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Sin fundamentos

Despertar luego de un duelo es una de las peores sensaciones que se pueden experimentar, por supuesto, solo si fuiste herida en él. Quien resulta victoriosa sin que le toquen un pelo es una verdadera afortunada.

—Anteia. —La voz de Kaira me sacó de mi efusiva verborrea mental—. Tómalo con calma, no sé ni siquiera como estas con vida. —Su suave y cálida mano tomó una de las mías.

—No me he movido, Kaira —susurré.

—Es que deberías volver a dormir, es muy pronto para que despiertes. Pero si deseas hacerlo, el desayuno estará listo en breve —sonrió con nerviosismo.

—Si el sol ya ilumina parte del horizonte, entonces es hora de despertar. —Abrí los ojos encontrándome con su abundante cabellera y sus preciosos ojos—. No puedo quejarme de la vista —añadí.

El rostro de Kaira se sonrojó, compitiendo con las nubes anaranjadas que se dejaban ver. Sería un día húmedo y lluvioso, tendríamos que gastar mucho aceite en las piras ceremoniales.

—Eso fue muy bonito. —La temblorosa voz de Kaira me sacó de mi ensimismamiento. Mi gente tendía a pensar automáticamente en el deber.

—Solo mereces cosas bonitas. —Levanté mi mano sana para apartar los mechones que caían sobre sus ojos.

Sentí sus labios sobre los míos y me dediqué a disfrutar de las suaves caricias que dejaba en cada centímetro de los míos. Transmitía amor y ternura puras con cada delicado y lento beso. Poco a poco perdía la cordura y permití que mi lengua delineara su boca con atrevimiento mientras mi mano sujetaba su nuca con algo de insistencia. Kaira jadeó, esperaba que fuera por placer, pero se apartó de mí con el pecho agitado.

—Lo siento ¿Te asusté? —inquirí con el corazón en un nudo.

—No, no lo hiciste —negó azorada, parecía dividida entre la desesperación por aceptar su temor y el ceder su cuerpo como había sido educada.

—Kaira, está bien. —Entrelacé nuestros dedos—. No somos dos caballos salvajes para correr con todo esto. —Acaricié sus nudillos—. Si algo te molesta solo debes decírmelo, nunca me molestaría contigo.

—¿Nunca? —inquirió con duda en su mirada.

—Bueno, tal vez me enfade por algunas cosas, pero jamás por estos temas.

La joven asintió y me dedicó una mirada agradecida. Depositó un delicado beso en mi frente y se dirigió a la cocina para preparar el desayuno.

Ahora que estaba sola, podía intentar levantarme y encontrar a Cyrenne, necesitaba verla, conocer su estado y si estaba despierta, dar respuesta a mis dudas.

Levanté las sábanas y eché un vistazo a mis piernas. Estaban vendadas, una a la altura de la rodilla, con tres manchas de sangre sobre el lino y la otra portaba un vendaje que cubría todo el muslo. También estaba manchado de sangre. Torcí el gesto, el golpe en la rodilla debió de inflamarse muchísimo para que Ileana juzgara conveniente drenar la sangre. Solo deseaba que no hubiera utilizado sanguijuelas.

Mi antebrazo izquierdo estaba vendado y atado en cabestrillo. Mi abdomen punzaba, seguro habían tenido que coser de nuevo, ahora era un hecho que quedaría una bonita cicatriz.

Moví mis piernas con lentitud, probando el nivel de daño que habían sufrido. El dolor era soportable, si no movía demasiado la rodilla, incluso podía decir que era casi inexistente.

—¿Podrías esperar al desayuno antes de intentar levantarte? —protestó Kaira mientras ingresaba en la habitación. Llevaba una bandeja con un plato a rebosar de salchicha de cerdo y pan, un vaso humeante y uno que parecía contener agua.

—Supongo que el llamado del deber es demasiado —bromeé.

—Ileana dice que necesitas reposar, que si de verdad deseas presidir el Funeral de las Caídas y el banquete, que descanses durante el día. Eneth y Anthea se encargarán de organizarlo todo y luego podrás ir hasta el pueblo, enviarán una carreta porque en tu estado no puedes cabalgar.

—Mi estado —mascullé incorporándome para quedar sentada con la espalda contra las almohadas.

—Sí, tu estado —reafirmó Kaira dejando la bandeja con cuidado sobre mi regazo—. Debes comer, luego podrás beber la infusión de albahaca y orégano que te recetó Ileana.

Di una ojeada a la supuesta infusión. Aquello podía llamarse jugo de hojas. Como si hubieran machacado las plantas en un mortero hasta crear un puré y luego lo hubieran calentado con leche de oveja.

—¿Puedes agregar un poco de miel? —inquirí anticipándome al horrendo sabor que tendría aquella bebida.

—Ileana dijo que debías tomarlo así —empezó Kaira a la vez que cortaba de manera distraída la salchicha. Luego, pinchó un trozo y lo acercó a mi boca.

El calor subió a mi rostro y una muy agradable sensación se instaló en mi pecho. Era como un dulce cosquilleo al que no podía definir origen o final. Permití que me diera de comer solo para sentir aquella dulce sensación y disfrutar el rubor de su rostro. Parecía encantada de cuidar de mí, de permitirse ser por una vez quien cuidaba y protegía con esmero.

—No lo beberé sin miel —protesté cuando me acercó el vaso a los labios.

—Pero, Ileana dijo que...

—Sin miel, ya sé lo que dijo, pero ya odio sus brebajes cuando me concede un poco de miel, imagínalos sin ella.

Kaira rodó los ojos y disimuló una sonrisa pequeña. Luego se dirigió hacia la cocina y regresó con un envase redondo rebosante de miel.

—Una cucharada, no más —dijo con severidad mientras vertía tal cantidad en el asqueroso potingue.

Fiel a mi palabra, bebí aquel remedio pestilente hasta ver el fondo del vaso repleto de hojas machacadas.

—Ahora deberás descansar. Sé que deseas saber sobre Cyrenne, ella está. —Hizo una pausa y suspiró—. Está viva. Ahora duerme, lo necesita incluso más que tú, así que no puedes molestarla.

Mi mente quería entender aquellas palabras, aceptarlas y manejar de una mejor manera la situación. Pero ese no era el caso. El significado de aquella pausa en las palabras de Kaira y la palidez en su tez gritaban lo terrible que era el estado de Cyrenne.

—¿Qué le sucedió? —inquirí con algo de dureza.

—Ella. —Kaira tomó asiento junto a mí y sujetó mi mano—. Fueron terribles con ella, quienquiera que fuera, tenía una mente atroz, desequilibrada. —Tragó saliva—. Tiene fracturas en un pie, Ileana dijo que era algún tipo de prensa. La lesión es antigua, está haciendo lo mejor que puede, pero es probable que deba amputarlo. —Inhaló con dificultad—. Quizás lo hicieron para que no intentara escapar. Sus brazos estaban dislocados y tiene tantas puñaladas que es imposible contarlas. Pero eso no es lo peor.

—¿Qué puede ser peor? —pregunté derrotada. Había enviado a mi mejor guerrera a un matadero, le había ordenado a mi mejor amiga que saltara hacia un precipicio oscuro sin ningún tipo de apoyo.

—Parecían muy interesados en extraerle información y Cyrenne no colaboró con ellos así que ellos. —Sacudió la cabeza y se tapó la boca con la mano libre—. Trataron de extraer sus ojos—negó con la cabeza—. Tuvieron suerte con uno, pero cuando iban a empezar con el otro...

—Ella logró escapar y llegar hasta aquí. No seas tan dramática, Kaira, no me dejas dormir —bramó mi amiga desde la habitación contigua. Se le escuchaba débil y agotada, pero ni siquiera su espantosa situación disminuía su dura personalidad.

Escucharla hablar no era suficiente. Ahora que conocía su estado solo deseaba ir a su habitación y escuchar de sus labios que estaba bien, que iba a levantarse y a machacar con su espada al malnacido que le hubiera hecho eso. Sería afortunada si me invitaba, después de todo, yo la había enviado al matadero.

—Estoy bien, Anteia, eran principiantes. Concéntrate en acudir a la Ceremonia esta noche. Debes ser fuerte, ahora más que nunca. —Su voz flaqueó al final. Se había quedado dormida.

—Voy a darles caza, voy a encontrar quién le hizo esto y repetiré cada una de las salvajadas que le hicieron en sus cuerpos. Los haré llorar, rogar por piedad —juré entre dientes.

—Anteia, no es seguro —dijo Kaira—. No puedes cazarlos tu sola.

—En esta frontera solo hay problemas y todos están siendo mi culpa. Debo hacer algo por solventarlos. No puedo ser una buena comandante si dejo que mi segunda termine convertida en una lisiada.

—Muchas terminan lisiadas en batalla ¿Cómo es esto diferente?

—A esta misión la envié yo. No puedo decir más sin ponerte en riesgo. —Aparté la mirada de sus verdes ojos—. Que esté aquí es un riesgo para ti y Axelia.

—Soy feliz contigo aquí —dijo con la voz rota y llena de lágrimas.

—Eso lo dices ahora, Kaira, pero llegará un momento en el cual no será así —presioné levemente su mano—. Todo estará bien, solo debo solucionar este problema, necesito estar segura de que no hay peligro alguno para ti. —Levanté su mano y besé suavemente sus nudillos—. Marcharé esta noche y regresaré al campamento. Airlia se quedará contigo.

Kaira aceptó, aunque a regañadientes. Su labio inferior sobresalía en un puchero triste más que mimado, yo mejor que nadie sabía que ella no era una chica consentida. Todo lo contrario.

—No estés triste. —Con algo de dificultad me incliné hacia su rostro y acaricié su mejilla con mi nariz—. No puedo abandonar el campamento, no mientras enfrentemos momentos tan turbulentos.

—Es extraño ¿Sabes? Cuando Eudor marchaba a batallar no me sentía así. Quiero decir, temía mucho. —Tembló contra mi mejilla—. Una viuda sin hijos queda a su suerte, es poco más que una esclava. Eudor tenía un hermano, él heredaría la propiedad si algo le pasaba. Él tendría la libertad de decidir qué hacer conmigo. Era lo único que me llevaba a temer la muerte de Eudor en batalla, nunca amor verdadero.

Sentí la mano de Kaira contra mi pecho, sus dedos casi rasguñaban mi piel con frenesí.

—Ahora siento tanto miedo, es como si contigo marchara mi corazón, como si mi vida y mi felicidad estuvieran en tus manos —confesó.

—Me siento de manera similar, es por eso que no puedo permanecer aquí demasiado tiempo. Tengo que protegerte.

—Pero puedes morir haciéndolo —apuntó con un sollozo ahogado.

—No lo haré. —Separé su rostro de mi cuello y apoyé su frente en la mía. Las lágrimas colgaban como perlas de sus pestañas y mi corazón se rompió al verlas caer sobre sus mejillas. Solo aquella imagen podía llevarme a jurar lo imposible—. No voy a morir, te lo juro.

—No puedes jurar algo así. —La sombra de una sonrisa amarga se posó sobre sus labios.

—Si puedo, tengo la mejor razón de todas. —Limpié las lágrimas que surcaban sus mejillas—. Odio verte llorar.

Sonrió tiernamente y buscó mis labios. La sal de sus lágrimas brindó un extraño toque de dulzura al encuentro de nuestros labios. Sus suspiros y el anhelo con el que demandaba caricias y exigía espacio en mi boca amenazaban con hacerme perder la razón.

—Debes descansar —susurró al separarse. Parecía falta de aire, feliz. Estaba por invitarla a recostarse conmigo cuando el suave llanto de Axelia se dejó escuchar.

—Oh, debo atenderla. —Sus mejillas se tiñeron—. No quiero que moleste a mis invitadas.

El día pasó entre tragos de brebajes, mucho descanso y culpas que no tenían piedad a la hora de rasgar mi corazón desde dentro. Esperaba que Cyrenne pudiera recuperarse lo suficiente como para decir algo más coherente que quejas ante el llanto de su sobrina y los cuidados que Kaira le prodigaba.

El atardecer llegó junto a Airlia. Había marchado al pueblo a ayudar con los preparativos. Trajo consigo una carreta sencilla, de dos ruedas.

—Eneth tenía cara de pocos amigos cuando le avisé que usted presidiría la Ceremonia —explicó mientras Kaira me ayudaba con la armadura.

—Puedes apretarla un poco más, es mejor así. —Le indiqué cuando noté el peto demasiado suelto—. Eneth siempre tiene cara de pocos amigos, Airlia.

—Tenemos invitadas desagradables también —informó—. Las candidatas a senadoras de la ciudad de Lerei. Son de Erasti—rodó los ojos—. La casa de Lykos, Aretina y Cressida.

—¿Nobles? —mascullé—. Dijeron que serían pudientes, pensé en comerciantes y artesanas, no en nobles.

—Al parecer quieren acceder al Senado. Nada se los impide.

—¿Nadie de la ciudad se ha postulado? —inquirí extendiendo los dedos para que Kaira ajustara mi guantelete.

—No. Aseguran que no pueden competir contra tantas riquezas.

—¿Admiten abiertamente que su voto ha sido comprado? ¿Qué demonios está pasando, Airlia?

—Todo es mucho más oscuro que eso —dijo una voz ronca y agotada desde la puerta de la habitación. Levanté la vista para enfrentar a la intrusa y la imagen me dejó helada.

Era Cyrenne, o lo que quedaba de ella. Se apoyaba en el dintel mientras mantenía un pie vendado y sanguinolento en el aire. Su rostro estaba cruzado por un vendaje que ocultaba la cuenca de su ojo izquierdo. El derecho estaba inflamado en un extremo, marcado por una quemadura.

—Mientras pensaban que podían doblegarme los escuché. Tenían a un par de campesinas en su poder. Las amenazaban para que no vendieran sus cerdos y vacas al campamento. Dicen que serán de mayor utilidad en Erasti y que si obedecían, salvarían la vida.

—Cyrenne, estás acusando a tres casas nobles de traición —susurré.

—No las acuso, no sé si estén relacionados, solo te informo, tenemos un problema mucho más grande entre manos de lo que crees —jadeó y se sujetó con tanta fuerza del dintel que lo hizo crujir—. Esperan que el campamento caiga pronto. Dicen que será más sencillo así —tosió—. Quieren a las guerreras muertas o lejos de aquí. Interferimos en sus planes.

Apoyó su hombro en el dintel y llevó la mano al bolsillo de su pantalón. Cogió una moneda y la arrojó en mi dirección. Logré atraparla al vuelo y la examiné atentamente ante la luz de las velas.

Era una moneda de plata, burdamente acuñada. En una cara tenía la cabeza de un león y en la otra la de un hombre barbudo.

—Es una moneda de Luthier —dijo Airlia con furia—. Tenemos traidores en la ciudad.

—Manejaremos esto con cautela —indiqué—. No sabemos cuáles serán sus próximos movimientos. Airlia, quiero que sigas en esta granja, vendrán a visitarla pronto, quiero que te resistas lo suficiente como para que traten de amenazarte, pero sé lo suficientemente ambiciosa como para que paguen por tu aceptación. Airlia asintió y saludó.

—Kaira, ni una palabra de esto a nadie —indiqué—. Ya es bastante peligroso que hayas escuchado esto. Cuando vengan a la granja, quiero que te ocultes. Demian sabe dónde pueden esconderse. —Kaira aceptó con un suave murmullo—. Cyrenne, descansarás aquí hasta mañana al anochecer. Enviaremos un carro por ti.

Mi segunda asintió. Por el momento no podríamos compartir más palabras, una mirada bastaba entre nosotras para comunicarnos. Ella comprendía que su sacrificio era su deber y a la vez, aceptaba a regañadientes mis silenciosas disculpas.

Con aquel pequeño, pero provechoso plan en marcha, pude partir en dirección al lugar de la Ceremonia. Ya las piras se alzaban en el interior de sus respectivos agujeros en la tierra. A cada lado estaba apostada alguna guerrera o recluta con una antorcha encendida en sus manos. Era hora de dar el último adiós y celebrar un banquete. Denise se encargó de preparar el banquete, no había reservas suficientes en el campamento para crear una cena tan opípara como la que se estilaba realizar siempre que culminaban los ritos funerarios.

Eneth me esperaba en una tarima improvisada tarima. A su lado se encontraba Anthea. Sus capas ondeaban con la fresca brisa nocturna, sus espadas refulgían levemente con la escasa luz de la luna.

—Pensé que no llegarías —espetó Eneth—. Sería una gran muestra de debilidad ante nuestras futuras senadoras —señaló a tres mujeres envueltas en capas de piel.

La luz de las antorchas era insuficiente para detallar sus rostros, los tres lucían sombríos y amenazantes, cubiertos de sombras. Sacudí la cabeza, no podía verlas con prejuicios, no ahora.

Aclaré mi garganta y miré a la multitud que se agolpaba bajo la tarima. Había guerreras en toda clase de estados. Algunas estaban bien, otras tenían algunos rasguños, las más heridas vestían vendajes manchados y se apoyaban en sus compañeras. Todas habían acudido a dar un último adiós a sus compañeras.

El pueblo también se encontraba presente. Detrás de las filas de mis guerreras, sujetaban antorchas y algunos pañuelos contra sus rostros. Entre las caídas había hijas, amigas, novias, amantes. Una pérdida nueva que superar.

Tomé aire, no había palabras que pudieran consolar aquellos corazones rotos, que pudieran borrar memorias y ayudar a estas personas a superar la pérdida de sus seres queridos. Nada de lo que yo dijera podía sanar el dolor, aliviarlo. Aun así, el protocolo gobernaba, sobre todo, sentimientos y deseos.

—No sé si llamar victoria a lo ocurrido ayer —empecé—. Como todos los ataques de Luthier, se trató de una incursión cobarde, llena de malicia, solo buscaban saquear y destruir, fue un ataque no provocado, como todos los que han realizado en el pasado. Nuestras habilidosas guerreras se las arreglaron para mantener las garras del enemigo lejos del pueblo y redujeron al mínimo las pérdidas materiales y humanas. Nuestras reclutas incluso actuaron más allá del deber, defendiendo esta humilde ciudad con sus propias manos, no puedo estar más orgullosa de ellas. Eneth, tu pronta respuesta fue clave para la victoria, sin ti, nuestras bajas habrían sido incalculables.

—Solo cumplía con mi deber, comandante —respondió con humildad.

—No existe batalla sin bajas. Es un hecho, como que el sol se oculta después del día. La muerte es nuestra silenciosa acompañante, la más leal, en sus brazos terminamos todos al final. El reposo de estas valientes será eterno, regresarán de donde vinieron, a la tierra. Nutrirán y harán prosperar estos espacios. Honrémoslas con el funeral que se merecen.

Levanté el brazo para dar la orden, las guerreras que sostenían las antorchas las bajaron sobre las piras, estas se encendieron de inmediato, consumiendo la madera, el aceite y los cuerpos que reposaban sobre ellas.

Observamos en silencio, permitiendo que el calor que despedían las piras calentara nuestros cuerpos. Esta ceremonia era un paso fundamental en el duelo de las sobrevivientes, un último adiós necesario. Observé como algunas arrojaban cartas, retratos, accesorios y piezas de ropa a las piras. Mañana todas enfrentarían un nuevo comienzo, amparadas en la rojiza luz que rompía la oscuridad del firmamento.

Nos dirigimos a la posada cuando la última palada de tierra cubrió las cenizas ardientes de la última pira en consumirse. Denise había preparado un gran banquete, había pavo asado, licor de caña, vino especiado, mermeladas, pasteles de carne, puré de papas, salchichas, pan recién horneado y manzanas al horno.

Tomé asiento junto a Eneth y nuestras distinguidas invitadas. Anthea se deslizó a mi lado y empezó a acumular una montaña de comida en su plato y a llenar su vaso, y el mío, de vino.

—Fue una gran batalla comandante, solo tenemos tres prisioneros. Dasha los capturó y llevó al campamento. Los interrogaremos pronto. —Cortó con furia una salchicha—. Aunque ya sabemos cuáles serán sus respuestas.

—¿Ah sí? ¿Y cuáles serían? —intervino una de las candidatas a senadora con voz altiva y nasal.

—¿Y usted es? —inquirió Anthea señalándola con el tenedor, la aludida la miró con furia y tuve que disimular mi risa llenando mi boca con un gran trozo de carne asada.

—Soy Dreama de Aretina —espetó apoyando su vaso con fuerza sobre la mesa, su piel de tez morena casi palideció de ira.

—Ya veo que por estas tierras desconocen a la nobleza —intervino una mujer rubia y de helados ojos grises—. Soy Athanasia de Lykos.

Tendí mi mano a ambas para saludarlas, pero me vi obligada a cerrar el puño en el aire al no ver respuesta. Disimuladamente miré mi pecho. El broche de comandante brillaba sobre mi corazón. Rechiné los dientes, odiaba lidiar con la aristocracia, siempre creyéndose más que los demás, incluso más que las guerreras que vertían su sangre en el campo. ¡Ellas mismas luchaban hombro a hombro junto a nosotras! ¡Sus hijas lo harían en un futuro!

—Soy Iria de Cressida —tendió su mano en mi dirección y me saludó con firmeza. La fuerza de sus dedos se dejó sentir a través de los brazales de mi armadura. Al menos, se había dignado a saludar.

Anthea solo gruñó y continuó devorando su comida. Sabía que tenía una muy baja opinión de las casas nobles, pero sabía hacerse amiga de aquellas guerreras provenientes de ellas que demostraban olvidar su arcaico y ridículo comportamiento.

—Estamos aquí reconociendo el terreno, es necesario para nuestro futuro cargo —dijo Dreama con gesto soñador mientras bebía como si el vaso estuviera recubierto de lodo.

Athanasia miraba con desprecio los sencillos cubiertos de madera. Limpió con su túnica los cubiertos antes de pinchar un poco de carne y detallarla como quien mira a una mosca.

—Es de res —apunté.

—Oh, pensé que aquí todos comían animales extraños —rio—. Ratas, caballos, ardillas.

—Eso era en épocas de hambruna, cuando Erasti cerraba sus puertas a los necesitados —apunté vaciando mi vaso de un trago, el dulce vino alivio la amarga sensación de mi estómago—. A veces, debes comer cualquier cosa para sobrevivir, especialmente cuando el Senado da la espalda.

Iria tuvo la decencia de apartar la mirada con pena.

—Oh, pero esos tiempos acabaron, nosotras llevaremos a Lerei a una nueva etapa de prosperidad —prometió Athanasia—. Quizás deberías saber que somos las principales candidatas a...

—Presidir el Senado por Lerei, lo sé bien —gruñí vaciando un segundo vaso—. Y nuestra situación es perfecta, hay suficiente alimento para todos, servicios y seguridad. Lo suficiente como para que sus habitantes escojan de entre ellos a sus representantes.

—¡Pero qué cosas dices! La ciudad es muy joven, esta gente no sabría gobernarse sin la ayuda de nosotras —señaló Dreama.

—Además, estas tierras no lucen seguras, acabas de enterrar un cuarto de tu ejército —apuntó Athanasia—. De seguro lo has hecho muy bien hasta ahora, querida, pero el comando le pertenece a la nobleza, solo las guerreras de cuna pueden tomar las mejores decisiones.

—Mi compañera tiene razón, estoy segura de que has sido una gran comandante, pero es hora de que una verdadera mente maestra asuma el control.

Rechiné mis dientes y vacié un quinto ¿sexto?, vaso, era lo único que impedía que le saltara al cuello.

—Estoy segura de que la nobleza no es necesaria —apuntó Eneth con frialdad.

—Oh, cariño, claro que lo es —dijo Athanasia con tono condescendiente.

—¿Dónde estaba la nobleza cuando las primeras familias se asentaron en estas tierras? ¿Dónde estaban para ayudarnos a defendernos de los ataques de Luthier? Ahora solo quieres estas tierras porque han demostrado ser buenas para la agricultura —siseé.

—Solo queremos el bienestar de todos —dijo Iria con un tono pacificador.

—Su bienestar.

—Todos quieren su bienestar, incluso tú —apuntó Dreama jugando con su vaso—. Por lo que he oído, has dado refugio a una mujer noble de Luthier, dicen que incluso la cortejas. Tanto odio por la nobleza y te emparentas con ella.

—Me atrevería a agregar que su nobleza fue lo que impulsó este terrible y sangriento ataque —aseguró Athanasia.

—Los hombres de Luthier son demasiado orgullosos, no atacarían jamás para buscar a una mujer que, en primer lugar, se ha escapado de su casa —gruñí luchando contra el mareo que gobernaba mi mente.

—Oh, pero una de tus guerreras escuchó la confesión de los labios de Eudor de Alcander —dijo Dreama con un tonito de superioridad que casi me distrajo del sentimiento de traición que me provocó aquella revelación—. Dasha, querida, ven aquí—llamó.

Anthea y Eneth me miraban como si me hubiera crecido una segunda cabeza y alas de dragón. Dasha se acercó a la mesa con paso firme y la barbilla en alto.

No escuché sus palabras, el cerebro me daba vueltas. Aquellas víboras tenían por objetivo minar mi credibilidad ante una de mis capitanas y mi teniente. Quizás ante todas aquellas que estaban atentas a la situación.

—¿Ves? Debiste indagar en su pasado —reprendió Athanasia—. Dar refugio a mujeres nobles es un error.

—Tenía una bebé recién nacida, en medio del bosque y en pleno invierno. Solicitó ayuda y asilo. Damos refugio a todas, sin importar su origen. Esa es la orden real —empecé, alcé la voz para que todas escucharan—. No indagué en su pasado porque la corona nunca lo ha ordenado ¿Está sugiriendo, Athanasia de Lykos que la corona está errada en su proceder? —me levanté y apoyé la mano en el mango de mi espada.

El color abandonó su pálido rostro y observé con orgullo como tensaba la mandíbula.

—Para su información "Mi Señora" Eudor solo pronunció aquellas palabras para burlarse, acudió aquí por el llamado de Cian, se alejó de su ejército al ver la batalla perdida y para recuperar una pizca de su honor, decidió buscar a su exmujer.

—¿Es eso cierto, estúpida recluta? —gritó Dreama sujetando a Dasha de los hombros con fiereza—. Has mentido a una noble, a una descendiente de las fundadoras, debería azotarte hasta que los huesos de tu espalda sean visibles ante los presentes. —Sacudió a mi recluta como si fuera una muñeca de trapo.

—La disciplina sobre las reclutas es mi responsabilidad, Dreama. —Desenvainé y apunté a su cuello con mi espada—. Suéltala ahora mismo.

—¡Estás amenazando a una noble!

—Me cago en tu nobleza —escupí—. Dasha solo escuchó algunas palabras de Eudor antes de marchar a capturar prisioneros. No tengo idea de por qué compartió esto contigo tan libremente. —Clavé mi mirada en los aterrados ojos de Dasha—. De seguro lo hizo con buena intención, preocupada por la integridad del poblado, pero todos aquí saben que el edicto real es BRINDAR REFUGIO A QUIEN LO SOLICITE, quien se atreva a decir lo contrario está hablando en contra de la corona, en contra de la reina.

Athanasia y Dreama llevaron las manos a sus espadas, pero Iria intervino colocándose entre nosotras.

—Estoy segura de que esto es un gran malentendido. No hay mujeres más leales a la corona que las presentes en este banquete. Por favor, calmémonos un poco y hablemos. No somos hombres para resolver todo por la espada.

—Yo ya dije lo que tenía que decir —espeté envainando mi espada. Un coro de vítores de mis guerreras me secundó—. Anthea, quedas a cargo.

Abandoné aquel espacio enrarecido dejando a dos víboras a punto de atacar a mis espaldas. La expresión de Eneth era indescifrable. No se había pronunciado a favor de la corona. Era una guerrera muy juiciosa, tal vez no deseaba unirse al bullicio. Solo esperaba que aquellas bestias rastreras y venenosas no dominaran la mente de mis guerreras. Eran evidentes sus intenciones.

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