary”, Luz investigó el video. Las velas parpadearon, y por un segundo el video fue casi negro. La habitación quedó en silencio antes de que estallaran en un ataque de histeria. Luz sostuvo el teléfono a unos centímetros de sus ojos, buscando desesperadamente una pista de la chica en el espejo, pero al mismo tiempo con miedo de ver su rostro.

-No puedo ver nada-.

-No es algo para ver. Escucha- dijo Amity. Ella extendió la mano y subió el volumen al máximo. Sus risas y pláticas se hicieron más ruidosas. -¿Puedes escuchar eso?-.

-¿A nosotras?-.

-No. En el fondo-. Luz sacudió la cabeza y Amity sostuvo el altavoz en el oído de ella. Fue entonces cuando lo escuchó.

Detrás de todas las risas, un bebé lloraba.

Era débil, pero inconfundible. El bebé aullaba, el llanto repicó dentro de su cráneo. Había algo único sobre ese sonido, un bebé llorando, un sonido que instintivamente quieres detener; escuchar tal angustia era insoportable.

-Oh, Dios mío- Luz detuvo el video. -Eso es imposible-.

-¿Hay alguna manera de que pudiera estar un bebé en la escuela?- preguntó Amity.

-Bueno, tenemos un ala para madres y bebés- dijo Luz, inexpresiva.

-¿En serio?-.

-¿Qué crees? ¡Estoy bromeando!- Luz sonrió y Amity le devolvió la sonrisa. Ella era crédula y eso era lindo. -No hay bebés en Hexside... este... bebé... no puede ser real. Es ella-.

Edric sacudió la cabeza con incredulidad. Saben qué… creo que se están sugestionando ustedes mismas. No compro todo esta mierda de la Dama de negro-.

Luz miró a Amity, quien la miró con simpatía.

-Todo es real- dijo ella. -Tuve otro sueño anoche. Sobre ella. Creo que trata de mostrarme por qué se suicidó-. Amity frunció el ceño y se giró para sentarse apropiadamente en el asiento del pasajero. -¿Qué?- preguntó.

-Nada- dijo Amity. -Sólo... sólo que también he tenido sueños extraños-.

Luz se inclinó hacia adelante, aferrándose a la parte trasera del asiento. -¿Sobre qué?-.

-No sé. Eran... no quiero decirlo-.

Edric se balanceó hacia atrás en su asiento, riendo. -Oh dios, ¡Tuviste un adecuado sueño sucio! ¡Tienes que decirnos, Mujer!-.

Su tono de piel no pudo ocultar su sonrojo. No dijo nada.

-Amity, podría ser importante...- dijo Luz, aunque de  repente sintió los celos más irracionales de su vida hacia la chica del sueño.

-¿Sabes qué?- admitió Amity finalmente. -No podría hablar de eso incluso si quisiera. Estaba tan fuera de él... es decir, en el sueño era como si medio fuera yo y medio era el que veía-.

-También así es como me sentí-.

Edric continuó riéndose.

-Amiga... aunque era caliente, ¿cierto?-.

Amity no dijo nada más, pero una sonrisa tímida se formó en sus labios y Luz experimentó su segundo desmayo.

El hospital Royal Seahaven no lucía diferente de Hexside, excepto que el hospital se encontraba a las afueras de bosque, por lo que el aproximamiento se sienta aún más intimidante de alguna manera.

Mientras Edric conducía por el largo camino bordeado de robles, Luz recordó El Resplandor y Los Lobos de Willoughby Chace y de repente esto no lucía como una gran idea.

Los árboles se despejaron y el hospital quedó a la vista. Se trataba de un edificio antiguo, con elementos modernos incrustados artificialmente a sus huesos: pasamanos brillantes y puertas corredizas en un hospital antiguo. Eso no hacía nada para que el lugar fuera más acogedor.

Edric pasó por delante de la entrada de ambulancias, siguiendo las señales hacia la unidad de psiquiatría. La Beneficencia Sawyer Ward fue establecida detrás del hospital principal, una estructura cuadrada con ventanas cuadradas cuidadosamente colocadas en líneas paralelas, ningún borde curvo en algún lugar a la vista, así no molestaban a las personas locas dentro, pensó Luz.

-Tengo que volver a la escuela para el segundo período. Puedo regresar para el tercer periodo si me necesitan- explico Edric.

-No, está bien, podemos tomar el autobús a Oxsley-sugirió Amity, y Luz asintió en acuerdo. En esta etapa, se encontraba tan nerviosa que podía saborear la bilis amarga en la garganta. Esto ya no se sentía como juego o “travesura”; esto era serio, estaban a punto de entrar en un hospital para interrogar a una persona con una enfermedad mental.

Sin embargo, ese era todo el problema. ¿Qué si Edalyn Clawthorne no estaba enferma? ¿O qué si ella y ellos también veían cosas? Luz deseó haber tomado algo de comer antes de salir de la escuela; todo su cuerpo se sentía exhausto y vacío, como las calabazas de Halloween que quedan del fin de semana.

-¿Estás bien?- Amity sintió su inquietud.

-En realidad no. Podríamos meternos en serios problemas por esto. Como problemas con la policía-. Ella negó con la cabeza.

-Sólo somos visitantes. No hay ninguna ley contra de eso-.

Luz asintió, tratando de absorber parte de la calma de ella por ósmosis. Amity bajó del coche y ella la siguió, alisando su vestimenta.

Durante el viaje, desató su cabello y cambió las gafas de sol por las suyas. -Solo haremos una visita- dijo Luz tanto para ella como para Amity.

Edric se alejó, de regreso a Radley, dejándolas frente al hospital mental. Se hallaba sorprendentemente silencioso.

Luz medio esperaba que hubiera lamentos, gente enferma agitada y luchando dentro de camisas de fuerza, incluso sabiendo que eso era puramente territorio de la televisión.

Unas primeras gotas de lluvia del tamaño de canicas salpicaron el asfalto. -Vamos, entremos-.

Amity pasó un brazo alrededor de ella y la llevó por las escaleras. Las puertas automáticas se abrieron, la zona de recepción era muy parecida a la de un cirujano: un escritorio, un par de sillas azules acolchadas, pósters viejos sobre cómo uno de cada cuatro de nosotros experimentará problemas de salud mental. La única diferencia era que la habitación estaba asegurada. El acceso al resto del edificio se hallaba detrás de unas puertas de seguridad fuertemente cerradas, custodiada por un hombre en uniforme.

Luz se obligó a sonreír a la recepcionista. -Hola, venimos a ver a Edalyn Clawthorne, por favor-.

La recepcionista, una mujer de edad indeterminada y obesa, con rostro rojo y olor a sal, ajo y vinagre, tecleó algo en su computadora. -Muy bien, cariño. Toma el ascensor hasta el tercer piso y ahí hay una sala de espera-.

Luz casi cayó de rodillas. Seguramente no podría ser así de simple. Hubo un odioso ruido de bocinazos y la luz de seguridad encima de las puertas dobles, cambió de rojo a verde.

-Pasen- dijo el guardia. -Tercer piso-. Sin tenérselos que decir dos veces, la pareja se apresuró a entrar.

Tan pronto como estuvieron en el ascensor, Luz exhaló por lo que pareció la primera vez en cinco minutos.

-¿Por qué me sentí tan nerviosa?-.

-Lo sé- concordó Amity. -Supongo que es sólo un hospital-.

El ascensor llegó al tercer piso y salieron a otra habitación del Servicio Nacional de Salud, sólo que ésta tenía Radio 2 reproduciéndose a bajo volumen. Tenía ese horrible olor de hospital: gel de alcohol para manos mezclado con vómito y desinfectante. El aire también era extrañamente dulce, como si alguien hubiera rociado aromatizante.

Esta vez Amity se acercó al mostrador de recepción. -Hola, venimos para ver a Edalyn Clawthorne-. El enfermero en la estación, un hermoso chico pelirrojo en sus veinte, parecía sorprendido.

-¿Vienen a ver a Eda?-.

-Sí- dijo Luz. -Amigas de la familia-. El enfermero la miró de arriba abajo con escepticismo. -Eda no recibe visitas, a excepción de su madre-.

-Lo sé. Fue su madre quien nos preguntó si podíamos venir. Creo que quiere que Eda vea a más gente...-. Luz se sintió horrible por mentir. Eda se encontraba sola y sus únicos visitantes estaban aquí por razones egoístas.

-¿Pueden esperar aquí, por favor?-. El enfermero pasó un pase de seguridad por el lector de tarjetas y entró en la sala. Estirando su cuello, Luz miró a través del cristal de la puerta. Él hablaba con otra enfermera o doctora, era difícil de decir cuando todos llevaban esos uniformes pijama. Finalmente, regresó con una mujer con rostro de aspecto asiático, vestida con ropa normal.

-Hola, soy la Dra. Kahn. ¿David dice que les gustaría visitar a Edalyn?-.

-Sí, por favor- dijo Amity.

-Tengo que decir que esto es bastante inusual. Eda es una paciente muy ansiosa, y realmente no disfruta de las visitas; ni siquiera de las de su madre.

Luz podía ver esa falla, pero sólo la hizo más determinada. Habían llegado hasta aquí.

-Por Favor. Yo... sólo quiero ayudar-. Eso era cierto. Todo lo que pudieran hacer para detener a Mary podría ayudar también a Eda. La Dra. Kahn no parecía convencida, por lo que Luz saltó de nuevo. -Por favor. Si sólo le pudiera decir que... que... estamos en el día tres-. Instintivamente sabía que no debía mencionar el nombre de Mary.

La Dra. Kahn parecía aún más confundida pero, con un suspiro, caminó de regreso a la sala, dejándolas en la recepción. Cuando regresó un momento después, el desconcierto en el rostro de la doctora se hallaba en el siguiente nivel.

-Bueno. Esto es muy extraño, pero ella dice que las verá-. Detrás del escritorio, David dejó caer su pluma asombrado.

-¿Alguna de ustedes lleva espejos, o cualquier cosa reflejante? No podemos tener ningún espejo en la sala. Eso desencadena la psicosis de Eda-. Luz rebuscó en su bolso y encontró un polvo compacto con un espejo dentro de la tapa, el cual en realidad pertenecía a Boscha. Se lo dio a David, quien lo colocó detrás del mostrador. Amity le pasó su teléfono, que tenía una brillante cubierta de cromo.

Los nervios estaban de vuelta. Mientras la Dra. Kahn las llevaba a la sala, el estómago de Luz se retorcía dolorosamente. Sin pensarlo, casi como si su mano buscara su propio consuelo, sus dedos encontraron los de Amity. Ella le dio un apretón.

Los pacientes eran un grupo ecléctico. De lo que Luz podía decir, esto debía ser una sala mixta: locos mixtos ( por qué su cerebro pensó que ahora era el momento de hacer juegos de palabras malos y ofensivos, era una incógnita ). La sala no se veía diferente a un salón de clases: en el centro de un área compartida, se encontraban dos grandes mesas colocadas para las actividades.

Había un hombre de unos cuarenta años, con entradas en su cabello alisado sobre su cabeza, cortando letras cuidadosamente de una revista. Las tijeras seguían con precisión el borde de la R que cortaba. Al otro lado de la mesa, una mujer con su cabeza rapada escribía en un diario en la más diminuta letra que Luz había visto en su vida, casi como si se hubiera desafiado a sí misma a escribir en la letra más pequeña alguna vez vista. Las notas microscópicas llenaban páginas enteras. En la mesa de al lado, un paciente más joven, un chico no mucho mayor que ellos, tenía una rabieta, una enfermera trataba con calma de razonar con él mientras él pateaba el suelo.

-Muy bien-. La Dra. Kahn los detuvo ante la puerta de una habitación lateral. -De hecho, Eda no sale de su habitación, por lo que tendrán que verla ahí-.

-Está bien- dijo Amity, aunque ahora parecía nerviosa. Luz podía sentir la palma de su mano al rojo vivo contra su piel. La Dra. Kahn abrió la puerta del dormitorio, pero Luz sólo vio oscuridad en el interior, las cortinas estaban cerradas.

Con la mandíbula tensa, y agarrando con fuerza la mano de Amity como una manta de seguridad, entró en las sombras.

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