Tiempos
Dar vuelta a las riendas fue lo más difícil que pude hacer en mi vida, incluso más que levantar aquel pesado mandoble, pero por alguna extraña razón, era la solución que sentía era la correcta para Kaira y para Axelia.
Sin mi estarían a salvo, no tendrían bajo su techo a un blanco caminante que parecía atraer con fuerza todo tipo de complots y problemas. Kaira no se merecía eso, ella necesitaba una vida de paz, de alegría, de amor, no un constante temor por su vida bajo la aciaga suerte que acompañaba mis pasos.
Mi corazón, sin embargo, deseaba otra cosa, necesitaba lo que solo ella podía darme, lo único que podía aceptar ¿Por qué era tan quisquillosa? ¿Acaso había algo mal en mí? Era mucho más simple ser como Cyrenne o las demás. Si algo se terminaba, lo hacía y ya, sin complicaciones, siempre podrían encontrar a alguien más, pero ese no era mi caso. Kaira era para mí como mi otra mitad, una pieza que no sabía me hacía falta hasta que la encontré en medio de la nieve e incluso entonces, no la había reconocido como tal.
—¡Comandante! —una guerrera venía corriendo a toda velocidad por el camino que daba al pueblo. Era una chica joven, de la cohorte del año pasado. Su capa oscura ya se notaba desgastada por el uso, un símbolo de orgullo para toda guerrera.
—¿Si? —detuve mi caballo para que pudiera acercarse sin exigirse demasiado. Podía ver que estaba agotada, el sudor perlaba su frente y sus piernas temblaban.
—Es la posada de Denise, comandante.
Mi mente recordó a Ezio, había sido exiliado, así que no debía de estar por estas tierras, si osaba entrar al reino, sería su fin.
—¿Qué ocurrió? —espoleé a Huracán y lo llevé con un trote rápido hacia el pueblo. La guerrera me siguió y explicó a gritos:
—Es Evan, comandante.
Detuve a Huracán en un instante ¿Evan? ¿Qué podía estar haciendo un niño de 8 años en la posada? A lo sumo sería un gran berrinche que su madre debía solucionar. La guerrera debió leer mi expresión porque agregó:
—Tomó un cuchillo de la cocina y amenaza a quien se le acerca. Denise está desesperada y algunas guerreras empiezan a perder la paciencia.
Rodé los ojos, no podía estar en todos lados y aunque no existían leyes específicas para controlar a los niños, las guerreras tendían a sobrepasarse a la hora de solucionar los problemas que pudieran provocar.
Llegué a la posada en segundos. Fuera se encontraba una gran multitud y en su interior tres guerreras rodeaban al pequeño Evan, que no paraba de lanzar puñaladas a quien tratara de acercarse. Denise se encontraba al fondo, abrazando a su hija más pequeña, Elva, quien no paraba de llorar y patalear, aterrada ante la actitud de su hermano.
—Evan, suelta ese cuchillo—ordenó Elissa con firmeza. Su rostro estaba contraído en una expresión de fiera concentración. Quería desarmar al niño, pero no deseaba lastimarlo, de lo contrario hubiera intervenido. Cualquier guerrera lo hubiera hecho.
—Evan ¿Qué sucede? —pregunté al niño. Su rostro sudoroso y la expresión fiera y perdida de sus ojos me hablaron de confusión, de odio hacia una sociedad que no entendía porque su padre había confundido su mente.
—Quiero que me dejen solo, quiero a mi padre de regreso, este lugar es un desastre desde que él no está—gruñó—. Mi madre se cree con el poder de ordenarme, quiere que mi hermana aprenda a manejar una espada y a mí me lo prohíben, yo que soy el hombre de la casa después de mi padre.
—Evan, estás en un reino donde tienes prohibido tocar un arma, donde las niñas pueden aprender a utilizarlas y donde lo que te dijo tu papá es una gran mentira—expliqué mientras deslizaba mis pies sobre el suelo, milímetro a milímetro, si seguía así, podría acercarme a él y desarmarlo. No llevaba armadura, pero lo principal era evitar que lastimara a alguien o a sí mismo.
—¡Mi padre no es un mentiroso! Él me enseñó muchas cosas, él me dijo que yo era poderoso, que nadie podría mandar sobre mí, que esta posada sería mía, no de mi hermana—lloriqueó—. Quiero a mi padre de vuelta.
—Tu padre fue exiliado—expliqué—. Esas fueron las consecuencias de sus acciones contra tu madre y el reino.
—¡El solo cumplía con su deber! Quiero a mi papá de regreso, quiero que todo sea como antes.
—Vivías una mentira, Evan, esta es la realidad—me acerqué aún más, a sus espaldas Elissa se acercó, llevaba las manos extendidas dispuestas a tomar el cuchillo.
—Entonces acabaré con todas ustedes. Son las culpables de que mi padre no esté conmigo. Acabaré con todas—apuntó con el cuchillo a su madre y a su hermana—. Las pecadoras no merecen vivir.
—Evan, no quieres decir eso en verdad—advertí. Extendí la mano para que me diera el cuchillo, pero solo lanzó un peligroso mandoble. Retiré mi mano y el impulso lo llevó a trastabillar y llevar el cuchillo hacia el otro lado, donde Elissa lo sujetó y lo arrancó de su mano.
Su expresión se contorsionó, las facciones de su rostro se contrajeron a causa de la ira y lanzó su cuerpo contra mí, pateando, golpeando y mordiendo lo que podía capturar.
Una vez desarmado era mucho más fácil atraparlo. Sus golpes perdían fuerza cuando impactaban mis músculos y sus dientes crujieron contra las placas de mis guantes, única protección que llevaba encima. Pronto se rindió a la captura.
—Evan, sé que es confuso, terrible y aterrador, pero ahora estás con tu madre, ella necesita tu ayuda. No necesitas a tu padre al lado, todo lo que él pudo enseñarte es una gran mentira, este reino no funciona como Luthier.
—¡Entonces quiero vivir en Luthier! No soporto sus mentiras y depravaciones ¡Esa puta ha metido a otro hombre en casa! ¡No ha respetado a papá!
Los sollozos de Denise llegaron a mis oídos y por primera vez reparé en el alto e imponente hombre nórdico que se encontraba de pie detrás de ella. Tenía un mano sobre el hombro de la pobre mujer y su expresión era indescifrable.
—Eres solo un niño, no puedes vivir solo—expliqué—. Tienes que quedarte con tu madre, cuidarla y ayudarla.
—¡No me quedaré!
—¡Tampoco te quiero aquí!
El grito desesperado de Denise rompió el silencio del lugar. Su voz quebrada y su llanto reverberaron en el salón de la posada. Incluso Evan dejó de patalear y llorar y miró a su madre sorprendido.
—Si vas a amenazarnos con armas, a poner en riesgo la vida de tu hermana, no te quiero bajo el mismo techo, Evan—dijo su madre— ¿Qué ocurrió contigo? Tú eras mi pequeño príncipe, nunca me alzaste la voz, siempre dispuesto a ayudar ¿Qué pudo decirte ese monstruo para que cambiaras tanto?
—La verdad, madre, la verdad—respondió Evan con tanta frialdad en su voz que incluso mi corazón se llenó de hielo—. Yo tampoco quiero vivir aquí, prefiero ser mendigo en Luthier.
—Eres solo un niño, no puedes decidirlo por tu cuenta—intervine—. Denise, no puedes simplemente deshacerte de tu hijo—agregué con severidad.
—Si es por la seguridad de mi hija y mi bebé—acunó su vientre—. Lo haré. Llévenlo a Luthier si es lo que tanto desea, no lo soporto más—gruesas lágrimas bajaban por sus mejillas—. Hice todo lo posible por educarlo, pero el veneno de su padre se encuentra en su sangre.
Miré al niño que colgaba laxo en mis brazos, la expresión enfurecida de su rostro había desaparecido casi por completo. Sin embargo, el odio en su mirada no desaparecía. No paraba de mirar el vientre de su madre con auténtico asco.
¿De verdad la situación era insalvable? Debía tomar una decisión en ese momento. Podía llevarlo hasta la frontera con Luthier, pero, aun así, la distancia a recorrer hasta una granja era peligrosa para un niño. Tal vez debería mantenerlo en los calabozos un tiempo y hablar con Denise cuando los ánimos estuvieran calmados.
—Bien, vendrá conmigo—dije a Denise.
—Llévalo a Luthier—espetó—. No quiero saber nada de él. No cuando es capaz de tomar un cuchillo y amenazar a su hermana y a su hermano no nato.
—Ese bastardo no es mi hermano—siseó Evan.
—Suficiente, vienes al campamento—sentencié.
Para mi sorpresa Evan no protestó. Ni siquiera forcejeó para que lo soltara y permitió que lo subiera al caballo. Los curiosos que invadían los alrededores se apartaron al vernos pasar, algunas jovencitas insultaron y algunas mujeres lo miraban con asco.
¿De verdad era imperdonable la situación en la que acababa de meterse? Se había señalado a sí mismo como lo peor que habían conocido los habitantes de Calixtho. Si permanecía en el reino sería un paria, en estas tierras nadie olvidaba fácilmente y amenazar a tu familia con un cuchillo era un crimen grave, incluso si eras un niño.
Lo ayudé a subir a Huracán y subí detrás de él. El trayecto fue silencioso, solo se sujetó a la crin de mi caballo y presionó sus piernas con fuerza a la silla, debía de ser la primera vez que montaba.
—No tienes que presionar tanto las piernas—dije a modo de consejo—. Si lo haces te dolerá mañana.
—Calla, no quiero saber nada de una mujer.
—Bueno, una mujer es la que está llevándote a caballo y si te dejo solo caerás y te partirás el cuello.
Aquellas palabras parecieron ser suficientes para Evan, pues mantuvo un silencio incómodo hasta que las puertas del campamento se abrieron.
—¿Comandante? —inquirió la guardia encargada de la puerta al verme llegar con un niño.
—Está bien, fue solo un incidente en el pueblo.
Evan y la guardia se dedicaron auténticas miradas de odio. Aquel niño de ocho años no era normal, era imposible que no temiera a una mujer más alta y fuerte que él, armada hasta los dientes y con el poder suficiente para llevar sus huesos a un calabozo.
—¿Lo llevo a los calabozos? —inquirió por fin. Al parecer moría de ganas de enseñarle una o dos lecciones al niño.
—No es necesario, me encargaré de él—desestimé su ayuda con un tono desenfadado. Guie a Huracán a las caballerizas y desmonté.
Levanté mis brazos en dirección a Evan para ayudarlo a bajar. El niño solo negó con la cabeza.
—Yo puedo solo—bufó mientras cruzaba una pierna sobre la grupa de mi caballo.
Le permití intentarlo, no tenía nada que perder y podía atraparlo si veía que lo estaba haciendo mal. La altura era demasiada para él y podía hacerse daño si caía mal.
Evan se empujó con ambas manos y se deslizó por el lomo de Huracán. Trastabilló al caer al suelo y resbaló. Cayó sentado sobre un montón de paja sucia. Su rostro enrojeció y sus labios formaron un puchero de furia y vergüenza contenidas.
—Yo iba a ayudarte, a veces es importante aceptar ayuda—comenté con ligereza. Lo tomé de las axilas y lo ayudé a levantarse y sacudirse los pantalones sucios.
—¡Déjame! ¡Yo no pedí ayuda a una mujer como tú!
—Eres un niño, Evan, aún necesitas ayuda para muchas cosas—tomé su mano y lo guie hasta mi sala de trabajo. Tenía papeleo por hacer, organizar los nuevos suministros y crear los registros para las multas a pagar por la población.
—Dijiste que me llevarías a Luthier—protestó cuando lo invité a sentarse en una silla cercana a mi escritorio.
—Tu madre y tu están atravesando cambios, con el tiempo ambos meditarán y todo volverá a ser como antes. Evan, de verdad no deseas dedicar tu futuro a ser un monstruo.
—En Luthier no somos monstruos, solo ocupamos nuestro legítimo lugar en el orden natural de las cosas—bufó con demasiada entereza para un niño de su edad.
—Hablaré con tu madre en un par de días—dije con firmeza—. Tu regresarás a tu hogar y todo estará bien.
—Yo no viviré bajo el mismo techo que una zorra que no defendió a su marido y se entregó a otro. Lo que hay en su panza no es mi hermano, es un bastardo, una abominación—chilló.
—Es tu hermano, lleva la mitad de tu sangre y con el tiempo lo amarás.
—No lo amaré, lo mataré—exclamó, se cruzó de brazos y desvió la mirada.
Una idea cruzó mi cabeza, sabía que estaba tentando y provocando a Evan, pero quería llegar al fondo del asunto, no era normal que un niño actuara así, incluso si su padre le había estado lavando el cerebro durante un año.
—¿Cómo es el nuevo compañero de tu madre? —inquirí mientras calculaba las cuotas que debían pagar los granjeros multados.
—Es un asqueroso traidor, un hombre que se deja mangonear y anda con la mujer de otro.
—Tu madre es libre, Evan, no es de nadie en especial.
—Es mi madre—masculló. En ese momento comprendí que las enseñanzas de su padre y sus propios celos e inseguridades estaban alimentando el odio que bullía en su interior y todo había explotado como una gran rabieta con cuchillo incluido.
—Y te ama con locura, ningún otro hombre puede reemplazar eso, Evan.
—Ella reemplazó a mi padre.
—Tu padre cometió muchos errores, la lastimó e hizo lo mismo con tu hermana y contigo. Sé que crees que era perfecto, pero no lo era Evan y el mundo que él te describió no es el paraíso que imaginas.
Después de aquellas palabras el silencio reinó en el lugar. Evan se esforzaba por secar algunas lágrimas traicioneras y yo procuraba darle su espacio mientras terminaba mi trabajo.
Nada más terminar y sellar las copias correspondientes a los demás campamentos afectados, llamé a la guardia que se encontraba apostada en mi puerta y le ordené entregar los edictos que acababa de redactar. Cada mes los granjeros debían pagar al campamento veinte monedas de plata o una de oro, sin intereses. No podían rehusarse a pagar o de lo contrario, perderían sus tierras y el derecho a permanecer en el reino.
—Asegúrate de enviar una copia a cada campamento—ordené. La joven saludó, lanzó una mirada de suficiencia a Evan y salió a toda prisa.
—Me temo que deberás dormir en la enfermería un par de días, Evan. Debemos darle tiempo a tu mamá para que se calme.
—Yo no quiero regresar a casa—dijo débilmente—. Y tampoco quiero dormir en un lugar lleno de enfermas desviadas.
—Es el único sitio donde estarás cómodo. Créeme—me agaché frente a él y lo miré a los ojos—. No puedes dormir en las habitaciones con las guerreras, no es el mejor lugar para un niño. Tampoco puedes dormir en un calabozo, son helados, están llenos de ratas—torció el gesto con asco—. Y huelen muy mal. El mejor lugar es la enfermería y si tienes problemas para dormir, siempre puedes pedir un té a Ileana o a Korina.
—No tengo sueño. Aún es muy temprano—protestó.
—Lo sé, por ahora irás al comedor, estoy segura que sabes servir mesas y puedes ayudar en la cocina. Yo debo vigilar un rato el entrenamiento de las reclutas.
Evan fue aceptado con reluctancia en las cocinas, la cocinera de turno no deseaba tener un niño violento, pero lo aceptó tras asegurarle que se comportaría bien y que ante cualquier problema podría llamarme.
Las reclutas combatían con armas reales en el campo de entrenamiento central. Como siempre, era un shock para las reclutas el manejar armas afiladas contra guerreras experimentadas, pero esta cohorte ya había probado su valía en el campo de batalla y habían sobrevivido, esa experiencia era un talismán que las dotaba del coraje que necesitaban para continuar y dedicarse en cuerpo y alma a la frontera.
Dasha manejaba la espada con seguridad, no se le notaba temerosa. Sin embargo, su expresión carecía de concentración, si seguía así, sería expulsada del campo con alguna herida sin importancia.
Golpes metálicos, gritos, algunas maldiciones, polvo elevándose y cuerpos sudorosos chocando entre sí, eso era una batalla. Y aunque se trataba de un simple entrenamiento, mi sangre hervía ante la escena, una mezcla de emociones encontradas que bien podían empujarme hacia la acción sin armadura porque ¿Qué importaba ya?
Sin sea consciente de mis actos me dirigí a la batalla de práctica, mi espada pesaba cómodamente en mi mano, como si fuera una extensión más de mi brazo, un mandoble y tomé de sorpresa a una recluta que me daba la espalda.
—En una batalla debes cuidar tu espalda—recité.
—Comandante, su armadura—siseó Anthea empujando a una recluta lejos de su cuerpo.
—No es necesaria.
Necesitaba sentirme viva, respirar, incluso si el aire apestaba y estaba lleno de polvo y cenizas. Los problemas solo parecían perseguirme sin tregua y no me dejaban vivir, disfrutar del latir acelerado de mi corazón, de la sensación del sudor fresco sobre mi piel, ese era un instante que podía disfrutar, que podía auténticamente vivir sin preocuparme por nada más.
—Estás loca—bufó Cyrenne cuando me vio llegar a la enfermería cubierta de arena y algunas manchas de sangre en mi otrora camisa blanca.
Desestimé sus reproches y me hice a un lado para dejar pasar a Evan. El pequeño escogió la cama más alejada de Cyrenne en el ala opuesta, muy cerca de las habitaciones de Ileana y Korina.
—¿Y ese? —inquirió Cyrenne con desparpajo.
—Solo un pequeño incidente en el pueblo—caminé hasta la jofaina que descansaba junto a Cyrenne, la llené de agua limpia y lavé mi rostro y manos con energía.
—¿Qué hizo?
—Amenazó a su madre con un cuchillo y luego a varias guerreras.
—¿Y permites que ande campante por ahí? —inquirió Cyrenne con incredulidad—. Sé que te duele lo de Kaira, pero debes obedecer la ley.
—No existen leyes sobre niños de ocho años.
—Sabes lo que se merece—sentenció Cyrenne con severidad.
—¿Y eso cambiará en algo su actitud? Su padre le metió ideas en la cabeza y ahora que está celoso, ha encontrado en ellas la solución a sus problemas.
—Esto va más allá de una simple rabieta infantil. Anteia.
—Yo tomo las decisiones aquí, Cyrenne y he decidido hablar con él por encima de azotarlo y encerrarlo en el calabozo para asustarlo—espeté. Cyrenne empezaba a colmar mi paciencia.
—A veces las mejores decisiones son las que más rápido nos pueden herir—respondió mi segunda con un encogimiento de hombros—. Pero tú sabrás a que te enfrentas.
—Solo a un niño que no sabe que será de su futuro—suspiré—. Dile a Korina y a Ileana que lo dejaré a su cuidado.
—Estarán encantadas—respondió Cyrenne con ironía.
Con el paso de los días la presencia de Evan se hizo conocida en el campamento, muchas guerreras lo evitaban, otras le dirigían miradas hostiles, algunas trataban de hablar con él, pero sin éxito. Siempre que podía, Evan recitaba las enseñanzas de su padre.
Aquel día estaba encerrado conmigo en mi despacho. Utilizaba el carbón de la chimenea para dibujar sobre unos pergaminos viejos y parecía tranquilo e inocente, como cualquier niño de su edad. Al menos, daba esa imagen mientras no separara sus labios para hablar.
La guerrera que guardaba mi puerta llamó, le ordené entrar y tras saludar me comunicó aquello que ansiaba tanto como temía:
—Comandante, Kaira está aquí para hablar con usted.
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