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Vulnerabilidad

Me permití el lujo de ir a dormir temprano. El calor del baño no abandonaba aun mi cuerpo y el estado de relajación de mi mente de seguro me ayudaría a conciliar el sueño. Sonreí con amargura y me cubrí con las sábanas dando la espalda a la única vela que había dejado encendida en la habitación.

Cómo me gustaba mentirme, el sueño nunca me alcanzaría en este estado. En el silencio de la noche mi mente se atrevía a dividirse entre Kaira y Flavian. Un error de muchos que había cometido ¿Cuántos más? ¿Cuántas vidas debía arruinar durante mi comandancia? Primero Gaseli, ahora Colin y tal vez, Kaira ¿Cómo había llegado a tales conclusiones sobre mí? No era pomposa ni egocéntrica en exceso, eso se lo dejaba a algunas de mis guerreras, gustaban de pasear por ahí con sus capas y sus broches, balanceando ostentosamente sus espadas sobre sus caderas.

¿Por qué demonios me importaba tanto la opinión de esa refugiada?

Como si la hubiera atraído con mi mente, escuché los goznes de la puerta chirriar. Pasos cautelosos siguieron el suave chasquido de la cerradura. Cerré los ojos con fuerza y me quedé completamente inmóvil bajo mis cobijas.

Los pasos se detuvieron unos segundos frente a mi cama, algunos gorjeos de bebé me revelaron que Kaira había traído a Axelia consigo.

—¿Sabes? No todas las muertes que ocurren en este lugar son tu responsabilidad.

Dejé escapar poco a poco el aire que no sabía que había estado conteniendo en mis pulmones hasta casi hacerlos reventar. El ardor en mi garganta nada tenía que ver con aquella acción y tuve que tragar saliva para controlarlo.

—A veces, haces cosas maravillosas.

Los pasos se alejaron y segundos después escuché chirriar los tablones de la cuna de Axelia seguido de alguna melodía desconocida para mí. Era delicada y en cierta forma, repetitiva, por instantes era lenta y en otros, rápida y feroz como los instintos de una madre. Fácilmente prometía amor eterno y desinteresado, entrega total y protección, destilaba confianza y te envolvía con brazos cálidos llenos de dulce ternura.

Contra todos mis deseos por seguir escuchando aquella melodía, mis ojos se cerraron y mi cuerpo se desconectó por completo. Desperté al día siguiente desorientada, en la misma posición de la noche anterior y con unas irrefrenables ganas de seguir perdida entre las sábanas. Froté mis ojos amodorrada, tratando de encontrar la perturbación que había interrumpido mi descanso.

La encontré sentada en el borde de mi cama, con expresión de culpabilidad, en sus brazos una risueña bebé que no paraba de balbucear.

—Anteia ¿Puedes cuidar de ella un momento? —inquirió avergonzada.

—Por supuesto—acepté recibiendo a Axelia en mis brazos.

Observé a Kaira marchar a toda prisa. La ropa le quedaba menos holgada que antes, su rostro había recuperado su aspecto original y su mirada ya no se notaba vacía de vida y desesperada, ahora parecía tener un propósito y un motivo para vivir.

—¿Sabes lo afortunada que eres? —pregunté a una adormilada Axelia. En instantes un gran par de ojos grises se clavó en los míos, como si entendiera que hablaba con ella—. Has llegado a tierras seguras, podrás escoger que hacer con tu vida—toqué su nariz con mi dedo índice y me regaló una sonrisa que, aunque carente de dientes, me pareció la más hermosa de todas.

Recosté mi espalda contra el cabecero de la cama y abracé a la bebé contra mi pecho, su suave e inconfundible aroma de inocencia invadió mi espacio y por unos minutos me sentí en paz.

—Sé que no parece así, que esta es un lugar lleno de peligros, pero tu mamá te llevará pronto a tierras más seguras. Lerei es ahora una gran ciudad, nada que ver a cuando yo vivía ahí. Lo primero que aprendías en las calles era que no podías confiar en nadie y que nadie llevaría comida a tu boca si no luchabas por ello. Aunque, no tiene por qué ser Lerei, pueden incluso mudarse a la ciudad central, estarán mucho mejor ahí, lejos de toda esta basura.

—Hablando con una bebé, has caído bajo, Anteia—bromeó Cyrenne asomando su rostro a través de la ventana.

—Una subcomandante espiando a través de las ventanas, si eso no es la definición de bajeza, no sé qué lo será.

—Estoy herida—se dobló hacia delante como si le hubiera lanzado una estocada al estómago. Luego tomó impulso y cruzó una de sus piernas por la ventana, siguió su cuerpo y por último la pierna que había dejado fuera.

—Creo que tengo una puerta para eso.

—No hay que perder la costumbre—guiñó un ojo—. Nunca sabes cuándo se presentará la oportunidad de colarse por la ventana de una bella dama.

—Tu no tienes que colarte por ninguna ventana, Cyrenne, solo tener la suerte de colarte en una litera que no esté ocupada por una pareja.

—Oh, en ocasiones las parejas son divertidas—tomó asiento a mi lado, con especial cuidado para dejar las botas fuera. Sabía de mi manía por mantener las sábanas limpias.

—No deberías decir eso frente Axelia.

—Ella con suerte sabe quién es su madre—espetó rodando los ojos—. Aunque con el tiempo que pasas con ella, seguro ya te toma por su otra mamá—golpeó mi hombro de manera juguetona—. Estas ocultando algo.

—No pasa nada—mentí, porque en ese momento mi corazón se encontraba revuelto con un sin número de emociones.

—Cuando te decidas a contármelo, ahí estaré—sacudió la cabeza—. Venía a avisarte que una patrulla se dirige a los extremos del pueblo y hacia algunas granjas, sé que son dominios de Eneth, pero no me fío de esa chica.

Pellizqué el puente de mi nariz, aquel movimiento podía traernos problemas con Eneth, quien pese a ser mi subordinada, actuaba como si tuviera vía libre para hacer su voluntad.

—Deberías ponerla en su lugar uno de estos días—opinó Cyrenne—. Es solo una niña, trátala como tal y esos humos bajarán en instantes.

—Es eficiente en sus tareas, pero demasiado cruel en su corazón.

—Ella no tiene corazón.

—Todas lo tenemos, Cyrenne, pero no siempre es visible a los ojos de los demás. A veces, solo puede ser encontrado por una persona en todo el ancho mundo.

Mi subcomandante mordisqueó la comisura de sus labios, algo que siempre hacía cuando se quedaba sin palabras, luego se encogió de hombros y abandonó mi cama alegando que no deseaba encontrarse en la habitación cuando mi "Única persona en el mundo" regresara para darme amor.

Estaba por arrojarle una bota a través de la ventana cuando Kaira regresó a la habitación. Llevaba en los brazos una gran bandeja, donde balanceaba de manera experta, una jarra de jugo fresco (a juzgar por la condensación que se acumulaba en su exterior) y dos platos con tostadas, mantequilla y mermelada.

—Pensé que hoy podrías tomar unas vacaciones, al menos, del comedor—apuntó con nerviosismo mientras dejaba la bandeja sobre la cama—. Yo, no quise asumir nada, es solo que, bueno, veo que trabajas demasiado, incluso desde los desayunos—empezó a explicar a toda prisa, angustiada y desesperada por justificar la decisión que había tomado.

—Me parece bien—acepté conmovida por su gesto, aunque en el fondo deseaba lanzar aquella bandeja lejos de mi cama.

Kaira sonrió ampliamente y dejó escapar el aire que había contenido en sus pulmones. Tomó a Axelia y en instantes sentí un terrible vacío en mis brazos. Era como si hubieran arrebatado de mi pecho toda calidez en pleno invierno.

Disfracé un escalofrío tomando asiento junto a la bandeja. Kaira dejó a la bebé entre las dos, segura cerca de la pared y entre dos almohadas y tomó asiento frente a mí. Sirvió rápidamente dos platos, no pude dejar de observar que, mientras apilaba hasta cinco rebanadas en mi plato, en el suyo apenas y colocaba dos, con una cantidad mínima de mantequilla y mermelada.

—Kaira, puedes comer más, no voy a ofenderme—aseguré. Sus ojos verdes brillaron aterrados por unos instantes.

—Lo siento, son viejas costumbres—susurró mientras colocaba en su plato exactamente la misma cantidad de tostadas que en el mío.

—Puedes comer lo que desees, mucho más, mucho menos, pero siempre por elección propia—apunté mientras tomaba la jarra de jugo para servirlo.

—¡No! ¡Espera! —sus manos desenfrenadas golpearon la jarra a causa de las prisas por sujetarla. Por suerte, mis reflejos me ayudaron a mantenerla estable y solo un par de gotas de derramaron sobre la bandeja.

Fue como si echaran aceite sobre el fuego, Kaira dio un brinco y se deslizó con ayuda de sus pies hasta la esquina más alejada de mi cama. Abrazó sus rodillas con un frenesí que rozaba casi una catarsis y empezó a sollozar con verdadera desesperación. Dejé la jarra sobre la mesita de noche y me acerqué a ella con lentitud y cautela, como si fuera algún animal herido que necesitara ayuda.

—¿Kaira? —me mantuve a un palmo de distancia, no sabía muy bien que hacer o qué decir, nunca me había enfrentado a una situación similar. Solo tenía referencias de algunas guerreras que habían vivido reacciones parecidas al tratar con refugiadas.

—Fue un accidente, juro que lo fue, yo no quería derramar nada, lo limpiaré enseguida y todo quedará mejor que antes. Solo tienes que esperar un poco y estará como nuevo—sus manos temblaban y se movían frenéticas presas de espasmos—. Lo siento tanto, no fue mi intención, por favor, solo déjame limpiarlo, no me golpees, fue un accidente. Sabes que soy una torpe mujer que no puede hacer nada bien.

Mi pecho ardía al escuchar aquellas palabras de sus labios temblorosos y pálidos. No pude evitarlo y tomé sus manos entre las mías. Fue un error. Empezó a sacudirse con violencia tratando de liberarse.

—Prometo que seré buena, que no derramaré nada, haré lo que quieras, todo menos eso, por favor, no, no lo hagas—dejó de sacudirse y se limitó a sollozar y balbucear entre lágrimas. Me partía el alma verla así, pero no me atrevía a hacer nada más que acariciar el dorso de sus manos con mis pulgares.

¿Qué había tenido que soportar aquella pobre alma desdichada para reaccionar así ante algo tan común como derramar un poco de jugo? La pena competía contra la ira en mi corazón, deseaba encontrar al desgraciado que le había hecho esto a Kaira, reducirlo a una pulpa gimiente y temerosa de la luz de las antorchas en mi mazmorra, muchos hombres orgullosos habían terminado así cuando Cyrenne había terminado con ellos. La diferencia esta vez, sería que yo me encargaría de ese maldito animal.

Fui sacada de mis pensamientos llenos de venganza y sangre por el suave peso y cálido tacto de una cabeza contra mi hombro. De alguna manera, Kaira había logrado escapar de la oscura prisión en la que los recuerdos la habían hundido por completo. Sus manos aún se encontraban entre las mías, descansando a un costado mientras su nariz me hacía cosquillas en el cuello.

No hicieron falta demasiadas palabras para comprender lo que acababa de ocurrir, Kaira ni siquiera tuvo que hablar, permaneció contra mi cuerpo hasta que los temblores abandonaron sus músculos y para cuando empezamos a desayunar, las tostadas se encontraban ya, demasiado duras y frías. Algo que no me importó, pero a juzgar por las miradas apenadas de Kaira, a ella le desesperaba profundamente.

—Yo quería disculparme por lo de anoche—mordisqueó una esquina de una tostada de manera distraída.

—¿Anoche?

—Me comporté como una estúpida—jugueteó con un mechón de cabello—. Tienes todo el derecho de rechazar aquello que no desees.

Deseo, la palabra se sentía extraña en mis labios y era una total desconocida para mi cuerpo. Conocía su significado gracias a la escuela, donde cada día aprendíamos nuevas palabras. Deseo: Aspiración por conocer o poseer algo. Era fácil de recordar, mi cuerpo vivía sumergido en un deseo constante, techo, calor, alimentos, ropa. Con el tiempo se convirtieron en lo único que podía aspirar, o tal vez, había sido así desde siempre. Incluso cuando mis amigas empezaron a desear otras cosas: Vino, licor de caña, la compañía de otras chicas y de chicos, solo pude compartir con ellas aquella necesidad fútil y estúpida de sentirnos mayores al perder mi cabeza en las dulces mieles de un vino barato robado de alguna posada tan pobre como nosotras

Una noche, sin pena ni gloria alguna, una chica se deslizó sobre el montón de paja que fungía como mi cama aquella noche. Sus manos recorrieron mi cuerpo y sus labios dejaron caminos de fuego a su paso. Aún así, el deseo no se encontraba ahí. Nada obligaba a mis manos a estrechar su cuerpo contra el mío, no sentía aquello de lo que tanto se jactaban mis amigas ¿Cuándo iba a encenderse mi piel? ¿Cuándo iba a perder el control de mi mente para dejarme llevar? El cuerpo que se deslizaba sobre el mío no provocaba nada más que curiosidad y desesperación.

—¿Anteia? —Kaira sacudía una mano frente a mis ojos, sacándome efectivamente de mis recuerdos— ¿Fue tan terrible lo que ocurrió anoche?

—No, no lo fue—froté mis ojos tratando de alejar de mi mente el gusto amargo que había dejado aquel viaje por los recuerdos—. Solo fue un malentendido estúpido, nada por lo cual angustiarse.

—Es un alivio, estaba tan preocupada, por un instante no pude evitar pensar que me echarías del campamento—dejó la tostada a medio comer sobre el plato—. No tengo donde ir.

—Tienes todo un reino a tu disposición—empecé—. Puedes establecerte en Casiopea, en Erasti o en Lerei. Nuestro reino tiene un fondo para ayudarte a empezar.

Rumié un poco aquella información, se trataba de una política considerada injusta en el pasado. Existían muchos fondos para ayudar a las refugiadas, pero en las oscuras calles de los pueblos más pequeños, muchas eran las personas que languidecían a causa de los continuos ataques de Luthier y el saqueo de los pocos recursos con los que contaba Lerei. Especialmente cuando la tierra se negaba a producir lo necesario y por alguna extraña razón, las tierras más fértiles se encontraban fuera de la muralla.

—No tengo nada en esos lugares—protestó Kaira con vehemencia.

—Aquí tampoco tienes nada—repuse levantándome de la cama—. Solo peligros para tu hija y para ti.

Por alguna razón desconocida, sus ojos se inundaron de lágrimas y su labio inferior tembló con descontrol. Sus manos veloces y temblorosas recogieron las sobras de nuestro desayuno y antes que pudiera preguntar qué ocurría, su espalda desapareció a través de mi puerta.

—¿Tu entiendes lo que acaba de ocurrir? —pregunté a Axelia mientras la observaba chuparse el dedo como si fuera lo más importante en su mundo—. Que puedes saber tú, para ti el mundo se reduce a tu madre—acaricié su cabecita—. Esperemos que regrese, debo ir a patrullar.

Empecé a vestirme, estaba por terminar de atar el talabarte cuando Kaira regresó, llevaba los ojos rojos en los bordes. Supuse que necesitaba desahogarse luego de su explosión anterior. Sin embargo, sus labios volvieron a temblar cuando su mirada se detuvo en mi armadura.

—¿Vas a patrullar?

—Debo hacerlo, hay que controlar el pueblo y las granjas.

—Por favor, ten mucho cuidado—murmuró cabizbaja.

—Lo tendré—aseguré, aunque sabía que, dada mi posición, daba igual donde me encontrara, pues mi cabeza tenía un precio—. Tú también. Cuídate mucho por favor—no pude evitar sentir una punzada en el corazón al dejarla atrás, con las pestañas empapadas y las manos empuñando con fiereza su túnica sencilla.

Era un día hermoso, soleado, algunas nubes amenazaban en el horizonte, tal vez en la noche caería una tormenta. El suave aroma de las flores del campo me acompañaba al cabalgar; ante mis ojos, la marea de finos tallos verdes empezaba a despuntar en las planicies se veía interrumpido por gruesos parches de tierra oscura y húmeda recién preparada para la siembra.

¿Cuántas de aquellas granjas habrían cambiado de dueño? ¿Flavian habría preparado el suyo? Sacudí la cabeza, tenía que recordar ofrecerle algunas guerreras para que le ayudaran si era necesario.

Con esa idea en mente alcancé el pueblo. Dejé a Huracán en las caballerizas y me dispuse a recorrer las calles. Niños y jóvenes se apartaban al verme pasar, los primeros lo hacían a trompicones, los segundos con el claro brillo de la rebeldía y altivez de su edad.

Los hombres mayores saludaban, los que se encontraban en plena adultez solo inclinaban la cabeza, unos pocos se resistían a hacerlo, presas del amargo sentimiento de la injusticia. Se limitaban a mirar, como esperando ser reprendidos por su falta de respeto, pero yo no era la realeza y mucho menos una noble cuyo orgullo dependiera de cuantas nucas contemplaba al día.

Todo se encontraba en una calma tensa. Muchas de mis guerreras tocaban puertas y ventanas, deslizaban órdenes en aquellos edificios y hogares donde no eran recibidas y continuaban su labor con la precisión de un reloj.

Mis pies me llevaron por aquellas enlodadas calles recorriendo tiendas y posadas, bares y restaurantes. El bullicio se empezaba a dejar sentir conforme me acercaba al mercado del pueblo, una calle repleta de pequeños puestos con techo de lona y cajas dispuestas en forma de pirámide para mostrar su contenido al posible comprador.

Todo se veía en calma, algunos se escondían detrás de sus productos, pero ¿Quién era yo para decomisar la mercancía? Era el fruto de su trabajo, no sus tierras u hogares m, además. cuatro estacas y una lona no podían ser considerados propiedad ¿O sí?

Mis pies se detuvieron frente a un puesto especialmente grande. De sus vigas y columnas colgaban peluches, sonajeros, espadas, lanzas, hachas y escudos de juguete. En el mostrador descansaban carros, guerreras, pelotas y utensilios de cocina en miniatura. Varios niños se agolpaban a mi alrededor mirando con asombro aquella colección. Algunos se inclinaban y entregaban a la dependienta un par de monedas y regresaban con sus amigos con una pelota o una bolsa de canicas.

Axelia seguro disfrutaría de todo esto cuando fuera mayor, en Lerei podría encontrar verdaderas tiendas, con una mayor variedad de juguetes. Recordé entonces que la pequeña no tenía siquiera un peluche.

Llamé la atención de la vendedora y compré un gran conejo de lana. Sus orejas eran de un vibrante color negro y su cuerpo de un tono caramelo claro, los ojos y el hocico estaban bordados con hilo grueso de algodón. Era muy suave al tacto y seguro para una bebé.

Volví sobre mis pasos asegurándome de revisar que todo estuviera en orden. La tensión se mantenía en las calles, era algo inevitable y que con el tiempo iría menguando. Lamentablemente la muerte de Colin había servido de ejemplo a los demás, nadie se atrevería a desafiar de nuevo la ley.

Quien lo hiciera debía ser, o muy tonto o demasiado inocente, algo que quedaría demostrado en los pocos minutos que me llevó el distraerme al guardar el peluche en la alforja de mi caballo.

Un peñasco, salido de quien sabe dónde, impactó en mi cabeza, justo sobre mi sien derecha. Sentí mi cerebro bambolear dentro de mi cráneo, el crujir de la piel y el hueso, un dolor cegador y finalmente, el ardor y el calor de la sangre al empezar a resbalar por mi mejilla.

—¡Detengan a ese crío! —escuché que ladraba una guerrera.

Traté de ponerme en pie, pues en la conmoción, me las había arreglado para enredar mi brazo en las riendas de Huracán. Mi noble corcel tiraba suavemente de ellas, ayudando en el proceso.

—Comandante, no debería moverse—escuché decir a otra guerrera, sus manos rodeaban mi brazo libre y sostenían una parte de mi peso.

—Si es un niño, no, no hagan nada—ordené tratando de encontrar sentido al cúmulo de colores que era mi visión.

—La ha atacado frente a todos, no podemos dejarlo ir.

—¡Ella mató a Flavian! ¡Por su culpa no tendré trabajo en primavera! —aquellos gritos retumbaban entre mis orejas y tuve que reprimir un gemido ante el malestar que provocaban.

Logré enfocar la mirada y con dificultad giré la cabeza, una guerrera llevaba sujeto a un niño de no más de doce años, su rostro estaba enrojecido y cubierto de sudor, tenía el cabello seco como la paja en verano se levantaba en todas direcciones y su ropa harapienta y sucia. Era un niño de la calle, de esos que trabajaban por jornadas con cualquiera que les ofreciera trabajo.

—Llévenlo al campamento—ordené. Sus acusaciones ladraban en los confines de mi mente ¿Flavian estaba muerto? —. Envíen un grupo de guerreras a la granja de Flavian, si es verdad que está muerto, quiero que investiguen—mascullé aquellas últimas palabras antes de perder la batalla contra las arcadas. Evité por poco vomitar sobre mis botas.

—Sí, comandante—aceptaron las guerreras que se habían reunido a mi alrededor.

Algunos murmullos de aceptación se levantaban desde la muchedumbre curiosa. "Merece lo que decidan para él", "Espero ver rodar su cabeza", "Van a azotarlo y lo dejarán en libertad".

La guerrera de más alto rango tomó las riendas de la situación, ordenó a la chica que me sujetaba que me ayudara a subir al caballo y que lo guiara hacia el campamento. Luego, indicó a las demás que la siguieran hasta la granja. Dejó en el pueblo un grupo de guerreras para controlar la situación.

—No tiene nada de qué preocuparse, comandante. Elissa es una gran teniente—aseguró la guerrera mientras me empujaba sobre el lomo de Huracán. Después, enredó mis manos en las riendas y subió detrás de mí.

La sensación de viajar sobre Huracán y no llevar los pies en sus estribos ni llevar del todo las riendas era desesperante. Sin embargo, el mundo se movía demasiado como para poder mantenerme por mi cuenta sobre la silla. El fresco viento del oeste olía a lluvia y a tierra mojada y enfriada la sangre que se derramaba sobre mi rostro, pero lejos de aliviarme, solo me provocaba mayores náuseas.

Korina nos recibió en las puertas del campamento y no perdió ni un segundo en reprender a la inocente guerrera:

—¿No te pasó por la mente vendar su cabeza? Está perdiendo mucha sangre—chilló mientras me sujetaba para evitar que cayera. El suelo se veía realmente cómodo, libre de piedrecillas.

—Lo siento, no tenía nada limpio a mano.

—Korina, eso es lo menos importante ahora—Ileana presionó un esparadrapo empapado en vino contra el corte en mi sien.

—Pudo perder muchísima sangre.

—Sabes que la cabeza es exagerada, un poco de presión y estará bien. Tienes mucho por aprender aún.

—Deja atrás tus ínfulas que solo soy menor por un año.

—A veces parece que fuera más.

—Anciana decrépita.

La discusión se confundía por momentos, solo el aroma del vino y el escozor que provocaba contra la carne expuesta de mi sien me mantenían anclada a este mundo.

—Oh sabia doctora, su paciente con un golpe en la cabeza se está durmiendo.

—¿Qué es este escándalo, Korina? Axelia no quiere comer, cada vez que escucha tus gritos se separa de mi pecho.

Al cúmulo se reproches se unió el chirriante llanto de Axelia, el único impulso que necesitaba para arrojarme a los brazos de la oscuridad y permanecer en su agradable e ininterrumpido silencio.

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