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Reconexión

La reina no tardó demasiado en regresar a su carruaje. Quería iniciar el viaje hacia Ciudad Central de inmediato, después de todo, aún estábamos en pleno invierno y no era demasiado seguro viajar en esas condiciones. Además, estaba segura que, si Senka permanecía demasiado tiempo en la frontera, encontraría alguna forma de escapar o de avergonzar a la corona. Sí, regresar a terreno seguro era la mejor opción.

—Lamentarás esto, Anteia, te lo advierto —rugió Athanasia mientras era atada a la silla de un caballo. Viajaría con la comitiva real hasta Ciudad Central y luego sería escoltada a través de las tierras del sur hasta la frontera con Ethion, lugar en el que sería liberada. Si regresaba al reino, cualquier mujer podría acabar con su vida en el acto y quien le diera refugio sería acusada de traición y sentenciada a morir a manos de quien la descubriera.

El exilio no era el mejor destino para una mujer de Calixtho, quien, habituada a la libertad, jamás encontraría la felicidad en otro reino. Quizás en Cathatica, y no podría tocar jamás sus tierras, hacerlo era como entrar en Calixtho. Ellos eran nuestros aliados y contaban con listas de nuestras convictas y exiliadas para ejercer la ley con firmeza. Nunca darían refugio a una traidora.

—Tú y tu familia pagarán por lo que me han hecho.

Fue como si amenazara directamente a Kaira o a Axelia con una espada. Salté sobre ella y sujeté la parte delantera de su abrigo, tiré de él hasta que la obligué a agacharse sobre la grupa de su caballo. Frente a frente desprecié como nunca su sonrisita de suficiencia.

—Tu misma te hiciste esto, Athanasia, con tu ambición y tu odio hacia quienes no pueden defenderse por sí solas.

—Solo pienso como la mayoría en este reino.

—Si fueran mayoría nuestra ley no sería la que es ahora.

—¡Ja! Eso es porque vivimos bajo la tiranía de reinas demasiado blandas y un Senado habituado a hacer lo que dicen. Nadie verdaderamente fuerte se ha sentado en el trono desde que mis antecesoras compartieron el trono con Calixtho.

El caballo dio un par de pasos hacia el frente y me obligó a soltar a Athanasia. La comitiva avanzaba ya hacia las puertas. Las guerreras que custodiaban a la prisionera terminaron por separarme de ella.

—No le creas, las buenas y cuerdas siempre seremos más —susurró Cyrenne en mi oído. Luego dio un par de palmadas en mi hombro y señaló a Anthea, quien apenada y con los brazos frente a su pecho no me miraba directamente.

—Comandante yo...

—Yo ya no soy comandante, la comandante eres tú ahora, Anthea —apoyé mis dos manos en sus hombros y clavé mis ojos en los suyos—. Es una posición de gran responsabilidad y sacrificio. Trata a todos con justicia y siempre que puedas escucha a tu corazón por encima de tu mente, especialmente si te sientes herida y traicionada, es todo lo que puedo aconsejarte.

—Gracias, comandante, pero me es imposible llamarla por otro título, así que ese será mi privilegio —sonrió y relajó su postura—. Si lo desea, puede vivir con su familia en su antigua habitación, al menos hasta que podamos ayudarle a reconstruir su hogar.

—Eso no será necesario. —Froté la palma de mi mano contra mi pantalón. No quería recibir la compasión de todas, la pena. Era capaz de resolver mis asuntos por mi cuenta.

—Tiene una familia ahora y las habitaciones compartidas no son el mejor lugar para una bebé y un muchacho. Insisto, comandante. Cuando el suelo se haya descongelado enviaré a algunas guerreras y juntas reconstruiremos su hogar.

Acepté, tenía razón, Axelia no lloraba demasiado por las noches y los barracones no eran un lugar sucio, pero si estaban plagados de armas, armaduras y guerreras que desconocían la vergüenza y el pudor.

Regresé a mi habitación y me encontré con Kaira, Demian y Axelia compartiendo la cama. Elissa se había marchado a cumplir sus deberes como teniente. Dentro de unos días llegaría una nueva cohorte de reclutas y había que darles la bienvenida. Suspiré con alivio, definitivamente no echaría en falta esa parte del trabajo.

—¿Qué ocurrió? —inquirió Kaira con curiosidad. Quizás notó algo en mi expresión o en mi mirada, pero abandonó la cama para rodearme con sus brazos y descansar su cabeza contra la mía. Bebí de su calor y uní nuestros cuerpos aún más.

—Athanasia pagará por sus crímenes, igual que Airlia y sus seguidoras. Yo no dejaría salir a Demian ni a Axelia mañana —susurré en su oído. Demian estaba atento a nosotras y sabía que tendría curiosidad por las ejecuciones. No deseaba que viera algo así a su edad.

—Eso es maravilloso. Finalmente tendremos paz —unió sus labios a los míos con alegría descontrolada.

—Y ya no seré la comandante. Soy libre de mi cargo.

Toda expresión de alegría desapareció de su rostro en un instante. Me miró con duda, como sopesando si aquella era una buena o una mala noticia para mí. Para ella era un alivio, podía leerlo en sus ojos y no pude evitar sentirme traicionada. Me aparté unos centímetros del abrazo y suspiré para desenredar el nudo que se había instalado en mi garganta.

—¿Es por tu mano? —inquirió. Con cuidado recorrió el vendaje con sus dedos.

—Sí, la reina considera que una comandante debe ser capaz de levantar una espada y estoy de acuerdo con ella. Ni siquiera pude alzar una para protegerte ni salvarte de las llamas.

—No eres menos por eso, Anteia. Solo han pasado un par de semanas desde que Zoé te rescató de ese horrible lugar. La reina no puede esperar que estés recuperada hoy mismo. Tiene que ser paciente. Has sacrificado tanto por ella que debería ser más considerada.

—No, Kaira, sacrifiqué todo por el reino y estoy dispuesta a seguir haciéndolo —respondí con firmeza—. Esta es una decisión estratégica. No puede tener a una comandante débil al mando de la frontera cuando ha actuado contra una de las cabezas principales de la casa nobles. Es una receta para el desastre.

—Sigue sin ser justo ¿qué harás ahora? ¿dónde irás? —Sus ojos expresaban desesperación y miedo.

—Permaneceremos aquí, al llegar la primavera nos ayudarán a reconstruir nuestra casa y continuaré sirviendo al ejército a mi propio ritmo y gusto. Soy una guerrera libre ahora, mi amor.

Observé como las emociones dominaban sus ojos verdes con frenesí. Una parte de ella estaba aliviada ante las noticias, otra aún seguía indignada ante el giro de eventos. Otra parte, una mayor, estaba apenada por su alivio y felicidad. Era evidente que no deseaba estar feliz por algo que a mí me causaba pena y cierta deshonra.

—Te entiendo —suspiré—. Pero soy la primera comandante en dejar este puesto con vida, así que vamos a tomarlo como una oportunidad para ser felices ¿sí? —Rodeé su cintura con mi brazo y dejé que descansara su cabeza contra mi pecho—. Estaremos bien, cuidarán de nosotras y yo cuidaré de ustedes.

—Pero odias esa decisión, puedo verlo. Y a mí me alegra y es tan injusto.

—La vida no es justa, Kaira, pero si sacamos el mejor provecho de los golpes que nos da, disfrutaremos de nuestra propia felicidad.

Permanecimos en silencio unos momentos, disfrutando de la calidez y la presencia de la otra. Entendiendo y siendo entendidas, el único camino que podía llevar a una sana convivencia entre una mujer superviviente de Luthier y una guerrera de Calixtho entrenada para matar sin siquiera pestañar ni temer por su vida.

—¿Puedo ver las ejecuciones? —intervino Demian rompiendo nuestra burbuja— ¿Puedo? Ya tengo trece años —agregó con un puchero.

—Demian, no es algo agradable de ver y aún eres un niño —respondí y tomé asiento a su lado. Axelia se dio vuelta y gateó hasta llegar a mis piernas, una vez allí se dedicó a jugar con la cota de malla que sobresalía de mi peto.

—No soy un niño, soy un joven —masculló—. Y quiero ver las ejecuciones, ellas... ellas nos atacaron, quiero ver cómo se hace justicia.

—Ahí te equivocas. La justicia no está en la muerte, sino en las consecuencias por sus malas acciones.

—¿No es la muerte la consecuencia? —inquirió pasándose el dedo índice por el cuello en dirección horizontal.

—Es el castigo, sí.

—No lo entiendo —bufó.

—Tú quieres ver las ejecuciones por un sentido de venganza, la justicia no es venganza, es consecuencia —expliqué con paciencia—. Cuando seas capaz de separar ambos conceptos podrás ver una ejecución, mientras tanto, no —sentencié.

—¡Pero ya me lo has explicado y lo entiendo! —protestó.

—Demian, no las verás y es mi palabra final. No quiero verte por ese lugar o habrá consecuencias ¿Lo entiendes?

—Pfff no me dejas hacer nada —bufó, abandonó la cama y salió de la habitación.

—Sabes que hará lo posible por verlas, ¿verdad? —dijo Kaira mientras alejaba a Axelia de mi muslo. Bajé la mirada y encontré el borde de mi cota de malla cubierto de babas. No lo había notado.

—Entonces deberá enfrentar las consecuencias —sentencié con autoridad.

—A su edad, si le prohíbes algo, lo hará y no le importarán las consecuencias.

—¿Y qué se supone que debo hacer?

—No trates de imponerte, le explicaste porque su visión estaba mal y lo guiaste, es suficiente con eso.

—Esto es mil veces más difícil que ser comandante —mascullé mientras Kaira volvía a apartar la boca de Axelia de mi corta de malla.

El día siguiente llegó y tal como lo predijo Kaira, Demian se escabulló para presenciar las ejecuciones. Desde mi lugar en la primera fila pude verlo asomar su cabeza por encima del techo de una de las barracas. Debió de sentirse muy afectado, porque regresó a la habitación después de mí, pálido, sudoroso y terminó por vomitar el desayuno en un cubo cercano. Kaira evitó que descansara en la cama, le entregó el cubo y le ordenó que lo lavara afuera.

—Pero aún hay sangre en la nieve —protestó.

—Tomaste tu decisión, ahora debes lidiar con ella —indiqué.

—Madre...

—No, Demian. Ve.

A lo largo de las semanas Axelia se convirtió en la consentida del campamento. No pasaba día en el cual alguna guerrera se la llevaba en brazos para entretenerla con un paseo por el campamento, para ofrecerle dulces que solo hacían de la tarea de dormirla una verdadera odisea o bien, para regalarle tantos juguetes que pronto nos desplazarían fuera de la habitación. Axelia contaba ya con un ejército de guerreras de madera, una espada de juguete, un escudo, muñecos de tela, pelotas de diferentes materiales e incluso un caballo con rueditas. Si no tenías cuidado bien podía atropellarte mientras corría por ahí.

Con la llegada de la primavera empezaron los trabajos para reconstruir nuestro hogar. Solo el baño había sobrevivido al incendio, al estar fabricado enteramente de piedra solo requería un repaso con argamasa y poco más.

—Tres habitaciones, una sala y la cocina, nada más —apunté al plano que me ofrecía una guerrera de Casiopea. Al parecer la arquitectura corría por la sangre de las habitantes de ese lugar. Eran expertas en construcción, diseño y decoración. No por nada era la ciudad más hermosa de todo Calixtho.

—Dejé la habitación de los chicos al otro lado del pasillo, junto a la cocina. Mayor privacidad —apuntó con una sonrisa.

—Me agrada la idea —rodeé la cintura de Kaira con mi brazo y ella solo se sonrojó en respuesta. Compartir con los niños mi antigua habitación nos había dejado con cero oportunidades para estar juntas.

—El terreno casi está descongelado por completo, pronto podremos empezar a construir. —Sacó otro pergamino y lo extendió frente a mí— ¿Está segura que no desea una pequeña terraza frente a su casa? Sería perfecta para admirar el paisaje, el jardín y sería un espacio seguro para que Axelia juegue.

Observé el nuevo plano. En él se encontraba una terraza cubierta por un techo que se extendía desde la parte frontal de la casa hasta alcanzar dos columnas talladas con patrones helicoidales. Todo estaba delimitado por una cerca sencilla que mantendría a Axelia en el lugar al menos hasta que tuviera la edad y la pericia suficiente como para destrabar la puerta. El suelo era de tierra apisonada, pero podíamos cubrirlo con lozas si lo deseábamos.

Yo prefería el diseño original, pero un vistazo a los ojos brillantes y emocionados de Kaira terminaron por convencerme. Ella deseaba una casa hermosa y por mi espada que se la daría.

—¿Sabes? No sé mucho de esto, pero puedes cumplir todos sus deseos. —Coloqué a Kaira frente a los planos—. Dame una casa hermosa, mi amor —susurré en su oído.

—¿Anteia? Pero el dinero y...

—Ey, siempre he vivido con poco, en este campamento, acostumbrada a lo sencillo y práctico. Soy la menos indicada para diseñar una casa familiar —acaricié su estómago con mi mano mientras la abrazaba por la espalda—. Tu elige lo que quieras, el dinero no es problema. Tengo suficientes ahorros como para vivir en paz tres vidas. Nunca lo gasté en bares, mujeres de la vida alegre ni nada parecido —guiñé un ojo en dirección a la guerrera, quien solo rio con la broma. Las guerreras de la frontera recibíamos una buena paga, pero al vivir siempre al límite el no gastarlo en banalidades que alegraran la vida era imposible.

—Cariño... no sé si pueda... es tu dinero.

—Es nuestro —deslicé de mi cinturón un pergamino—. Este documento te hace dueña de todo lo que me pertenece, es mi primer voto para ti, lo mío es tuyo, mi amor.

La guerrera de Casiopea sonrió con ternura y apartó la mirada.

—¿Votos? —tartamudeó Kaira mientras recibía el pergamino.

—En Calixtho ofreces tus votos con más que palabras —expliqué—. Y mi segundo voto es este. —Señalé los planos—. Te complaceré en todo lo que esté al alcance de mi mano, tu felicidad siempre será mi felicidad.

—Yo... cariño, yo no tengo...

—Me has dado todo lo que necesito y más. Cada vez que respiras. —Acaricié su rostro—. Cada vez que cuidas de nuestros hijos. —Señalé a Demian y a Axelia, quienes jugaban divertidos con el creciente y dispar ejército de guerreras talladas—. Cada vez que demuestras tu valor, que te levantas decidida a defender lo que amas, lo que me recuerda...

Me aparté del abrazo que nos unía y desenvainé con algo de torpeza. Mi mano aún no podía cerrarse del todo sobre el mango y solo podía sujetar el peso de la espada por unos instantes sin que esta temblara incontrolablemente.

—Mi espada estará siempre a tu servicio, puedes contar con ella para protegerte siempre, llueve, haga sol, caiga la más feroz tormenta de nieve, Kaira, te protegeré con mi vida. Ese es mi tercer voto.

Su mano ce cerró sobre la mía y detuvo los incipientes temblores que empezaban a dominarla. Jadeé ante la intensidad de los sentimientos que transmitían sus ojos, el verde brillaba poseído por una belleza magistral.

—Siempre estaré ahí para apoyarte, para cuidar de ti y de nuestros hijos —prometió—: y para cocinar esos estofados a los que pareces adicta —añadió divertida. Pestañeó para apartar las lágrimas que anegaban sus ojos—. Esos serán mis votos para ti.

Sellamos nuestras palabras con un beso, uno como ningún otro que habíamos compartido. Sus labios encajaron a la perfección con los míos, su aliento se convirtió en el mío, en nuestro. Su alma y la mía danzaron al mismo ritmo que nuestras lenguas y el latido de su corazón compartió su ritmo valiente y lleno de energía con el mío, animándolo a vivir, a ser feliz y encontrar el color en el futuro que nos esperaba lleno de luz.

La construcción de nuestro nido de amor se extendió hasta mediados de primavera. Decidimos unir la fiesta de inauguración con nuestra boda, después de todo, una promesa era una promesa y la amenaza de Athanasia y sus seguidores había desaparecido por completo. Las nuevas senadoras de Lerei eran mujeres de probada honradez e integridad y pronto habían demostrado estar a la altura de su nuevo puesto, exigiendo más obreros para el muro y mejoras para los servicios básicos del pueblo.

—Estoy nerviosa —confesé a Cyrenne mientras ella se esforzaba por cerrar los broches de mi nueva armadura, una que estrenaba para la ocasión. Desde la ventana de la habitación se dejaba escuchar la alegre música que amenizaba el ambiente antes de la boda. Había pasado las tres noches de purificación sin ver a Kaira y a los niños y ahora todos mis sentimientos se mezclaban y se convertían en una gran nube de nerviosismo y añoranza incontrolables.

—Ya tomaste la decisión más idiota de tu vida, así que adelante con ella, como cargabas contra el enemigo. —Dio unos golpecitos a mi espada y ajustó mi daga hasta que descansó completamente recta sobre el muslo contrario. Sus manos temblaban y sus ojos estaban sospechosamente húmedos.

—Ey, no es el final. —Levanté su barbilla en mi dirección—. Seguiremos aquí y estaremos para tu boda, nuestras hijas jugarán juntas y nos convertiremos en dos viejas amargadas y el terror de sus novias.

—Mi idiota —suspiró para luego rodearme con sus brazos y ahogar un sollozo en mi hombro—. Nunca pensé que viviría para presenciar este momento.

—Vas a arruinar mi peinado —bromeé—. Y sí, yo pensaba igual que tú, pero aquí estamos, a instantes de iniciar una nueva vida.

—Peinado, grandísima idiota, no sé quién te dio la idea de raparte un lado de la cabeza.

—Es la nueva moda en Ciudad Central. Además, ese cabello estaba demasiado chamuscado.

—Mataría por ver a Senka con el cabello rapado, de seguro le daría un ataque a Appell —rio Cyrenne mientras terminaba de ajustar por enésima vez su cota de malla y de frotar sus botas contra la tela de su pantalón.

—Debe darle mínimo diez al día, Axelia apenas camina y ya me da un mínimo de cinco. —Detuve sus movimientos—. Cyrenne, ya estamos listas. Si así te comportas en mi boda, no quiero imaginar cómo serás en la tuya.

—Para eso te tengo a ti, me raptarás la noche anterior y evitarás que cometa el peor error de mi vida.

—Tú no me has raptado a mí.

—Tú quieres casarte, idiota.

—Y tú también, solo mantienes una fachada que de seguro a la masoquista de Elissa le gusta.

—Respeta, y te dije que olvidarás eso que viste —apuntó un dedo en mi dirección mientras nos dirigíamos a la puerta que daba al patio trasero de la casa, lugar donde se había organizado la boda. Nuestras más cercanas amigas se habían reunido, la cocinera del campamento había preparado el banquete y colado media docena de barriles de vino y Demian había construido el pequeño y sencillo altar en su clase de carpintería.

Una boda sencilla, construida con el amor de quienes nos conocían. No sabía que era el deseo de mi corazón hasta que los vi a todos reunidos allí, con sus armaduras y vestidos relucientes. Mi corazón revoloteó en mi pecho y tuve que sujetarme de la mano de Cyrenne para no caer ante la poderosa oleada de sentimientos que me embargaron.

Sin embargo, eso solo fue el aperitivo, un plato entrante para lo que estalló en mi alma cuando mis ojos se posaron en Kaira, mi preciosa Kaira. Con un hermoso vestido verde escotado en su espalda hasta el punto exacto que podía suplir mi imaginación, mostraba orgullosa algunas de las marcas de su antigua vida. Su cabello estaba trenzado al estilo de Calixtho, formando una corona alrededor de su cabeza, los mechones estaban entrelazados con algunas flores blancas típicas de la frontera y su rostro lucía un maquillaje sencillo. Sus ojos estaban delineados con una sombra delicada que dotaba de poder y magia a sus dulces ojos verdes.

Llegué a ella como llevada por una fuerzasobrenatural, entrelazamos nuestras manos, como siempre estarían destinadas apermanecer y dio inicio a la ceremonia.

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