Perdón
Evan no tardó ni tres segundos en saltar de la cama y vestir sus botas. Hizo un nudo improvisado y errado, pero no iba a corregirlo. Si perdía las botas iba a ser su problema, como lo sería su futuro.
Tomé su hombro con una mano y lo dirigí fuera de la enfermería y a través de las callejuelas oscuras del campamento, evitar a las guardias era sencillo si sabías cuales eran sus rondas. Alcanzamos mi despacho y Evan simplemente se sacudió de mi agarre.
—Dijiste que me llevarías a Luthier—gruñó.
—Y lo haré, no creas que no lo haré—las punzadas en mi herida empezaban a molestar, pero no iría a terreno enemigo sin cubrirme, puedo entregar a un mocoso a su muerte, puedo ser lo suficientemente fría para hacerlo, pero no soy idiota.
Lo empujé al interior del despacho, no era momento para demoras inútiles y sin sentido. Detrás de mi escritorio y junto a la chimenea encontré una vieja capa raída con capucha, suficiente para cubrir mi identidad. La ajusté sobre mis hombros, tirando de mis brazos solo lo necesario para no agravar mi lesión. No sabía que tan grave era, pero si no estaba muerta aún, tal vez solo era un rasguño.
Colgué un pañuelo oscuro de mi cuello y volví a tomar a Evan del hombro. A trompicones lo guie hasta las caballerizas. La guardia de turno se apresuró a ensillar a Huracán, pero la detuve con un gesto de la mano:
—Es una misión encubierta—señalé a Evan con el mentón—. Dame algún caballo negro.
La guardia asintió y lanzó una mirada furiosa y altiva al niño. Al parecer todas lo deseaban lejos del reino y ahora no podía culparlas, si permanecía aquí solo crecería para causar problemas.
Se había atrevido a apuñalarme, a la tierna edad de ocho años, solo el cielo sabía de lo que sería capaz a una edad mayor. Solo era un problema para el pueblo y para la seguridad de todos.
Subí a Evan al caballo mientras la guardia sujetaba las riendas, luego subí yo. Disimulé un gesto de dolor al tirar de la herida, una punzada violenta había retorcido mis entrañas. Tendría que darme prisa y entregarlo en la primera granja que encontrara.
—Comandante, está oscuro y la luna no saldrá pronto ¿Por qué no lleva una antorcha?
Bufé, no deseaba llamar la atención y una antorcha encendida era una señal demasiado curiosa en medio de un bosque oscuro.
Tomé la antorcha y espoleé al caballo. Las guardias de la puerta ni siquiera hicieron preguntas, abrieron las puertas con gestos de alivio en sus rostros.
Un escalofrío recorrió mi espalda cuando sentí las puertas cerrarse detrás de mí, estaba sola, en campo abierto y a punto de ingresar a un bosque oscuro y probablemente lleno de enemigos con un niño en brazos y solo mi espada al cinto. No había tenido la previsión de llevar mi escudo, había partido con demasiada prisa. No deseaba levantar dudas, que me hicieran cambiar de opinión, pero nadie lo hizo, básicamente todas estaban de acuerdo en dejar a Evan en Luthier.
Observé el camino iluminado frente a mí, la luz de la antorcha titulaba y se movía con cada desplazamiento del caballo. Evan mantenía una mano rodeando el brazo que estaba utilizando para sujetar una las riendas y el otro a la crin del caballo sin lastimarlo. Era evidente que se sentía asustado, que temía caer, pero no podía sujetarlo, necesitaba llevar una mano libre para la antorcha.
Entrar al bosque fue como cruzar una cascada de oscuridad, los árboles me dieron la bienvenida a un nuevo espacio donde cada arbusto, cada roca y cada hierba podía ocultar una sombra enemiga, mis latidos casi acompasaron el paso del caballo, todo significaba peligro en este lugar.
Miré a Evan, pese a su locura y a su ira, éramos nosotras las que habíamos construido este pequeño monstruo. Nuestras leyes eran opresivas, si, quizás justas para todas, pero no para ellos, por un pequeño puñado siempre pagaban todos, el odio generalizado estaba creando cismas en la sociedad que tarde o temprano pagaríamos caro y Evan solo era una pequeña muestra de ello.
—¿Estás seguro? —jadeé.
—Sí, lo estoy—masculló entre dientes. Podía sentirlo temblar contra mis brazos.
—Si es por la puñalada, puedo buscar una solución, Evan, aún estás a tiempo—insistí, quizás como un último recurso, quizás para liberar mi mente del peso de la culpa.
—Si no me llevas me las arreglaré para escapar, no quiero estar un segundo más en Calixtho—dijo muy seguro—. Tal vez, incluso apuñale a alguna de tus guerreras.
—Ya no estamos en Calixtho y no debes amenazar a las guerreras, es contra la ley—en otro momento lo habría tomado como las simples amenazas de un niño, pero luego de lo ocurrido, no iba a permitirme subestimarlo—. Amenazar a una guerrera es un crimen, Evan.
—Como todo en su apestoso reino, menos lo que deberían penar.
Negué con la cabeza y me concentré en el camino, esta etapa estaba llena de ramas bajas y había que mantener bajo el cuerpo para evitarlas. La distancia que nos separaba de Luthier era casi ridícula, un par de días de viaje hasta sus murallas. Por supuesto, los nobles caídos en desgracia y los más desventurados tenían sus feudos y sus propiedades fuera de las murallas, no contaban con mayor protección de la que ellos mismos podían ofrecerse y, aun así, debían pagar tributos a la corona.
Eran poblados desperdigados a lo largo del bosque, alejados de Calixtho y no lo suficientemente cerca de los muros de Luthier como para afectar su defensa o verse protegidos por ella. Por supuesto, la pobreza iba en aumento a medida que te acercabas al bosque. Las granjas más pobres se encontraban a penas a algunas horas de cabalgata desde Calixtho, solíamos evitarlas cuando nos aventurábamos a cazar. A pesar de ser maltratados por el reino que defendían, eran leales a él, o al menos tenían la costumbre, de atacar a cualquier mujer de Calixtho con la que se cruzaran.
En alguna de ellas dejaría a Evan, tal y como hacíamos con nuestros exiliados. A ellos nos dejábamos a unas horas a pie de la granja más cercana, a Evan lo dejaría en la puerta. Decidí intervenir de nuevo, solo por si Evan cambiaba de opinión.
—¿Sabes que no todos aceptan a un niño de buenas a primeras no? Esto no es Calixtho.
—Ustedes también tienen niños en la calle. Un varón en Luthier siempre es bienvenido en la familia—recitó con orgullo.
—Solo te recuerdo que no irás precisamente a una cálida y cómoda cama. Aún si te aceptan, se trata de granjas, el trabajo es duro.
—Ningún hombre honorable teme al trabajo duro.
—Al menos algunas de las enseñanzas de tu padre tienen sentido—bufé.
—Todas las enseñanzas de mi padre son verdaderas—respondió el niño con orgullo—. Nunca me sentí tan vivo y tan libre—miró a su alrededor—. Aunque este bosque es aterrador.
Negué con la cabeza y me concentré en llevar la antorcha en la posición correcta para iluminar el camino. La llama empezaba a marchitarse poco a poco, no tenía mucho tiempo para encontrar la granja, hacerme de una nueva antorcha y regresar.
Por suerte los árboles empezaron a ser menos densos y las ramas ya no amenazaban mi cabeza. Erguirme, sin embargo, ya no era una opción, era la única posición en la que mis intestinos parecían no protestar.
Una luz tenue se dejaba ver a unos metros, de seguro era una vela sencilla y un hogar sin el dinero suficiente para comprar aceite para lámparas.
Tiré de las riendas del caballo poco a poco hasta detenernos junto a un árbol. Evan temblaba de la emoción, por mi parte, evaluaba qué hacer. Había muchas opciones, tal vez los dueños de la granja podían atacar a Evan o atacarme, podían no aceptar el niño y dar la voz de alarma. La capa cubría bien la armadura y mis insignias y la capucha cubría mi cabello. Tal vez, podría engañarlos tal y como engañábamos a las reclutas.
Tiré del pañuelo para cubrir mi rostro hasta el borde de mis ojos y coloqué la capucha sobre mi cabeza. Con dificultad bajé del caballo y luego ayudé a Evan.
—Última oportunidad, Evan, podemos dar vuelta aquí—dije con un suspiro. Necesitaba acabar con esto pronto, sentía que la sangre estaba rodando libremente por mi cadera. Lo hacía con lentitud, pero sangraba y eso no era una buena señal
—Quiero quedarme en Luthier—aceptó el niño.
—Bien, eres consciente de la vida que llevarás aquí, así que adelante.
Apoyé mi mano en su hombro y lo llevé hasta la cerca de palos de aquella granja. Ubiqué la puerta y la abrimos, un chirrido advirtió nuestra presencia a los habitantes de la casa y pronto dos velas más se encendieron. Desde la puerta un hombre salió renqueando y berreando, detrás de él una mujer se asomó al dintel.
—¿Quiénes son y que quieren? Ya pagamos los impuestos de este mes—exclamó la mujer con nerviosismo.
Por toda respuesta empujé a Evan hacia el frente y dejé la antorcha detrás de mí en el suelo. Debía prepararme para lo peor. El niño trastabilló, pero quedó a la distancia suficiente como para que pudiera ver con sus propios ojos a la pareja que nos había recibido, mientras yo quedaba a resguardo en la penumbra.
—¿Papá?
Fue como si un cubo de agua helada cayera sobre mí. El destino debía de estarme jugando una muy mala pasada, una broma de pésimo gusto. Enfoqué mi mirada en el hombre y sus fríos ojos chocaron con los míos como el impacto de dos escudos en plena batalla.
Su rostro estaba demacrado, las comisuras de sus labios llenas de saliva seca y comida, la falta de lengua debía de hacer su vida un infierno.
Pude sentir como evaluaba mi rostro, sabía que reconocería mis ojos, es imposible olvidar los ojos de tu torturador, su mirada era de ira y suficiencia, ahora me encontraba en su reino, podía llamar a sus vecinos a gritos descarnados, podían atraparme. Sonrió y sus labios dibujaron su macabra decisión.
—¿Papá? Soy yo, Evan ¿No me recuerdas? —inquirió el niño con desesperación tirando de la túnica raída de su padre. La mujer observaba la escena desde la seguridad de su hogar, con los ojos brillantes como una liebre asustadiza, pero curiosa ante el niño que había llegado a su puerta.
Ezio bajó la mirada y por primera vez prestó atención a Evan. Una leve sonrisa rota iluminó sus facciones.
—Es tuyo ahora—susurré tomando la antorcha del suelo. Por un momento perdí las fuerzas para levantarme y tropecé con mis propios pies.
—Te he traído un regalo papá—la voz ansiosa de Evan me llevó a retroceder lentamente—. Es la comandante, ella me trajo, no es una amenaza papá, está herida de muerte.
Los niños pueden ser crueles, cínicos incluso, pero la expresión de Evan en ese momento superaba cualquiera que hubiera visto con anterioridad. Sus ojos brillaban buscando la aprobación de su padre con locura y su boca estaba contraída en una sonrisa que rayaba en la locura.
Di nuevos pasos hacia atrás y desenvainé una de mis dagas, levanté la mano y señalé con el filo a Evan. Era una amenaza silenciosa, un solo gesto o un solo ruido y bien podía arrojar la daga en dirección del pequeño. Esperaba que Ezio se creyera aquel engaño.
Al parecer funcionó, escondió a Evan detrás de sus piernas y señaló el bosque con el mentón. No esperé otra señal, corrí hacia el caballo, liberé las riendas de las ramas donde las había atado y monté a la mayor velocidad posible.
No era el momento de evaluar las jugadas del destino o de meditar la situación, debía salir de ese lugar de inmediato, el bosque era peligroso, era una zona donde podían capturarme y hacer conmigo lo que desearan. La antorcha que llevaba en mi mano era una señal demasiado clara de mi posición en ese momento, pero no podía deshacerme de ella aún, especialmente en un camino tan traicionero y lleno de ramas que bien podían dejarme tuerta. Podría lanzarla lejos si alcanzaba el camino principal, más limpio y amplio, uno que podía cabalgar casi con los ojos cerrados y que la luna iluminaba levemente pese a encontrarse menguando.
Aceleré el caballo y mi abdomen ardió con furia, quizás Evan tenía razón y la herida era mortal, tal vez había alcanzado algún órgano vital. Sacudí mi cabeza negando, no, solo me había movido demasiado, no era peor que un tajo con una espada, estaría bien con calor. Cerraría los bordes y listo.
La luz de la antorcha empezó a parpadear débilmente, como si estuviera a punto de apagarse. No quise pensar que era un engaño de mis sentidos, una burla provocada por la pérdida de sangre.
En un punto del camino la antorcha se apagó por completo, solo pequeñas brazas quedaban en ella. No tuve más opción que arrojarla a un lado del camino y sujetar las riendas entre mis manos. El caballo corcoveo ante la oscuridad y sus movimientos no hicieron otra cosa más que debilitarme.
—Vamos, un par de horas chico, llévame a Calixtho—susurré palmeando su cuello.
El caballo se tranquilizó y me aseguré de llevarlo a un paso más lento a través de aquellos oscuros parajes, solo debía mantener la dirección y todo estaría bien, el camino se dejaba ver de vez en cuando ante la pálida luz de la luna, era poco, pero evitaba que tomara un giro equivocado.
Adopté el latir de mi corazón y el suave tac tac de las pisadas del caballo como mi única compañía. No eran negativas, era lo único que me distraía de escuchar gritos de persecución, tal vez Ezio había guardado silencio. Ni siquiera había visto antorchas iluminar el camino a mi espalda.
El débil eco de algunos gritos llegó a mis oídos llevado por el suave viento veraniego. Era evidente que Ezio no había guardado silencio y había alertado algún puesto de guardia. Capturar una comandante podía asegurarle grandes recompensas. Temblé dentro de mi armadura, no, antes moriría, no iba a permitir que me capturaran, no les dejaría destruir mi mente y mi cuerpo.
—Vamos, más rápido—siseé al caballo mientras me inclinaba sobre su crin y espoleaba sus costados.
Los gritos y silbidos se hacían cada vez más fuertes, mis perseguidores estaban ganando terreno. El ser un grupo no los ralentizaba, tenían caballos frescos. Mi caballo ya llevaba sobre su lomo horas de cabalgata, tal vez ni siquiera soportaría hasta llegar a Calixtho.
—Solo un poco más—gruñí con el corazón en la boca. No iba a darme por vencida tan pronto.
Giré la vista y di un vistazo rápido sobre mi hombro. Pequeñas manchas de luz demostraban que al menos eran cinco mis perseguidores. No podría sola contra todos.
El caballo empezaba ya a sudar. Era un animal de guerra, entrenado para correr largas distancias, nos había llevado al trote y al galope suave a Evan y a mi hasta la granja, pero ahora debía galopar a toda velocidad y llevábamos así un buen rato. Pronto se agotaría, sin embargo, los árboles empezaban a distanciarse un poco, el camino se notaba mucho más transitado y existían pequeñas bifurcaciones, era evidente que estaba ya cerca de Calixtho.
Tiré de las riendas hacia la izquierda y tomé un camino que se veía poco utilizado, con ramas y pequeños matorrales invadiéndolo. Si estaba bloqueado más adelante solo debía continuar cabalgando hacia el sur. Con suerte los hombres de Luthier no me alcanzarían. No se atrevería a acercarse a los límites con Calixtho. Incluso si era de noche, serían divisados por las guardias de turno.
Disminuí la velocidad hasta un suave trote y relajé mi cuerpo lo suficiente como para sentir la cruda mordedura de la sangre derramada y la carne desgarrada. Tenía que llegar a Calixtho como fuera.
Los árboles. arbustos y ramas bajas conferían suficiente protección ante ojos demasiado curiosos, si los hombres de Luthier lo eran, su religión tendía a destruir cualquier ápice de curiosidad y hambre de conocimiento, era difícil identificar lo que estaba y no estaba penado ante el rey y su cuerpo de sacerdotes.
Desde la parte más espesa del camino divisé como las antorchas se detenían. Algunas maldiciones y exclamaciones de protesta se dejaron escuchar. Entonces, noté que se separaron en diferentes direcciones, una pequeña mota de luz venía en mi dirección. Espoleé el caballo y me perdí en la espesura, no podía darme el lujo de enfrentar aquel guerrero solitario, el ruido atraería a los demás. Solo podía confiar en llegar a tiempo a los límites del reino.
Pero ¿Y si el camino estaba bloqueado? Tanteé las bayas en el interior de mi peto, estaban sanas y salvas cerca de mi corazón, sujetas con las vendas de mi pecho. Los enfrentaría a todos, quizás la espesura ralentizara sus movimientos como grupo.
Pronto el ruido del galope llegó a oídos del guerrero que exploraba el camino. Lanzó un grito de alarma y pronto su galope se unió al mío. Espoleé el caballo, necesitaba ir más a prisa, no importaba si las ramas bajas golpeaban ya mis hombros o rasgaban levemente la capa, necesitaba sacar ventaja, necesitaba regresar a casa ya.
Desenvainé una de mis dagas cuando noté el suave brillo de la antorcha iluminar el grupo de ramas que se encontraban frente a mí, no eran demasiadas para bloquear el camino, pero si para hacer imposible mi huida con un perseguidor justo a unos pasos detrás.
—¡Ríndete! —chilló aquel guerrero. El tono de su voz chillón y altanero me dio a entender que no era más que algún joven mozo. Lo lamentaba por él, pero debió quedarse en cama esa noche.
Me di vuelta para encararlo y sin pensarlo demasiado arrojé la daga, fue un tiro sencillo, estaba a un par de pasos detrás de mí y justo a la izquierda, no pudo ser un blanco más sencillo. Mi daga se clavó en su cuello con firmeza y en un segundo lo tiró de su caballo. Aproveché el instante de libertad y llevé a mi caballo a través de las ramas, el camino parecía infinito, ramas, matorrales, hierba alta, el trote era casi imposible y los gritos de ira de los compañeros del chico hacían mella en mis oídos. Por suerte la vegetación los ralentizaba tanto como a mí.
Finalmente, las hierbas cedieron y pude divisar la línea del bosque. Clavé mis talones en los costados de mi caballo y me dirigí a toda velocidad hacia la libertad y la seguridad de Calixtho. A mis espaldas nuevos gritos de furia y el silbido de varias flechas llenaron el aire nocturno. Pegué el cuerpo al caballo, deseando fervientemente que ninguna flecha acertara en el blanco, algunas volaron sobre mi cabeza, pero la oscuridad y el galope estaban a mi favor.
Una vez crucé la frontera liberé el aire que contenían mis pulmones, y solté las riendas para estirar mis dedos agarrotados. Me encontraba en Calixtho, pero bastante lejos del campamento.
Conocía aquellas tierras como la palma de mi mano, me había desviado demasiado hacia el este, el campamento debía estar hacia el oeste. justo después de una pradera llena de hierbas que empezaban a secarse.
Tomé las riendas y tiré de ellas en dirección al campamento. Mis brazos no respondieron, parecían de hechos de grasa, como si no tuvieran hueso debajo. Levanté la mirada y noté que empezaban a nublarse los bordes del mundo.
Bien, debía cabalgar en línea recta y esperar encontrar alguna granja en mi camino, no podía guiar al caballo así. Mi única salida era encontrar un alma caritativa que decidiera ayudarme y no apuñalarme por decapitar a algún familiar.
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