I
En un mundo de corrupción, de suciedad, donde la esperanza y la fé no tienen forma de mantener a una persona... Hay que ser realistas, una sociedad perfecta siempre tiene cola que le pisen, no todas las buenas impresiones son correctas ni los trabajos tan honestos como aparentan.
Así era en aquélla ciudad... La capital metropolitana del país y por lógica la más glamourosa y dónde "los sueños se hacen realidad", muchos forenses, extranjeros con deseos al "sueño americano" cruzaban las fronteras de sus países con tal de tener una mejor vida, con tal de mantener una estabilidad económica mejor, una vida más pacifica o simplemente buscar mejores oportunidades de desarrollo y empleo.
Así lo vio Fubuki Sumie. Un joven que teniendo 17 años había decidió con el favor de sus padres lanzarse a la aventura, es decir, a buscar una mejor vida y educación en aquélla ciudad de los Estados Unidos, New York. Las escuelas, trabajos y todo era mejor que seguir viviendo en donde se encontraba lleno de carencias.
Si conseguía un empleó, podría pagarse la escuela y así darles un mejor futuro a sus padres.
Pero no, no todo es color de rosa.
Pues pasaron los meses sin que logrará un trabajo decente, lo más que hallaba eran cosas pequeñas y con ello apenas y tenía para sobrevivir en aquel pequeño cuarto que alquiló. Tampoco quería preocupar a sus padres, debía encontrar trabajo en algún lado... de cualquier forma.
— Oye, tienes una cara bonita...
— ¿Perdón?
Aquella mañana había ido a una entrevista de trabajo sin mucho éxito, cuando al pasar por un lado al salir, un joven de cabello blanco y ojos rojos, se le quedó viendo con detenimiento.
— También un lindo cuerpo... ¿que edad tienes?
— Acabo de cumplir 17 años.
— ¿Y no te interesaría un trabajo de pocas horas, fácil, donde podrías ganar mucho dinero?
Cómo polilla a la luz, esa tentadora oferta fue muy atractiva para Fubuki, el joven pelirrubio y ojos rubíes ya se encontraba en un punto de desesperación por conseguir un empleó que no le importaba fregar pisos, así que una propuesta donde habría una cantidad de dinero alta llamo su atención.
Pero, como polilla a la luz, está acabaría quemandolo.
En cuestión de minutos el joven le explicó que era encargado de una casa de citas, cosas sencillas donde jóvenes de diferentes edades y sexos son acompañantes de empresarios en varias citas o cenas laborales, no era la gran cosa pero por ser una persona de compañía en una noche podía ganar el dinero suficiente que requería, lo mejor de todo no era un trabajo diario.
Fubuki acepto sin rodeos.
Y durante las siguientes semanas se dedicó a acompañar a grandes magnates e ilustres personajes a sus reuniones, comportándose siempre con educación y una sonrisa el joven estaba logrando tener el dinero suficiente para él y también para mandarles a sus padres... Quería ahorrar suficiente como para estudiar la universidad y si seguía así, incluso ayudarles desde ya a sus padres.
Lo estaba logrando, pues en poco tiempo se colocó entre uno de los favoritos de la casa de citas. De ese modo había pasado un año sin nada fuera de lo usual.
— ¿Sumie está listo, Shu?
— Es un joven atractivo —aquel joven albino habló por teléfono—, valdrá mucho más porque es virgen, jefe, conseguí uno bueno está vez —habló con malicia.
— Entonces encontraremos a alguien que quiera pagar mucho por una mercancía así de valiosa...
— Así será señor.
Cómo polilla, se quemó con esa luz.
— Fubuki, tienes un nuevo trabajo —Shu, "su jefe", lo había mandado llamar esa tarde—. Es para mañana.
— ¿De verdad? —aquello sorprendió al pelirrubio, ya que normalmente recibía los trabajos mediante mensajes al celular.
— Es una fiesta privada, así que yo te acompañaré, te darán una gran suma —explico sonriendo al final— si haces lo que se te dice claro...
— De acuerdo.
Fubuki inocente no tenía idea del peligro que corría, pero accedió a las indicaciones dadas y se despidió para ir a descansar, por ser Viernes el día de su cita asumía que, como cualquier fiesta en fin de semana seguramente terminaría bastante tarde. Ya estaba acostumbrado a lidiar con ello así como también a lidiar con clientes que querían pasarse de listos...
Pues por ese trabajo, no faltaba aquel cliente que quería más que compañía, pero Fubuki lo más que permitía eran toques y caricias, nunca nada más allá de ello, pero eso sí, había recibido su primer beso de una manera que no le hubiese gustado, ya que había sido forzado a ello... Pero como era algo insignificante no lo creyó importante.
Hasta ese Viernes, donde su vida cambió por completo.
La luz lo había quemado.
No sé alarmó cuando salió casi al caer la noche, y tampoco cuando el auto donde iban entró al estacionamiento de un enorme y lujoso hotel, eso no era de extrañar ya que muchas de las veces que iba de acompañante las fiestas se realizaban en los salones privados de grandes hoteles.
— Ponte esto, y espera a que te llamen.
Shu lo dejo en una habitación con una bolsa negra, Fubuki se extraño por el contenido: eran prendas cortas con encajé y un diminuto bañador oscuro que resaltaba su cadera.
Algo empezaba a andar mal.
Se terminó de cambiar cuando golpearon a la puerta con fuerza, sobresaltado abrió pero no le dio tiempo de algo más, lo jalaron del brazo encaminandolo con torpeza hacia un salón donde emanaba un fuerte aroma a tabaco y licor.
Su jefe estaba hablando pero por lo aturdido que estaba no había alcanzado a escuchar las palabras claves: nuestra siguiente mercancía es un joven virgen de dieciocho años de edad.
Lo empujaron a la tarima y deslumbrado por las luces no alcanzo a ver del todo el lugar, pero se hallaba rodeado de hombres, la mayoría pasados los 50 años de edad que bebían y fumaban viéndolo con seriedad.
— Y empieza la oferta.
Había alcanzado a escuchar en algún lado del salón Shu, quién lo metió a ese trabajo.
— ¡Diez mil!
— ¡Quince mil!
— ¡Veintisiete mil!
Enseguida las ofertas comenzaron a darse dejando al joven pelirrubio sorprendido aunque sin entender nada ¿ofertaban por salir con él?
— ¡Cien mil doscientos!
— ¡Tres millones!
De un centenar pasaron a un millar sin chistar, y claro, sin más postores que pudieran competir contra aquella enorme suma.
— ¡Vendido!
Fubuki alcanzo a vislumbrar en una de las mesas, a un joven de cabello blanco, que le cubría la mitad del rostro con su mismo flequillo, se veía sonriente. Así que por ello sonrió tranquilo.
El joven, llamado Suoh Genji, resultó ser hijo de un importante y peligroso narcotraficante, así que, pese a sus escasos 20 años de edad, era común para el andar metido en subastas y formas de entretenimiento carnal.
Pues aquella casa de citas, reservaba a los mejores jóvenes para engañarlos con un mejor empleo y terminar vendiendolos como lo que eran: mercancía. En el oficio más antiguo del mundo: la prostitución, que claro, se disfrazaba de varias maneras, como en inocentes citas de compañía por ejemplo.
Fubuki termino en una habitación, pequeña pero elegante y cómoda, todavía vestido con la ropa que había usado en su subasta sin saber que hacía ahí, permaneció sentado sobre la cama un lapso de tiempo mas cuando entro ese mismo joven que ofertón por él con una sonrisa, su vestimenta era impecable.
¿Quién diría que una cara amable ocultaba más allá?
— Fubuki ¿cierto?
— Si señor —recordando lo que le dijeron de obedecer para dar un buen servicio y ganar más dinero, fue gentil—. Estoy para complacerlo —sonrió.
Aunque su sonrisa se borró de golpe ya que sin precio aviso, Suoh se acercó tirándolo a la cama.
— Que bueno que lo dices —Suoh le mostró la verdadera naturaleza humana, alguien sin escrúpulos y despiadado bajo una sonrisa burlona— tenía ganas de divertirme y tú cuerpo es perfecto —comenzó a acariciarlo con morbo— tienes el cuerpo que me gusta.
— Es-espere —titubeo asustado.
— No lo sabes ¿verdad? —seguía mostrando una sonrisa— te acabo de comprar, ahora eres mío... y de nadie más.
De un salvaje y demandante beso, Fubuki quedó pasmado mientras sin pudor Suoh recorría su cuerpo, deteniéndose en su bañador bajándolo dejándolo desnudo de la cintura para abajo.
— De-detente —asustado sin saber que hacer, no pudo hacer otra cosa más que gemir ante el contacto, pero paralizandose del miedo tras las caricias en su zona más íntima.
— ¿Sigues sin entender? Ya eres mío, y sino lo entiendes hablando, será a mi modo.
Tras las caricias y los movimientos que su ahora dueño le daba, Fubuki había comprendido el porque muchos compañeros dejaban de frecuentar el trabajo, del porque ya no volvían sin razón aparente...
Lo entendía porque ya lo estaba viviendo.
Había perdido su virginidad con alguien que no ama, de una manera cruel había conocido lo peor del trabajo, y todo por ser tan inocente gracias a un trabajo engañoso perdió su libertad.
Fin.
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