Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Valentía

Oscuridad, desesperación, pena y absoluta y total invalidez, eso era en aquel momento. No más comandante, no más guerrera. Ahora era una masa palpitante y desesperada que no paraba de revolcarse entre sudores, gritos y sabanas empapadas.

—¿No deberían dejarla descansar? —escuché decir a Kaira. Oh, como deseaba tomar su mano y perderme en el suave aroma a bosque de su cabello, pero no podía hacerlo, manos viles me mantenían en la cama, sujeta, atrapada como lo había estado durante semanas.

—Un poco más y terminaremos. La necesitamos en pie, la reina ha solicitado un consejo extraordinario y viaja hacia aquí a toda velocidad —susurró una voz que no reconocí.

—No creo que vaya a estar de pie y lista para cuando la reina llegue aquí —apuntó Ileana.

—Su cuerpo está casi intacto.

—¡¿Intacto?! No sabría decir que parte es Anteia y que parte es solo carne, sangre, gusanos y cicatrices —sollozó Kaira.

—Kaira, deberías ir con los niños, te necesitan. Axelia no para de llorar y Demian está muy asustado.

—Que te den, Cyrenne ¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¿Qué hiciste cuándo te necesitó? Escapar, huir como una maldita cobarde y romper su corazón.

—¿Así que eso soy para ti? ¿Una maldita cobarde?

Las discusiones, aunque alarmantes, eran lo único que me distraía de los finos movimientos y violentos tirones en mi mano. Al menos no la habían cortado de cuajo, era un alivio sentirla arder y protestar, seguía anclada a mi cuerpo y eso era lo único que importaba.

Mis ojos se abrieron ante la luz de un nuevo día, o al menos, aquella que dejaba pasar el invierno. La habitación estaba helada, mi cuerpo temblaba con violencia y solo una fina sábana y un camisón lo cubrían. Traté de incorporarme y me vi impedida a hacerlo por dos pesos que cruzaban mi pecho.

Cadenas, tenían que ser cadenas, ahora no ataban mis manos, sino mi cuerpo entero. Me rebelé contra ellas, no sería cautiva una vez más, antes prefería morir, desaparecer, morir en el frío exterior.

—¡Anteia! Mi amor, no, todo está bien, soy yo. —Las cadenas que me sujetaban desaparecieron y me vi libre. Pude arrastrar mi cuerpo sobre la cama, hacia la esquina más alejada, no era una gran distancia, pero si la suficiente como para defenderme. Solo allí, libre al fin, pude detallar mi entorno. Era nuestra habitación, nuestra cama y allí en la cabecera se encontraba mi Kaira, mi dulce princesa. El alivio se convirtió en fuego y el fuego en sollozo. Estaba en casa y las cadenas eran sus brazos, los cuales aún estaban extendidos en mi dirección.

—¿Kaira?

—Aquí estoy. —Permaneció en su lugar, como una escultura, su mirada estudiaba mis movimientos, como si fuera a fracturarme en mil trozos si me movía de manera equivocada y tal vez así fuera.

—¿Cómo llegué aquí?

—Llegaste por tu propio pie —explicó Kaira a la par que tendía una mano en mi dirección. Intenté tomarla, pero algo me detuvo. Estaba segura que había tratado de extender mi brazo, pero nada se movía cuando lo hacía. Voraz terror dominó mi mente, mi respiración se aceleró y pese al frío una capa de sudor de formó en mi nuca.

—¿Qué hicieron? —jadeé, sin atreverme a mirar mi brazo derecho ni ninguna parte de mi cuerpo.

—Anteia, por favor, respira. No es lo que crees.

¿Qué era una guerrera sin brazo? ¿Sin mano para sujetar una espada? ¿Qué iba a ser de mí? Me dejé caer sobre aquel costado inútil, el ardor que sentía en mi pecho se alivió un poco al llevar mis rodillas hasta él y abrazarlas con mi brazo sano. Mi corazón latía desbocado, desesperado, como si toda razón de vida empezara a escapársele poco a poco.

—No es lo que crees, Anteia, por favor. —Kaira avanzó sobre sus rodillas hasta llegar a mi altura—. Todo está bien, solo es un cabestrillo, debieron inmovilizar todo tu brazo para que no lastimaras tu mano por accidente.

Sus manos descendieron sobre mí y por un instante mi mente evocó aquellas oscuras semanas, esos días en los que las manos que llegaban a mí no tenían otra misión más que infligir las penas más inimaginables. Kaira se detuvo y esperó a que mi visión se aclarara, a que abriera los ojos y la reconociera a través de aquella niebla difusa que era el pasado.

—Mira, solo un cabestrillo. —Tomó mi mano sana y la colocó sobre el cabestrillo. Delineé con los dedos vendados la gran cantidad de esparadrapo y tablillas que sujetaban mi mano en una posición que le permitiera sanar.

Con lentitud, Kaira logró que bajara la mirada hasta notar el cabestrillo y los vendajes. Mis dedos tenían un color mucho más sano y aunque aún sentía la piel hinchada y tirante, no era una visión tan terrible como la que me veía obligada a ignorar durante mi cautiverio.

—Ileana asegura que todo peligro ha pasado y que hemos dejado atrás los días difíciles —explicó a la par que con gentileza y sin tocarme más allá de lo necesario me invitaba a recostarme de nuevo en su pecho—. Debemos mantener la habitación fresca para combatir la fiebre. Estuviste a punto de enfermar con un grave resfriado, pero no sabe si es esa la razón o es cualquier otra infección.

—Está helando —protesté.

—No mucho —dijo Kaira, aun así, estiró un brazo y cerró la ventana—. La abrí cuando llegó el mediodía, pensé que te haría bien recibir algo de sol. Estás tan pálida. —Acarició mi rostro con el dorso de su mano. Temblaba y por alguna razón eso me molestó.

—Tú también lo estarías si pasaras semanas encerrada en un sótano —mascullé.

Su mirada se apagó por completo, su piel palideció y sus labios temblaron como si se esforzaran al máximo para contener un sollozo que ella no deseaba dejar escapar. Mi corazón ardió de culpa, rodeé su cuerpo con mi brazo y descansé mi frente en su hombro. Aquel dulce aroma hogareño acunó mi alma y redujo poco a poco los latidos de mi corazón desbocado.

—Lo siento —susurré—. Fue difícil.

—También lo fue para mí. —Sus manos rodearon mi cintura y me atrajeron aún más hacia su calidez—. Ahora estás aquí y nada me falta. —Noté como se resistía a estrecharme aún más, no deseaba lastimarme, incluso si era de manera indirecta y a causa de su necesidad.

—No iré a ningún lado —aseguré.

—Lo harás, siempre lo harás porque Lerei te necesita. —El tono de su voz era acusador—. Y no puedo luchar contra eso. Me deslumbraste con tu fuerza, tu decisión y tu entrega y no puedo odiar esas cualidades, aun cuando te alejan de mí.

Acercó sus labios a los míos y por un instante me odié por presentarme a un beso con la boca seca, los labios resecos y un asqueroso sabor a amapola y otros brebajes en la lengua, pero eso era lo de menos, no importaba, no cuando habíamos extrañado la cercanía de la otra con toda la vida que tenían nuestros corazones y más. Sus labios sabían a rosas y a las galletas dulces que preparaba para ofrecer como postres a los niños, a hogar, a chimeneas cálidas en invierno y a seguridad. Deslicé mi nariz a lo largo de su mejilla para terminar oculta en su cuello, protegida de todo y de todos.

—Pfff, como odio interrumpir escenas así, pero debes esconderte Anteia. Se acerca una turba enfurecida, digo, una redada buscando enemigos de Lerei. —La voz de Cyrenne me distrajo y me animó a sacar la cabeza de mi escondite.

—¿Cyrenne? —inquirí.

—Te lo explicaré todo, pero por ahora debes esconderte.

—No voy a esconderme de mi gente —espeté.

—No son tu gente, Anteia —repuso Cyrenne tirando de mis tobillos para sacarme de la cama—. Son traidoras que caminan con libertad en nuestras tierras y a las que decapitaré con mis propias uñas. —Logró su cometido y me ayudó a salir de la cama, luego la pateó lejos de la pared. Kaira se agachó y con ayuda de sus dedos levantó algunos tablones. Debajo de estos había el espacio suficiente como para acostarme y permanecer oculta.

—Debes estar bromeando.

—No bromeo, así te hemos mantenido a salvo los últimos días.

Bufé y bajé a aquel agujero, estaba tapizado de tierra apisonada, era helado y húmedo. Cyrenne arrojó una manta y luego colocó los tablones. Antes que colocara el último inspiré una gran bocanada de aire. Odiaba los espacios pequeños.

—Esto era más sencillo cuando estabas inconsciente —susurró Kaira y al al notar mi terror depositó un último beso sobre mis labios—. Será solo unos instantes.

—Tal vez debería darte una mano con eso —amenazó Cyrenne a la par que se escuchaban unos violentos y apremiantes golpes en la puerta.

Kaira corrió a abrir la puerta y Cyrenne rodó la cama sobre los tablones. Escuché el crujido del alfeizar, había abandonado la habitación a través de la ventana. Conociéndola vigilaría la situación desde un lugar seguro.

—Señora Kaira —rechiné mis dientes, ¿Qué hacía la senadora Dorea en mi casa?—. Estamos aquí como parte de un exhaustivo trabajo de investigación. Cómo sabrá, existen enemigos a la corona en nuestras tierras y es nuestro deber detenerlos y exterminarlos. —Algo en su tono me hacía pensar que acusaba a Kaira de tan viles acciones.

—Lo sé, han venido los últimos días a dejar mi casa de cabeza solo para salir con las manos vacías —respondió Kaira. Debía de estar realmente molesta para responder así.

—Entenderá que por su condición es objeto de un mayor nivel de vigilancia. —bufé ante la condescendencia de aquella frase y la amenaza implícita que ocultaba.

—¿MI condición? No estoy enferma, soy una ciudadana más que trabaja día a día para ganarse el pan para ella y sus hijos. Pago mis impuestos al día y no he roto ley alguna, eso es mucho más de lo que hacen algunas de las que llevan generaciones en estas tierras.

Las voces se acercaban a mi escondite, así como el tintineo de las armas y las cotas de malla ¿Acaso el ejército estaba inmiscuido en este sin sentido? Gruñí, necesitaba levantar unos centímetros uno de los tablones para ver, un vistazo me sacaría de mis dudas. Si eran miembros del ejército no teníamos nada que hacer. Si me estaban buscando como traidora y me capturaban Kaira pasaría por las armas y compartiría mi destino. Axelia y Demian quedarían huérfanos.

—Los enemigos se esconden en cualquier lugar. Luego de la desaparición de nuestra gran comandante debemos estar aún más vigilantes de nuestros pasos y de nuestras sombras, pero eso ya usted lo sabe. —Las palabras se escuchaban sibilantes, venenosas, como si las hubiera proferido una serpiente envenenada en su propia ponzoña.

—¿Qué quiere decir?

Los pasos se dirigieron a la habitación. Escuché como abrieron el armario y revolvieron la ropa, como abrieron y cerraron cajones con violencia. Se acercaron a la cama y se detuvieron a sus pies.

—Es sabido por todos que la comandante la frecuentaba —insinuó Dorea.

—Éramos buenas amigas, sí. A veces venía a compartir el almuerzo.

—¿El almuerzo? ¿Nada más?

—Escuche, si quiere chismes ¿por qué no acude a la posada? Si le digo que la comandante y yo solo compartíamos almuerzos es porque eso es lo único que sabrá de nosotras.

—Hay sangre en la cama, mi senadora —dijo una de las guerreras que acompañaba a Dorea. Casi suspiré con alivio, no se escuchaba como alguna de mis guerreras. Su acento y su expresión era muy formal, suave. Parecía de la Ciudad Central, incluso Casiopea.

—Todas somos mujeres aquí, no actúen como si fuera algo extraño —dijo Kaira. Trataba de quitarle peso al asunto, pero la voz le tembló. Por su origen hablar de algo tan natural podía resultarle vergonzoso, pero en nuestra situación podía costarnos la vida.

Un insoportable estruendo me hizo saber que rodaron la cama. Las diminutas rendijas entre los tablones solo me dejaban ver las sombras de las botas, escuché el inconfundible silbido de las espadas al ser desenvainadas y luego las vi descender sobre mí, colándose entre las rendijas. Mordí mi lengua, pero de nada serviría contenerme si alguna regresaba manchada de sangre. Una a una cayeron junto a mis brazos, mis piernas y mi cabeza. Logré esquivar una que iba directo a mi estómago. El espacio era escaso, pero yo no era más que piel y huesos, un par de centímetros eran la diferencia entre mi hígado y mi piel. Aterrada vi como mi camisón limpiaba la sangre de la hoja. Suspiré un agradecimiento a los tejidos gruesos invernales de Calixtho

—¿Terminaron de apuñalar mi suelo? —espetó Kaira molesta.

—Sí, lo sentimos, es el procedimiento —dijo Dorea decepcionada.

—No encontramos nada, mi señora senadora —anunció una guerrera desde la puerta.

Estaba a punto de celebrar su partida cuando Dorea decidió jugar su última carta.

—Tengo entendido que tiene una niña y un niño —escupió la última palabra con desprecio.

—Sí, ya se los he dicho. Tengo una hija de sangre y adopté al niño.

—Muy pocas mujeres tendrían un gesto tan noble con un niño de la calle.

—Yo no podía dejarlo solo y abandonado.

—¿Dónde están? —inquirió Dorea y yo solo pude rechinar mis dientes.

—Demian suele sacar a pasear a Axelia a esta hora.

—¿Pasea una bebé en invierno? —repuso Dorea con incredulidad.

—Al mediodía el frío no es tan acuciante y es bueno para ella ver el mundo más allá de esta granja. Además, cuanto antes se acostumbre al frío mejor. He sabido que quienes viven en Cathatica suelen sacar a sus bebés a pasear en el mar helado, para fortalecerlos. Y todo eso a dos semanas de nacidos, justo después de darles un nombre.

Un forcejeo detuvo la conversación. Mi corazón cayó a mis pies cuando reconocí la voz de Demian y el llanto de Axelia. Demian parecía protestar y Axelia gritaba y lloraba aterrada.

—¡Mis hijos!

—Tranquila, solo los encontramos fuera y pensamos que estaban huyendo —explicó una guerrera entre jadeos.

—¡Estaban dando un paseo! ¡No tenías que golpearlo!

—Llevaba una bebé en brazos. Podía estar secuestrándola —explicó otra.

—Ya revisaron todo, ya comprobaron que no escondo traidores en el guiso, las quiero fuera de mi propiedad —rugió Kaira como una leona furiosa ante la amenaza para sus cachorros—. Esta es mi propiedad y conozco mis derechos. Hasta ahora he colaborado como una súbdita leal a la corona, así que no toleraré más atropellos de este tipo.

—¿Qué hará? ¿Quejarse ante el Senado? ¡Yo soy el Senado! —se burló Dorea.

—¡Me quejaré ante la reina si hace falta! ¡A mis hijos no vuelves a tocarlos!

Tal era la intensidad de los gritos que mis esfuerzos por levantar uno de los tablones pasaban desapercibidos. No podía hacerlo, mis músculos protestaban, la madera pesaba y no podía moverla solo con una. Gruñí y maldije en voz alta, no quería ser testigo de un ataque a Kaira y no poder defenderla ¡Yo era una guerrera! No podía quedarme como si nada, ahí, acostada como una inútil, oculta como una criminal mientras amenazaban a mi mujer

Por suerte el alboroto no tardó en cesar, la cama fue rodada hacia un lado y Cyrenne y Kaira desplazaron los tablones y me ayudaron a salir de aquel inmundo agujero. Ni siquiera me detuve a respirar aire fresco y abandoné la habitación, allí en la puerta de la habitación contigua se encontraba Demian con Axelia en brazos. La bebé estaba sana y salva, aunque aún hipaba y chupaba sus dedos con nerviosismo. Demian portaba con orgullo una ceja rota, un ojo que tomaría un bonito color morado y un pómulo inflamado.

—¡Mamá! ¡Madre! —chillaron ambos al unísono para luego rodearme con sus brazos.

—¿Madre? —susurré contra el cabello empapado de nieve y lodo de Demian. La calidez que aquella palabra generaba en mi competía contra los deseos asesinos que minaban mi corazón. Quien quiera que hubiera lastimado a Demian iba a pagarlo caro.

—Lo siento, lo siento, señora comandante, es solo que yo... —Alejé un par de centímetros a Demian para verlo a los ojos. Aquel azul imposible estaba ahogado por las lágrimas—. Si le molesta no lo diré jamás, lo prometo, pero es que usted y mamá han cuidado tanto de mí que pensé, pensé que por fin tendría madres y luego usted desapareció y... —Ante mis ojos tenía un niño que trataba de mantener la compostura, de no llorar incluso si en nuestro reino no era mal visto que un chico llorara—, quedamos solos, ya no la tenía y nunca se lo dije y yo... Ya sé que usted tiene una gran posición y que tener un hijo está mal visto, pero pensé que tal vez en casa podría decirle así, que tal vez podría...

—Puedes llamarme como lo desees, Demian. —Detuve su perorata con un beso en su frente—. Y jamás estaría avergonzada de tener un hijo como tú. —Acuné su rostro con mi mano y aparté las lágrimas que corrían libres por sus mejillas—. Siempre estaré orgullosa de ti y sería un gran honor ser tu madre.

—Y yo que pensaba que los cuadros familiares eran un peso inútil —bufó Cyrenne desde el pasillo—. Ustedes casi hacen que me plantee la idea, casi.

—Guardaré eso en mi mente para cuando debamos discutir nuestra Ceremonia de Entrega —apuntó Elissa desde la puerta de entrada antes de cerrarla y correr la aldaba.

—No tendremos Ceremonia de Entrega, mujer —espetó Cyrenne como si la mera idea le causara una mortal repulsión—. Adoptaremos, niñas grandes, nada de bebés ruidosos —Cyrenne se dirigió con paso lento y altivo hacia su novia. Sabía que se moría por correr a sus brazos, pero también deseaba conservar su imagen.

—Quiero un niño y una niña, como Kaira y Anteia —apuntó Elissa rodeando con sus brazos el cuello de Cyrenne.

Dirigí una mirada confundida a Kaira ¿De qué me había perdido? ¿Qué demonios pasaba y por qué el mundo estaba al revés? Kaira sonrió y se agachó a mi lado para limpiar con un pañuelo húmedo el rostro de Demian.

—Te lo explicaremos todo en un rato, por ahoraes mejor que regreses a la cama. Necesitarás todas tus fuerzas para lo que estápor venir.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro