Pruebas
El paso de los días trajo consigo la llegada de la primavera. Volvimos a expulsar a las reclutas del campamento y desde nuestra empalizada las observamos armar el suyo a unos cuantos cientos de metros.
Aún recordaba con cierto regocijo la gran revelación. Sus cinco compañeras habían fingido muy bien, nada que tres platos de comida sustanciosa al día no pudieran comprar. Todos los días fingían partir a la intemperie y acampar ahí, cuando en realidad, dormían en los calabozos, a salvo del helado viento exterior. Había sido una reprimenda justa para aquel pequeño batallón de reclutas. Tenían mucho para aprender.
—Pero no entiendo—dijo Airlia al conocer esta verdad— ¿Cómo podemos confiar en ti si no sigues adelante con las reprimendas establecidas?
—Seguí adelante, Dasha y tu pagaron por ello. Además, hay una gran lección que aprender aquí.
Todas las reclutas levantaron su cabeza, atentas a mis palabras.
—Nadie debe ser entregado, por difícil que sea la situación. Nadie debe quedarse atrás si pueden evitarlo.
—Pero si no las entregábamos, todas íbamos a morir.
—Esa es la segunda lección—paseé entre ellas—. Existen momentos en los cuales deben permitir que algunas se queden atrás, por duro que sea.
—¡Pero eso es contradictorio! —chilló una de las chicas.
—Lo es, lo definen pequeños límites que muchas veces son difusos y tienen diferentes definiciones en cada mente. Por esa razón todas deben acostumbrarse a pensar como una unidad. Tomar decisiones al unísono en el calor de la batalla no es fácil, así como no lo es el seguir órdenes que rompen nuestro corazón.
Las despedí con órdenes de empezar a realizar redadas en la zona. Los traidores, asaltantes de camino y demás escoria de la sociedad salían en primavera atraídos por el buen clima. Como si fueran demonios que esperaban a que la tierra se descongelara para salir a dar una vuelta y causar problemas.
Separé a Dasha y a Airlia a propósito. Aunque Dasha había madurado en el invierno, seguía siendo dependiente de Airlia, se apoyaba demasiado en su presencia y eso podría acarrearle severos problemas en el futuro.
—Eres bastante dura con ellas—dijo Kaira desde la entrada de la enfermería cuando todas se habían retirado.
—Estamos en plena frontera, a merced de nuestros enemigos, somos la única línea de defensa de pequeños poblados a lo largo y ancho de este lugar, no puedo encantarlas con cuentos de hadas—expliqué con dureza.
—Tienes razón, pero es difícil de entender.
—¿Qué es tan difícil de entender? —inquirí con curiosidad.
—Cómo entregas tu libertad y tu vida a una causa que te llevará a la muerte cuando eres perfectamente capaz de escoger cualquier otro camino. Viven en un reino maravilloso, pueden hacer miles de cosas y, aun así, deciden arriesgar sus vidas en estas tierras—arrulló a Axelia quien, ya contaba con poco más de un mes de edad y empezaba a notarse mucho más saludable.
—Sin estos sacrificios esa vida maravillosa no sería posible para las demás. Algunas tienen esa convicción en sus corazones, otras buscan honor y gloria, regresar a casa con algunas buenas historias, establecer su familia e inspirar a sus hijas—suspiré—. Otras tienen sus razones—añadí con un tono sombrío mientras observaba como Cyrenne dejaba entrar al campamento a una mensajera.
—¿Cuáles son tus razones? —quiso saber Kaira con curiosidad.
—¡Comandante! —llamó Cyrenne.
—No es una historia que quiera contar—respondí rápidamente—. Tengo trabajo por hacer.
Kaira asintió y desapareció en el interior de la enfermería. No habíamos hablado demasiado desde la última vez que la había visto. No deseaba involucrarme demasiado. No era seguro para ella ni para mí. Cualquier persona que fuera vista en compañía de la comandante de la frontera estaba en riesgo. Cyrenne y mis guerreras podían lidiar con eso, Kaira no.
—Comandante, la mensajera trajo una carta urgente de palacio. Es un edicto real—informó Cyrenne al verme llegar.
El corazón me subió a la garganta y un sabor amargo me llenó la boca. Los edictos reales no significaban nada bueno, por lo general eran órdenes de busca y captura que llevaban a una cacería brutal y sangrienta en la frontera y Lerei. Al buscar a una persona invariablemente debíamos revolver la mugre en la zona y con ello salían demasiadas ratas que controlar.
Tomé el edicto de sus manos y rompí el sello. La pulcra letra de la reina Appell me recibió:
Debido a los eventos desarrollados recientemente, la Casa Real y el Senado se han visto obligados a realizar un cambio en las leyes que rigen la paz de nuestra tierra, Calixtho.
La libertad de nuestros compañeros se ha visto reducida como consecuencia de sus constantes traiciones y aunque somos conscientes que no todos son culpables, la ley debe aplicar para todos.
En conjunto con el Senado hemos decidido:
Restringir la libertad absoluta de los hombres que habitan dentro de los límites de Calixtho hasta la quinta generación.
Esto aplicará para todas las libertades y comodidades ofrecidas a los hombres a partir de la tercera generación.
La siguiente ley es de aplicación inmediata.
Suspiré, esta ley traería muchísimos problemas. A medida que perdían libertades, los hombres que antes considerábamos pacíficos tendían a ponerse violentos, a luchar por algo tan básico como era la libertad de vivir con dignidad.
Y es que, con la siguiente ley, aquellos de la tercera generación que eran dueños de tierras tendrían que cederlas a sus esposas, si las tenían. No podrían legarlas a sus hijos varones, algo que esperaban con ansias. Perderían todos sus privilegios y pasarían a ser víctimas de redadas y a ser considerados sospechosos cuando se produjeran revueltas. Serían señalados por sus vecinas. Iniciarían oleadas de violencia contra ellos que solo sus padres y abuelos habían sufrido.
Los únicos libres de la aplicación de esta ley, al menos sobre sus propiedades, eran aquellos hombres que tenían como pareja a otros hombres. No tenían mujeres a las cuales dejar sus terrenos y estaban prácticamente libres de toda sospecha. Un "hombre" de Luthier jamás podría rebajarse -a su parecer- a establecer semejante artimaña.
—Esto se va a poner tenso—susurró Cyrenne.
Tenía razón, la frontera, ya de por si violenta, lo sería aún más. Era un terreno potencialmente agrícola y ganadero, muchos hombres tendrían que ceder sus propiedades y debíamos velar por eso.
—Llévate a un grupo de reclutas y coloca esto en el poblado más cercano. Yo partiré hacia el siguiente puesto de guardia para ponerme de acuerdo con la capitana a cargo. Tendremos que organizar redadas.
Cyrenne asintió y me dedicó una mirada de pena. Sabía lo mucho que odiaba reunirme con Eneth. Era una chica muy hábil y joven para su cargo, tal vez, demasiado joven. Era una fanática de su puesto y de las creencias del reino, sospechaba de todos los hombres y algo en ella me hacía creer que era capaz de ir más allá de su deber, a una zona gris oscuro, para hacer cumplir la ley y los cimientos de esta sociedad.
—Deberías llevar a Airlia contigo—me dijo—. Me sentiré mejor sabiendo que llevas a una buena guerrera a tu lado. Tal vez le sirva de experiencia futura.
—Dobla las guardias, tan pronto se corra la voz, esto puede ponerse feo—quise pedir que doblaran la guardia a la enfermería, pero ¿Acaso era Kaira más valiosa que el resto de mi ejército?
Partí en busca de mi caballo y la encontré mirándolo con admiración. Ya estaba ensillado y listo para llevarme lejos. Palmeé su morro y le indiqué a la moza de los establos que fuera en busca de Airlia.
—¿Dónde vas? —inquirió con curiosidad.
—Tengo algunos asuntos que atender, Kaira—respondí, tal vez con un tono demasiado seco.
—Oh, pensé que ibas a dar un paseo. Está empezando la primavera y el clima es maravilloso.
—Soy la comandante de la frontera, responsable de todos los campamentos de vigilancia que existen en los alrededores. No tengo tiempo para paseos—expliqué—. Mucho menos ahora, con el nuevo edicto.
—¿Nuevo edicto? —inquirió curiosa.
—Sí, un cambio en las leyes, las cosas pueden ponerse muy feas pronto—sobre su hombro vi acercarse a Airlia—. Es mejor que permanezcas en el interior de la enfermería, estarás a salvo ahí.
—Comandante—saludó Airlia haciendo resonar su peto con su guantelete. Kaira dio un brinco a causa de la sorpresa y fulminó a la recluta con la mirada.
—Tenemos un viaje por delante, Airlia.
La joven asintió y buscó el caballo que estaba preparando la moza.
—¿A salvo de qué? —presionó Kaira.
—Es mejor que no lo sepas. Korina puede explicártelo todo.
—Tu eres la comandante ¿Quién mejor que tú para explicarlo?
Sacudí la cabeza exasperada y subí a mi caballo. Kaira trastabilló tratando de apartarse del camino.
—Es por tu seguridad—aseveré instando a Huracán a girar para enfrentar el camino.
—No soy tan débil—bufó la chica de Luthier con los ojos verdes brillantes de desafío.
Mis sospechas sobre una posible noble de Luthier regresaron a mi mente. Luego, deseché tales pensamientos, ni siquiera la princesa de Luthier era mejor tratada que la mujer promedio. Kaira solo era una mujer con mucho carácter que había nacido en el lugar menos apropiado.
—Está bien ¿Quieres saber? Te lo diré. Acaban de cambiar las leyes en este reino, leyes sobre la propiedad de las tierras y la libertad de los hombres. Las revueltas no se harán esperar, las redadas para controlarlo todo tienen que empezar. La situación puede salirse de control. Además, estamos en primavera, algunos guerreros de Luthier pueden atacar y reducir todo esto a cenizas si no estamos preparadas.
El brío desafiante en la mirada de Kaira desapareció y fue reemplazado por la palidez y el terror. La culpabilidad subió por mi garganta, pero la obligué a bajar con un simple pensamiento: Ella pidió la verdad.
—Comandante, si partimos ahora llegaremos a medio día al siguiente puesto—informó Airlia dejando su caballo junto al mío.
—Espero que regreses con bien—susurró Kaira cabizbaja.
—Por favor, mantente a salvo en el interior de la enfermería—pedí.
Kaira asintió y regresó sobre sus pasos. Cuando la vi ingresar en el edificio, espoleé mi caballo y abandoné el campamento. El viento fresco de la primavera me dio la bienvenida, el suave aroma de las primeras flores perfumaba ligeramente el ambiente e invitaba a disfrutar de un agradable paseo ante la luz del sol, la cual habíamos extrañado durante los oscuros meses de invierno.
—Nunca echas de menos el sol hasta que desaparece—dijo Airlia con los ojos cerrados, disfrutando de la deliciosa atmósfera que nos rodeaba.
—Es una buena metáfora sobre la vida—acepté.
—Comandante ¿Puedo hacerle una pregunta? —pidió acercando su caballo al mío.
—Ya has hecho una—bromeé ligeramente, tratando de distraer mi mente de la tormenta que se avecinaba—. Adelante, pregunta, pero sabes que puede que no te responda.
—¿Por qué están siendo tan duras con Dasha? La subcomandante no la deja ni respirar—pude notar cierta amargura en su tono.
—Si no lo somos, Dasha no podrá permanecer aquí mucho tiempo y si lo logra, se verá superada por todo.
—La subestiman, ella puede con esto y más.
—Tú la sobreestimas.
—Es mi novia—protestó.
—Y por esa razón debes entender lo que hacemos. Si no está preparada, solo se pondrá en peligro ¿Quieres eso para ella?
Airlia negó con la cabeza y continuó el viaje en silenciosa contemplación. Mi mente en cambio, continuaba tan ruidosa como un carnaval en la ciudad central. Me angustiaba a sobre manera las consecuencias del edicto, algo que nunca me había ocurrido antes. Sacudí la cabeza, tenía que ser la presencia de Kaira en el campamento, no había otra explicación a tal sentimiento de desesperación.
El siguiente campamento se dejaba ver más y más conforme nos acercábamos a él. El camino se notaba un poco más animado, pequeñas granjas, con sus graneros, establos y corrales, la actividad regresaba a una zona otrora desolada. Hombres y mujeres trabajaban hombro con hombro preparando la tierra para la siembra.
La misma Eneth nos recibió, su porte serio y marcial contrastaba con una mente constantemente en ebullición. Parecía lista para organizar su ejército nada más verme, adelantándose a cualquier ataque o pedido de ayuda de mi parte.
—No Eneth, no ocurre nada—tomé aire—. Aún.
Expliqué brevemente el contenido del edicto. Aún tardaría un par de horas en llegar la mensajera a este puesto y a los siguientes. Por lo que a mi respectaba, los rumores correrían más rápido.
—Prepararé redadas en mi zona, debemos hacer cumplir la ley—dijo Eneth con firmeza. Nos dirigimos a su oficina, justo en el centro del campamento.
—Eso tenía planeado yo, al menos en la región que me corresponde. Te enviaré algunas de mis reclutas para ayudarte.
Eneth sacudió la cabeza exasperada.
—Tengo guerreras perfectamente capaces de realizar el trabajo, no niñas con espadas de madera—lanzó una mirada despectiva en dirección a Airlia.
—Tienes poco personal.
—Ellas se harán cargo de todo. No permitirán que ninguno se salga con la suya—sus ojos centellearon.
—Solo debes verificar el cumplimiento del edicto, Eneth. No tiene por qué correr sangre si lo haces bien.
—¿Sugieres que mi trabajo deja mucho que desear? —inquirió con una explosión de ira.
—No sugiero nada. Afirmo que tu enfoque hacia tu deber es demasiado violento. Nadie se te ha opuesto aún y ya estás preparada para enfrentarte a ellos.
—Habrá oposición, no prepararse para ello sería irresponsable.
Suspiré, con Eneth todo era vivir o morir. Sabía que los pobres diablos que vivían en la zona podrían terminar en sus calabozos antes que pudieran aceptar el ceder sus tierras a sus esposas.
—Estoy preparándome para la oposición. Pero no espero respuestas violentas en cada esquina—bufé. Eneth era conocida también por su personalidad extremadamente cautelosa. Corrían muchos rumores sobre la razón detrás de tantas precauciones y violencia, pero nadie se atrevía siquiera a pensar en ellas en su presencia.
—Es lo más sensato que puede hacer, dada la posición en la que se encuentra, comandante—canturreó jugando con una daga.
Sus ojos me dejaron ver a que se refería exactamente. Me sentí juzgada, menospreciada y subestimada por aquella pequeña capitana que desconocía su lugar. Era astuta, no decía nada en voz alta, pero aquella mirada penetrante era suficiente para darse a entender y esperar una reacción de mi parte.
—¿Y cuál es mi posición exactamente? —reté cruzándome de brazos.
—La corona no está muy contenta con usted—canturreó—. Las incompetentes no deberían ostentar un cargo de tanta responsabilidad.
—Si tienes algo contra mis habilidades de mando, demuéstralo, pero no te quedes ahí hablando de chismes como cualquiera.
—Comandante—susurró Airlia con cierto nerviosismo.
Eneth dejó de jugar con su daga y me dedicó una mirada altiva.
—Creo, comandante, que las horas transcurren y tanto usted como yo tenemos trabajo que hacer.
—Una sabia decisión—acepté enmascarando el alivio que sentí al ser libre de escapar de aquel desafío sin sentido.
Ya en el camino Airlia me seguía cabizbaja y pensativa. Sabía que se encontraba en un debate interno, dudando entre mis habilidades como comandante y el desafío no directo de Eneth.
—Adelante, puedes decirlo—animé—. Puedes preguntar por qué permití tal grosería de su parte y en cambio ordené azotes para ti y tu novia.
—Comandante, no es esa mi intención—susurró nerviosa.
—Existe cierta línea invisible que limita el irrespeto entre rangos. Pude poner en su lugar a Eneth, pero solo es una jovencita que desconoce el cargo en el cual está, es violenta y está sedienta de sangre. Ceder a su desafío era aceptar que había insultado mi honor, admitir ante las demás guerreras que no existe cohesión entre sus líderes. Lo suyo fue un arrebato infantil, como el de cualquier niño en la escuela o en las calles.
—Pero su honor...—susurró Airlia, habituada a seguir las inflexibles e infranqueables reglas del honor desde los 15 años.
—Sé que es un concepto difícil de entender para ti—acepté—. Si, Eneth insultó mi honor, pero su puesto y las condiciones actuales salvaron su pellejo. Justo ahora, quien debe sentirse insultada es ella.
—Comprendo—susurró Airlia.
—Créeme, de haber sido cualquier otra guerrera, mi acero se encontraría bebiendo su sangre en este momento—aseguré con oscuridad en mi voz.
Alcanzamos el campamento justo cuando el sol besaba el horizonte. Al atravesar las puertas nos encontramos con un escenario dantesco. Si no estuviera acostumbrada a tales situaciones, habría vomitado en el momento.
El suelo se encontraba manchado de sangre y esparadrapos empapados. Aquí y allá se escuchaban gemidos y algunos sollozos. Gritos de angustia y desesperación inundaban el lugar. Bajé de mi caballo de un salto y Airlia siguió mi ejemplo.
—Comandante—Dasha se acercó a nosotras rengueando. Airlia le ofreció enseguida su brazo y la ayudó a avanzar—. Nos atacaron en el poblado. Dejamos el edicto en la posada y cuando veníamos de regreso, un grupo de granjeros nos emboscó.
—¿Me dices que un grupo de granjeros logró hacer tanto daño? —inquirí incrédula.
—Estaban armados, comandante—explicó Anthea acercándose. Llevaba la armadura manchada de sangre—. Eran demasiados para el grupo que llevó Cyrenne.
Mascullé una maldición y me alejé corriendo en dirección a la enfermería, donde el grupo de reclutas que había permanecido en el campamento miraba horrorizado a través de las ventanas.
—Esta es la verdadera naturaleza de la frontera—espeté desde lo alto de las escaleras que llevaban a la entrada de la enfermería—. Quien no pueda soportarlo es libre de irse.
—¡No puedo irme luego de presenciar algo así! —rugió una de las chicas—. Esos desgraciados deben pagar.
Un coro de voces secundó aquella idea. Estaban al borde de convertirse en una turba enfurecida capaz de saquear todo el lugar en un arrebato de juvenil venganza.
—Hoy se quedarán en el campamento. Tenemos un dormitorio que pueden utilizar—expliqué—. No es seguro pernoctar fuera, no para ustedes. Mañana trazaremos un plan de acción. Esto no quedará impune.
—¡Pero podemos sorprenderlos ahora!
—Justo ahora nos gobiernan las emociones. Una venganza no tiene sentido. Debemos encontrar la raíz del problema, castigar solo a los responsables. No podemos rebajarnos a su nivel.
A regañadientes algunas chicas aceptaron y se marcharon en dirección a los dormitorios acompañadas por algunas guerreras veteranas. Las demás, permanecieron junto a la enfermería. Había amigas, novias y amantes entre las heridas, discutir con aquellas reclutas para alejarlas de las ventanas no tendría ningún sentido.
Ingresé a la enfermería para encontrarme con la mitad de las camas ocupadas. En algunas ya descansaban algunas reclutas, sus heridas tratadas y sus rostros relajados a causa de las infusiones del demonio que preparaban Korina e Ileana. Odiaba el descanso irreal al que forzaban aquellas bebidas.
Caminé un poco más y encontré a Cyrenne con un gran vendaje cubriendo su brazo. En la mesa adjunta se dejaban ver tres flechas ensangrentadas. Torcí el gesto. Cyrenne estaría insoportable al despertar.
En el fondo Kaira de dejaba ver azorada, con su bebé en brazos y la ropa manchada de sangre. Korina e Ileana aún atendían a las reclutas menos heridas.
—Comandante—Korina se acercó con expresión adusta—. Tenemos unas quince reclutas heridas. Cinco lo están de gravedad. Probablemente todas necesiten quedarse un tiempo en la enfermería.
—Está bien, la situación lo amerita—acepté, creando modificaciones mentales al cronograma de entrenamiento. Sin embargo. no podía retrasar la pregunta más importante— ¿Tuvimos pérdidas?
—Por suerte ninguna—Korina suspiró—. Fue un ataque violento, pero no fatal. No buscaban matarlas, solo demostrar lo furiosos que estaban.
—¡Anteia! —Kaira se acercó meciendo a su bebé—. Estás bien, que alivio—sacudió su melena enmarañada para apartar los mechones rebeldes de su rostro.
—Kaira fue de gran ayuda—informó Ileana desde la cabecera de una cama.
—Solo, solo hice lo necesario—admitió con timidez.
—No puede seguir en la enfermería, no es un ambiente adecuado para un bebé—explicó Korina con un brillo divertido en su mirada.
—No quiero ser una molestia, tal vez pueda quedarme en algún dormitorio, yo...
Alcé una ceja, me estaba perdiendo una parte importante de aquella conversación. Tal vez ya habían hablado cuando me encontraba fuera.
—No podemos tener a Kaira en algún dormitorio, todos están ocupados—informé.
—Entonces tendrá que quedarse en tu cabaña—señaló Ileana con una pizca de picardía que restó seriedad a la expresión grave de su rostro.
¿En mi cabaña? ¿Una mujer y su bebé? Era una comandante, no una niña jugando a las casitas. Estaba por responder exactamente eso cuando me tropecé con la mirada tímida, avergonzada. y esperanzada de Kaira.
Fue así como terminé con una cama extra en mi dormitorio y una pequeña cuna. Con Kaira tratando de limpiarlo todo y de mantener el fuego tan bien alimentado como fuera posible. Sus movimientos eran repentinos, ansiosos, propios de quien está habituado a realizarlos bajo presión.
Me dejé caer pesadamente en mi cama ¿En qué momento había cambiado mi vida?
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