1. Por mi familia
—Sopórtalo, sopórtalo un poco más —dice mi madre deteniendo la hemorragia de la pierna de mi padre.
Mi padre tiene un trapo en la boca para soportar el dolor.
Mi hermano Emilio trata de mostrarse fuerte sosteniéndose el brazo. La camisa se está manchando de sangre, no es grave, sólo fue una caída en unas piedras mientras intentaba correr, sin embargo le causó una herida y su rostro está pálido. Lo abrazo para apoyarlo, pero sé que no es suficiente, no es fácil para un niño de 8 años ver como su mundo cambió desde hace unos 2 años.
La política en el país se volvió complicada y algunos se han levantado en armas para parar la reelección del presidente actual. El hombre ha llevado al país a ser reconocido en otras partes del mundo, pero los beneficios los han obtenido las clases altas quienes abusan de su poder, saturándonos de trabajo y deudas.
Todos los que trabajamos en la hacienda Abundancia escondemos a los animales en las cuevas tras las cascadas del lugar. Hasta ahora lo habíamos logrado, pero hoy los "peleadores por la libertad" han sido más listos, nos sorprendieron. Mataron a los que cuidaban los límites, capturaron a los animales que les sirven y mataron a los que intentaron defender la propiedad.
—Vamos compadre, pronto se irán, sea fuerte. Aguante para que no nos delate —le dice el amigo de mi padre, José, está herido en la cabeza por defender a mi padre.
La noche llega, mi hermano se ha quedado dormido en mis brazos, papá parece que tiene fiebre y mamá se ve preocupada.
Afuera el sonido de la caída del agua cubre el miedo que todos tenemos. Conforme el tiempo pasa llegan más compañeros heridos con sus familias.
—Capturaron a los niños Marcelino, José, Mariano y Juan. También a María y a Juana —escucho que los adultos están hablando de quienes no escaparon.
—Mientras nos escondíamos escuchamos a uno decir que necesitaban de un hombre más y se irían.
—Seguro se aburrirán de buscar y se irán.
Suenan confiados, la cascada no está lejos de la hacienda, temo que ...
—Silencio —Ricardo se aleja de la poca luz que entra de la luna.
Se escuchan pasos afuera y otros sobre nosotros. Las respiraciones son contenidas, nadie se mueve a plena vista, pero por el agarre de mi amiga sé que tiembla. Los sonidos siguen, son varios que están cerca.
—¡Regresemos a la hacienda! —se escucha un grito y con ello los pasos se alejan—. Seguiremos mañana.
Todos dejan de mantener el aliento, el alivio regresa.
Pero en mí no, estuvieron cerca, demasiado. Sí continúan mañana podrán ver huellas y llegar aquí. No podemos escapar, hay varios heridos y eso nos complicaría todo.
—Un hombre, sólo un hombre más —dice mi padre—. Podría ir yo.
—¿Qué dices?, ¿estás loco?, no lo soportarías —le dice mi madre.
—Soy el más fuerte y joven de los que estamos aquí, si salgo y me llevan se alejarán. Así no se llevarán a los niños ni a las jóvenes.
—Tiene razón —el amigo de papá lo apoya.
—Está herido, no sobrevivirá.
—Es mejor dar mi vida a que tomen la de algunos de ustedes, piensen en los niños.
—Es verdad —dice Ricardo—. Aún con la pierna mal les será útil.
—Pero ...
—Nada mujer, está decidido —dice mi padre y mi madre ya no dice más—. Es mejor dormir, en la madrugada deberán dejarme a su vista.
Todos lo apoyan y obedecen.
Observo a mi hermano dormido, a mi amiga apoyada en mi hombro y a los demás niños con sus padres. Es verdad, debe entregarse uno de nosotros, pero la mayoría son hombres mayores o flacos, no soportarán lo crudo de esta situación. Pero si papá se va nos dejará desprotegidos, puede que en otra ocasión vengan más y sin él no lograremos escapar.
Siento como mi hermano tiembla y empieza a llorar. Me levanto y se lo entrego a mi madre para que lo abrace. Con ella se tranquiliza, se abraza fuerte a ella escondiendo su rostro del exterior. Papá toma su mano, se está despidiendo de él.
El silencio dentro de la cueva es ... no me gusta. Miro como todos duermen, pero yo no puedo.
Un hombre.
Soy una mujer, a veces pienso que si fuera hombre hubiera ayudado más a la familia, pero así sólo apoyo en labores de la casa y de vez en cuando en alguna actividad urgente para lograr la cuota y obtener el maíz necesario para comer.
Un hombre.
¿Por qué no hacerme pasar por uno? Sólo es hacerlos creer que soy uno y trataré de escapar cuando estén lejos de aquí. Conozco varios caminos de la zona, podría regresar con facilidad.
Me levanto y salgo de la cueva, nadie se dio cuenta.
Debo hacerlo, por la seguridad de mi padre, mi hermano, mi madre y todos los demás. No puedo dejar esto a la suerte, puede que mañana nos encuentren y todos sufran por ello.
Es mejor exponerme a mí.
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2. No diré nada
—Encontramos otro —me arroja al suelo el hombre que me encontró—. Se escondía en los establos.
En realidad estaba preparándome, me alegra que no me encontraran antes. Ahí tome la ropa que guardaba mi padre, me queda grande, pero funciona para esconder mi identidad. Me corté las trenzas con un machete para pasar más desapercibida, me dio pesar, mi cabello ya lo tenía hasta la cintura y estaba bien bonito, al fin no tenía puntas abiertas ... en fin, esto es más importante: aparentar ser hombre.
—Si han encontrado uno debe haber más, sigan buscando —dice un hombre que tenía un pasto entre los dientes.
Me empiezo a levantar pero el hombre que me trajo me patea para que no me levante.
—¿Quién te dijo que te levantes? —se burla de mí.
—Se ve joven —camina y se queda parado frente a mí —. ¡Muchacho!, dime, ¿donde están los demás hombres?
Me quedo callada, sigo mirando el suelo. Sus botas se ven de buena calidad, me recuerdan a las ... del patrón. ¿Qué le habrán hecho?, no llegó al escondite, se quedó escondiendo dinero y armas para que no se llevarán todo estos luchadores por la paz.
—¿No quieres hablar? —me sujeta del cabello para que lo mire—. ¿Eres muy leal a tu patrón o a tu gente?
Siento que va atravesando mi piel poco a poco con una navaja. Me quejo en mis adentros, debo soportarlo. No diré nada, muera o viva, lo importante es que mi familia esté a salvo.
—General, no lo mate, necesitamos hombres —un joven intenta intervenir pero al ver los ojos de su superior se detiene.
—Tranquilo, sólo necesita un empujón —sonríe, hace un movimiento con su cabeza y traen arrastrando a una persona— ¿Quieres quedarte sin lengua como tu patrón?
El patrón está muy mal herido, la nariz chueca, diferentes heridas en el rostro por uso de arma filosa. El general le abre la boca para que vea que no tiene lengua.
—¿Por qué no le dices que mejor hable?
El patrón me mira con dificultad, abre los ojos con sorpresa. Con pesadez levanta su mano y pone su dedo índice en su boca indicando que no diga nada. Me sonríe y sus ojos empiezan a cerrarse. He visto morir a diferentes personas a lo largo de la vida, pero no de esta forma: frente a mi ojos, por una injusticia.
—¿Dónde se esconden? —vuelve a decirme.
—No diré nada, así que pueden llevarme o matarme.
—Bien, muere.
Cierro los ojos, espero que así no sienta tanto dolor y no disfruten de mi sufrimiento.
—General, disculpe, pero si tardamos más no llegaremos antes al siguiente pueblo —el joven de antes detiene su mano.
—Insolente —le da una cachetada que lo derriba al suelo—. Estarás castigado, ¡no comerás nada por tu atrevimiento! —le grita y todos los demás hombres sonríen satisfechos.
—Lo siento general, pero estamos perdiendo tiempo y oportunidades de saquear otro pueblo o hacienda. Sabe que los Barranco andan cerca y nos tienen ventaja.
—General, permítame fusilarlo —dice el hombre que me encontró, alista su rifle.
—No tan rápido, Ramiro, tiene razón. Hemos perdido hombres y no podemos darnos el lujo de deshacernos de estos. Suena la trompeta, partiremos ahora mismo.
Empiezan a moverse. Veo como se llevan las cosas de valor de la hacienda, pero no es lo más valioso. La muerte del patrón seguro sirvió de algo, no veo a su hijo ni a la patrona. Una vez que nos marchemos seguro podrán levantarse con lo que escondieron. Espero se preparen mejor, estos saqueos no pararán pronto.
—Vamos —el joven me ayuda a levantar—. El general Anastasio no siempre es así —me sonríe, pero algo me hace pensar que miente —. Soy Leopoldo, ¿tú?
—Ernesto.
—Mucho gusto —extiende su mano y hago lo mismo—. Tus manos son muy suaves, ¿qué hacías en aquí?, ¿acaso sabes tomar un arma?
Creo que lo mejor es no decir nada. Me suelto con furia.
—Tranquilo, soy buen maestro, te enseñaré a ti y a tus amigos para que sobrevivan y puedan volver a casa en un futuro.
Volver a casa.
Tiene razón, debo ser sumisa y aprender, aprovechar para escapar con los niños en cualquier oportunidad utilizando lo que ellos me enseñen. Debo observar, escuchar y ser paciente para identificar debilidades y usarlas en su contra.
—Bien, aprenderé, por mi vida y la de los niños.
—Muy bien, ten un objetivo en mente y lograrás soportar las dificultades más fácil, no te mentiré, puede que sientan miedo, este movimiento es sangriento y sofocante.
—Lo sé.
A la hacienda llegaron las noticias del movimiento, la lucha contra la injusticia que se toma algunas libertades por el bien de todos, por la paz, por la libertad. Los números de los muertos son altos, las familias destruidas incrementan. Parece que este movimiento será largo.
Llegué con los niños, estaban llorando y los hombres riéndose de ellos. Las dos niñas de 12 y 13 años los abrazan tratando de consolarlos.
—¿Acaso no eres hombre?, deja de llorar —le dice un hombre alto y robusto a Mariano—. Este morirá en poco tiempo, mírenlo, se hizo en los pantalones y no ha visto nada.
—¡Déjalo! —lo empujo para alejarlo del pequeño de 7 años, pero no le hago nada.
—¿Este es un nuevo miembro? —me da un puñetazo—. Ustedes son los nuevos, los que seguirán las ordenes de todos, quienes nos divertirán —me toma de la camisa y me azota contra un árbol—. Espero lo entiendas.
Me suelta y se aleja con los otros hombres riendo.
—Ese chico no parece hombre, se ve muy afeminado, no durará mucho.
Me levanto y me sacudo, acomodo mi ropa y me acerco con ellos.
—¡Dolores!
—María, no lo grites —miro para ver si no hay nadie cerca.
—¿Qué pretendes? —me dice María preocupada y vigilando.
—Necesitaban un hombre y me estoy haciendo pasar por uno.
—¿Y si te descubren? —me dice José, tiene 14 años, el mayor de los capturados.
—No lo harán, deben llamarme Ernesto y seguiremos sus ordenes para escapar.
—¿Volveremos con nuestros padres? —sonríe Juan, tiene 12 años.
—Sí, así que presten atención para cuando necesitemos regresar.
—Cuenta con ello —responde Marcelino con una sonrisa de esperanza.
—¡Vámonos!
Todos nos tomamos de las manos, vamos caminando detrás de todos, no nos dieron ni un caballo. Los rostros de mis amigos ya no están decaídos. Les prometí que escaparemos pronto, espero que sea antes de que vean lo crudo que es enfrentarse a otros hasta que uno quede vivo.
—Oye, puedes subir a los más pequeños a mi caballo, que se turnen —Leopoldo baja y los pequeños suspiraron de alivio.
—Gracias.
—No es nada, mientras les enseñaré a tomar un arma. En el próximo pueblo seguro obtendremos una para cada quien.
Miro el arma, no pesa, pero el pensar que con ella puedo herir y matar me pone la piel de gallina. Espero no tenerla que usar contra otra persona.
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3. Una oportunidad
—Aprenden rápido, oportuno para el próximo ataque —Leopoldo nos dice dándonos una palmada en la espalda.
—¿Atacaremos?
—Sí, las provisiones se acaban y debemos conseguir más hombres.
—¿Siguen instrucciones de alguien?
—No, sólo atacamos a los federales que encontramos, de esa forma apoyamos.
—¿Por qué no hay mujeres con ustedes?
—Había, pero el calor y las enfermedades acabaron con ellas. Por eso el general prefiere no reclutar mujeres, ya que son más frágiles y pueden ser una distracción.
—¿Entonces por qué trajeron a las niñas? —lo miro enojada.
—Son jóvenes, fuertes, soportarán más y nos alimentarán.
—¿Crees que sólo para eso sirven las mujeres?
—Claro que no, hay muchas que se han unido a la causa no solo por seguir a sus esposos o parientes y han logrado matar a muchos federales.
—¡Ustedes!, escóndanse —nos dice el general molesto.
Nos escondemos en los arbustos, escuchamos como se acercan unos caballos. Son federales, hombres bien rasurados y de cabello corto.
—¿Cuánto falta para llegar al pueblo?
—Un día, pero hay unas casitas en el camino, podremos sacar algo de ahí.
—¿Habrá hombres?
—No, a estás horas están en los campos.
—Así que podremos divertirnos con las mujeres.
Los hombres hablan mientras pasan. El general detiene a uno de sus hombres, parece que quiere atacarlos. Sólo observamos como se alejan y escuchamos sus vulgares conversaciones de lo que piensan hacer.
—General, debemos detenerlos.
—Somos pocos, me gustaría pero no podemos hacerlo. Además, traemos niños que pueden distraernos en vez de apoyarnos.
—¡General!
—Ramiro, he dicho.
Somos pocos, sólo cinco hombres sin contar a mis amigos ni a mí. Me sorprenden que se contengan, lograron someternos en la hacienda, ¿cuál es la diferencia con estos? Son sólo diez federales.
—Podemos hacer algo —dice José acercándose al general—. Hay dos pequeñas casas cerca y podemos ir por una vereda para llegar antes.
—Vamos niño, muéstranos el camino.
—Emilio, quédate con los caballos y volveremos en un rato.
José empieza a caminar y los siguen los niños. Caminamos rápido hasta una casita, hay unos niños jugando afuera y la señora está desgranando maíz.
—¡Mamá! —los niños gritaron.
Su madre saca una pistola y le apunta al general.
—Si dan un paso más yo los acabo.
—Hola, Lucía —María se adelanta para calmarla.
—¡Niña!, ¿qué haces con estos?
—Eso no importa ahora, debes esconderte con los niños, se acercan federales y no tienen buenas intenciones.
—Voy a tomar algunas cosas ...
—No hay tiempo, están muy cerca, debes irte con los niños —me acerco a ella.
—¿Dolores?
—Soy Ernesto, Dolores murió hace un tiempo.
Miré a los hombres tras de mí, pero no estaban. Parece que fueron a avisar a la otra casita.
—¿Qué dices?
—Vamos, Lucía, lo importante es que se escondan.
Toma a sus hijos y se va por una vereda cubierta por árboles y rosales. Detrás de ella va Carmen con su bebé en la espalda.
—Hay que prepararles algo, general, es una buena oportunidad.
—Roberto, nos superan.
—General, son hombres abusivos, los escuchó, su forma de hablar muestra que no tienen respeto, disfrutan y se creen superiores. Es mejor frenarlos aquí a que en el camino encuentren a algún inocente y le quiten lo que no se ganan con esfuerzo —el hombre pone su mano en el hombro de su superior—. General.
—Te escucho, si todos están de acuerdo entonces acabemos con ellos.
—¡Sí mi general! —responden en coro.
Empezaron a poner trampas para tirarlos de los caballos, hicieron bombas caseras y ven que lugar tomar en los árboles para caer de sorpresa.
—Escóndanse aquí —Leopoldo le da una pistola a José.
—Bien.
Leopoldo me indica que suba a un árbol. Una vez arriba escucho como se acercan los hombres.
El general da la orden y empiezan a luchar con ellos, los balazos parecen ser certeros, los federales van cayendo heridos y otros muertos. Yo me aferro al árbol no soy necesaria, temo bajar y morir. Cierro los ojos para no asustarme con lo que veo, pero no sirve, los sonidos siguen a mi alrededor.
—¡Ataquen! —se escuchan más caballos y hombres gritando.
Abro los ojos, noto que vienen más federales. Son como 20, no hay oportunidad.
—¡Retirada! —el general se da cuenta y sus hombres se van corriendo.
Los federales llegan y ven a sus compañeros muertos, empiezan a maldecir. Unos empiezan a escarbar la tierra para enterrar los cuerpos y otros van a las casitas para saquearlas.
—Mire lo que me encontré —dice uno de ellos tomando por el brazo a Juana.
—Muy bien, ya nos hacía falta un poco de diversión —dice uno quitándose el cinturón.
—¡Suéltenme! —Juana trata de liberarse pero no puede, la sujetan en el suelo entre dos hombres.
Los sonidos desaparecen, solo escucho a mi corazón latir como loco. Trato de enfocar la vista, todo está borroso. Quiero aferrarme al árbol, pero no lo siento, sólo sé que tengo una pistola cargada en mi mano.
—¡Señor!
El cuerpo del maldito cae sobre Juana y ella empieza a gritar. La sueltan, tratan de darle atención al hombre, le sangra la pierna. Juana empieza a correr.
Los federales buscan al responsable. No fui yo, mi bala solo rozó su sombrero, fue otra tras la mía.
—¡Ahí está!
El general camina hacia ellos, detrás de él vienen sus hombres.
—¿Lloras por una pierna? —vuelve a disparar y le da en los genitales—. Que divertido es verte morir.
Veo que José corre con Juana y los demás niños lejos del enfrentamiento.
Bajo del árbol, aprovecho para tomar un caballo e irme tras ellos. El sonido de los balazos y relinchos se escuchan más lejos.
—¡José! —los niños abrazan al mayor.
—¡Debo ir!, ¡ese hombre nos defendió!, ¡debo regresar el favor!
—José, detente, debemos aprovechar e irnos de aquí, a casa —lo sujeto de la muñeca.
—Le debemos ...
—Nada, en primer lugar no estaríamos aquí si no fuera por él.
—Y si no fuera por eso Lucía, Carmen y los niños hubieran sido abusados —me dice poniendo resistencia—. El general pudo haber elegido escapar, pero fue por nosotros y evitó que Juana pasara por algo que es cotidiano para otros inocentes.
—¡No son diferentes!, ¿olvidas lo que pasó en la hacienda?, maltrataron al patrón.
—¡Tampoco era una inocente paloma!, Dolores, el patrón era un abusador, fui testigo, solo que no supe que hacer y me quedé paralizado. Pero ahora he crecido, ya no quiero que pase, me uniré a la causa para acabar con todos esos desgraciados.
Lo suelto y los demás también. José está decidido.
—Con más razón debes volver con los pequeños, nada nos garantiza que estemos a salvo con ellos, puede que otros los venzan y nos separen —lo tomo del hombro—. Vuelve a la hacienda, asegúrate de que el hijo del patrón no sea igual, cuida de todos.
—¿Qué?
—Eres el más grande de los niños, en casa te necesitan. Mi padre necesita ayuda, esto tardará, debes ir, cuidar de la familia.
—Pero ...
—Tienes razón, el general evitó lo de Juana, le debo. Pero tu aprovecha y lleva a los niños a casa, este no es lugar para ellos.
—Promete que te mantendrás viva.
—Haré lo mejor que pueda —subo a los más pequeños al caballo.
—Dolores —Juana me abraza—. Gracias, me di cuenta de tu bala —me suelta y se va con los demás.
Respiro profundo, verlos marchar me da un poco de tranquilidad. Espero que el camino sea tranquilo. Ahora debo regresar, tratar de hacer algo.
Regreso y veo que los federales ya no están. En los árboles están los cuerpos de los hombres del general. Disparo a las sogas y los cuerpos llegan al suelo, los desato y es tarde para dos de ellos.
—¡Es tu culpa! —me dice Ramiro al reincorporarse —¡Tenías que ayudar en cuanto se marcharon esos federales! —está molesto, el rostro lo tiene rojo de furia.
Me toma del cabello y me azota contra el árbol varias veces, después me suelta y caigo al suelo, continua dándome patadas, trato de ocultar mi rostro entre mis brazos. Empiezo a arrepentirme de haber vuelto.
—¡Ramiro! —el general logra llegar hasta nosotros—. Volvió, es lo importante —lo aleja con dificultad—. Estás vivo gracias a ello.
Ramiro lo atrapa al ver que el general se iba a caer.
—General.
—Lo sé, hemos compartido mucho, pero por lo menos hoy logramos acabar con ese federal. Vengamos a nuestras esposas —empieza a toser y escupir sangre.
—Seguiré en tu nombre.
—Ramiro, te dejas llevar fácilmente por la furia, eso no es bueno. Quiero que sea Leopoldo el siguiente a la cabeza.
—¡Qué!, ¡yo tengo más experiencia!
—Serán un buen equipo —vuelve a toser sangre—. Vuelvan por Emilio y sigan su viaje, las injusticias están en todos lados. Asegúrate de evitar los abusos ... —dejó de hablar.
Leopoldo se acerca y lo abraza. Lo dejan en el suelo y empiezan a cavar. Parece que quieren llorar, sus ojos están húmedos y los rostros decaídos.
—Vamos por los niños y sigamos —dice Ramiro resignado.
—Se han ido, este no es lugar para ellos —le digo sin verlo a la cara.
—¡Qué! —Ramiro se acerca a mí.
—No están listos.
—¡Ahora somos menos!
Vuelve a sujetarme del cabello y a golpearme, trato de no gritar y defenderme, pero no puedo.
—¡Déjalo! —creo escuchar a Leopoldo cerca, pero no sé.
Las voces empiezan a ser lejanas y el dolor disminuye. Tal vez muera por los golpes, en fin, me alegra que los niños escaparon. Espero las cosas en la hacienda sean más tranquilas.
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4. Esto es diferente
Siento que estoy en una cama y alguien me pone pomada en la piel, siento el frío de los dedos y un poco de dolor cada que me toca. Quiero abrir mis ojos, sin embargo mis parpados pesan y al tratar de moverme siento los músculos pesados, estoy rígida.
—Mamá, tengo frío.
Mi madre no dice nada, me tapa.
—Dolores, ¿cómo te sientes?
Abro un ojo, el otro lo tengo hinchado, miro a Lucía con un jarrito en su mano. Creí que estaba en casa, que era un mal sueño lo del saqueo, pero no, esta es mi realidad: estoy lejos de mi hogar.
—Lucía, ¿me dejaron aquí esos hombres?
—Están afuera, han estado esperando a que te despiertes para llevarte.
—¿Cómo está tu familia y la de Carmen?
—Bien, aunque los federales se llevaron el dinero que teníamos.
—Me alegra —suspiro.
—Hola —Leopoldo entra y se acerca a mí—. ¿Te sientes mejor? —su rostro muestra que se da cuenta de que no.
—Quiero regresar a casa.
—Será difícil, Ramiro está decidido a llevarte con nosotros para que mueras en el camino.
—Lindos pensamientos.
—Pero no estás solo —toma mi mano y la aprieta—. Te apoyaré en lo que pueda. Aún tienes mucho que aprender, tu puntería no es buena y la necesitarás.
—No hay de otra —quito mi mano.
—Tristemente.
Lucía me dio una navaja y un rifle, ella y su vecina irán a la hacienda a buscar refugio. Le di una carta para mis padres, donde les digo que estoy bien y volveré a casa cuando pueda escapar.
Voy caminando detrás de mis compañeros, tanto Emilio como Ramiro me odian así que no podré ir a caballo.
—Ya se les pasará, cuando recuerden que todos luchamos por lo mismo serán otros —Leopoldo va a pie, acompañándome.
—Yo no estoy aquí porque quisiera, detesto ver la sangre, el dolor en los rostros de otros y meterme en los problemas de los demás.
—No es un problema ajeno a ti, tu propio patrón era famoso por sus abusos y amoríos. Hizo sufrir a muchos aprovechando sus influencias hasta que sus encubridores murieron por la mano de los familiares afectados.
—Me cuesta creer que ...
—Hay personas que aparentan ser refinadas y civilizadas cuando en realidad ven a los demás como inútiles.
Si José no me hubiera dicho lo del patrón estaría molesta por su forma de hablar, pero ahora no puedo defenderlo. Es verdad que escuché rumores, por ello mismo no creí en esas palabras.
—¡Esos malditos! —grita Ramiro y se apresura junto a Emilio al pueblo.
—Ernesto, es tu oportunidad, vete —me dice Leopoldo después de subir a su caballo y seguirlos.
Es mi oportunidad de irme, tal vez Ramiro muera y no me busque.
—¡Ayuda! —una mujer corre entre los árboles.
Hay dos federales tras ella, van riendo, diciéndole piropos con una clara intención.
No hay nadie que la ayude, no tiene las fuerzas ni las armas.
La han atrapado.
Dos disparos, dos muertos. La joven se levanta y sigue corriendo.
Mi mano sigue temblando. Guardo la pistola y me acerco a los hombres.
Los maté, no se mueven y la sangre abandona sus cuerpos. El aire sale de los pulmones, el color de la piel está cambiando. Llevo un rato sentada aquí, observando lo que hice.
Los maté.
Nunca me ha gustado ver morir algo, no es que no hubiera matado gallinas, pero sufría con ellas. Aún recuerdo los chillidos de los conejos que intenté matar ... me decía mi madre que es parte de la vida, son animales que consumimos para sobrevivir.
Los maté.
Estos hombres son seres humanos, con fuerzas y habilidades que debieron ser usadas para proteger a otros no para abusar de quienes están indefensos. Así como ellos hay muchos en todo el país.
No me gusta esta sensación, no me gusta la sangre, detesto los problemas, pero no hay forma de estar en paz por el momento. No le deseo a nadie esto que siento.
Me levanto, no estoy feliz, no me siento bien por matar a estos sujetos, pero no hay vuelta atrás, no había otra solución.
He estado escondida por bastante tiempo, añorando que esto termine, soñando con el día en que pueda despertar por el canto de un gallo y no una trompeta que alarme a todos. Debo hacer algo: vigilar y atacar por un mejor mañana ... aunque eso signifique estar lejos de casa.
Entro al pueblo, muchos federales y civiles están muertos, hay mujeres, niños, ancianos llorando al lado de los cadáveres. También hay heridos con rostros vendados, hemorragias graves y algunos últimos alientos que expresan palabras cálidas.
—¡Ernesto! —Leopoldo me ve y se acerca corriendo, tiene una herida en el brazo—. ¿Qué haces aquí?
—Es diferente matar a una persona que a un animal —le digo con la voz temblorosa.
Me mira con tristeza.
—Lo sé —me abraza y correspondo, empiezo a llorar—. Esto apenas empieza, nos uniremos a otros, así que lo mejor es que te mantengas como Ernesto o te podrían asignar a servir a un hombre.
—¿Qué dices?
—Yo curé tus heridas, sé tu secreto, no lo revelaré.
Al día siguiente partimos, Ramiro y Emilio se fueron con otros al norte, no soportaban verme. Por mí mejor.
La lucha fue larga, conocí a muchas personas y perdí a otras en el proceso. Me mantuve como Ernesto, no revelé quien era para tener más poder, llegué a ser general y durante la lucha más mujeres se unieron: ayudaron en las batallas, otras alimentando a las tropas y llegué ha escuchar que algunas fueron reconocidas y ascendidas, lideraron a muchas personas.
Cuando todo se dio por terminado volví a casa. Leopoldo vino conmigo para asegurarse que llegara a casa bien.
—¿Dolores? —mi hermano me reconoció y corrió a mi encuentro.
—Has crecido tanto.
—Han pasado 8 años.
—¿Dónde está mamá y papá?
La sonrisa desapareció.
—Un año después de que te fueras nos atacaron y papá murió, se llevaron a mamá y nunca la volví a ver.
—¿Y José?
—Junto a varios hombres y se fue hace tres años, recibimos una carta, murió en combate.
Creí que volvería y encontraría a todos, pero no fue así, han crecido, decidido su camino y otros murieron por sus ideales o por las circunstancias .
—Papá estaba enojado por tu decisión, mamá lloraba todas las noches ... fue duro verlos así, pero me alegra que volviste a casa.
—Sí, he vuelto para construir un nuevo comienzo.
—¿Y este hombre? —mi hermano espera a que le presente a Leopoldo.
—Mi amigo.
—¿Por qué mientes?, hieres a mi corazón.
—Bueno, mi prometido.
—Mucho gusto —le aprieta la mano—. Cuidado con dañar a mi hermana —lo amenaza con una sonrisa.
—Te aseguro que sus días estarán llenos de felicidad.
Se van platicando. Observo el lugar, hay pocos árboles, la hacienda se ve a lo lejos en ruinas. Me alegra que por lo menos pude encontrar a mi hermano, que él no vivió ni vio lo que yo.
A lo largo de esta lucha no salve a mucha gente por errores, descuidos y traiciones, pero cumplí con una parte de lo que me hizo irme disfrazada: proteger a mi familia.
FIN.
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