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✿ Capítulo 8 ✿

—Ese vestido te queda algo apretado.

Yo estaba frente al espejo de una tienda de ropa, observando cómo me quedaba un vestido lila muy bonito.

A diferencia de mi madre, que me sugirió comprarme vestidos más holgados y recatados para asistir a la fiesta de Paula, decidí escoger otros de distinto tipo, unos más ajustados y cortos.

—Señorita, me llevo este —le dije a la vendedora. Luego volví a entrar al probador para ponerme la ropa con la que había venido.

—¿Estás segura, hija? ¿No crees que es muy inapropiado para ti? ¿Qué pensarán nuestras amistades si te ven así? Van a decir que vas a provocar a los hombres o que quieres opacar a Paula, la novia —señaló mi madre a través de la puerta.

—¡Mamá, por favor! ¡No seas exagerada! —alegué aún dentro del probador, quitándome el vestido con cuidado. No quería estropearlo—. Hablas como si estuviera vistiéndome como una mujer de la calle.

—¡Poco menos te falta para eso! No sé qué te pasa últimamente que estás muy alocada —me dijo con un tono de voz muy severo.

Tuve que aguantarme las ganas de responderle con lo primero que se me pasó por mi mente. ¡Estaba más que harta de tener la misma conversación con ella!

Sus consejos, o mejor dicho regaños, de que yo debía hacer lo que los otros esperaban de mí y que si no lo hacía era una mujer alocada, ¡me tenían cansada! Si no la mandaba al diablo era por el respeto que como hija me correspondía hacia ella.

De todos modos, no le haría el mayor caso. Estaba decidida a ser la Margarita de antes, la que no temía vestirse de modo coqueto porque, al fin y al cabo, me sentía bella y más radiante que nunca.

Sí, no me importaba usar ropa ceñida o más alto de lo debido. ¿Y por qué? Pues la noche anterior, luego de mi confesión hacia Luis, en nuestra velada nocturna hubo algo que cambió mi perspectiva sobre mi manera de vestir...

✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿

Estábamos cómodamente sentados en el sofá de dos cojines viendo Inframundo 1, la precuela de la que habíamos visto en casa de los Villarreal el día que nos reencontramos. Esa había sido la película que Luis había elegido cuando tuve un género a escoger, además de alquilar Mi novia Polly.

—¿Por qué elegiste esa película? —le pregunté.

Me había parecido gracioso que alquilase Inframundo 1, cuando hacía poco habíamos visto la continuación. Él respondió que había comprado aquella solo porque Ada se lo había casi exigido.

—Poco usual, ¿no?

—Bueno, tengo otros motivos para haberla elegido.

—¿Y eso?

—Siempre le tendré cariño a esta saga porque fue la primera que vi contigo después de tantos años... —me dijo con esa penetrante y pícara mirada.

No pude evitar soltar una sonrisa tonta al escucharlo. No sé cómo se las arreglaba, pero siempre solía decirme algo que hacía que sintiera pequeños hormigueos dentro de mí.

Ya cuando estábamos viendo la película, en un momento en que aparecía Kate Beckinsale, la actriz británica que hacía de Selene —la protagonista femenina—, Luis me confesó que le gustaba mucho.

—Es muy bonita Selene —mencionó, sin quitarle la vista a la susodicha.

—Si tú lo dices —dije con una falsa indiferencia. Le di un sorbo a la Coca Cola que tenía al pie del sofá.

En realidad, me costaba mucho disimular la molestia que me causó el saber que tenía a alguien más, aparte de mí, como centro de su atención. Esto fue tanto, que lo siguiente que me dijo fue prueba de ello:

—¿Y ese tono de voz? —señaló, dejando de ver la televisión y a Kate Beckinsale, por supuesto, para centrarse de nuevo en mí.

Puso su brazo izquierdo sobre mi hombro para abrazarme, como queriendo reconfortarme para que ya no estuviera celosa. Así estaban mejor las cosas.

—¿Cómo? —pregunté con falsa indiferencia.

—¿Son celos los que percibo, boquita de caramelo?

—Bah.

El orgullo me impedía reconocer que él estaba en lo cierto.

Como ya no pude disimular, Luis soltó una gran sonrisa de satisfacción. Parecía que le gustaba jugar a los celos conmigo.

Me abrazó por la cintura y me acercó hacia él. Me besó lenta, dulce y de manera tierna, de esos besos que él comenzaba a darse cuenta de que me hacían emocionar, de solo sentir el cálido roce de sus labios con los míos.

Poco a poco la emoción dio paso a otra sensación. Sentí que los latidos de mi corazón comenzaron a ir a mil. Mi respiración estaba entrecortada. Los hormigueos en mi estómago se hicieron muy vívidos. Parecía que iba a desfallecer poco a poco en ese instante tan mágico cuando nos estábamos besando.

¡Dios santo! A él le estaba sucediendo algo parecido, ya que me abrazó muy fuerte y me haló más hacia su pecho, apretando mi espalda con mucha intensidad. El beso que me brindaba, que había comenzado despacio, había dado paso a uno más desenfrenado y absorbente. El Luis dulce y tierno de hacía unos instantes, ahora era uno más posesivo y cálido. Tan cálido...

¡Estaba en las nubes y todo estaba sucediendo tan rápido! ¡Sentía que todo estaba fuera de sí! Estaba empezando a perder la cabeza por él. Se dio cuenta de que lo mismo le estaba sucediendo, así que nos separamos bruscamente el uno del otro.

Luego de aquello, me tomó del mentón y me miró a los ojos. Con su traviesa sonrisa, me habló:

—No puedes estar celosa de una actriz.

Sí, estaba celosa de Kate Beckinsale. Estaba celosa de que fijase sus ojos en otra mujer. Estaba celosa de que otra mujer, aparte de mí, le pareciese bonita, aunque esto fuera un amor platónico o un simple gusto.

¿Comenzaban a invadirme las inseguridades de antes? Porque una de las tantas discusiones que tuve con César era por el tema de mis inseguridades y de mis celos. Pero estas eran más que justificadas. En más de una ocasión pude comprobar que él me fue infiel con varias.

Pero, en el caso de Luis, no me había dado la menor muestra de ello. Todo lo contrario. Yo adoraba ser el centro de su atención y de sus halagos. Sin embargo, esa noche, una señorita a través de una pantalla, vestida con un ceñido traje negro, era mi ‹‹rival››. No podía permitírmelo, no. Aunque sonase absurdo, esta situación me fastidiaba como nadie tenía idea.

Ahí me di cuenta de que era muy tonto que yo sintiese esto y me portase así. Entonces, ¿eso quería decir que mis demonios de celos, productos de las infidelidades e inseguridades con César, aún tenían efecto sobre mí? De ser así, ¿por qué tenía que creer que con Luis todo sería igual?

Desde que habíamos comenzado nuestra relación, todos los días, él había venido a mi casa un rato para verme, en la mañana y en la noche, principalmente. Aunque había ocasiones en que no había podido quedarse hasta tan tarde como ahora, debido a que al día siguiente tenía algún examen en la universidad y debía estudiar con ahínco en su casa o en la biblioteca del campus.

Como me informó, no podía pasar ni un solo día en que deseara saber de mí y de cómo estaba. Desde el día en que comenzamos nuestra relación, tenía la necesidad imperiosa de verme y de estar conmigo. Todo esto me hacía muy feliz, porque me fascinaba la idea de ser el centro de su atención y de que alguien se sintiera así respecto de mí. Luis era tan distinto a mi exesposo —quien los últimos meses, antes de nuestra separación, ya casi ni se pasaba por la casa, solo para dormir— que la simple comparación entre los dos hacía que me sintiese avergonzada de ofender a mi novio con ello. Pero, de pronto, la idea que había desechado comenzó otra vez a embargarme.

¿Mis celos tenían que ver con el tema de las diferencias de edad que tanto me agobiaban? Porque de ser así, las inseguridades empezaban a acecharme de nuevo, lo cual hacía que volviera a atormentarme por todo esto.

Lo siguiente que me preguntó Luis me sacó de mi ensimismamiento:

—Margarita, ¿siempre has usado ropa deportiva?

—¿Cómo?

—Es que recuerdo que, cuando eras más joven, solías usar ropa muy coqueta.

—Bueno, antes era una adolescente. Ahora ya no lo soy y debo vestirme más seria, ¿no crees?

—Sí, pero... Quitando los trajes sastres que usas para ir a trabajar, los cuales te hacen ver muy hermosa como siempre —me dijo guiñándome un ojo. Sabía subirme el ego con un par de gestos—, desde que he comenzado a venir a tu casa —continuó—... siempre te veo con buzos y otras prendas anchas.

—¿Y qué tiene de malo?

—Será que extraño a la Margarita de hace años, la cual no tenía reparo en ponerse minifaldas o polos ceñidos que mostraban su cintura...

—Hey, ¡tampoco voy a ir enseñando el ombligo como antes! No soy una colegiala —acoté, algo sorprendida.

—Sí, pero a lo que me refiero es que...

No parecía muy seguro de seguir hablando. Tuve que animarlo a que continuara.

—¿Sí?

—Te lo confieso. Para mí eres preciosa y los años te han embellecido más.

¡Me emocioné! Este chico sí sabía halagarme y hacerme sentir en las nubes con sus palabras tan bonitas hacia mí. Dios, ¡era tan adorable!

Sin embargo, lo noté aún muy dubitativo, como queriendo soltar algo que, a pesar de la confianza que crecía entre los dos, le era muy difícil explicar. Finalmente, volteó su rostro hacia otro lado y no a la película, la cual había puesto en pause, porque hacía buen rato que habíamos dejado de verla. Luego de ello, se sinceró:

—No quiero parecer atrevido ni nada, pero... ¡tampoco eres una anciana, Margarita! No lo eres, para nada. Y... aunque está bien que seas mayor que yo y todo eso... no sé, hay mujeres de tu edad que no se visten solo con buzos y ropas anchas.

Mis ojos se abrieron como un plato y moví mi rostro hacia atrás. Nunca reparé en que, comúnmente, yo me vistiera como una anciana. Mi falta de respuesta a lo que me decía fue evidente, porque agregó lo siguiente, aún sin dirigirme la mirada:

—Digo, ¿no podrías vestirte de un modo más coqueto, aunque sea para mí? Quizá ese no es tu modo de vestir en la actualidad, no sé. Hay mucho aún que no sé de ti, pero...

Me devolvió la mirada. Le costaba mucho decirme lo que pensaba. Respiró muy profundo y continuó:

—Margarita, lo que te quiero decir es que... eres preciosa y.... ¡me vuelves loco!, ¿sí?

Después de soltarlo, volvió a observar hacia otro lado y juntó sus manos, muy nervioso. Lo que acababa de confesarme le había sido muy difícil.

Me sentí complacida y avergonzada a la vez. Sabía que le gustaba mucho, de eso no me cabía la menor duda. No obstante, intuí que él se refería a otra cosa...

De solo percatarme de esto, la sangre se me subió al rostro. El beso tan desenfrenado que nos habíamos dado minutos antes era una muestra de ello. Todo tenía relación ahora.

—Gracias —solo atiné a decir.

Después de todo, había experimentado lo mismo que él. Por un segundo, el beso que nos dimos antes me hizo perder el control de todo. Solo había querido dejarme llevar y estar con él.

El silencio en el ambiente provocó que la tensión entre los dos aumentara. Alguien debía hablar o hacer algo. Finalmente, como siempre, tomó la iniciativa.

Cogió el control remoto del DVD y le dio a play. Los diálogos en inglés de la película, sumados a los lamentos de Napoleón —quien supuse que estaba aburrido de estar dando vueltas en la cocina y en el patio— fueron el ingrediente perfecto para relajar en algo la situación tan tensa que se estaba dando entre nosotros.

Durante unos momentos nos separamos, tanto física como emocionalmente, y no despegamos el ojo del televisor. Parecía que un muro invisible nos dividía. Esto era una muestra de que la situación entre ambos estaba dando paso a algo más que hasta ese instante no lo había pensado. Decidí levantarme del sofá para ver qué era lo que quería mi perro, ya que no paraba de llorar.

—Oye, travieso, ¿qué es lo que deseas? ¿Por qué tanta bulla? —le hablé a Napoleón. Este no paraba de posar sus dos patas delanteras en el suelo, levantando sus caderas hacia arriba y moviendo la cola sin descanso. Clara señal de que estaba hiperactivo.

—Seguro que quiere pasear —me dijo Luis aún sin dirigirme la mirada.

Tenía la mano derecha apoyada en el respaldar del sofá. Estaba muy atento, mirando una escena donde salía, por enésima vez, muy hermosa Kate Beckinsale. Luego agregó:

—¿Sabes?, si vistieras un atuendo como el de Selene, te verías tan o más linda que ella...

La protagonista de Inframundo 1 se caracterizaba por usar un traje negro, muy ajustado al cuerpo. Se le veía muy hermosa. ¿Luis quería que me vistiese así? ¿Por qué?

Me quedé sin saber qué decirle. Los jadeos de mi perro pidiéndome que jugase con él al tiempo que me halaba de una de las bastas de mi pantalón buzo, no impidieron que saliera aún de mi estado catatónico.

Al final, decidí hacerle caso a mi perro. Tomé un pequeño cocodrilo de plástico que estaba escondido debajo de una de las sillas del comedor y se lo lancé. Napoleón lo cogió con avidez y empezó a morderlo muy entretenido. Aunque lo había visto hacer miles de veces aquello, no pude menos que soltar una risa ante sus juegos.

—Solo te digo que eres muy bonita y no estoy exagerando. A mí me encantas. No me molestaría que te exhibieras un poco más en tu modo de vestir, si es lo que te preocupa. No soy un cavernícola de esos que le exigen a su mujer que se vista como una monja —insistió observándome, por fin.

Luego caí en lo que quería decirme.

El motivo del porqué en los últimos años estaba tan acostumbrada a usar ropas holgadas, como buzos y poleras anchas, era que mi exesposo era muy machista y celoso. En más de una ocasión, cuando él y yo éramos enamorados, me había regañado señalando que debía ser un poco más recatada. En ese tiempo le hice poco caso, ya que era muy joven y pensaba que era normal que fuese celoso, pero todo cambió luego de nuestro matrimonio.

César decía que una mujer casada no debía de ir provocando a los hombres en su modo de vestir, usando ropa ajustada o corta. Los primeros meses, después de nuestra boda, me hizo más de una escena de celos en la calle cuando algún hombre me piropeaba al verme pasar. Después del escándalo suscitado, en la casa no dejaba de regañarme. Así, las discusiones luego se hacían mayores.

Esto, sumado a mis padres tan tradicionales, quienes siempre lo secundaban en todo lo que su yerno les decía, terminaron por convencerme en que la equivocada era yo al vestirme de modo juvenil. Todo esto dio paso a mi moda actual: solo con ropa ancha y grande.

✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿
 

Mientras recordaba todo lo sucedido la noche anterior, caí en la cuenta de que Luis tenía razón. Solo tenía veintiocho años y podía vestirme de un modo más moderno. Después de todo, ya estaba separada de César, de sus celos y de su machismo exagerado.

Luego de pagar por el vestido en la caja de la tienda y hacer oídos sordos a lo que mi madre me decía: ‹‹Vas a llamar la atención de muchos hombres en la boda si vas vestida así. ¡Qué escándalo!››, le indiqué que me moría de hambre. Fue así como decidimos ir a un restaurante de comida rápida.

Cuando estábamos en la cola del lugar donde tomaban el pedido de los clientes, una voz adelante de mí llamó nuestra atención. ¡Eran la madre y hermana de Luis!

—¿Ada? —preguntó mamá.

—¿Lorena? ¿Margarita? —gritó Blanca Villarreal.

Ambas se juntaron en un gran abrazo. Mi amiga dejó su sitio en la cola y fue también a mi encuentro.

—¿Hace cuánto que están en Lima? —dijo mi madre.

—¿Cómo? ¿No se lo has contado, Maggi? —habló Ada.

Había obviado contarle a mi madre de mi reencuentro con los Villarreal. Como bien sabía, esto no solo había sido un reencuentro cualquiera, no. A partir de entonces, un chico con una sonrisa muy pícara y con uno ojos marrones muy traviesos estaba en mi vida.

Si mi madre sospechaba siquiera de lo que estaba ocurriendo entre Luis y yo, no solo me regañaría, sino que me delataría con los Villarreal, y no en buenos términos. Eso me quedaba muy claro.

Luego de evadir la pregunta e inventar cualquier tontería de mi olvido ‹‹involuntario›› —alegué que no tenía cabeza para nada debido al juicio de divorcio que César me había entablado—, las cuatro nos pusimos a conversar de forma amena. Pero, de nuevo, el asunto en cuestión salió a flote.

—¿Por qué no has venido a la casa desde entonces, Maggi? —me interpeló Ada.

Las cuatro estábamos comiendo nuestros pedidos en una mesa del fast food.

—Habíamos quedado en mantenernos en contacto —añadió.

—Sí, lo sé, solo que he tenido mucho trabajo. Como se acerca el fin de año, en la empresa tienen muchos clientes para hacer sus declaraciones de impuestos en diciembre.

—¿Pero acaso las declaraciones no son en verano, hija?

Mi madre, ¡siempre tan inoportuna! ¿De qué me extrañaba?

—Mamá, hay algunos asuntos contables que aún están pendientes —alegué con mi cara de ‹‹No me delates››—. Ha habido ciertas modificaciones legales en la normativa tributaria y hay nuevos impuestos que declarar. Aparte de que hay temas algo delicados, como ver en qué territorio se aplica el agente de retención...

—Ay, hija, ya empiezas a hablarme en chino —me interrumpió.

—Yo odio todos esos temas, Maggi. No sé cómo te puede gustar ser contadora.

En eso estábamos muy de acuerdo con Ada. No sé cómo podía haberme animado a estudiar esta profesión de contadora, la cual se me hacía tan monótona y aburrida; muy distinta de la profesión de música, la cual me parecía tan atrayente y fascinante. ¡Como siempre, yo haciéndole caso a los demás en los asuntos de mi vida!

El resto de la charla trató sobre otros temas triviales: respecto al trabajo de Ada, el regaño por parte de su madre —quien no desaprovechó la oportunidad en compararla conmigo, respecto a que ‹‹yo sí era una hija modelo por tener una profesión universitaria y haberme casado››—, los años en los que los Villarreal se la pasaron en Arequipa... Esto último me llamó la atención, ya que estaba muy interesada en saber cómo había sido la vida de Luis en los años en los que no lo había visto.

Y fue así cómo me enteré de algo que no me gustó para nada: sobre una exnovia.

—¡Esta chica es una loca! No para de llamar a mi casa preguntando por mi Luchito.

—Según me contó una amiga de Arequipa, Diana tiene planes de venir a Lima. No se da por vencida —añadió Ada.

Mi oreja prestó atención a ese nombre: Diana. Sentí una pequeña espina en mi corazón.

Luis me había comentado que había tenido dos novias. Según alegó, la relación con estas chicas no había funcionado porque, muy en el fondo, siempre había estado enamorado de mí, así que sus relaciones no daban más de sí. No obstante, había obviado comentar que una de estas señoritas había estado acosándolo por teléfono. ¡Muy conveniente!

—Dios, ¡cómo cambian los tiempos! En mi época eran los chicos los que buscaban a las mujeres —señaló mi madre.

—Este muchacho ha crecido y se ha convertido en todo un rompecorazones, Lorena. Las chicas lo buscan. ¡Cómo lo corretean en el barrio, si tú vieras! Felizmente que tú solo tienes una hija. Yo, en cambio, tengo que lidiar con Luchito y las chicas estas. Solo espero que cuando mi Memo crezca no siga el ejemplo de su hermano.

¿Mi novio era un rompecorazones? ¿Acaso era un Don Juan? ¡Ay, Dios!

Tenía ganas de salir corriendo de allí, llamarlo por teléfono e increparle lo que sucedía. Pero tenía que mantener mi farsa: seguir ahí, escuchando y aguantando las quejas de la madre de Luis sobre su comportamiento con las chicas.

Luego el tema cambió de rumbo, las Villarreal nos invitaban a mi mamá y a mí a pasar la tarde en su casa. Muy educada, me excusé y señalé que tenía otras cosas que hacer.

No quería cruzarme con Luis en ese instante. No vi oportuno encontrarlo. Mi rostro de celos y de molestia, por lo que acababa de enterarme, sería muy evidente. No podría fingir ante mi madre y la familia de él que nada me estaba pasando.

Pero mi madre, como siempre, metió su cuchara. Alegó que era sábado y que yo no tenía deberes que hacer.

Como no tuve más excusas que dar, me vi obligada a ir a la casa de los Villarreal.

✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿

Después de salir de terminar de almorzar y de abandonar el centro comercial, tomamos un taxi para que nos llevara a la casa de Ada. El vehículo nos dejó frente a la vivienda de dos pisos que yo había visitado semanas antes. Sin embargo, luego de descender del coche, observé algo que de inmediato llamó mi atención.

En la acera había una jovencita de aproximadamente diecisiete o dieciocho años. Era muy bonita, con un pelo negro ondulado precioso y unos ojos saltones muy peculiares. Vestía unos leggin negros y una ancha blusa amarilla muy moderna que hacía juego con su aporcelanada piel. Si la comparaba con mi acostumbrado atuendo, una chaqueta negra con un pantalón buzo azul, a su lado me sentía un cero a la izquierda.

¿Quién sería esa chica? ¿A quién estaría esperando o buscando? ¿Sería una de las jovencitas de las cuales la señora Villarreal se quejaba que buscaban a Luis? ¿O sería una vecina del barrio que se olvidó la llave de su casa y esperaba a que llegase algún vecino para que la hiciese pasar a su casa? Albergué dentro de mí la esperanza de que fuera esto último.

Pero, cuando Ada mencionó su nombre, me di cuenta de lo que estaba realmente ocurriendo:

—Diana, ¿qué haces aquí?

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