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Sacrificios necesarios

Nos aislaron a las niñas, a Cyrenne, a Elissa y a mí en el campamento, no podíamos salir, después de todo, cualquier guerrera en el lugar había tenido suficiente contacto con el exterior como para estar enferma. La peste era una enfermedad engañosa y terrible, no escatimaba en mentiras para adueñarse de tu cuerpo. podías estar enfermo, no tener síntomas por días y, aun así, contagiar a cualquier persona.

-Esto es culpa de Kaira, si ella se hubiera cuidado mejor no estaríamos aquí y Lynnae no estaría en peligro -gruñó Elissa mientras miraba por la ventana de las barracas y acariciaba los finos cabellos negros que adornaban la cabeza de la niña.

-No es culpa de nadie, sin ella la habríamos puesto en riesgo en el campamento -espetó Cyrenne-. Al menos estuvo a salvo las primeras semanas. Los brotes han bajado, las guerreras tienen menos contacto con los enfermos y cadáveres. No encontrarías lugar más libre de ratas y pulgas que el campamento.

-Y sin embargo una simple refugiada la ha puesto en riesgo -continuó. Mi sangre hirvió y no pude sino levantarme y acercarme a ella a zancadas.

-No la llames así.

-Es una refugiada cobarde -bufó dejando a Lynnae en el suelo y alzando el mentón en mi dirección.

-¡Repítelo y no respondo! -Veía rojo, mi mano sujetó el mango de mi espada ¿cómo se atrevía a insultar así a mi mujer? Ella había cuidado de su hija sin pedir nada a cambio. No tenía derecho a quejarse por nada.

-Refugiada cobarde -Elissa llevó su mano a su espada, lista para reaccionar a mi ataque.

El filo de una daga contra mi cuello me detuvo. Bajé la mirada un instante y reconocí el grabado de la casa de Aren. Cyrenne clavaba sus fríos ojos en los míos con un fuego que nunca había visto arder en aquellas profundidades oscuras y atormentadas.

-No desenvaines contra mi esposa, porque no responderé por mis acciones -siseó. Tragué saliva y alejé poco a poco la mano de mi espada. Cyrenne alejó su daga de mi cuello al mismo ritmo. Luego se giró a Elissa-: Tienes miedo y estás furiosa, pero Kaira ni Anteia son culpables. Si quieres encontrar a la responsable viaja a Ethion y decapítala si quieres. O mejor aún, únete a las partidas de limpieza y quema cadáveres y graneros colmados de pulgas, porque ellos son los únicos culpables de todo esto.

Elissa bajó la mirada y reparó en Lynnae, quien la veía con grandes y aterrados ojos.

-¿Madre está enfadada? -inquirió.

-No, no lo está. Mamá solo ha perdido un poco el control -suspiró y arrojó una mirada apenada en mi dirección-. Lo siento, es solo que la idea de pensar en mi pequeña enferma...

-Axelia tiene el mismo riesgo -señalé a mi hija, quien dormitaba en una de las literas, agotada por la carrera al campamento-. Y MI mujer se debate entre la vida y la muerte, por todo lo que sé puede morir ahora mismo y no estaría a su lado, no podría tomar su maldita mano ni despedirme -levanté los brazos exasperada- pero, ¿quién lleva la balanza?

Di media vuelta y tomé asiento junto a Axelia, acaricié su cabello. Era casi tan enmarañado como el de su madre y suave, muy suave ¿qué haría con ella? ¿qué pasaría si estaba enferma también? Levanté su cuerpo y lo acerqué a mi pecho, donde se acurrucó y frunció el ceño en sueños. Mi pobre niña. Lo que habría tenido que soportar. Kaira de seguro habría empeorado de un día para otro, así era como funcionaba. Te contagiabas, pasabas hasta dos semanas en perfecto estado y luego, luego empezabas a sudar, a sangrar por cualquier lugar y cuando llegaban los bubones, no había salvación posible, solo la suerte y la intervención de la Gran Diosa.

Kaira tenía que sobrevivir, tendía que estar bien. Era una mujer fuerte, podía recuperarse. Sin embargo, la fortaleza no lo era todo. Sandra había muerto el mismo día que había comenzado la fiebre. Gina había sucumbido cuando el primer bubón había reventado en su ingle. Sacudí la cabeza, no, la fortaleza no lo era todo ¿intervención divina quizás? ¿qué tenían que ver los cielos y la tierra con nuestras absurdas existencias mortales?

-Madre, tengo hambre -balbuceó Axelia luego de lo que parecieron horas. Cyrenne y Elissa se habían trasladado a una litera lejana. Dormitaban con Lynnae descansando entre ellas y no pude evitar sentirme celosa de su suerte.

-No servirán la comida hasta después del atardecer -expliqué acariciando su brazo.

-Pero tengo hambre -protestó.

-No hay mucha comida. -Negué con la cabeza ¿Cómo explicarle a una niña que comía cinco veces al día lo que era la escasez de alimentos?

-¿Mamá? ¿Dónde está mamá? -inquirió luego de un rato-. Mamá dijo que todo estaría bien si te buscaba ¿dónde está mamá?

Rodeé su cuerpo con mis brazos y la escondí lo mejor que pude entre ellos, lo suficiente para secar mis lágrimas y controlar los temblores que provocaban cada latido de mi corazón roto y maltrecho por la inminente pérdida.

-Está en buenas manos, tratarán de curarla -expliqué. Axelia jugó con las placas de mi armadura un rato, incapaz de encontrar palabras que definieran lo que sentía en esos momentos.

-Mamá siempre tiene galletas -balbuceó ella-. Las últimas estaban un poco duras, pero estaban bien si las remojabas en agua ¿está enferma porque me enojé con ella?

-No, no, bebé. -Levanté su cuerpo de tal forma que se mantuvo de pie sobre mis rodillas-. Nada de lo que hayas hecho o dejado de hacer pudo enfermar a mamá. Son las pulgas, el aire, a veces solo es cuestión de mala suerte.

-¿Cómo tía Cyrenne y los dados?

-Algo así, sí, pero nada más ¿entiendes?

Asintió dudosa y lanzó sus bracitos alrededor de mi cuello. Permaneció un rato allí, descansando su cabeza contra mi hombro hasta que sucumbió de nuevo al sueño y al agotamiento.

La cena llegó bajo la forma de tres platos de avena grumosa y espesa con un pequeño chorrito de miel en la superficie.

-Hay dos niñas aquí ¿dónde está su comida? -increpó Cyrenne a la recluta que repartía los alimentos.

-Lo siento, no hay más. Deberán compartir con ellas. Las raciones ya están establecidas y no pueden permitirse dos bocas nuevas que alimentar.

-Todos los días mueren bocas -espetó Elissa.

-Y quemamos grano por sospechas de pulgas y ratas, es proporcional -masculló la recluta-. O lo comen o lo ofrecen a alguien más. Yo solo cumplo órdenes.

-Está bien -intervine, Cyrenne parecía dispuesta a lanzarse contra su cuello-. Lo entendemos. Gracias.

-No puedo creer que aceptes este ultraje, Anthea está cometiendo errores garrafales, ella...

-Cyrenne, tú y yo nunca enfrentamos una tragedia de esta magnitud. Quizás el robo de las cosechas y nunca faltó gran cosa. Ahora debemos aguantar con las pocas reservas con las que contamos. Sé que es difícil, pero no te desquites con la recluta.

-La próxima vez cortaré su cabeza y la cocinaré en la chimenea.

Me dirigí a la litera, Axelia miró el plato con avena con asco, pero era tal el hambre que sentía que simplemente comió sin quejarse.

-¿Y tú comida? -inquirió luego de limpiar el plato con los dedos y lamerlos.

-Oh, yo ya comí -admití mientras acercaba una jofaina para ayudarla a lavar sus manos.

Axelia asintió y lavó sus manos a conciencia. Luego me ayudó a recoger algunas toallas y ropa de cambio para tomar un baño. Si tenía suerte podría pescar algún jarro de vino y apagar el clamor de mi estómago con la bebida.

El baño estaba vacío con excepción de tres guerreras que descansaban en el agua con los ojos cerrados. Axelia las miró con curiosidad mientras se desvestía.

-Madre, ¿ellas compartirán mi bañera? -inquirió dudosa.

-Sí, es agua caliente y llena de jabón, está bien. Ven aquí. -Nos sumergí en el agua y dejé que chapoteara a gusto lejos de las guerreras. Cerré los ojos un instante y la perdí de vista entre la espuma.

-Madre, ¿cuándo tendré brazos así? -preguntó desde el otro lado. Parecía haber perdido toda timidez y señalaba los poderosos brazos de una de las guerreras que a su vez la miraba divertida y enternecida.

-Cuando crezcas -vocalicé una disculpa a las guerreras, pero ellas solo se encogieron de hombros restándole importancia.

-Es una niña, su curiosidad es normal -desestimó una.

-Wow, quiero uno, ¿cuándo puedo tener uno? -pregunto señalando el tatuaje de un oso en el brazo de la otra.

-Cuando seas mayor -suspiré. Al menos había dejado de pensar en Kaira y de preguntar por ella ¿Eso sería lo que ocurriría si moría a causa de la peste? Axelia la olvidaría y ya. Una parte de mi lo ansiaba, le ahorraría dolor, otra no podía evitar molestarse y sentirlo como una gran injusticia y un insulto a la memoria de la mujer que lo había arriesgado todo por salvarla. Sacudí mi cabeza y me sumergí unos instantes, estaba siendo injusta y una idiota, Axelia jamás olvidaría a su mamá.

-Madre ¿por qué son grandes? -Volvió a preguntar, esta vez señalando los pechos de las guerreras y mirando el suyo.

-Muy bien, demasiadas preguntas. Vamos, fuera, vas a arrugarte como una pasa.

-¡Pero madre!

-Axelia...

Una mirada, eso bastaba para que obedeciera. Con Kaira era mucho más difícil, con ella solía costar mucho más. La consentía demasiado ¿y quién no? Aquellos ojos grises desarmaban a cualquiera.

Los días pasaron con tortuosa lentitud. Las noticias de la granja no eran alentadoras, pero tampoco empeoraban. Kaira parecía ir y venir entre la fiebre, la conciencia y los delirios, pero no sangraba más y los bubones reducían su tamaño. Solo el que había estallado en su cuello supuraba aún y Korina se las había arreglado para ayudarlo a cicatrizar. Me negaba a tener esperanzas, pero parecía que Kaira había superado lo peor de la enfermedad. Aún no estaba fuera de peligro, la fiebre podía atraparla y no dejarla escapar, pero sus pulmones estaban bien, no escupía sangre, una luz en la oscuridad.

Para nuestra suerte ninguna desarrolló la enfermedad y para cuando pudimos abandonar el campamento, el brote de peste estaba bajo control. No había ocurrido un contagio en días y ya no se observaban ratas ni pulgas en los alrededores. Los pueblos vecinos habían traído gatos para ayudarnos y ahora los felinos paseaban a sus anchas por las calles, llevando ratas y ratones a sus dueños para quemarlas.

-Quiero ver a mamá -pidió Axelia mientras jugaba con la avena del desayuno-. Y no quiero avena.

-Es lo que hay, Axelia.

-Quiero a mamá.

Froté mi rostro y aparté el plato antes que en alguno de sus manoteos lo tirara por allí. Lynnae había terminado el suyo y observaba la situación con curiosidad.

-No puede ser, Axelia. Mamá está aún muy débil. Pronto podrás verla.

-Pronto, pronto, pronto ¡no sé cuándo es pronto!

-¡Ey! No le hables así a tu madre, Axelia -Cyrenne levantó a Axelia del asiento y la sostuvo frente a si-. Ella no miente. Kaira está enferma y necesita descansar. Mientras más descanse, más rápido podrás verla.

-¡Quiero verla ahora! -Pataleó en el aire, impactando la armadura de Cyrenne con sus pies.

-Muy bien, quieres patear, vamos a pelear un poco, solo tú y yo. A mí nadie me patea, jovencita.

-Cyrenne...-intervine.

-Déjalo en mis manos y cuida de Lynnae, no te dará problemas. -Como si hubiera escuchado sus palabras, la pequeña había elegido ese momento para dormir sobre la mesa con la cabeza apoyada en los brazos-. Axelia parece más hija mía que de Kaira con toda esa energía. La traeré para el almuerzo. Escuché que por fin tomaremos algo de sopa aguada y no esa avena pegajosa.

Fiel a su palabra Cyrenne trajo de vuelta a una Axelia mucho más tranquila, cubierta de lodo hasta el último cabello, pero con una sonrisa de oreja a oreja. Atacó la sopa aguada como si fuera el mejor manjar del mundo y disfrutó de los tres trozos de vegetales que flotaban en ella como si fueran una auténtica delicia, lo cierto es que estaban tan mustios y descoloridos que incluso yo tuve problemas para identificarlos.

Con suma lentitud, pero sin ningún inconveniente la frontera regresó a la calma. Los campos volvieron a sembrarse y si bien la cosecha apenas y alcanzaría para alimentarnos en el invierno, era suficiente para comer algo más que avena y sopas.

-¡Mamá! ¡Mamá! -Axelia entró a la casa como el gran terremoto que era. Corrí detrás de ella. Korina me había explicado que Kaira necesitaría de mucho descanso y alimentos frescos para recuperarse y que no le convenían las emociones fuertes ni agotarse en exceso y una niña con la fuerza de una mini guerrera no era precisamente lo que la doctora había prescrito.

-Cariño. -Me detuve detrás de la puerta. Mi corazón se encogió al escuchar la quejumbrosa y débil voz de Kaira. El odio ardió en mis venas. Si ella no estuviera tan débil marcharía yo misma a Ethion a matar a Athanasia, de nuevo atentaba contra la vida de personas inocentes, esta vez por venganza.

Appell había desestimado las acusaciones, no había pruebas suficientes y aún si había sido ella, no podíamos simplemente ir a Ethion y reclamar su cabeza.

-Y entonces tía Cyrenne me enseñó a disparar con arcos y flechas reales ¡Incluso toqué una espada de verdad! Y aprendí nuevos golpes y movimientos. Y vi muchos pechos grandes ¡quiero que los míos sean así! ¿sabías que las guerreras comparten una bañera gigante? Y tienen muchos jabones deliciosos. Soy mejor que Lynnae con la espada, le gané todos los días. Tía Cyrenne dice que seré una gran guerrera y el terror de Luthier y mamá me hacía comer avena mustia todos los días y no me daba galletas, decía que no había, pero no importa, porque ya estás bien y podrás hacerme muchas galletas y...

-Muy bien pequeña, demasiadas historias y vas a cansar a tu mamá, vamos, ve a tu habitación y organiza tus nuevos juguetes -intervine tomando a Axelia por debajo de los brazos para bajarla de la cama.

Kaira descansaba sostenida por algunos almohadones. Sus pómulos resaltaban en su piel, su cabello había dejado de ser una maraña esponjosa para caer casi laxo sobre sus hombros. Sus ojos flotaban en dos cuencas oscuras y a un lado de su cuello una cicatriz abultada indicaba el lugar donde el bubón había estallado. Aun así, era la mujer más fuerte y maravillosa para mí. Con cuidado tomé asiento a su lado, comparada conmigo, ella no era más que piel y huesos, sentía que si la abrazaba podía romperla.

-¿Por qué no me abrazas? -susurró dolida.

-Siento que si lo hago podría romperte -confesé, aun así, rodeé sus hombros con uno de mis brazos y la acerqué a mí-. Me siento tan afortunada que no sé si esto es un sueño, si la realidad yace detrás de esa puerta y simplemente no volveré a verte otra vez. -Junté nuestros labios en un beso casto y delicado. Saboreé las hierbas de sus medicinas y el dulce sabor de sus besos antes de separarnos para permitirle respirar. Estaba agotada.

-Apenas recuerdo algo -admitió levantando una mano temblorosa para acariciar mi rostro-. Estás famélica ¿Qué clase de comida te dieron en el campamento? ¿y qué le enseñaste a Axelia? ¿Por qué habla de pechos?

-Son muchas historias, mi amor. Te pondré al día. Mientras tanto, debes descansar.

-He descansado demasiado, pero tienes razón. Apenas puedo tenerme en pie.

-Me haré cargo de la granja y de Axelia, no te preocupes por nada -prometí.

Kaira asintió y dejó caer su cabeza en las almohadas. En un instante cerró sus ojos y se dejó llevar por un sueño tranquilo. Besé su frente y me dejé llevar por el alivio. De nuevo habíamos superado la adversidad ¿hasta cuándo el destino nos sonreiría de esa forma? Axelia regresó a la habitación y solo tras prometer que permanecería tranquila le permití subir a la cama y descansar entre ambas.

-Te ayudaré en la granja -aseguró con convicción-. Pero no a sembrar avena, es asquerosa.

-Está bien, pequeña, sembraremos papas, trigo y zanahorias, ¿está bien? Quizás algunas legumbres, soportan muy bien el invierno ¿qué dices?

-Sembremos algo que le guste a mamá.

Eso hicimos. Trabajando con el sol en nuestra nuca y con ayuda de Cyrenne, Elissa y Lynnae rescatamos el pequeño campo y lo cultivamos. Solo con trabajo en equipo podíamos recuperar nuestras cosechas, sobrevivir el invierno y patrullar por las noches. Nuestro trabajo como guerreras continuaba pese a las arduas labores agrícolas.

Entonces ocurrió, una fatídica noche de exploración en el bosque. Elissa iba conmigo. No había suficientes guerreras para formar nuestros conocidos tríos y debíamos conformarnos solo con una compañera. Mientras protestábamos por el viento helado del otoño y lo que se antojaba como un invierno más duro y largo que los anteriores escuchamos el inconfundible sonido de un campamento.

Nos arrastramos a través de la oscuridad, las hojas y cuanto insecto pululaba en el suelo hasta alcanzarlos. Allí frente a nuestros ojos se encontraban al menos tres compañías de Luthier, preparados para avanzar contra la frontera en cualquier momento. Tantos hombres tardarían en llegar en al menos un día a buen ritmo. Parecían descansar, algunos hacían guardias, ninguno bebía.

-¿Athanasia les habrá avisado?

-Quieren una guerra con Luthier, quieren que corra la sangre antes que el muro esté terminado. Regresemos -susurré-. Cuanto antes lo sepan, mejor.

Retornamos a nuestros caballos en silencio y así permanecimos por un rato. Ninguna se atrevía a poner en palabras lo que pensaba, ambas lo sabíamos. Una fuerza tan grande nos devastaría, robaría todo lo que teníamos y más. El pueblo estaba consumido por la peste y aunque solo un tercio había muerto en él, los mismos números se aplicaban a nuestro ejército. Incluso si armábamos a las reclutas... sacudí la cabeza y contuve una arcada. Mi Axelia, mi Kaira.

Dejamos los caballos nada más entrar y corrimos a la oficina de Anthea. Ella alzó una ceja al vernos llegar, debíamos de ser toda una pintura grotesca, sucias, llenas de mugre del bosque hasta las cejas y tan pálidas como la leche.

-Creí que estaban patrullando ¿qué sucede? ¿nos atacan?

-Tres compañías, tal vez más. Debió llegar a sus oídos que fuimos capaces de controlar la peste antes que nos devastara y ahora vienen a terminar el trabajo -farfullé entre dientes mientras paseaba por el lugar. Cada segundo que pasaba allí perdía la oportunidad de salvar a Kaira y a Axelia.

-Debemos evacuar al pueblo -sugirió Elissa.

-Es imposible, aún nos tienen aislados. No levantarán el veto sobre Cyril hasta mediados de la primavera que viene -explicó Anthea-. Quizás si les explicamos la situación dejen pasar a algunos, pero dudo... dudo que de verdad admitan a alguien. -Negó con la cabeza-. Solo provocaríamos pánico.

-Ordena una evacuación, nosotras nos encargaremos de hacer que los acepten -prometí-. Da la alarma, que todos se muevan con cautela, si notan que han sido descubiertos actuarán con celeridad.

-Debemos darle la oportunidad a las guerreras de decidir. Los habitantes deben saber que enfrentan una muerte casi segura. Tienen que ser capaces de luchar por su vida si así lo desean -gruñó Elissa. Sus manos temblaban y sujetaba el mango de su espada como si fuera lo único que impedía que corriera a casa a buscar a Cyrenne y a Lynnae. Yo estaba igual, solo años de entrenamiento mantenían mis pies en aquella oficina.

-Supongo que tienen razón, manejen esto con cautela, yo me encargaré del campamento. Enviaré algunas guerreras a controlar la evacuación. Las demás tratarán de frenar el avance de esas hordas malditas.

Dimos media vuelta dispuestas a cumplir con nuestras ordenes, pero Anthea nos detuvo con una última petición.

-Huyan con sus familias, ya han entregado demasiado por estas tierras. Déjennos sacrificarnos a nosotros ahora, para eso estamos aquí. -Envainó su espada con decisión y sus ojos centellearon-. Es una orden.

Libres por fin volvimos a nuestros caballos. El deber pesaba en mi corazón cuando llegué a la granja y toqué a toda prisa la puerta. El rumor de los pasos de Kaira me parecía demasiado lento, era como si tardara una eternidad en abrir la puerta y en cualquier instante un guerrero, o varios, fueran a atacarme por la espalda.

-¿Anteia? Creí que hoy debías... ¿qué sucede?

-Coge todo lo que puedas, súbelo a un carro y espera por mí -indiqué-. Nos van a atacar mi amor, Luthier prepara un ataque a traición aprovechando nuestra debilidad -rechiné mis dientes y clavé mis ojos en los suyos-. Si demoro demasiado, toma a Axelia y huyan hacia el este, no se detengan.

-Pero nos tienen aislados, cómo podrían... oh Anteia. -Sus manos acunaron las mías-. Nos van a atrapar como ratas, como ganado en el matadero... Axelia, nuestra pequeña...

-Estarán bien, me aseguraré que crucen la frontera hacia el otro poblado, pero deben darse prisa. Por favor, Kaira.

Besé su frente y sus labios con intensidad, compartí una última mirada con ella y regresé a mi caballo. Mi deber ahora era advertir a todos y así lo hice hasta que los primeros rayos del sol iluminaron mi rostro. A mi alrededor todo era un caos controlado de carros tirados por bueyes y caballos, de personas llevando en los hombros bolsos cargados de enseres, de padres tratando de consolar a sus hijos y de guerreras que vestían sus armaduras con decisión.

Al regresar a casa me encontré a Kaira vistiendo una armadura del ejército, su espada y un escudo. Junto a ella se encontraban Cyrenne, Elissa y Lynnae. Todas estaban subidas en el carro, apretujadas entre los alimentos y enseres básicos que habían podido sacar de sus hogares.

Bajé de un salto de Huracán y junto a Cyrenne lo até al carro junto a Tormenta. Axelia y Lynnae miraban todo aterradas, en silencio. Ambas llevaban sus espadas de juguete aferradas en sus manos, como si trataran de pescar un poco de seguridad al portarlas así.

-Todo va a estar bien, solo es un viaje -susurré a Axelia antes de besarla y abrazarla-. Sujétense bien.

Emprendimos la huida junto a todos los del pueblo. Sorprendí a Kaira lanzando una mirada nostálgica a nuestra granja. Atrás se quedaban nuestros recuerdos, los primeros pasos de Axelia, sus primeras palabras y sus primeras aventuras con una espada. Atrás quedaban los besos rápidos detrás de una puerta, los momentos compartidos al anochecer, la lucha de Kaira por sobrevivir a una enfermedad que no tenía otra cura que la fortaleza humana y su deseo de vivir.

Con un poco de suerte podríamos empezar de cero, quizás podrían retenerlos y no perderíamos nuestras propiedades, tal vez y solo quemarían la casa. Ya la habíamos reconstruido, lo haríamos de nuevo.

Oh, pero la suerte es caprichosa y el primer problema lo encontramos al llegar a la frontera de Calix al anochecer. Una extensa cola organizada por el ejército de la frontera de aquella zona, al mando de Eneth nos dio la bienvenida. Desde el inicio se escuchaban los gritos, las protestas y las súplicas. Cyrenne y yo bajamos y decidimos acercarnos a la frontera misma. De lado a lado se extendían guerreras sujetando antorchas y escudos, nadie podía pasar en secreto a Calix. Eneth se encontraba frente a nosotras y observaba a la luz de las antorchas a quienes deseaban pasar y les exigía dejar sus pertenencias por temor a las pulgas de la peste.

-Eso se controló hace meses. No hay pulgas con peste -espeté.

-Oh, Anteia, nos volvemos a ver -dijo con desenfado-. Pulgas o no, Calix es mi responsabilidad y no pasará nadie con ropa ni comida infectada, bubones o fiebre.

-Nadie tiene peste en Cyril -gruñí.

-Ya no estás en posición para decirme lo que debo o no debo hacer -sonrió-. Regresa a la fila y espera.

Esperamos durante toda la noche y al llegar al puesto nos encontramos con una multitud del otro lado. Algunos eran familiares que recibían a los suyos con los brazos abiertos, otros simplemente estaban allí para ayudar con comida y ropa nueva. Entre la multitud divisé a Demian. Alto, fuerte, con una barba espesa que cubría su rostro, un gran abrigo de piel y un bolso al hombro. Sobre su cadera descansaba una espada.

-¡Demian! -gritó Kaira y trató de correr hacia él. Una guerrera la detuvo con su escudo y señaló su cuello.

-¡Bubón! No puedes pasar.

-¿Qué? Es una cicatriz. Estuve enferma y ahora estoy sana -protestó ella con furia.

-¡Madres! -gritó Demian.

-No me consta que estés sana -siseó Eneth-. Eso es un bubón.

-Es una cicatriz de uno -gruñí-. Eneth, ella está sana.

-Las niñas tal vez, Cyrenne y su mujer también -las señaló, con un gesto desenfadado. Todas estaban en ropa interior y eran revisadas en busca de bubones y marcas de peste-. Pero Kaira tiene un bubón, está o estuvo enferma, como sea, es un peligro y no va a pasar.

-Maldita cobarde -gruñó Cyrenne mientras se vestía con furia-. Solo no quieres dejarla pasar por tus diferencias con Anteia.

-Soy quien manda aquí y de mi depende la salud en Calix, si paso a una sola persona con peste, todos enfermarán. Kaira no pasará.

Compartimos una mirada. Axelia y Lynnae lloraban en silencio, Elissa trataba de calmarlas en vano. ¿qué podía hacer? ¿avanzar y confiar que el enemigo no alcanzara esta frontera?

-Si tuvieras los ovarios bien puestos lucharías junto a nosotras -espetó Cyrenne.

-No voy a cruzar a su tierra infectada por la peste.

-Esas guerreras infectadas por la peste protegerán tus tierras -gruñí y sin saberlo tomé mi decisión. Me dirigí al carro y tomé a Axelia en brazos. Kaira me entendió a la perfección. Se acercó a mí y nos fundimos las tres en un abrazo, el último que probablemente le daríamos a nuestra hija y del cual disfrutaríamos.

-¿Mamá? ¿Madre? ¿qué sucede?

-Hija, debemos quedarnos, no podemos cruzar -susurré.

-Entonces yo me quedaré -dijo con firmeza-. Lucharé contra los malos, no dejaré que las lastimen.

-No, Axelia, aún eres muy pequeña. Una pequeña muy valiente. Tu deber ahora es ir con Demian y vivir ¿sí? Vivirás con él, él cuidará de ti -giré y ahí estaba Demian, del otro lado, con los ojos empapados y atento a mis palabras-. Él cuidará de ti como un buen hermano mayor y deberás obedecerlo en todo.

-¡No quiero!

-Lo sé, pero debes ser valiente, por nosotras, Axelia. Hazlo por nosotras, estaremos bien si tú estás bien.

-NO. -Su labio inferior tembló incontrolable-. No quiero. No las veré de nuevo.

-Estaremos aquí. -Señalé su pecho-. Por siempre y para siempre.

-Siempre, Axelia, siempre, pero para eso tienes que vivir -agregó Kaira-. Tienes que ser valiente y vivir. -Su voz se quebró al final-. Vivir, ser libre, enamorarte y construir una vida.

-No estarás sola, pequeñaja -Cyrenne se acercó y dejó a Lynnae en el suelo-. Demian, espero que tengas energías para cuidar de estas dos. Elissa y yo protegeremos esta línea con el valor que le falta a esta cobarde. -Señaló a Eneth con desparpajo-. Estoy segura que eso lo harán todos los que han sido rechazados aquí hoy.

Quienes nos rodeaban gritaron consignas y vítores. Se escuchó el siseo de espadas al ser desenvainadas.

-Lynnae, acompaña a Axelia y nunca la dejes sola ¿sí? -dijo Cyrenne a su pequeña-. No bajes la frente ante nadie y nunca traiciones a tus amigas.

La niña asintió y esa fue mi señal para dejar a Axelia a su lado. Kaira acarició por última vez su cabello y yo desabroché una de mis dagas del cinturón y se la tendí.

-Recuerda lo que te expliqué sobre su uso.

-Nunca la desenvaines en vano -repitió.

-Esa es mi hija. Hazme sentir orgullosa, te estaremos viendo. -Sequé mis lágrimas y besé su frente. Kaira hizo otro tanto y le dio un empujoncito en dirección a Demian.

-Ve y no mires atrás, nunca mires atrás, hija.

Demian recibió a las niñas y las cubrió con su abrigo, inclinó su cabeza en nuestra dirección en silencio y musitó un "las amo" silencioso.

Solo al perderlos de vista entre la multitud decidimos dar media vuelta y regresar a Cyril a lomos de nuestros caballos. En la lejanía se veían columnas de humo y el viento nos traía los gritos de la batalla y la masacre. Kaira entrelazó sus dedos con los míos, no temblaba, pero podía adivinar por la palidez de su tez que el miedo dominaba su corazón.

Tenía razón, estábamos siendo superadas en número. La fuerza de rechazados por los bubones y cicatrices que Eneth había considerado como "peste" se convirtieron rápidamente en un alivio necesario. A simple vista continuaba siendo una batalla en desventaja, al menos cien a uno, pero bastaba con agotarlos, solo así dejarían atrás la idea de arrasar el resto de la frontera, o al menos eso esperábamos.

Dejamos los caballos a unos metros del inicio de la batalla y los instamos a huir. No tenían energías para luchar, no sería correcto obligarlos. Huracán y Tormenta corrieron lado a lado hasta perderse en la pradera, nunca miraron atrás. Eran caballos fuertes y orgullosos, pero inteligentes, sabían lo que enfrentábamos y si les habíamos ordenado marchar, así lo harían

Di media vuelta y ayudé a Kaira a ajustar su peto y su escudo. Sus manos temblaban, pero su expresión era firme, casi feroz. Los gritos, el aroma a muerte y el humo desaparecieron por un instante mientras tomaba sus manos entre las mías y las acariciaba con delicadeza, acabaría con sus miedos, sus temblores desaparecerían en mí.

-No tienes por qué hacer esto, Kaira, estoy segura que puedo encontrar un lugar seguro para esconderte -dije con seguridad. Tenía que haber alguna salida. Ambas habíamos acudido a la batalla, pero aquello no significaba que ambas debíamos ¿o sí?-. Puedes esconderte y permanecer a salvo y cuando todo acabe podrás reunirte con Axelia y los demás.

-No, no lo haré, Anteia, no voy a dejarte sola en esto. No quiero pasar los últimos segundos de mi vida escondiéndome en algún sótano, esperando a que esos desgraciados terminen de robar y violar inocentes, temiendo que me encuentren, que me lleven a Luthier, no lo soportaría -exclamó a viva voz-. Prefiero morir, a tu lado, en batalla.

-No tienes que enfrentar todo eso, mi amor, puedes tomarlas. -Saqué de mi peto las bayas-. Tómalas y si eres descubierta solo debes tragarlas, estarás muerta en minutos, no podrán lastimarte.

-No, no quiero morir así. -Sus manos acunaron las bayas y las devolvieron a su escondite-. Quiero estar a tu lado. Sé que me ves pálida y temblorosa, débil incluso, pero quiero hacerlo.

Sacudí mi cabeza, no podía llevarla a esa masacre, al centro del fuego y la muerte, quería convencerla de huir, aún no llegábamos a la batalla, aún había granjas detrás de nosotras que podían servir de refugio.

-Es lo mejor -susurró ella-. Si tengo que morir, nada me consuela más que hacerlo a tu lado -confesó-. Morir junto a la persona que amas no es tan malo.

-Supongo que hasta aquí llegamos -interrumpió Cyrenne, desenvainó su espada y la hizo girar antes de clavar sus ojos en los míos-. Fue un honor luchar a tu lado, Anteia.

-Fue un honor ser tu amiga, Cyrenne. -Observé a mi fiel amiga. Solté las manos de Kaira para saludarla por última vez y chocar nuestros cuerpos en un abrazo lleno de camaradería y calidez. Nos separamos y sujetó a Elissa de la cintura y compartió un beso salvaje e íntimo con ella, tomó su mano y corrieron juntas al centro de la acción.

Suspiré, allí donde nuestros cuerpos habían hecho contacto se formaba un vacío, una realidad y una certeza. No saldríamos de esto con vida.

-Mantente a mi lado, Kaira -indiqué-. No tengas miedo. Será desordenado, habrá sangre y gritos por doquier, pero no temas. No tienes nada que temer si estás a mi lado -jadeé, el miedo aprisionaba mi pecho, no quería perderla, no aún.

-No lo haré, estarás junto a mí y es todo lo que importa -susurró antes de impulsar su cuerpo contra el mío y besar mis labios con frenesí. El sabor de sus lágrimas y las mías se unió al del amor y la despedida.

-Terminará rápido. Solo debes concentrarte en luchar, mi amor -susurré mientras avanzábamos-. Desenvaina y mantente cerca de mí.

La batalla nos impactó como una ola. Aquí y allá los cuerpos chocaban, los gritos eran ensordecedores y los golpes de nuestros atacantes eran mortales, fuertes, dispuestos a cobrar venganza por todas las veces que habían invadido la frontera y habían perdido.

Di buena cuenta de varios, detuve todos los golpes que lanzaron contra mí y los que arrojaron contra Kaira cuando ella estaba distraída, sin embargo, no podía estar en dos lugares a la vez. En un momento dejé de escuchar sus resuellos, sus gruñidos y el sonido de su espada al impactar contra las armas y escudos enemigos.

Mi boca se llenó de un extraño sabor amargo, como si las lágrimas que no podía derramar en ese momento decidieran escapar por allí. Di media vuelta y la vi, ahí estaba, en el suelo, víctima del último deber que toda mujer de Calixtho tenía con el reino.

Caí de rodillas a su lado, aún respiraba, sus trenzas estaban manchadas de lodo y sangre. Por costumbre revisé su torso, ahí estaba, una estocada mortal, una que burbujeaba sangre contra sus manos. Presioné la herida juntando nuestras manos, pero era una tarea perdida y lo supe en cuanto vi la paz dominar sus ojos verdes.

-Fuiste lo mejor que me pudo haber pasado -dijo tomando mi rostro con sus manos-. Y quiero que sepas que no me arrepiento de haber permanecido en este lugar.

-Yo no lamento nada de estos años, absolutamente nada -confesé uniendo mis labios a los suyos. Un último beso cargado de amor, de su sabor y el mío, de su lengua acariciando la mía como solo ella podía hacerlo y de su aliento llenando de valor mi corazón. Escuché pasos pesados a mi lado y me levanté. No enfrentaría la muerte de rodillas, si había enemigos por acabar, lo haría, ese era mi deber.

Sus espadas impactaron contra la mía, logré llevarme a media docena conmigo, el resto utilizó la distracción para llenar mi cuerpo de acero. Una flecha penetró mi peto bajo mi corazón y envió una aguda llamarada de angustia a mi pecho. Jadeé y me tambaleé, pero no perdí mi espada. No caería, aún podía luchar, aún podía acabar con unos más, solo unos más. Unos monstruos menos en la venganza que pesaba sobre cada mujer de Lerei.

Solo cuando me rodeaban sus cadáveres me atreví a clavar mi espada en el lodo. Dejé caer mi cuerpo a su lado, mis rodillas se deslizaron en la sangre y caí de bruces al suelo. A mi lado descansaba Kaira, aún respiraba y al escucharme caer a su lado abrió los ojos con dificultad.

-Ahí estás -susurró.

-Siempre a tu lado -prometí.

El último beso que compartiríamos estaría manchado por la sangre, por su último aliento y el mío convertidos en uno. Recorrí sus facciones con mis dedos heridos y sangrantes, ella se limitó a cerrar sus ojos con una expresión de paz absoluta y una sonrisa tan especial que mi corazón le dedicó su último latido.

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