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Traiciones

Llevaba sobre mis hombros las esperanzas de todo Lerei. Desde los más recónditos rincones de la frontera se habían trasladado cargamentos de productos para su venta en Erasti. Habían ocurrido algunos ataques por bandidos, pero las pérdidas no habían sido grandes, al menos debía reconocerle a Eneth y a las otras capitanas su trabajo.

—Se ha derramado sangre por esto, espero que llegue a salvo a Erasti—espetó Eneth. Su rostro lleno de mugre y su armadura manchada de sangre seca daban un peso único a su amenaza silenciosa.

—Lo hará—aseguré mientras observaba como mis guerreras y los comerciantes y granjeros del pueblo cargaban sus productos en las carretas. Eran pesados carros tirados por cuatro caballos, los había de alfombras y tejidos, de granos, de frutas y vegetales. Además de esas carretas, Cyrenne, Anthea y yo nos las habíamos arreglado para cargar tres carretas más con fardos de hierba seca. los colocaríamos entre las carretas con carga valiosa. Si nuestro plan no tenía éxito, al menos la confusión a la hora de robar carretas nos daría el tiempo suficiente para salvar los bienes.

—Quiero ir con ustedes—continuó Eneth, las guerreras que la flanqueaban asintieron con la valentía pintada en sus rostros mientras que las guerreras que estaban a sus espaldas solo suspiraron agotadas y rodaron sus ojos.

—Está bien, mientras más manos tengamos mejor. Escoge a las guerreras que necesites y que estén dispuestas a combatir.

—Siempre están dispuestas, las llevaré a todas.

—No siempre lo están, saber leer eso evitará muertes sin sentido. Permite que se presenten voluntarias, que vayan solo aquellas que pueden ir a combatir.

Eneth bufó, pero dio media vuelta y cumplió a cabalidad mi consejo. Pese a la oportunidad, muchas de las que se veían listas para regresar a sus respectivos campamentos se quedaron. Quizás temían alguna represalia por parte de su capitana en el futuro.

—Comandante, todo está listo. Cuando de la orden marcharemos—informó Elissa. Di un vistazo, las carretas estaban organizadas, los caballos pifiaban y raspaban el suelo von sus patas delanteras y las guerreras ya se encontraban alineadas.

—Bien, es hora de marchar. Eneth, ubícate en la retaguardia junto a Cyrenne. Yo iré delante.

Avancé hasta el inicio de la caravana, las guerreras saludaban con solemnidad al verme, confiaban plenamente en el plan, esperaban que la formación, el mayor número de guerreras y reclutas y las carretas falsas fueran suficientes. Al menos, ese era el plan que ellas conocían.

—¡Comandante! —un rugido creció en mi pecho al escuchar aquella voz.

—¿Qué sucede Athanasia? —no disminuí la velocidad de mis zancadas. Si ella quería hablarme tendría que alcanzarme.

—Quiero acompañarlas, una espada extra siempre es bien recibida por una comandante sabia—sonrió ampliamente, pero sus ojos permanecieron fríos, decididos—. No dirá que no a una guerrera de una casa experimentada en la guerra ¿O sí?

—Oh no, eso sería un gran error—admití. Prefería tener a mis enemigas a la vista—. Me sentiría honrada si cabalga a mi lado.

Athanasia inclinó la cabeza en señal de aceptación y corrió a buscar su caballo, el cual, era un poderoso corcel de guerra con un brillante pelaje castaño. Dos sirvientas sujetaban sus riendas, pues el brioso animal parecía tener energía suficiente como para acabar con dos ejércitos por su cuenta.

Una vez ubicadas en la primera línea de la caravana di la orden para avanzar, en fila por el camino del este, a una velocidad moderada. Si seguíamos el plan llegaríamos en tres días a Erasti. No había demasiada distancia y con suerte al derrotar a la horda que nos esperaba en el este estaríamos medianamente a salvo el resto del viaje.

El frescor del otoño y la tonalidad de las hojas de algunos árboles amenizó nuestro camino. Era un ambiente diferente, más calmo que el verano y menos muerto que el invierno, invitaba a reunirse con amigos y celebrar. Cuando regresáramos con el dinero de las caravanas eso pasaría, una gran celebración con fogatas, comida y bailes. Kaira lo adoraría y pasaría un rato feliz con el pueblo que le había abierto los brazos, o al menos, parte del pueblo.

Con la celebración se acercaría el final del otoño y con él, la llegada del invierno. Las ferias de invierno eran algo típico de la ciudad central, un lujo que en la frontera no existía por la escasez de los recursos. Sin embargo, las personas se reunían en las tabernas para compartir calor, comida y música. Era un grato momento para estrechar lazos. Quienes pertenecíamos al ejército solíamos hacerlo en el comedor, algunas guerreras llevaban a su familia, era un día en el que el veto a los hombres se levantaba ¿Qué sentido tenía odiar si todos podíamos morir congelados o hambrientos por igual?

Di una palmada a Huracán, él disfrutaba de las caricias en su fuerte cuello, era algo que lo calmaba en este tipo de paseos, el paso lento o el trote no eran lo suyo, él prefería los pasos acelerados, la carrera, cargar contra ejércitos enemigos, especialmente si notaba guerreras a su alrededor. Era un caballo de guerra muy feroz que solo yo había podido montar cuando había llegado al campamento.

Cerca del mediodía nos encontramos con la bifurcación en los caminos, di la voz de alto y me giré para enfrentar a toda la caravana.

—Seguiremos por el camino del oeste—grité para hacerme oír. Algunos jadeos de sorpresa llegaron hasta mis oídos, pero nada más. Nadie lucía molesta o asustada.

—¿El oeste? ¿Por qué tomarás el camino más largo? —inquirió Athanasia con incredulidad.

—Porque yo soy la comandante y yo decido—respondí con firmeza—. Iremos por el oeste.

Escuche como Athanasia chirrió los dientes, pero obedeció. No le quedaba de otra. Podía tener un título nobiliario, pero en mis tierras no tenía ninguna autoridad.

Avanzamos por el nuevo camino, llegaríamos a la siguiente bifurcación al mediodía siguiente. Por ahora, estábamos a un día de distancia y aunque algunas guerreras y comerciantes me lanzaban miradas agotadas y esperanzadas, no habría pausas para comer, las elegidas para formar parte de la caravana solo podían echar mano de algún pan con aceite o miel. Por suerte, no había quejas, todas sabían lo peligroso que era detenernos. Solo estableceríamos un campamento rápido al anochecer.

El atardecer nos recibió de golpe, la luz pronto desaparecería. Detrás de mí no se escuchaban pasos. Solo el arrastrar de los pies. Di la voz de alto y la orden de montar un campamento.

—¡Permanezcan en los límites del campamento! —ordené antes que empezara el desorden habitual de bajar y montar carpas improvisadas y encender fogatas—. Nadie sale a cazar, mucho me temo que deberán conformarse con carne seca.

Un murmullo de protesta general se alzó entre los presentes.

—Aquel que abandone el perímetro será considerado traidor y será castigado en el acto—las voces de protesta murieron—. Hago esto por su seguridad, señoras, si quieren vender su vida por la carne mustia de un conejo, pueden hacérmelo saber—todas bajaron la cabeza—. Todo fuego está prohibido, estamos viajando en luna llena por algo. Hay luz suficiente para moverse y vigilar. Si veo una sola chispa la responsable recibirá cuatro docenas y deberá regresar por su cuenta al campamento. Estamos en pleno otoño, nadie morirá congelada.

La noche cayó y en el campamento se hizo el silencio. Protegidas por la hierba alta y algunos árboles, éramos apenas perceptibles. Además, había enviado a algunas guerreras a vigilar en secreto. Recorrían el perímetro del campamento buscando espías y posibles atacantes, aunque estaba segura que no nos toparíamos, debían de estar esperando en el otro camino y quizás, unos pocos se encontraban más adelante, espiando, vigilando. No podían comunicarse con rapidez, estaríamos bien.

Dormí junto a una carreta, cubierta por algunas pieles de cabra. Athanasia tardó mucho más en dormir, caminaba en círculos y miraba el horizonte con cierta desesperación. Sus pasos acelerados me despertaron en más de una ocasión.

—¿Qué sucede? —gruñí mientras frotaba mis ojos— ¿Te desespera no contar con comodidades?

—No es eso—bufó—. Estamos acampando en un camino, al descubierto, pueden atacarnos—algo en su expresión no concordaba del todo, parecía nerviosa, pero no por lo que decía.

—No lo harán—tiré de mi manta hasta cubrir mi barbilla—. Ve a dormir, mañana será un día muy difícil.

Como lo predije, el día siguiente fue mucho más difícil que el anterior. Los huesos y músculos doloridos por el largo viaje del día anterior protestaban con inusual fiereza a cada paso y a cada instante que transcurría. Íbamos tan lento que divisamos la bifurcación de caminos, pasado el mediodía.

—Bien, aquí nos dividiremos—indiqué—. Tres carretas vendrán con nosotros. Quiero a 50 valientes guerreras conmigo. Las reclutas se quedarán con esta caravana—dije a voz de cuello—. Seguiremos por el camino del este. Los demás continúen por este camino. Quedan a cargo de Cyrenne y Anthea.

La orden se esparció a lo largo de la caravana como la arena en el desierto de Ethion. Eneth se dejó venir a todo galope desde la retaguardia, sus ojos refulgían de furia.

—¿Qué es esto? ¿Pretendes que nos maten? —gritó frente a todas. El silencio dominó el lugar, decenas de ojos nos miraban expectantes mientras las tres carretas escoltadas por Cyrenne y Anthea se acercaban pesadamente hasta mi posición.

No podía permitir tal muestra de insubordinación, así que cuando Eneth volvió a abrir la boca simplemente dejé ir un revés. No sentí pena por ella, si, llevaba la mano enguantada y la lámina de acero que cubría el dorso de mi mano y mis nudillos le había dado de lleno, pero no le iba a permitir que me desautorizara.

—Pretendo salvar la caravana, así que calla y obedece o regresa a tu campamento y atente a las consecuencias—aseveré.

El silencio se hizo tan tenso que podía cortarlo con mi espada. Eneth volvió a adoptar una posición firme, dejó de cubrir su mejilla con la mano y reveló un feo corte en su pómulo. La sangre corría libremente y goteaba ya por su barbilla y aunque sentí cierta pena por ella, no iba a disculparme. Debía mantener la disciplina en el grupo.

Luego de lanzarme una mirada helada, dio media vuelta y regresó a la caravana. Elissa vino a mí con 30 guerreras de aspecto decidido, no tenía dudas de que eran verdaderas valientes.

—Estaban a mi cargo, comandante, buscaré más—informó.

—No hace falta—Eneth regresó con 20, guerreras de su campamento—. Nos uniremos a usted, comandante.

Estaba por reprocharle que le había ordenado regresar a la caravana, pero era una feroz y eficiente guerrera, prescindir de ella no era la mejor estrategia a seguir. Además, si todo quedaba a cargo de Cyrenne, estaba segura que encontraría la cabeza de Eneth colgando de algún árbol al regresar a Lerei.

—Está bien. Pero me obedecerás, Eneth, no quiero problemas, no quiero que invalides cada una de mis órdenes.

Eneth asintió con rigidez y partió a organizar sus guerreras alrededor de las carretas. Athanasia había guardado silencio durante todo el intercambio, parecía dudar entre quedarse con Cyrenne o seguirme. Finalmente, optó por seguirme.

Recorrimos pesadamente el camino. Las carretas eran mucho más ligeras y los caballos recorrían mucho más a prisa el terreno. Sin embargo, con todas las demoras, alcanzaríamos el camino del este casi al atardecer. No me apetecía ser atacada de noche, pero no quedaba de otra.

—No comprendo este cambio—espetó Athanasia mientras mordisqueaba un trozo de carne seca. Masticó, tragó y con un pañuelo de seda, limpió sus labios con excesiva parsimonia antes de proseguir—. Quiero decir, dividir tus fuerzas así puede representar una gran desventaja.

—Tal y como le dije a Eneth, mis órdenes son absolutas, si tomé esta decisión es por algo.

Los ojos de Athanasia brillaron con furia, pero luego algo increíble ocurrió, bajó la cabeza en un gesto de humildad.

—Tienes razón, eres la comandante aquí. Tal vez no tengas un origen noble—rodé los ojos, si, había tachado sus gestos de humildes demasiado pronto. El amargo sabor de la vergüenza inundó mi boca—. Pero conoces tu lugar y estas tierras, así que por el momento confiaré en tu juicio.

Continuamos el viaje en silencio, sabía que si respondía a sus palabras nos distraeríamos con absurdos insultos. El camino no era peligroso, si es que mi plan funcionaba, pero debíamos estar atentas. Cada paso que dábamos rumbo al camino del este nos acercarían a espías y bandidos.

Llegó el atardecer y con él toda la caravana al camino del este. Ordené avanzar un par de metros hasta un lugar resguardado por algunas rocas de gran tamaño. Ellas nos protegerían del viento y del frío. No planeaba ordenar el encendido de fogatas, no quería ser un faro a kilómetros a la redonda, incluso si guiaba a toda una comitiva destinada a actuar como cebo.

Ordené a las guerreras menos cansadas que se mantuvieran vigilantes durante la noche. Ellas organizarían sus propios turnos de vigilancia. A las que les tocaba dormir les ordené hacerlo con la armadura y la espada en la mano, no podíamos permitirnos el lujo de relajarnos.

—Comandante ¿Puedo? — Elissa se presentó ante mí, llevaba bajo el brazo una manta de piel y me miraba con timidez—. No debe dormir sin un resguardo—añadió.

—Por supuesto—me hice a un lado—. Tienes razón ninguna debería dormir sola esta noche.

Elissa se entretuvo extendiendo la piel en el suelo y luego acostarse y cubrirse con la mitad que no ocupaba suspiró agradecida por la calidez que esta le brindaba.

—Cada noche hace más frío—protestó.

—Es normal en esta época y en estas tierras.

—En la Ciudad Central no, todo es más... cálido—sonrió—. El festival de invierno es precioso y siempre encuentras un techo cálido que visitar.

—¿Por qué te uniste a la frontera? —inquirí. Elissa era una guerrera que venía de la Ciudad Central, no era una niña de cristal, desde su época como recluta había demostrado su valor y por esa razón había ascendido de rango.

—Porque un día me di cuenta que todas las comodidades de las que disfrutaba tenían un precio—dio media vuelta para mirarme—. Mi padre y mi madre se esforzaron por darme la mejor educación, querían que sirviera en el interior y luego me convirtiera en una famosa escriba o en una médica reconocida. Tenían algunos contactos y podían ayudarme a ingresar a palacio, pero, un día, mientras entrenaba en la Palestra, escuché hablar a las hijas de las refugiadas, chicas que no eran tan afortunadas como yo, que todos los días tenían que ver a sus madres temblar o aguantar sermones que no venían al caso para la libertad de la cual disfrutaban. Hablaban con cierta fascinación sobre la frontera, sobre como ansiaban escoger la guardia y la exploración para resguardar el reino y proteger a sus familias. Me inspiró, eran chicas que no tenían mucho, que parte de la ciudad las despreciaba y, aun así, estaban dispuestas a entregar su vida por una causa mayor—suspiró—. Empecé a codearme con ellas. Al principio me miraron con desconfianza, luego fui aceptada. Sus historias calaron en mi corazón y fue así como un año después dejé mi hogar para venir hasta aquí.

—¿Qué fue de ellas? —inquirí e hice memoria, la cohorte de Elissa había llegado hacía ya cinco años. Con el ir y venir de las guerreras era imposible mantener un recuento mental.

—Algunas murieron y otras cambiaron sus destinos a zonas menos belicosas. Supongo que cuando tienes este tipo de ideales, llega un punto en el que mueres o el amor te hace cambiar de idea—cerró los ojos y bostezó—. A veces creo que mi destino llegará a mi algún día.

Caímos dormidas. O al menos, ella cerró los ojos y durmió. Yo me encontraba pensativa ante sus palabras, era la segunda vez que me encontraba con tales dudas ¿Seguir adelante con mi posición o abandonarlo todo y permitir que a calidez de la granja reconfortara mi cuerpo? Miré a mi alrededor, no, servía a algo mucho más grande. Mucho más grande que Kaira o el amor, servía a la paz y a la vida de las personas que confiaban en mi como comandante.

Tal vez mi destino sería morir.

Desperté ante el metálico sibila de una espada al ser desenvainada, segundos después escuché el grito de alerta de una de las guardias. Me levanté de un brinco con la espada al ristre. La luz de la luna me permitió ver el brillo de una espada bajar sobre el cuerpo de Elissa. Desvié el golpe con mi espada y contraataqué, enterrando mi arma hasta el mango en carne blanda, tal vez se trataba de un abdomen.

Elissa despertó ante el escándalo. Tomó su espada y corrió a la caravana. Donde la mayor parte de la acción se desarrollaba a juzgar por el brillo de las antorchas enemigas.

Yo me detuve a observar, si la traidora estaba en mi grupo, y según Cybran así era, a Athanasia no debían de atacarla, o en todo caso, matarla con especial virulencia. Pero no era así, la atacaban con furia, sí, pero no más que a otras guerreras ¿Planeaban dejarla viva para utilizarla más tarde?

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por un bandido que saltó sobre mi desde las rocas, un muchacho, apenas mayor que Demian, que encontró su final ante el filo de mi espada. No me detuve a pensar, no era sano, solo debía continuar.

Golpe tras golpe, grito a grito y muerte a muerte defendimos la caravana. Las antorchas rodaban por el suelo, iluminando el lugar, pero sin dueño. No habían sido demasiados bandidos y aquello me estaba provocando un muy mal sabor de boca.

—Debemos estar atentas—susurré a las guerreras que me rodeaban y que ya bajaban sus espadas confiadas—. Algo deben estar tramando.

—Son bandidos, no espere de ellos grandes estrategias, comandante—repuso Athanasia con altivez—. Puedo asegurarle que ellos no...

Una lluvia de flechas en llamas nació de la espesura de arbustos que nos rodeaban, apenas tuvimos tiempo de cubrirnos con nuestros escudos. Bajo ellos solo podíamos rogar porque el continuo golpeteo no acabara con alguna flecha atravesando la madera y el metal.

Eneth lanzó una maldición, su capa estaba encendida en el borde, pero no se atrevía a sacar el pie de la cobertura del escudo para apagarla. Corrí hacia ella y juntas logramos protegernos mientras evitábamos que las llamas avanzaran demasiado.

Justo en el momento que habíamos apagado el pequeño incendio, escuchamos el grito de guerra de decenas de hombres, cruzaban corriendo los arbustos y matorrales, espadas, trinches, antorchas, cadenas, lanzas y espadas en mano.

—Formación de a tres—ordené.

Inmediatamente las guerreras se organizaron en los típicos tríos que habíamos aprendido a formar desde la palestra. Una formación que permitía proteger todos los flancos y actuar como una unidad insensible.

Eneth se dispuso a mi espalda, Elissa también. Los bordes de nuestros escudos se rozaban y las puntas de nuestras espadas apuntaban amenazantes a nuestros atacantes. Nos superaban en número, pero no saldrían vivos de esta, eran ellos o nosotras.

Un bandido hizo girar una cadena sobre su cabeza, la pesada maza ubicada en un extremo impactó mi escudo y me hizo bajar la cabeza para protegerme. Mi escudo crujió con el impacto. Eneth rugió al ser impactado su escudo. Los bandidos estaban atacando nuestro ejército y nosotras solo podíamos ocultarnos por temor a una masa y una cadena demasiado larga.

Elissa rompió la formación, sacó al exterior un hacha de guerra y permitió que la cadena se enredara en el mango y que la masa golpeara con un crujido enfermizo su antebrazo protegido por el brazal, luego, dio un pisotón violento a la cadena, provocando que el dueño perdiera el equilibrio y cayera de boca al suelo. Oportunidad que aprovechó Eneth para decapitarlo.

Luego de eso fue más sencillo enfrentar a los demás, lanzas, mandobles, flechas que volaban por doquier, era un ataque vicioso dispuesto a acabar con todas las guerreras que custodiábamos las carretas, las cuales, por cierto, estaban divididas entre cuidar de las carretas y su vida misma.

—¡Se quema la mercancía! —exclamó una guerrera. Algunas flechas habían caído sobre las caravanas y aunque algunas se habían apagado, otras habían alcanzado la paja seca que transportaban las carretas.

—¡No importa l mercancía, salven a los caballos! —grité para hacerme escuchar.

Mis guerreras hicieron gala de perfecta disciplina, sin más explicaciones que una carreta que se quemaba demasiado rápido y caballos que relinchaban presas del pánico, pronto comprendieron su deber: acabar con el enemigo.

Los bandidos rugieron al ver la mercancía arder y renovaron sus fuerzas, furiosos ante la pérdida de lo que consideraban valiosos bienes y alimentos, buscaron derrotarnos con todo lo que tenían.

Ignoré los gritos y las amenazas a mi vida que constantemente esquivaba, concentrándome solo en el enemigo frente a mí, Eneth y Elissa tenían mi espalda y flancos protegidos. Defendimos aquellas carretas como si se cargaran el oro más valioso y acabamos con nuestros enemigos con la misma brutalidad con la que ellos nos atacaban. No merecían vivir y no dejaríamos ninguno con vida para que identificara la verdadera caravana.

Poco a poco el ruido y los ataques fueron bajando en intensidad, pude bajar mi escudo y ver a mi alrededor, las carretas estaban completamente quemadas, pero los caballos estaban a salvo, junto a los corceles de guerra. Los bandidos que quedaban con vida huían.

—Tras ellos, no quiero ninguno vivo—rugí.

Las guerreras que no estaban heridas y no estaban ayudando a sus compañeras obedecieron y lanzaron un aguerrido grito que helaría de miedo cualquier corazón. Estaban furiosas, creían que nuestra misión como caravana había fracasado.

—Esto es pérdida total—rugió Athanasia en cuanto tuvo oportunidad. Se acercó a mi renqueando, con un pie atravesado por una flecha. Me sorprendió que tuviera el coraje de increparme.

—Lamentablemente, sí. Es una pena que hayamos perdido la mercancía—admití mordiendo mi lengua. No iba a restregar en su cara los positivos resultados que había tenido mi estratagema. Solo restaba evaluar si la traidora estaba con Eneth. Yo solo podía sospechar de Athanasia, pero mi percepción estaba manchada por mi odio a su actitud arrogante.

—Esto lo sabrá la reina. Este cargo te queda demasiado grande, Anteia.

—Espero que te escuche y que tus reproches valgan la pena perder el pie—señalé su herida.

Con una reacción típica de una adolescente, bufó y golpeó el aire con los brazos antes de dar media vuelta para buscar ayuda con las guerreras que atendían a sus compañeras.

—Ella perderá la pierna, pero mucho me temo comandante que perderé el brazo—Elissa se acercó a mi sosteniendo su antebrazo, podía ver que tenía un perfil irregular en él, un antebrazo no podía verse así. Tambaleó presa de la pérdida de consciencia y Eneth tuvo la decencia de atraparla.

—Va a perder el brazo—dictaminó mientras la dejaba en el suelo.

—No lo hará. Sujeta sus hombros. Veamos si puedo hacer algo.

Eneth obedeció y miró con extraña fascinación como tiraba con firmeza de ambos extremos del antebrazo, el hueso regresó a su lugar con un crujido que llamó la atención de quienes nos rodeaban.

—Hay que entablillarlo. Ileana y Korina harán el resto.

La madrugada transcurrió sin incidentes. Ordené que las guerreras heridas y los cadáveres de las tres bajas que habíamos sufrido fueran trasladados a la ciudad. Aquellas que habían ido en busca de los fugitivos les habían dado caza hasta acabar con todos. Solo quedaba descansar mientras esperábamos el amanecer.

—Hemos perdido la carga—dijo Eneth descansando con pesadez sobre la hierba.

—Pero ellos han perdido algo infinitamente más valioso, así que me doy por servida.

—Los idiotas de Luthier nunca aprenden la lección. Puedes matarlos, pero regresan de la tierra para seguir causando problemas.

—Y ahí estaremos para detenerlos, Eneth, ese es nuestro deber—palmeé su mano con afecto y cerré los ojos. La voraz energía que había dominado mi cuerpo durante la batalla me había abandonado y solo quedaba un agradable sopor y una sensación de victoria que no podía compartir con nadie.

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