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✿ Capítulo 20 ✿

 Nota de la autora

En este capítulo tendremos un nuevo personaje. ¿Adivinan quién? Es una pirueta literaria xD.

✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿

Luis

Esa noche con Margarita fue... ¿cómo describirla? Las palabras sublime, maravillosa, fantástica o cualquier otra en el idioma español se quedarían cortas para ello. No tuve palabras o adjetivos para poder explicarlo. Simplemente supe que, en el momento en el que todos mis sueños y anhelos por tantos años se vieron concretados en mi unión con ella, fui el ser más dichoso sobre la faz de la Tierra.

Yo no era nada santo. Ya antes había estado con otras mujeres, aparte de Diana. Desde que terminé con ella en el verano pasado, no me dormí en mis laureles. Estuve con una chica que conocí en una reunión en la universidad —de la cual no supe nada más después—, como con una prima de un amigo meses atrás en el cumpleaños de este, y también con una compañera de estudios que se me insinuó en una reunión de fin del semestre.

¿Mujeriego me catalogarían? No creo. Pero, ¿para qué negarlo? Si se me presentaba una oportunidad, no me quedaba corto; iba a ello y, si lograba mi objetivo, no me cortaba ni un pelo. ¿Eso me hacía un Don Juan? No lo sabía. Saquen ustedes sus propias conclusiones.

En el caso de Margarita, el día que me reencontré con ella y tanteé el terreno, ya les conté que fui con todas mis ‹‹fichas››. ¡El resultado fue mucho más de lo que yo esperaba! Pero esa maravillosa noche entre nosotros todo fue tan distinto a las que había tenido con otras mujeres, y no me malinterpreten.

Perdí mi virginidad con Diana, a los dieciséis años. Ella era mayor que yo por un año, pero también era virgen. Y, muchas veces, la falta de experiencia en una pareja tan joven como nosotros nos cobraba factura en nuestro debut en esas lides.

Pero, en casi tres años que tenía de saber cómo actuar en este terreno, podría decir que algo había aprendido. Lo que sabía me sirvió bastante en esa noche con mi novia.

A mí siempre me había gustado estar enterado del tema. A diferencia de mis padres que tocaban el sexo como algo tabú, había sido bastante abierto al respecto desde pequeño. Aunque no me consideraba un erudito —¿Qué se creen? ¿Que tengo un consultorio erótico o algo parecido? ¡No molesten!—, algo sabía de ello.

En el caso de Margarita, a pesar de tener veintiocho y haber estado casada durante varios años, le costaba mucho tratar sobre nuestra intimidad en esa noche. No les voy a ahondar en precisiones íntimas porque eso me las guardaba yo —¿Qué quieren? ¿Qué les relate detalles pornográficos? —, pero podría decir con total seguridad que, desde que ambos éramos novios recién, por primera vez, me sentí mayor que ella en ese momento. Y todo gracias a esa gran noche entre nosotros.

Según me confesó después, en donde la entrega de ambos distendió de un modo tan natural y maravilloso, por primera vez en su vida se sintió consentida y mimada por un hombre. Su exmarido, un bueno para nada como siempre —hasta ahora me preguntaba qué de bueno le vio—, nunca había pensado en las inquietudes y expectativas de ella en su intimidad como pareja. La única conclusión a la que llegué, fue que era el típico machista que solo pensaba en sí mismo, mas no en su mujer. Pero ¿qué me sorprendía? ¡Era una raya más al tigre!

Debido a todo esto, a mi disposición con ella y a la confianza que le brindé, fue que la entrega entre nosotros fue la ideal y oportuna. No me hubiera gustado estar con Margarita cuando yo hubiera perdido mi virginidad y no hubiera sabido cómo tratarla, como me pasó con Diana debido a mi comprensible inexperiencia. En momentos así, me confirmé el viejo dicho que escuché hace tiempo: Lo que tiene que suceder, sucederá. Y aquí yo le agregaría: en su momento oportuno y adecuado.

Lo mío con mi novia se dio en el momento más oportuno y adecuado que pudiera hacer existido. Desde que se divorció, desde que me separé de Diana, desde que ambos nos reencontramos y desde que decidimos entregarnos el uno al otro, todo entre nosotros se había venido dando en el mejor y maravilloso momento de nuestros tiempos.

Sin embargo, había algo que empañaba esta ocasión tan extraordinaria de nuestras vidas. No sabía qué iba a hacer cuando me despertara luego de dormir a su lado.

Quería quedarme siempre junto a Margarita, verla dormir profundamente, aunque roncara como un oso y se moviera más que mi perro cuando tenía pulgas. Solo quería estar a su lado para besarla, acariciarla y amarla muchas noches más aparte de esta.

No quería despertarme nunca, pero nunca. ¡Mierda!

¿Qué haría cuando los rayos del sol me dieran al rostro y me recordaran toda la basura que debía afrontar por culpa de mi ex? ¿Cómo enfrentaría su amenaza hacia Margarita? ¡Dios mío!


Margarita

¿Puede existir la felicidad absoluta?, yo creo que sí. Porque hoy, después de que decidiera entregarme a Luis, puedo afirmar, con toda seguridad, que estoy enamorada de él. Nunca pensé que la vida, después de mi desastrosa separación, me tuviera guardado algo tan maravilloso. Y eso era Luis para mí.

Ya de por sí, luego de su confesión, hacía casi un mes atrás, mi mundo había cambiado. Pero hoy, en esta noche, puedo decir que mi vida había dado un giro de 180º grados, porque hoy me he sentido amada como nunca lo había sido, y todo gracias a la ternura y dulzura con la que Luis me había tratado.

Por muy inverosímil que sonase, en aspectos tan íntimos con él como los de esta noche, me sentí como una aprendiz a su lado.

A Luis le confesé algunas inquietudes que tenía respecto al sexo. Él fue muy condescendiente, a diferencia de mi exmarido, con quien perdí mi virginidad en mi noche de bodas y se burlaba de mí cuando le señalaba lo mismo —o simplemente ignoraba o no tomaba en cuenta mis inquietudes—. Con paciencia, me animó a decirle todo sobre las dudas y temores que tenía; ya que, debido a mi personalidad tan conservadora y el modo en el que había sido criada, hablar sobre estos temas no era algo que fuera usual y fácil para mí. Pero a su lado me sentí muy cómoda en ese aspecto tan importante de una pareja. Y lo más importante, me sentí comprendida como nunca me había ocurrido.

Sin embargo, si por un lado Luis me demostró una gran madurez respecto a este tema; por otro lado, conocí en él la otra cara de la moneda.

Y es que no todo puede ser perfecto en él. ¡Solo tenía dieciocho años y era un chico como tal! Tenía muestras de inmadurez también, las cuales descubrí esa noche y a la mañana siguiente.

A pesar de todo eso, a mí me gustan ambos lados de Luis; tanto el niño que muchas veces se mostraba, como el hombre que me apoyaba y me brindaba tanta comprensión en algo tan íntimo. A fin de cuentas, todo esto formaba parte de él, y yo lo quería tal y como era.


✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ 


Cuando me desperté a las 07:00 am para dirigirme al estudio contable para otro día de labores, Luis no quiso que me separara de su lado.

—¿Vas a trabajar? —me preguntó con los ojos entreabiertos. Estaba cubierto con varias frazadas encima, mientras me agarraba de un brazo. Se hallaba somnoliento.

—¡Claro! —le indiqué mientras cogía una bata para vestirme y dirigirme a la ducha para bañarme—. Entro a las 9. Si me demoro más, voy a llegar tarde.

—¿Puedo ducharme contigo? —señaló de manera pícara, no sin antes levantarse de la cama.

—¿Eh? —pregunté muy sorprendida con su propuesta.


✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ 


Después de bañarnos mutuamente y algo ‹‹más››, le dejé para prepararle desayuno. A él se le antojaron cinco panes con queso y jamonada, junto a su infaltable café con leche y dos porciones de ensalada de fruta. ¡Cuánto comía este chico! Le agregué un buen vaso de jugo de naranja, a lo que él seguía bromeándome, diciendo que ¡quería convertirlo en un árbol de naranjo!

Cuando procedí a vestirme con mi ropa habitual de trabajo, me pidió no ir ese día.

—¿Te puedes quedar hoy conmigo? —me dijo cuando ya estaba lista para dirigirme a la empresa.

—¿Cómo? —señalé con evidente asombro—. ¿Por qué me pides eso?

—Quiero pasar más rato contigo —me indicó acercándose a mí y abrazándome por la cintura.

—Pero debo trabajar...

—¿No puedes llamar e inventar cualquier excusa? Que estás enferma o algo parecido.

—Me encuentro muy bien. Hoy he amanecido mejor que nunca —alegué con una sonrisa.

—Sí, lo sé. ¿Por qué será? ¡Picarooona! —dijo, dándome un ligero codazo, luego un beso en la boca y acariciándome muy dulce la mejilla.

—¡Pesado!

Se rio con esa sonrisa tan bribona que tenía.

Sonreí con él. La verdad era que comenzaba a cogerle el gusto a cuando me picaba con sus bromas e indirectas.

—Ya, en serio, me gustaría pasar el resto del día contigo, mi boquita. ¿No puedes inventarte cualquier pretexto para no trabajar hoy?

—Pues...

Lo medité bien. Ese día me tocaba una jornada tranquila. No tenía ningún informe contable urgente que presentar ni apoyar en ninguna declaración de impuestos inaplazable. Las declaraciones de los clientes asignados a mi cargo habían sido entregadas con el debido tiempo la semana pasada. Así que, por ese lado, podía respirar tranquila. Pero no me gustaba faltar así por así al trabajo.

Aunque mi jefa me señaló, días atrás, que podía tomar mis vacaciones para tener algo de calma debido a los problemas que el divorcio de César me aquejaba, no vi oportuno pedirlo. El mantenerme ocupada en la contabilidad más la compañía de Luis habían sido mi mejor terapia post divorcio.

Y ahí me encontraba: con Luis a mi lado, insistiendo en que me quedara con él, prodigándome tanta ternura con sus caricias y besos, a los cuales debía confesar que me estaba volviendo adicta. Por otro lado, la razón que me decía que debía portarme como siempre, responsable con mis labores y obligaciones. ¿Qué hacer?

—No sé, no creo que sea conveniente —acoté—. ¿Tú no tienes clases en la universidad?

—Me da igual —respondió para luego darme un beso en la oreja—. ¡Para lo que me queda! Pienso abandonar mis estudios, ya lo sabes. Con esta tontera de lo de mi ex, debo ponerme a trabajar y todo lo que eso conlleva.

Me causó algo de decepción escucharlo.

Siempre consideré que los estudios en una persona eran algo muy necesario. Y, aun cuando Luis tenía que trabajar para cumplir con sus obligaciones de padre, esto no significaba que tenía que dejar de lado la lucha por sus sueños, ¿o sí?

—¿Es prudente que lo hagas? Quizá si trabajas a medio tiempo y luego estudias en la noche, puedes hacer un traslado a la Facultad de Música, mira que...

—Margarita —señaló abrazándome con una mano por la cintura y la otra poniéndola sobre mi boca a modo de callarme—, sobre mi futuro me encargo yo. ¡Hoy solo quiero vivir el presente! Contigo, aquí y ahora —dijo para luego seguir con sus besos en mi cuello y oreja.

Bastó que la chispa entre los dos volviera a encenderse debido a los mimos que me daba, para dar yo por vencida mi batalla moral. Así que decidí llamar al trabajo para excusarme ese día.

—Ya vuelvo. Voy a llamar a mi jefa —indiqué, dejándolo en mi habitación.

Me justifiqué con Constanza alegando que me había venido la menstruación con unos dolores, los cuales eran tan insoportables que me habían tumbado en la cama y que, a pesar de tomarme un desinflamante, este no había menguado en modo alguno mi ‹‹suplicio››. Ella me llenó de consejos de cómo quitarme el maldito dolor, como tomar agua caliente y poner una bolsa tibia sobre mi abdomen bajo y que, si el dolor persistía, no dudara en acudir a su ginecólogo de cabecera.

Luego de sentirme fatal por inventar una excusa tan burda, regresé a mi cuarto. Grande fue mi sorpresa cuando escuché desde el pasadizo las grandes carcajadas de Luis.

—¿Qué ocurre? —le pregunté cuando abría la puerta de mi habitación

—¡Estos payasos de Quico y del Chavo! ¡Son unos idiotas! —Se rio mientras jugaba con el control remoto en su mano. Había encendido el televisor de veinte pulgadas que tenía en el rack de mi dormitorio—. Está dando El Chavo Animado. Me encantan estos huevones y sus payasadas. ¿Vienes a verlo conmigo? —me indicó para luego dar palmaditas con su mano al lado izquierdo de la cama, como señal para que me sentara a su costado.

—¿Ah? —señalé bastante sorprendida.

¿A Luis le gustaba ver dibujos animados? Pero lo pensé bien, y ahí me di cuenta de su lado infantil.

No debía asombrarme de que le gustara ver dibujos y cosas parecidas. El niño dentro de él había salido a relucir en este momento. Después de todo, ¡solo tenía dieciocho años!

Luego de que él llamara a su casa para avisarle a su madre que ‹‹estaba en la universidad›› y no se preocupara por él (‹‹Luchito, por favor, no te olvides de desayunar en la cafetería. Aún estás en etapa de crecimiento y debes comer bien››), pasamos el resto de la mañana y de la tarde juntos.

Vivir estas horas a su lado fue una experiencia muy distinta a ocasiones anteriores. Entre nosotros hubo una intimidad tan cercana y natural, que me pareció que nos conociéramos de toda la vida.

Hasta antes de la noche previa, nuestra relación era de simples novios, si me dejaba explicar. No era lo mismo que él viniera todas las noches, nos pusiéramos a ver televisión, escuchar música, apreciar cuando me cantaba y... Ahora compartíamos intimidad y muchas cosas más.

Me mostró diferentes aspectos de su vida cotidiana, como su gusto por los dibujos animados, su predilección por las figuritas de un álbum de Ben 10 (según me confesó, ¡estaba en un gana-gana con su hermano menor para ver quién lo completaba primero!) y más sobre sus gustos estrafalarios respecto a su modo de vestir. En especial, las botas de militar desgastadas que llevaba puestas me fastidiaban. Según él, mientras más raídas y sucias estuvieran, ‹‹mejor›› le asentaban.

Ahora comenzaba a conocer más del Luis humano. El Luis niño, con sus gustos raros y poco comunes, los cuales no solía ver en hombres de mi edad. El Luis hombre, tan comprensivo en aspectos tan importantes como el sexo. Y me encantaba apreciarlo así, porque mientras más compartía con él, mucho mejor me sentía a su lado.

Mas, luego de que la mañana entre los dos transcurriera de un modo tan maravilloso, con el transcurrir de las horas algo cambió. Percibí que algo lo preocupaba y que no me estaba contando todo lo que le ocurría. ¿Tendría que ver con lo de Diana?

Me sentí algo incómoda al respecto. No sabía si tocarle el tema o no, pero quería que las cosas entre nosotros se vinieran dando en el mismo curso que hasta ahora. Fue así como reuní fuerzas para encauzar la conversación respecto a lo que yo quería:

—¿Todo bien?

Me encontraba cocinando su plato favorito: ají de gallina. Me estaba ayudando a deshilachar el pollo en pequeños trozos para dicho fin. Tenía la mirada un poco ida, una señal de que, en efecto, algo le molestaba.

—Luis, ¡te estoy hablando! —insistí.

—Ah, sí —dijo prestando atención—. ¿Me decías? —Volvió a su actitud despreocupada.

—Te pregunto si todo está bien.

—Sí, se me hace muy fácil hacer esto —dijo mientras seguía deshilachando la carne—. Nunca ayudo a mi madre en estas cosas, pero contigo lo hago encantado —señaló con su característica sonrisa.

—No me refiero a eso —acoté observándolo de manera fija.

—¿Entonces?

—Es que...

Tuve que respirar muy profundo para seguir con lo que quería decir. No deseaba parecer impertinente, pero la espina que sentía dentro de mí no me dejaba tranquila. Tenía que despejar mis dudas a como dé lugar:

—Creo que algo te preocupa. —Dejé el bowl de la cocina sobre el repostero y acaricié sus manos—. Cuando a veces te hablo, parece que estuvieras en Marte.

Se me quedó mirando con aprensión. Levanté mi rostro lo suficiente como para estar a pocos centímetros del suyo. La distancia entre nuestras estaturas era bastante. Siempre me pregunté cuánto medía Luis. ¿Un metro ochenta? Pero, hice mi mejor esfuerzo para estar frente a frente a él.

Con una mano aparté una de sus trenzas rastas que tapaba uno de sus bellos ojos. Quería observarlo fijamente para ver si, a través de ello, podía descubrir qué era lo que aquejaba a su alma y tratar de solucionarlo entre los dos.

—¿Todo está bien?

Pasé saliva.

—¿No hay algo de lo que quieras conversar? —añadí. 


Luis

Cuando Margarita me preguntó si algo me ocurría, no supe qué responder. Y ahí, como si alguien leyera mi mente, fui literalmente salvado por la campana.

Sonó el timbre. Ella se separó de mí y fue a atender al contestador.

—Es un mensajero de un centro de conciliación —me indicó.

—¿Qué querrá?

—Ni idea. Está bien, ahora bajo, señor —le contestó a quien hablaba a través del comunicador—. Ya vuelvo.

Cuando se fue, estaba en shock. Margarita, como cuando era un niño, era capaz de descubrir que algo andaba mal en mí.

En ese tiempo, a pesar de que yo me quería hacer el tipo duro porque quería aparentar ser mayor y odiaba que la gente me viera llorar, ante ella me era imposible disimular. Margarita tenía un don especial para leer en mi interior. Cuando algo me fastidiaba, bastaba un par de sus palabras para sentirme en total confianza. Y yo no dudaba ni un segundo en soltarle todo lo que tenía dentro.

Una de las cosas que me enamoró de ella entonces era la comprensión y tranquilidad que me brindaba al escucharme y aconsejarme luego de confesarle mis preocupaciones, las cuales eran mayormente por mis metidas de pata; pero ahora no se trataba de travesuras de niño.

Debía tratar de aparentar que todo estaba bien, porque no quería que comenzara a invadirme con preguntas incómodas. No sabía por cuánto tiempo más podía soportar esta farsa, porque cuando la tuve ahí, observándome firmemente y agarrándome las manos, sentí que me iba a derrumbar por completo. Y no quería hacerlo, ya que todavía no había resuelto cómo afrontar lo de Diana.

Solo había decidido pasarla bien al lado de Margarita, mientras disfrutábamos de nuestra intimidad y cosas cotidianas. Me había sentido tan bien en su compañía mientras nos duchábamos juntos y nos entregábamos mutuamente, al ayudarla a sacar la basura, al limpiar su dormitorio, así como en la preparación del almuerzo... Con todo aquello, caí en la cuenta de que esto era lo que quería para mi vida futura: estar con ella para siempre.

Decidí tomar una resolución: contarle todo lo que de verdad sucedía. Y si, a pesar de aquello, ella quería seguir a mi lado, pues bien. Si era todo lo contrario, tendría que aceptar su decisión de manera hidalga, pero me llevaría el recuerdo de todo lo que viví a su lado, lo cual, aunque hubiera durado poco, había sido intenso e inolvidable para mí.

Pero, la pregunta que yo me hacía era: ¿cuándo confesarle sobre el chantaje de Diana? ¿Cuándo era oportuno? ¡Dios mío! ¿Cuándo?

Mientras me encontraba sumergido en el mar de mis pensamientos, el sonido de mi teléfono me distrajo. Al ver qué era, me fijé que era un mensaje de texto. ¡Era Diana!

‹‹Llamé a tu casa para saludarte, pero no te encontré. Te hago recordar que debes deshacerte de tu perra. Disfruta las pocas horas que te quedan con ella, jojojo››.

¡Mierda! ¡Siempre jodiendo la desgraciada esta! ¡Me tenía hastiado!

Apagué mi celular y lo lancé con furia al piso. Éste cayó rápido debajo de uno de los sofás. Parecía que se le había roto la pantalla. ¡Carajo!

En ese instante regresó Margarita con unos documentos y su semblante era de evidente preocupación.

—¿Quién era? —le pregunté.

Ella lanzó los papeles a la mesa de su comedor y me abrazó. Estaba llorando.

—¿Qué sucede? —insistí, mientras la acunaba en mis brazos y le daba masajes en la espalda para calmarla.

Se separó de mí y se sentó en una de las sillas del comedor. Hice lo propio a su lado y le di un vaso con agua para que se calmara. Después de esto, me habló:

—¡Es César! Mira lo que me ha enviado —me informó mientras me entregaba varios papeles.

Leí los documentos en cuestión. En estos César Valenzuela, de treinta años, solicitaba una conciliación de divorcio, reparto de bienes y pago de alimentos. El cara de nerd decía que hacía un mes se había quedado sin trabajo, por lo que ¡requería que Margarita le pasara una pensión económica para su manutención! Además, por si esto no fuera poco, como él ‹‹había pagado›› religiosamente la hipoteca del departamento de ella y, ante su estado de ‹‹mendicidad››, pretendía quedarse con la propiedad de este porque ‹‹no tenía en dónde vivir››.

—¿Cómo puede hacerme eso? —dijo llorando—. Yo sola he estado pagando la cuota de la hipoteca desde que él se fue de la casa. También, ¡alega que no tiene trabajo! Pero bien que tiene dinero para irse de putas y pagar los caprichos a su nueva novia, según me he enterado. ¿Y quiere que lo mantenga y quedarse con el departamento? ¡Es un sinvergüenza!

Tuve que contenerme de no llenar de golpes la mesa del comedor al verla así, porque no quería formar un espectáculo y que ella se asustara ante mi reacción. Ya tenía suficiente con los requerimientos de su ex.

Los calificativos de patán, caradura, ruin y demás se quedaron cortos para calificar a ese tipejo. ¡Era un hijo de puta! Si lo hubiera tenido cara a cara lo hubiera molido a golpes sin chistar, por preocuparla y hacerla llorar. ¡Esto no se le hacía a la mujer con la que habías estado casado por varios años! ¡No, señor!

—Lo que él es... ¡ES UNA MIERDA! —indiqué mientras me paraba de la silla y lanzaba los documentos del sinvergüenza al suelo.

Se me quedó observando con un gesto desencajado. Debió de haberle sorprendido mi reacción, así que tuve que controlarme.

Rápidamente, tomé los documentos y me senté de nuevo a su lado. Le di un beso en la mejilla y le agarré su mano derecha.

—Lo siento —le susurré—. ¡Es que estoy tan indignado!

—No te preocupes. Lo entiendo, porque también lo estoy. Debo poner al tanto a mi abogada de lo que ocurre. ¡Voy a llamarla!

Margarita se limpió las lágrimas de su rostro y se dirigió a la sala. Cogió su teléfono fijo y digitó un número.

—¿Aló, Cinthya Huerta? ¿Qué tal? Te habla Margarita Luque.

Luego de hablar con su abogada y de contarle lo que sucedía, quedó en ir a su oficina ese día a las tres de la tarde, con los documentos que le habían llegado.

—Ya estoy más tranquila.

—¿Qué te dijo?

—Dice que no me preocupe. Que es una simple invitación a conciliar, la cual es paralela al juicio de divorcio que tengo con él, pero que no tiene validez alguna. Lo más probable es que la haya enviado para presionarme, ad portas a la audiencia del juzgado que tenemos en diciembre. También, al ser el cónyuge culpable en el divorcio...

—¿Me puedes hablar en cristiano? —la interrumpí.

¡No entendía ni un carajo de lo que me estaba diciendo!

Ahí me explicó que, en un juicio de divorcio ambas partes presentaban sus pretensiones al juez, principalmente respecto a los bienes en común, la tutela de los hijos y si había alguna pensión económica que una expareja tenía que hacer al otro. En el caso de ella y de su exmarido, al no haber tenido niños, lo único que estaba en disputa era la propiedad del departamento.

A su vez, los documentos enviados por el granuja ese, haciéndose la víctima de no tener dinero para mantenerse, eran un trámite paralelo al divorcio y que lo más probable fuera que aquel no prosperara porque debía solicitarlo ante el juzgado que estaba viendo su caso y que, si lo hacía, él tenía todas las de perder.

Para empezar, Margarita tenía todos los recibos de las cuotas del pago de la hipoteca en su poder, como prueba de que ella sola había corrido con esos gastos. Por este lado, podía desbaratarse la mentira de su exmarido de que él las había pagado.

También, el estado de pobreza que el patán alegaba era mentira. Este había heredado hacía poco dos edificios de su padre al fallecer, y la renta del alquiler de estos le daba los ingresos suficientes como para subsistir. ¡Otra mentira!

Y si esto no bastaba, en el caso de un divorcio, el juez que veía el caso principalmente le daba la razón a la mujer —algo bueno del feminismo actual. ¡Bien por ellas!— que había sido engañada. Mi novia tenía todas las de ganar, porque había muchas pruebas de que el bribón le había sido infiel durante años.

Pero todavía había mucho que hilar; un juicio de divorcio era largo. Si bien Margarita podía estar tranquila porque las cosas estaban a su favor, los documentos enviados la habían sobresaltado sobremanera. El imbécil de su ex no perdía oportunidad para molestarla y presionarla. ¡Hijo de puta!

—La verdad es que lo desconozco —dijo aún acongojada.

—¡Es una mierda de tipo!

En ese momento, para variar, mi estómago me volvió a jugar una mala pasada y sonó de manera escandalosa. ¡Qué vergüenza! Ella solo atinó a sonreír, mejorando su semblante. Los hoyos de su mejilla hacían juego con sus gruesos labios cuando se reía. Esta combinación la hacían ver más bonita que nunca. ¡Me encantaba verla así!

Cuando miré mi reloj para ver por qué me moría de hambre, me di cuenta de que ya era la 01:03 pm. ¡Con razón las tripas me crujían!

—Bueno, mi abogada quiere que le lleve los papeles para revisarlos y conversar con más tranquilidad. Y no va a estar en su oficina hasta las 04:00 pm. Así que, voy a terminar de cocinar para llenar esa pancita que me está reclamando —dijo sobándome el estómago y sonriéndome—. Y luego me voy a ello, ¿bien?

—¡Perfecto! Que luego de comer debo ir a mi casa a cambiarme. Acuérdate de que tengo la audición en el pub del hermano de mi amigo a las cinco.

—Cierto...


✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ 


Luego de cocinar y almorzar, Margarita se cambió para ir donde su abogada. Como andaba con el tiempo justo y aún no había saciado mi apetito, me dijo que podía servirme más de la comida que quedaba en la olla.

‹‹¡Comes como un camionero! Te he servido un plato de sopa más el segundo en un tazón grande, junto a tres frutas y un jugo de naranja. ¿Y aún tienes hambre?››.

‹‹Tengo que alimentarme bien. ¿No escuchaste que mi madre dijo que aún estoy en crecimiento?››.

‹‹¿Más?››.

Después de que se fuera y la animara con que su abogada le daría buenas noticias, volví a almorzar.

Cuando ya me iba a mi casa, el sonido de mi celular me advirtió de un mensaje de texto recibido. Al abrirlo para ver quién era el remitente y el contenido del mensaje, lo que leí me puso de piedra:

‹‹Ya sé quién es la perra de tu novia. Y no creo que a tu familia le guste lo que descubrí. Me dan pena ustedes dos, jojojo. ¡Pobres imbéciles!››.

¡Era Diana! ¿Cómo diablos había descubierto de que Margarita era mi novia? ¡Mierda! 


✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿

Anotaciones Finales

Verán que me "he introducido" en la historia. Y es que sí, es algo muy usual en mí que en mis relatos haya un personaje con mi nombre, el cual es mi alterego como abogada.

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