Libertades
El campamento se encontraba en el pleno bullicio del mediodía. Las reclutas hacían fila fuera del comedor y charlaban animadamente entre ellas mientras esperaban. Luego, recibían con buena cara la ración del día y se escurrían con sus amigas en dirección a sus tiendas de campaña. Sonreí, al final, solo necesitaban un poco de perspectiva.
Alejada del grupo se encontraba Dasha. Parecía haber pasado una noche de perros y luego, atravesado alguna cantera, tenía manchas de lodo y hollín por todo el cuerpo. Temblaba y no paraba de buscar con la mirada a su novia, ignorando por completo los alimentos.
—Si no vas a quererlo, ofrécelo a alguien más—le dije.
—¡Comandante! —la pobre casi se echa la sopa encima—. Estoy buscando a Airlia—bajó la mirada apenada—. También quería, disculparme con usted. No debí participar en esa revuelta. En ese momento me pareció correcto hacerlo, teníamos hambre y no se encontraba en el campamento, solo su segunda.
—Bueno, ya has enfrentado las consecuencias por eso—Dasha frunció los labios incómoda—. Todo está perdonado—le aseguré—. Deja que sea una experiencia que te llene de sabiduría para el futuro. La próxima vez debes pensar antes de actuar, debes ser más inteligente que tus emociones.
—Lo tendré en cuenta, comandante—sonrió algo más animada. Continuó buscando entre la multitud con desesperación.
—Airlia debe estar en la enfermería.
—¡Oh no! ¿Está bien? —inquirió desesperada. De nuevo, la sopa salpicó peligrosamente, amenazando con derramarse.
—Sí, solo debía llevar a una mujer que encontramos en el bosque. Voy ahora a ver cómo está. Tu termina de comer, la enviaré contigo en cuanto termine sus deberes.
Dasha asintió, aunque en sus ojos brilló la amenaza de la desobediencia. Al parecer, cuando le negaban el ver a su chica era capaz de saltarse la cadena de mando.
Me alejé del lugar recordando estar atenta a las ventanas de la enfermería. Si descubría a Dasha por ahí, más le valdría huir hacia el bosque.
El habitual aroma de la enfermería me golpeó como un mazo nada más entrara. Era una mezcla de hierbas y alcohol de alta graduación que invadía tu alma y calmaba al instante los sentidos. No sabía cómo Ileana y Korina podían trabajar en estas condiciones, yo simplemente me habría recostado en alguna de las camas y dormido por el resto de la eternidad.
—Comandante—saludó Korina al verme llegar. Era una mujer joven, rozando los 30 si no recordaba mal su archivo. Sus vivaces ojos grises observaban todo con inusual intensidad. Era un poco traumático despertar cuando ella fijaba su mirada en ti, tal como si estuvieras al borde de la tumba.
Escuché un corto llanto y luego los susurros y arrullos de Ileana, la segunda médica del campamento. Se encontraba cerca del final de la enfermería y paseaba de aquí para allá con un bebé en brazos. Recordé entonces que la mujer del bosque llevaba uno envuelto en su capa y ropa de invierno.
—¿Cómo está? —inquirí acercándome.
Korina se apartó de la cama que atendía, revelando a mi vista el rostro agotado de aquella mujer. Al parecer había tomado un baño y le habían regalado ropa limpia y abrigad. Los temblores no amenazaban con partir su cuerpo de aspecto delicado. Era tan enjuta que la ropa le quedaba holgada y estaba segura que eran la camisa y pantalones más pequeños que teníamos a disposición.
Ileana y Korina habían curado los golpes que adornaban su rostro y seguramente, las lesiones de su cuerpo. Pese a la delgadez que marcaba sus pómulos y desaparecía sus mejillas, pude adivinar que escondía un rostro con forma ovalada, de ligeros tintes aristocráticos. Suspiré, si teníamos a una representante de la realeza de Luthier estaríamos en graves problemas. Sin embargo, no podía negarle el asilo. Menos con un bebé en medio.
Fui sacada de mis cavilaciones por los suaves, pero insistentes intentos de Korina para retirar mi guante manchado de sangre seca. Es increíble como solo un poco de sangre puede arreglárselas para convertirse en el pegamento más poderoso.
—¿Qué le ocurrió? —inquirió una vez pudo liberar mi mano.
—Necesitaba sangre para un rastro—me encogí de hombros quitándole importancia, pero un par de agotados ojos verdes se clavaron en mi con la culpabilidad y la preocupación brillando con fuerza.
—¿Lo hiciste por mi culpa? —susurró la dueña de aquellos ojos con la voz rasposa.
—Tenía que confundir tu rastro, es una maniobra de manual—respondí con sinceridad. Algo que, evidentemente no fue lo correcto. Gruesas lágrimas de pena empezaron a recorrer sus mejillas.
—¡Lo siento tanto!
Korina dio un tirón particularmente fuerte al vendaje que realizaba en mi mano. Su mirada recriminatoria me lo dijo todo, así que regresé mi vista a la ahora sollozante mujer.
—No es tu culpa, tranquila—tomé asiento cerca de la cabecera de su cama—. Solo era necesario para rescatarte. Para mañana ni lo notaré—tendí mi mano en su dirección—. Ni siquiera lo siento.
Suaves, aunque casi huesudos, dedos tomaron mi mano. Recorrieron con delicadeza la venda, como si con aquellas caricias pudieran hacer algo por curar la herida que protegía. No pude evitar cerrar los ojos ante aquella atención.
—Mi marido estaba furioso—empezó—. Dijo que había practicado brujería, que era una pecadora y por eso el Sol lo había castigado con una niña—Ileana dejó la bebé en brazos de su madre.
La pequeña tenía una mata de cabellos rubios que caía sobre su frente, la piel arrugada típica de un recién nacido y formaba tiernos pucheros en sueños.
—Lo escuché gritar cuando la matrona fue a darle la noticia. Amenazó con matarnos y comprar una nueva esposa, una que le diera un heredero varón. La matrona arriesgó su vida tratando de calmarlo, buscó hacerle ver que podría ganar mucho dinero si criaba a una hija obediente. Mientras tanto, su ayudante me ayudó a escapar por la ventana.
—¿Escapaste inmediatamente después de dar a luz? —inquirí sorprendida.
—Tenía que salvarla—susurró tomando una de las manitas de su bebé.
—Ambas están fuera de peligro—explicó Ileana mientras echaba más leña a la chimenea—. La recluta Airlia las trajo sanas y salvas, como se lo ordenaste.
—Fue muy buena conmigo. Justo ahora partió a buscar algunas hierbas al pueblo.
—No estamos preparadas para atender a una madre que acaba de dar a luz—explicó Korina.
En aquel instante la puerta de la enfermería se abrió de golpe, dejando entrar una corriente de aire helado que hizo temblar a nuestra visitante y causó lloriqueos en su bebé.
—Lo siento—se excusó Airlia—. Aquí están las hierbas que me pidieron—alzó un saquito de piel.
—Buen trabajo—la felicité—. Ve con Dasha, está buscándote.
Airlia sonrió de oreja a oreja, saludó y se marchó conteniendo su paso para evitar andar por ahí saltando de felicidad.
—La juventud—dijo Ileana con un suspiro dramático.
—Te recuerdo que solo son unos cinco años menores que nosotras—esperó Korina desde el laboratorio de la enfermería. Estaba concentrada en mezclar las hierbas con algunos extraños jarabes.
—Aun así, tienen mucho que aprender—repuse.
—Como tú, Korina—bromeó Ileana.
—Solo soy menor que tú por un año—bufó la aludida—. Llegué aquí en la cohorte siguiente a la tuya, eso no tiene nada de malo.
—Oh, fue divertido ver cómo te escurrías en mi enfermería para buscar medicinas para tus amigas—canturreó Ileana—. Solo tenías éxito cuando yo lo permitía—rodeó la cintura de Korina con sus brazos y dijo en un susurro que pude escuchar muy bien—: Y cuando te capturaba me encargaba muy bien de ejercer mi autoridad, a las reclutas traviesas hay que castigarlas.
El rostro enrojecido de nuestra visitante reveló que ella también había escuchado aquel murmullo tan poco recatado. A juzgar por el cosquilleo en mis mejillas, el mío estaba tan encendido como el de ella ¿Qué clase de oficiales médicos tenía en mi ejército?
—Si te molesta puedo pedirles que se detengan—ofrecí por lo bajo. Sabía que una de las cosas a las que les costaba adaptarse a nuestras refugiadas era al ambiente tan liberal que se respiraba en nuestro reino. Era un contraste muy fuerte.
—No, está bien, solo es, curioso—sonrió con timidez y permitió que una cortina de cabello enmarañado y de un color castaño claro le impidiera la vista de una sesión de besos demasiado intensa.
—No todas son así—expliqué. Con un gesto le pedí permiso para tomar la mano de su bebé. En un instante maravilloso, aquella pequeña mano rodeó mi dedo índice con fuerza, como si no quisiera dejarme escapar—. Aquí ambas tendrán una oportunidad. Serán libres.
—Es lo único que deseo—confesó con temor.
—Te ayudaremos, todo estará bien—prometí— ¿Puedo saber tu nombre? —sabía que no me daría su nombre hasta sentirse a salvo, por eso no había insistido con aquella pregunta.
—Kaira—dijo por lo bajo, como si su nombre apenas fuera importante o digno de ser dicho en voz alta.
—Es un nombre muy bonito—admití—¿Cómo llamarás a tu bebé?
—La llamaré, Axelia, como mi madre—respondió con infinita nostalgia—. Era una mujer valiente, me defendió de mi padre, pero no pudo evitar que escogiera el peor marido para mí.
Mi sangre hirvió, las leyes en Luthier eran terribles, me sorprendía que siquiera existieran mujeres en ese reino maldito.
—Ustedes son tan poderosas, una imagen de valentía pura. Muchas en Luthier desearían ser como ustedes—toqueteó la vaina de mi espada con curiosidad.
—No somos tan especiales. Muchas veces el mito supera a la realidad. Solo hemos hecho lo que podíamos con lo que teníamos y se convirtió en nuestro modo de vida.
En algún momento entre la conversación y el ambiente cálido de la enfermería, terminé por caer dormida. Podía caer rendida en cualquier lugar o posición sin problemas, era una consecuencia de mi entrenamiento. También era muy consciente de la presencia de una bebé recién nacida justo a mi lado. Dormir tan tiesa como una estatua era prácticamente una segunda naturaleza para mí.
—Debería grabar este momento a fuego en mi memoria—bromeó Cyrenne desde los pies de la cama.
—Calla ¿Quieres? —mascullé frotando el sueño fuera de mis ojos.
—¿Esta es acaso la primera vez que compartes cama con una mujer? —continuó con sus bromas.
—Sabes que no es así—gruñí levantándome con el mayor de los sigilos. Como odiaba que no parara de insistir con ese tema.
—Yo solo sé que nunca te he conocido pareja alguna—se encogió de hombros—. Sabes que puedes decírmelo, ¿no? —añadió con sigilo mientras me seguía fuera de la enfermería.
—¿Decirte que? —bufé concentrándome en recibir el fresco aire del atardecer en el rostro. El suave viento agitó mis cabellos y acarició mi piel. Era una agradable distracción.
—Si te gustan los chicos—susurró como si hablara de una horrenda blasfemia.
—Por tu tono parece que no—espeté—. Solo te contradices.
—Sabes que no es esa mi intención. Es un tanto difícil de aceptar y más en alguien de tu posición. Podría traerte muchos problemas.
Antes de responderle, caminamos un rato por el campamento, entre las calles de tierra apisonada y las cabañas que conformaban las habitaciones, la armería, los baños y el comedor.
—No tengo nada que aceptar respecto a ese tema—empecé—. Así como no tengo nada que explicarte.
—Vamos, soy tu amiga. Puedes contarme cualquier cosa—presionó.
—No soy uno de tus prisioneros para interrogación—siseé sujetando el mango de mi espada—. Mira dónde estamos, es el peor lugar para pensar siquiera en jugar a las casitas. Tenemos un deber que cumplir, no puedes esperar que pierda el tiempo persiguiendo faldas. Solo un bosque nos separa de nuestro enemigo, la heredera del trono fue secuestrada ¡Bajo nuestras narices! y aún así ¿Esperas algún desliz amoroso de mi parte?
—Ya que lo dices así, no—Cyrenne apartó la mirada, visiblemente incómoda.
—No vuelvas a tocar el tema—ordené.
Con un paso lleno de brío me alejé de Cyrenne y sus preguntas. Era evidente que el tema le causaba demasiada curiosidad pues no había semana donde no lo tocara. Su continuas preguntas e insinuaciones rozaban ya lo insoportable, cuando en un principio podía aceptarlas perfectamente. La diferencia. me dije, era la situación. No estábamos para juegos, la muralla estaba lejos de concluir, se acercaba la primavera, las primeras siembras y con ello, las primeras revueltas del año, ataques espontáneos de saqueadores y guerreros de Luthier, una serie de eventos que se sumaban a mi nueva labor de descubrir al traidor dentro de las murallas.
A pesar de todo, había un detalle personal que superaba todas mis preocupaciones cuando escapaba del rincón de mi mente donde lo tenía encerrado bajo siete llaves.
¿Por qué no me atraía nadie? ¿Por qué miraba al mundo y a todos como si fueran una especie carente de interés para mí? ¿Qué estaba mal conmigo?
Las preguntas inquisidoras de Cyrenne no paraban de recordármelo. Había algo raro en mí, un aspecto que no me dejaba fijarme en alguien para algo más que no fuera una conversación o para el trabajo. Me sentía fuera de lugar cuando las chicas murmuraban su aprecio o atracción hacia un chico o hacia otra chica ¿En qué se fijaban? ¿Qué veían de especial?
Sin saberlo, mis pies me llevaron de regreso a la enfermería, donde una visión enternecedora y de unión se llevaba a cabo. Kaira daba de comer a Axelia. Era un momento tan íntimo que por un momento me sentí como una intrusa.
—Comandante—exclamó Kaira cubriendo a la bebé y a su pecho con las mantas con rapidez y angustia—. Espero que el llanto de Axelia no resulte molesto en el campamento.
—Ni siquiera se escucha—negué, luego, tomé una esquina de la manta y la aparté con cuidado—. No es necesario que te ocultes. Es algo natural, no ves a las vacas o a las ovejas esconderse mientras alimentan a su prole.
—Es, complicado—admitió con la voz temblorosa—. En Luthier es un tema tabú, solo las matronas conocen sus secretos.
—Lo único que debes hacer es seguir tus instintos y los de Axelia—acaricié con un dedo la suave cabecita de la bebé—. Cualquier duda, puedes consultar a nuestras doctoras.
El silencio reinó por unos instantes, roto únicamente por algún quejido de Axelia. Noté a Kaira algo azorada, así que concluí que mi presencia no era bienvenida. Estaba interrumpiendo un momento privado y único, uno que solo compartían las parejas.
—¿Dónde vas?
—Creo que interrumpo—froté mi cabello con algo de vergüenza.
Kaira se escogió de hombros. Parecía dividida entre las diferentes opciones que le presentaba la vida ahora. Detalles tan simples como escoger que prefería, le eran imposibles.
—Sé que es complicado, pero ahora tienes toda la libertad de pedir lo que deseas ¿Quieres que me vaya? Lo haré ¿Quieres que me quede? Lo haré también. Ahora tienes el poder de decidir sobre tu vida, pero no dejes que te abrume—aconsejé—. Muchas chicas que hemos rescatado del bosque han regresado a Luthier porque no han podido luchar contra la incertidumbre que viene con la libertad.
Los ojos de Kaira se humedecieron y una pequeña lágrima rodó por su mejilla marcada por los golpes que le había propinado su marido incluso antes de dar a luz.
—Jamás regresaría—susurró—. Seré fuerte por ella—contempló a su hija con adoración y amor, como si fuera el centro de su universo—. Y quiero que te quedes, cuéntame de ti, ¿Cómo te conviertes en la gran comandante de la única defensa externa con la que cuenta Calixtho?
—Con mucho esfuerzo—tomé asiento a su lado—. Suena maravilloso, un destino lleno de honor y gloria, pero también es una responsabilidad terrible, una carga que muchos hombros no pueden soportar. Demasiada muerte y destrucción—sacudí la cabeza—. No es una historia muy bonita.
Kaira terminó de alimentar a Axelia, la ayudó a expulsar el aire que había tragado al comer y antes que pudiera detenerla, dejó que reposara en mis brazos, que mis manos manchadas de sangre y muerte sostuvieran su cuerpo delicado y suave. Mi corazón latió aterrado ante la mera idea de dejarla caer. La sostuve con extrema cautela contra mi pecho y me sentí agradecida de llevar algunas pieles suaves sobre la armadura.
—Tus manos no solo sirven para matar—dijo Kaira con confianza—. También salvan vidas. Axelia no estaría aquí si no fuera por ti. Yo no estaría aquí sin tu sacrificio.
Solo pude asentir ante sus palabras, demasiado abrumada como para responder. Por si fuera poco, y como si aprobara las palabras de su madre, los dedos de Axelia se cerraron sobre la piel que cubría la zona donde se encontraba mi corazón.
Nunca nada había llegado a causar tal sobresalto en mi interior. Ni siquiera las flechas enemigas al penetrar mi carne habían provocado aquél grito de emoción en lo más profundo de mi alma. En ese momento comprendí que la pequeña Axelia había robado todo propósito en mi vida, lo había arrancado y modelado en sus inocentes manos y lo había transformado en algo nuevo, algo aterrador y sublime.
—No sé qué decir—susurré con la voz rota.
—No hay nada que decir—respondió Kaira con los ojos a medio cerrar. No pude evitar sentirme culpable, estaba robando los preciosos minutos de descanso con los que contaba antes que la bebé reclamara de nuevo su atención.
Busqué con la mirada alguna cuna, sabía que Axelia no podría dormir con su madre en la cama. Era demasiado peligroso.
Por suerte, habían instalado una cuna, justo al lado de la cama. Conectaba a ella por un extremo al cual habían retirado los barrotes, así, Kaira no debía levantarse o hacer algún esfuerzo para alcanzar a su bebé.
Con infinita cautela me levanté de mi lugar. Temerosa de que alguno de mis pasos despertara a la durmiente Axelia. Ya frente a la cuna, me quedaba la tarea más difícil de todas, dejar a la bebé dentro sin atormentar su sueño y es que su mano continuaba firmemente sujeta a las pieles de mi abrigo.
Repuse entonces regalarle aquella burda capa. Liberé un brazo del peso de Axelia y solté los nudos que mantenían la capa cerrada frente a mi pecho. Una vez libre, pude dejar a Axelia sobre la cuna, cómodamente arropada con mi capa.
—Quien lo diría—susurró Korina desde un extremo de la enfermería—. No sabía que tenías habilidades maternales.
—Nada de eso—bufé. No podía hacer de la bebé un blanco para llegar a mí.
Mis guerreras eran fieles y de confianza, pero un chisme podía extenderse como la pólvora y alcanzar oídos peligrosos. No, Axelia y Kaira estarían mejor lejos de mí y de la frontera.
—Tan pronto estén listas para viajar, las quiero en una carreta rumbo a Lerei—ordené con firmeza a Korina.
—Como ordene, comandante—aceptó sin contradecirme.
Si, sin duda, Kaira y Axelia merecían un futuro lleno de paz y tranquilidad, uno que jamás obtendrían en estas tierras asoladas por los continuos ataques de Luthier.
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