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Pociones

Dos semanas, tres, daba igual el tiempo. Sabía que Anthea había cruzado, Athanasia se encontraba fuera de sí y aporreaba la puerta con toda la ira que su dignidad le permitía. Era cuestión de días para que la reina enviara por ella, que ordenara su captura y le exigiera respuestas por sus acciones en la frontera. Athanasia había rozado la traición si es que no la había cometido. Sus abogadas de seguro se las arreglarían para organizarlo todo, pero su ataque sobre mis tierras terminaría.

—Sabes, no quería recurrir a esto. Me parece una estrategia baja y ruin —dijo al ingresar a la habitación.

Como siempre ocurría cuando entraba, una de sus sirvientas o guerreras vertía un cubo de agua sobre mí. Un alivio bienvenido al ardor de mi garganta y al latir de mi mano cada vez más hinchada y de un color antinatural.

—Atacar inocentes. Una mujer de tu posición debería saberlo mejor, pero claro, nunca lo aprendiste en casa ¿Siquiera tuviste una? —La luz de una antorcha iluminó mi rostro de forma repentina y me vi obligada a entrecerrar mis ojos—. Debo admitir que fue sencillo, solo un chico las defendía.

Sentí como si una piedra de molino cayera en mi estómago. Agradecí la palidez de mi tez, ocultaba el terror que había helado mi sangre ante aquella declaración.

—Tener amantes está bien para una comandante, incluso aceptable —sermoneó con una insoportable melodía en su voz—. Pero, ¿algo más? Anteia, eso no se hace.

Rechiné mis dientes, deseaba liberarme de aquellas cadenas, rodear su cuello con mi mano y estrangularla hasta que su piel adoptara un hermoso tono púrpura.

—Ellos pagaron el precio de tu silencio —negó con la cabeza—. Murieron por tu culpa.

—No mientas.

—Me quedé con la niña, es inocente y yo no soy un monstruo. No tienes nada que temer, la criaré bien, bajo el escudo de mi casa. Seguro crecerá para convertirse en una feroz guerrera.

—Deja de mentir, Athanasia. Jamás ejecutarías un movimiento en la frontera, no ahora que has sido descubierta —espeté.

—Mis seguidores pueden hacerlo, de buen grado aceptarían la culpa. La necesidad y la avaricia son una mala combinación en una mente sencilla.

Alejó la antorcha de mi rostro y se marchó por donde vino. La frialdad de aquel sótano volvió a hacer mella en mí. El invierno de seguro había llegado y no podía enfrentarlo en los harapos que me quedaban por ropa interior. Estiré la cabeza hacia el techo, no, lo peor no era la frialdad del ambiente, no, una gran mandíbula helada se había cerrado sobre mi corazón y envenenaba mi sangre con su gélida ponzoña. No me atrevía a pensarlo, debía de estarme engañando, había dejado la frontera con la promesa de Anthea de cuidar de mi familia, ella les había asegurado protección. Entonces un apestoso pensamiento invadió mi mente ¿y si Anthea era una traidora? No podía serlo, Athanasia no estaría tan desesperada por descubrir mis planes si así fuera.

O quizás las fuerzas de Athanasia habían burlado la protección de mi hogar. Quizás Kaira y Demian descansaban en el suelo de la casa, sus cuerpos pálidos y sin vida, con la mirada perdida en un rescate que nunca llegaría a tiempo.

Familia por familia, tenía sentido, para una mente retorcida como la de Athanasia criada en el seno de férreas creencias, no era tan complicado llegar a esa conclusión.

¿Dónde estaba Appell? ¿Por qué no había actuado ya? Rechiné los dientes. Maldita monarquía y sus absurdas creencias.

Como una nube el tiempo pasó a mi alrededor, roto únicamente por los temblores que amenazaban con destrozar los pocos huesos sanos que quedaban en mi cuerpo. El invierno no paraba de empeorar día a día ¿o era hora a hora?

Los latidos dentro de mi pecho se reducían por momentos y me despertaban de golpe, mi cuerpo brincaba en el lugar y caía sobre un cúmulo de mi propia miseria. Maldita resistencia ¿por qué no me iba ya? ¿por qué mi cuerpo aguantaba tanto?

—Siempre pensé que eras fuerte, Anteia. —Una voz atravesó la pesada capa que cubría mis oídos—. Pero rendirte así. —La decepción era evidente en aquel tono conocido— ¿Qué diría Kaira?

Sacudí la cabeza, quería gritarle que no mencionara su nombre. Nadie en ese apestoso lugar podía mencionar su hermoso nombre, nadie era digno de recordarla. Ni siquiera lo era yo y sin embargo el amor me llevaba a pecar, a recordar cómo le había fallado y la había dejado a merced de mis enemigos.

—Bebe algo.

El helado borde de un cuenco de cerámica hizo contacto con mis labios y por primera vez en semanas pude probar el dulce sabor del agua limpia y fresca. Solo pude tomar un par de sorbos, al parecer el envase era muy pequeño ¿para ocultarlo o para torturarme con la promesa de más si colaboraba?

—Ey, no llores, idiota, no puedo colar más que eso aquí. A penas y confían en mí. Trataré de visitarte más seguido. No te dejaré morir aquí, pero tienes que poner de tu parte. —Dedos delicados hicieron contacto con mi mano destrozada, con firmeza, pero suavidad, evaluaron el daño—. El frío ha ayudado. Si hiciera calor habría que cortarla, pero debemos darnos prisa. Te sacaré de aquí.

Sobrevivir, ser libre, escapar. No tenía sentido alguno. Escapar para regresar a un lugar vacío, para combatir memorias. No. Prefería morir.

Por suerte mi cuerpo era mucho más testarudo que mi mente, así que cuando la extraña benefactora se colaba en la celda se limitaba a beber lo que me ofrecía, incluso si era algún mendrugo de pan remojado en caldo.

—Esto sería más sencillo si abrieras los ojos, Anteia.

Negué con la cabeza, no quería ver la oscuridad, no quería encontrarme con las mismas cuatro paredes húmedas, no deseaba ver el vaho de mi aliento flotar frente a mis ojos. Tampoco deseaba encontrar en las manos de aquella mujer alguna horrible herramienta de tormento.

Una mano hizo contacto con mi rostro y me aparté. No, no de nuevo. Temblé y gemí como un cordero aterrado.

—Shhh, maldita sea ¿Qué hicieron contigo? —La mano se apartó de inmediato—. No puedo decir mi nombre, nunca sabes quién puede estar escuchando.

Por un segundo la luz de la curiosidad invadió mi mente, apartando por un instante la pena y la derrota ¿Quién podía ser? Podía reconocer la voz, pero mis oídos embotados por los constantes golpes apenas y podían diferenciar los tonos de voz. Podían ser personas diferentes y yo no lo habría notado.

—¡Maldita sea! Todos son unos inútiles —bramó Athanasia. Si, a ella si podía identificarla, su tono venenoso me perseguía con brutal constancia—. Quiero a la mejor abogada al amanecer. No me importa si es invierno ni cuanto deban ofrecerle, necesito una sólida defensa.

Tuve que contener una carcajada. Athanasia se escuchaba fuera de sí. Desesperada y por primera vez, con miedo. Toda su apestosa seguridad parecía haber desaparecido como la nieve al llegar la primavera.

La puerta de la mazmorra crujió bajo la fuerza de un golpe violento. Los pasos pesados de Athanasia se acercaron a toda prisa a mí y su mano se enterró en las trenzas apelmazadas y enredadas que tenía por cabello. Tiró de mi hasta obligarme a quedar de rodillas, con los brazos en una posición antinatural detrás de mi espalda.

—Vas a pagar por esto.

—Ya no tengo nada que perder. —Abrí mis ojos. Valía la pena ver sus ojos desorbitados por el terror y su orgullo destruido.

—Te equivocas, tienes mucho que perder —espetó.

—Tu puedes perder todos tus beneficios, Athanasia. La reina te preguntará por mí y ¿qué le dirás?

—Las comandantes mueren todo el tiempo —siseó ella apoyando su daga contra mi cuello.

—Si le dices eso vas a llamar aún más la atención.

—Algo se me ocurrirá, pero seguirás siendo mi sucia mascota. —Liberó mis cabellos—. Puedo ofrecer toda mi ayuda para encontrar a la desaparecida comandante de la frontera ¿Asesinada? ¿Secuestrada? O quizás ¿Ha decidido desertar? —Sus ojos brillaron con malignidad—. Si, lástima que seas de las pocas guerreras de la frontera que pueda ser acusada de deserción. La mítica comandante desertó, fue encontrada por enemigos, sufrió lo indecible y la casa de Lykos dio con su cuerpo en medio del bosque. Es una historia creíble.

El borde de su capa abofeteó mi rostro cuando giró con violencia para salir. Deserción, vaya deshonra. Cerré mis ojos de nuevo y descansé mi espalda en la helada pared. Appell conocía la historia, quedaba en sus manos hacer justicia, mi labor y mi lucha habían terminado.

—No ha terminado nada, idiota —bufó la voz de mi benefactora. De nuevo inclinó el borde de un cuenco contra mis labios y el dulce sabor de la leche y la miel inundó mi boca—. Debemos salir de aquí.

Las cadenas que rodeaban mis muñecas tintinearon, mis brazos cayeron laxos a mis costados, mi mano derecha impactó el suelo y envió una corriente insoportable de fuego y hielo a mis nervios. Una oportuna bola de tela en mi boca ahogó mis gritos.

—Lo siento —respondió para luego maniobrar mis brazos en un grueso abrigo de piel, los bordes de mis uñas machadas y arrancadas de raíz se clavaban y enredaban en el pelaje, pero solo había tiempo para disculpas apresuradas, no para ser cuidadosas. Al final la calidez inundó mi pecho y suspiré. Los temblores de mi cuerpo menguaron un poco, había dejado de tiritar.

La curiosidad y una pequeña llama de esperanza me obligaron a abrir los ojos y ahí estaba. Cyrenne, había tenido mis sospechas, pero nunca me había atrevido a corroborarlas. Me fijé en sus facciones mientras desenrollaba un par de pantalones y miraba con asco toda la podredumbre que me rodeaba.

—¿Cyrenne? —inquirí. Algo no estaba bien, a mi Cyrenne le faltaba un ojo, pero esta los tenía completos.

—Pfff no me compares con esa idiota. Soy Zoé, su hermana. Athanasia contactó nuestra casa para pedir ayuda con un trabajo personal. La suma de dinero sedujo a nuestra madre y aquí me tienes. —Lanzó una mirada de disculpa en mi dirección antes de levantarme. Solo pude apoyarme en los talones y contra la pared. Zoé rasgó los restos de mi ropa interior y arrojó un cubo de agua sobre mi vientre y piernas—. No puedes apestar todo el camino. Lykos tiene perros de caza muy habilidosos.

Contuve mis temblores mientras ella arrojaba otro cubo y un tercero lleno de algunas hierbas que había sacado de su abultado abrigo. Mi nariz reconoció el delicioso aroma de las flores de lavanda. Luego frotó con un estropajo hasta hacer espuma y arrojó otro cubo de agua helada. Fue un alivio cuando deslizó los pantalones en mis piernas y me apartó de aquel charco helado de agua.

—No lo entiendo —dije entre temblores.

—Athanasia me contrató para drogarte y sacarte información. —Rodó los ojos mientras vendaba mis pies. Luego me ayudó a calzar un par de botas.

Llevé una mano a mi pecho, mi corazón empezó a latir desbocado. Recordé que Zoé era la heredera de Aren experta en venenos y drogas que engañaban a la mente. Mis dedos se clavaron en el suave pelo del abrigo ¿no era real?

—No te he drogado, por suerte es una idiota y creyó que si lo hacía. Ahora tienes fuerza suficiente para cabalgar lejos de aquí.

Me hizo rodear uno de sus hombros con mi brazo derecho y me guio fuera de la habitación. Tuve que cerrar los ojos ante el brillo de las antorchas que decoraban el pasillo. Aquí y allá había guerreras dormidas.

—La Muerte Definitiva. Es una bebida tan dulce que parece otorgada por el cielo mismo —recitó Athanasia—. La mejor forma de morir, no sientes nada, solo duermes. En mi opinión merecían algo peor, pero no podíamos dejarte allí.

—¿Podíamos?

—Cyrenne tiene mucho que explicarte, pero no es el mejor momento para hacerlo.

Recorrimos los pasillos de lo que parecía una vieja casa señorial. Una de las tantas propiedades de Lykos a juzgar por los lobos pintados en cada cortina y grabados en cada puerta. Abandonamos aquel lugar y llegamos a las caballerizas, donde un caballo ensillado esperaba por mí.

—¿No vendrás? —inquirí.

—No, tengo que quedarme en casa por si ocurren represalias —sacudió la cabeza—. Debes cabalgar sin detenerte, busca las callejuelas de los barrios bajos. Este es un caballo de correos, puede soportar la carga. Hazlo por quienes te esperan en Lerei, Anteia.

—No me espera nadie. —jadeé al subir al caballo y me balanceé de lado a lado mientras luchaba por colar los pies en los estribos. Zoé me tendió una capa para cubrir mi rostro de ojos indiscretos y proteger mi cuerpo del frío.

—Tu familia está bien. Athanasia solo deseaba quebrarte.

Sacudí la cabeza y luché contra el fuego esperanzador que trataba de calentar mi arrítmico corazón.

—Si no me crees, lucha por verlo con tus propios ojos. Una vez te encuentres en Lerei no debes bajar la guardia, no estarás a salvo. —El rumor de pasos interrumpió nuestra conversación—. Vete, ahora —siseó con urgencia.

—Gracias, Zoé.

Espoleé el caballo y marché a todo galope. Presioné el cuerpo del caballo con mis piernas, como una jinete inexperta, pero cada paso amenazaba con tirarme de la silla. No estaba lista para una travesía así.

Entre momentos de lucidez y de oscuridad pude mantenerme lejos del centro de Lerei y cerca de las zonas rurales, donde nadie salía de casa debido al frío que calaba en los huesos y los copos de nieve que empapaban el cabello para luego congelarlo. A veces encontraba trozos de carne secando al sol y robaba alguno para mordisquearlo en el camino, cuando no encontraba nada, bastaba con permitir que algo de nieve se derritiera en mi boca.

Alcancé la muralla luego de un par de días de viaje, había algunas guerreras ateridas y temblorosas junto a una estufa improvisada con un envase. La puerta de la muralla estaba abierta a la mitad, de seguro no deseaban gastar energías activando el mecanismo y tirando de las poleas para abrir y cerrar.

Me detuve en las sombras. No sabía si eran o no secuaces de Athanasia. Además, si me habían acusado de deserción no me convenía ser vista. La puerta era una invitación clara, las guerreras amodorradas junto al fuego, otra. Amarré mi mano derecha en las riendas y las sujeté con firmeza con la izquierda. Era ahora o nunca.

Espoleé el caballo y lo hice cabalgar a toda prisa. Agaché mi cabeza sobre su cuello y cerré los ojos. No los abrí hasta escuchar los gritos e insultos de aquellas chicas, giré y las vi agitar sus puños en mi dirección, algunas corrían detrás del caballo, pero pronto se dieron por vencidas y regresaron cabizbajas a la muralla.

No quise arriesgarme y presioné el caballo un poco más, necesitaba llegar al puesto de correos. Necesitaba cambiar de caballo y llegar a casa. Necesitaba comprobar con mis propios ojos que lo dicho por Zoé era real. El amanecer estaba por llegar y aun me quedaba medio día de viaje para llegar al puesto de correos.

El caballo relinchó agotado, lo espoleé para obligarlo a caminar unos kilómetros más, pero se negó. Bufó y corcoveó hasta que me arrojó de la silla, una vez libre corrió lejos, era como algo lo hubiera asustado. Permanecí sobre la nieve unos segundos y los escuché, ladridos, perros de caza. Athanasia estaba sobre mis huellas.

Me levanté a toda prisa y corrí fuera del camino y en dirección al río. Era el único lugar que me permitiría perderlos. Zoé tenía razón, Lerei no era seguro para mí. Miré a mi alrededor podían capturarme o matarme y nadie lo notaría. Todos estaban encerrados en sus hogares, sentados o durmiendo junto al fuego.

Los árboles que rodeaban el río me dieron abrigo, el suave ruido de la corriente lenta del río me recordó que estaba semi-congelado. Sin embargo, no me quedaba otra salida, sumergí mis pies en el agua. Las botas resistieron, si bien estaban rodeadas de agua, no permitían que esta se colara al interior. Corrí contra la corriente, en dirección a la granja. Debía alejarme del punto en el cual había ingresado, allí perderían mi rastro, pero debía estar fuera de vista para ese momento.

Mis músculos protestaban ante cada paso y mi aliento se congelaba en mis pulmones. Cada inspiración iba acompañada de una sibilancia molesta y a debía detenerme para toser contra mi antebrazo. Había atrapado un resfriado o una pulmonía, gruñí, necesitaba llegar a la granja.

El día me recibió con sus tibios rayos, los perros ya no se escuchaban, pero no quise arriesgarme, caminé unos kilómetros más y salí del río justo cuando este se estrechaba hasta casi convertirse en un pequeño arroyo y giraba lejos de la granja. De ahí en adelante debía seguir por tierra firme. Medio día más y podría dar respuesta a mis dudas y refugiarme.

Luché por seguir adelante. Mi cuerpo pesaba, pero mi mente pesaba aún más ¿y si estaban todos muertos? ¿de verdad quería ver algo así? ¿por qué no me dirigía hacia el campamento? No valía la pena regresar a la granja si solo iba a encontrarme con sus cadáveres putrefactos.

No, el campamento no era un lugar seguro para una desertora, Anthea sabía que no lo era, pero cualquier cambio de poder podría haber ocurrido en su ausencia, Athanasia podría haber infiltrado el lugar. Necesitaba llegar a la granja.

El sol brillaba en lo alto cuando pude divisar los terrenos de cultivo y la cerca que protegía el pequeño jardín que Kaira había estado cuidando en verano. Todas las plantas estaban secas y con sus ramas cubiertas de nieve. De la chimenea surgían nubes de humo perezosas, apenas había viento. Me acerqué arrastrando los pies y levanté mi mano para llamar a la puerta. Mi corazón ardió y repiqueteó en mi pecho, un jadeo y un gemido escaparon de mi boca.

—Hay alguien fuera —dijo una voz que conocía bien. Cyrenne. Escuché como desenvainaba. De seguro ahora se acercaría a la puerta y se ocultaría tras el dintel para abrir.

—Ten cuidado —tartamudeó Kaira.

Kaira, mi Kaira. Sonreí y la piel reseca de mis labios se resquebrajó, no me importó. Por fin estaba en casa y ella estaba a salvo. Ni siquiera me importó que Cyrenne abriera la puerta y apoyara la punta de su espada en mi pecho, de hecho, de no haberla apartado con prontitud, yo misma me habría apuñalado por las prisas de entrar y rodear con mis brazos a Kaira.

—Maldita sea, Anteia, casi te mato —protestó mi antigua segunda.

—Mi Kaira, mi Kaira está bien —repetí mientras acunaba su rostro y palpaba sus brazos y su cintura. Era real, estaba viva. Sus ojos verdes brillaban con la luz de la chimenea y su tímido aliento acariciaba mis labios, si, estaba viva.

Fue lo último que vi antes de perder todocontacto con la realidad, pero ¿qué importaba? Estaba en casa, por fin estabadonde pertenecía, junto a mi familia, junto al amor de mi vida. El reino podíacaer a nuestro alrededor, podían decapitar o no a Athanasia, yo solo queríaperderme en el calor de mi dulce Kaira.

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