Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

La Peste

Axelia y Lynnae jugaban juntas en la habitación cuando la noticia llegó a nuestro hogar de manos de una guerrera novata. La chica estaba pálida y sudorosa y parecía que iba a vomitar en cualquier segundo si le daban la oportunidad. Al parecer sus órdenes eran severas, pues al dejar el pergamino en mis manos dio media vuelta y subió a su caballo para continuar con su misión.

—¿Quién era amor? ¿Es una carta de Demian? —inquirió Kaira con curiosidad.

—No, es un edicto de Anthea —susurré. Rasgué el sello oficinal y extendí el pergamino para leerlo a la luz de las velas.

A cada palabra mis manos temblaban más y más, me era imposible tragar o respirar sin dificultad. El sudor frío se acumuló en mi nuca y los recuerdos de aquellos aciagos días en los cuales Calixtho casi había sucumbido ante las garras de la peste inundaron mi mente. Yo no los había vivido, más si había sufrido sus consecuencias durante toda mi infancia y juventud.

—Ha llegado la peste —susurré a Kaira para que las niñas no nos escucharan—. Existen algunos casos en granjas lejanas, pero han tenido contacto con algunos comerciantes del exterior. El pergamino es para informarnos que hasta nuevo aviso tenemos prohibido abandonar este poblado, no podemos desplazarnos a Erasti, Calix o Elián. Esa es la decisión que ha tomado el consejo de súbditos junto al Senado y la comandante de la frontera. Es la única manera de contenerla y evitar que avance.

—Anteia... —La voz de Kaira se quebró al final. Sus ojos verdes brillaban aterrados y sus labios temblaban. Lanzó una mirada quebrada a la habitación donde aún se escuchaban las risas de las niñas.

—Me llaman a ayudar a mantener el orden, debo ir —susurré—. Por favor, no salgas ni permitas que lo hagan las niñas, incluso si debes ser severa. Prefiero el odio de Axelia que enterrarla. —Carraspeé—. Cyrenne y Elissa habrán decidido dejar a Lynnae con nosotras. No creo que deseen exponerla a un contagio. Si ese es el caso, creo que ellas desearían que la trates como a una hija más, con todo lo que eso implica.

—Anteia, mi amor, ¿de verdad debes ir? Quiero decir, puedes quedarte en casa, ya has hecho suficiente y la peste...

—Precisamente a causa de la peste debo marcharme. Me quedaré en el campamento, con las demás.

—¿Cómo le explicaremos a las niñas todo esto? —murmuró a la par que sacudía la cabeza—. Es horrible, yo misma estoy aterrada ¡Fui al mercado esta misma tarde!

—Estarás bien, aislaron a los enfermos, las medidas solo son por nuestra seguridad. Es mejor ser extremas desde un inicio para evitar las peores consecuencias. —Froté sus brazos con cariño y apreté sus manos en las mías—. Todo estará bien. —Busqué sus labios a sabiendas de que no podría probarlos en un largo tiempo.

El sabor a melancolía y la amarga sal de las lágrimas se encontraron en aquel beso convirtiéndolo en algo poderoso, arrollador y necesitado. Sin mediar palabras tropezamos con las paredes hasta llegar a nuestra habitación. No sabíamos si nos veríamos con vida de nuevo, o siquiera si alguna de las dos sobreviviría para cuidar de nuestros hijos. El dolor de la incertidumbre avivó nuestras caricias, nos reconocimos y memorizamos, solo por si acaso no se daba una nueva oportunidad.

Explotamos juntas, por separado y al unísono una y mil veces más, desesperadas por beber hasta la última gota de la otra que pudiéramos robar al maldito tiempo que corría apresurado a nuestro alrededor, sin tregua, sin misericordia alguna con las mortales que vivíamos atadas a sus designios.

—Tienes que regresar.

—Y tú tienes que mantenerte con vida, mi cielo. Tienes que cuidar de ella, guiarla para que sea una gran mujer.

—Para eso va a necesitar de ti.

—No, necesitará de ti. Yo ya le enseñé todo lo que debe saber.

—Seis años no son suficientes para aprender todo lo que una mujer como tu puede enseñarle.

—No, para eso necesita una vida entera y experimentarla por su cuenta y para eso necesita que cuides de ella.

—¿Y quién cuidará de mi corazón? —Su profunda mirada me desarmó por completo, mis manos encontraron las suyas y recorrieron su piel hasta llegar a su pecho.

—Eres tan valiente que podrás cuidarlo por tu cuenta, mi amor. Y cuando flaquees, estaré por ahí, en el aire o en la lluvia, para ayudarte a seguir adelante. —Feroces sus dedos se enredaron en mi cabello y exigieron un beso más, una caricia más, otro baile juntas para sellar la despedida.

Nos detuvimos cuando el sol estaba por ponerse. Las niñas saldrían en cualquier momento de la habitación exigiendo cenar. Kaira deslizó en silencio cada capa de mi ropa de combate sobre mi piel, vuelta a vuelta me ayudó a vestir las vendas interiores. Robó un beso de mis labios al terminar de pasar la camisa por mi cabeza y besó cada uno de mis dedos antes de vendarlos -requerían de esa sujeción extra si deseaba utilizar mi espada- luego, hizo acopio de todo su valor para ayudarme con el peto, podía ver su decisión flaquear con cada broche y cierre que ajustaba, pero se mantuvo firme hasta el final.

—Las niñas —apuntó al terminar—. No podemos decirles... son tan pequeñas...

—Deberán crecer un poco antes —señalé— ¡Axelia! ¡Lynnae!

Dos pares de pies se acercaron a toda prisa, sus rostros estaban iluminados por sonrisas y sus cabellos despeinados en lo que parecía ser un intento por armar trenzas por su cuenta. Para mi decepción y tristeza aquellas sonrisas se apagaron al ver la expresión de nuestros rostros y mi armadura.

—¿Mamá? ¿Madre? ¿Qué ocurre? —preguntó Axelia.

—Axelia, escúchame bien. —Bajé a su altura y apoyé una mano en su hombro—. Ha ocurrido algo. En el pueblo corre una enfermedad muy peligrosa.

—¿Cómo mi resfriado? —inquirió Lynnae.

—Peor.

—¿Necesita medicina asquerosa?

—Sí, muchísima y aun así seguirías enferma, muy enferma.

—¿Cómo el manzano?

Nuestro viejo manzano había sucumbido a un hongo que había marchitado sus hojas. Había sido la primera experiencia de Axelia con la muerte y cuando deseaba entender la gravedad de algo lo comparaba con ese suceso.

—Si, como el manzano. Pero para que eso no ocurra deben permanecer en casa con mamá.

Axelia asintió, dudosa y asustada a partes iguales.

—Pero mamá y madre están en el campamento —balbuceó Lynnae.

—Y yo iré junto a ellas. No pueden regresar contigo, cariño. No hasta que solucionemos todo eso.

—¿Y qué haré?

—Yo seré tu mami mientras —intervino Kaira tomando en brazos a la niña— ¿Te parece bien?

Lynnae asintió con algo de miedo y escondió su rostro en el cuello de Kaira. Axelia miró aquello con una expresión indescifrable en su rostro.

—Tienes que compartir a mamá —susurré en su oído—. Como con Demian ¿recuerdas?

—Sí, pero Demian es mi hermano, Lynnae es mi amiga, las amigas tienen sus propias mamis.

—A veces no. Además, las amigas lo comparten todo. Lynnae es más pequeña que tú y sus dos madres estarán en el campamento, necesitará de tu mamá un poco más. Tienes que ser fuerte por ella y por mi ¿está bien?

—Está bien —aceptó atrapándome en un gran abrazo—. Pero tienes que volver pronto.

—No sé cuándo pueda volver, pero lo haré. Mientras, recuerda que no deben salir de casa ni hablar con nadie. Pueden jugar en el patio o en el jardín siempre que mamá esté atenta a ustedes, sin embargo, lo mejor es permanecer en la casa.

—Pero...

—No, Axelia, debes permanecer en casa. —La miré con severidad—. En casa ¿entiendes?

—Está bien.

—Bien, debo irme. Kaira queda a cargo.

Axelia me dio un beso en la mejilla y un abrazo extenso, luego se separó y miró con atención como tomaba a Lynnae en brazos.

—Voy con tus madres, les diré que te escriban una carta muy bonita ¿sí?

Lynnae asintió temerosa y luego me estrechó en un abrazo de genuino cariño.

—Volveremos todas, no te preocupes.

Cerrar la puerta de mi hogar detrás de mí fue lo más duro que pude hacer. Ni siquiera cuando marchaba a la batalla sentía tal pesadumbre sobre mis hombros, tantas ganas de llorar y a la muerte tan cerca de mí. Casi podía oler la podredumbre de la muerte y la peste en el aire. Sacudí mi cabeza, ni siquiera había empezado a extenderse, la muerte no nos acecharía hasta pasados unos días y eso si no lográbamos controlar la enfermedad.

Llegué al campamento y fui recibida por Anthea, Elissa y Cyrenne. Estas últimas preguntaron por Lynnae casi a la vez. Mis palabras tranquilizaron su corazón. Confiaban ciegamente en Kaira para cuidar de su pequeña, siempre lo había hecho cuando ambas debían de acudir a una misión.

—Es un brote pequeño, todos los enfermos están controlados en sus casas —empezó Anthea—. Pero tenemos razones para creer que todo podría empeorar en unos días.

—¿No es siempre igual con la peste? —bufó Cyrenne cruzada de brazos.

—Sí, pero en este caso tenemos pruebas que apuntan que no es un simple brote, una rata contaminada y ya.

—Lo que dices es peligroso —apunté.

—Los comerciantes que la traían venían de una caravana de telas de Ethion, pero Elián nunca lanzó una alerta, de hecho, la caravana no entró a Calixtho del todo, nos bordearon y entraron directamente a Cyril. Además, las epidemias de peste empiezan con miles de ratas muertas, las pulgas saltan a los humanos y nos contagian ¿has visto alguna rata muerta?

—¿Cómo se les permitió pasar si evitaron en todo momento los controles? —inquirí trazando el camino seguido por la caravana desde Ethion hasta nuestro poblado. Ethion, no, no podía ser verdad— ¿Sospechas de Athanasia?

Anthea asintió con pesar y se frotó la frente con los dedos, parecía agotada:

—No se ha tenido noticia alguna de ella, nuestras espías en Ethion le perdieron la pista hace algunas semanas.

Mi piel hormigueó y mi mano derecha tembló. Tuve que aferrar la vaina de una de las dagas que llevaba en el cinturón para disimular aquella horrible secuela que no hacía más que aparecer en los momentos más inoportunos.

—No ha entrado al reino, eso tenlo por seguro. Toda la frontera sur está plagada de burguesas con sus familias y contactos. Le cortarían gustosas la cabeza y la llevarían a palacio sin mediar palabra.

—Y también está plagada de pobres, ¿debo recordarte que es una zona muy seca y que pocos cultivos sobreviven allí? Un par de monedas y compras varias conciencias, Anthea.

—No se han tenido reportes, Anteia. Athanasia no está en nuestras tierras.

—Por todo lo que sabemos. Maldita sea, puede estar justo frente a mi casa dispuesta a quemar vivas a mi hija y a la hija de Cyrenne.

—En cambio ha enviado una peste, un toque maestro mucho más elegante y letal —siseó Cyrenne—. Lo siento, Anteia, pero en este caso el ataque no va dirigido solo a ti, sino a toda la frontera de Cyril, planea debilitarnos, agotarnos, destruirnos como nosotros la destruimos a ella.

Maldita Appell y sus políticas, si hubiera decapitado a Athanasia en cuanto tuvo oportunidad no estaríamos viviendo tan terrible momento. Tomé aire. No, estaríamos viviendo una guerra civil, quizás ya habríamos sido conquistadas por Luthier. Mierda, Luthier.

—¿Han vigilado los bosques? Si Luthier descubre que estamos debilitadas por la peste...

—No atacarán, temen a la peste tanto como nosotras. Por ahora debemos concentrarnos en mantener a la población en sus hogares, matar cuantas ratas y ratones podamos encontrar y prepararnos para quemar todos los cuerpos que podamos encontrar. Los comerciantes han sido puestos en cuarentena. Si se logra demostrar que tienen algo que ver con Athanasia, se les dará muerte en el acto.

—Interrógalos cuando la fiebre los ataque —aconsejó Cyrenne—. No voy a acercarme a ellos ni con un palo, pero la fiebre y los dolores que provoca esta enfermedad son suficientes como para ablandar sus lenguas.

—En cuanto a nuestros enfermos, todos están aislados en sus casas, hemos tapiado sus puertas, ventanas y hasta la mínima rendija, los doctores y enfermeros están trabajando a tiempo completo visitándolos y ofreciéndoles tratamiento. Lamentablemente todas conocemos las consecuencias de esta enfermedad y como puede acabar con el más fuerte en tan solo cinco días.

—O catorce horas —intervino Elissa con miedo.

—Debemos ser estrictas, no podemos permitir que la peste domine todo Cyril. Nos hemos aislado de Calixtho por decisión propia, así que estamos solas esto.

Recibí mis órdenes, no me tocaba patrullar hasta entrada la noche, por lo que me dirigí a los barracones, encontré una cama vacía y me adueñé de ella. Busqué pergamino y tinta y redacté una sencilla carta a Demian. No iba a dejar a mí hija a merced del destino y las calles:

Hijo querido, no sé si ha llegado palabra a tu pueblo, cuando llegue esta carta asumo que también lo hará la noticia.

La peste a atacado Cyril.

Tu mamá y yo estamos bien, yo me encuentro cumpliendo con mi deber en el ejército y ella está cuidando a tu hermana y a la pequeña Lynnea. El pueblo entero se ha encerrado, así que no sé cuándo te llegue esta carta o si te será entregada alguna vez. No importa, enviaré algunas copias. Por favor, si después de recibirlas no tienes noticias mías o de tu mamá en seis meses, regresa a buscar a tu hermana. Hazte cargo de ella y edúcala con nuestros valores más amados.

No temas por nosotras, estaremos bien siempre que respetemos las medidas de seguridad.

Continúa trabajando en tu futuro, no desprecies las enseñanzas de los guerreros de mayor edad, pero no seas demasiado severo y ambicioso en los saqueos y batallas, tus enemigos son humanos también.

Te quiere,

Anteia.

Realicé algunas copias y corrí a la oficina de correos del campamento. Tal y como lo predije estaba a reventar con pergaminos y hasta papiros que esperaban por ser entregados. La guerrera encargada nos confirmó a todas que haría lo posible por llevar tan valiosa carga al pueblo y que Anthea había permitido que el correo continuara funcionando siempre que las cartas permanecieran en cajas en la frontera entre poblados durante semanas para que la peste desapareciera de ellas.

En mi recorrido de vigilancia por el pueblo pude observar las calles vacías y las casas a oscuras. Solo las antorchas iluminaban mi camino y el único sonido que se podía escuchar eran los cascos de Huracán pisar con pereza las piedrecillas del suelo. A veces se captaba el destello de una vela en las casas y tiendas, un susurro temeroso y en ocasiones, un rostro que se asomaba a la calle con la esperanza de respirar aire fresco.

Eso duró la primera semana, a la segunda, empezaron a aparecer las primeras ratas muertas y con ello las fogatas para quemarlas. Había que hacerlo antes que las pulgas abandonaran sus cadáveres y trataran de picarnos.

Las siguientes semanas debido a la reducción de las reservas de alimentos las personas empezaron a organizar pequeños mercados negros, a intercambiarse objetos cuando no las estábamos vigilando y a gritarnos insultos al vernos pasar. Aseguraban que la peste era un engaño, una mentira. Finalmente pasó, los bubones negros empezaron a aparecer y a estallar con maldad en la piel de aquellos osados que habían abandonado sus hogares.

—Esto es su culpa, no previeron esta tragedia —gritó una anciana a todo pulmón mientras sacábamos de su hogar el cadáver de su hijo y su nieto.

—Cállese vieja chismosa, la semana pasada la vi protestando porque la peste no existía —rugió Cyrenne.

Pese a todo el mercado negro continúo abierto, de nada valía capturar a los responsables y castigarlos, a los pocos días regresaban, aun con la espalda sangrando, a vender lo poco que conseguían. No los culpaba, no tenían qué comer y las raciones que solicitábamos a las granjas eran demasiado escasas. Todas nuestras tierras cultivables se estaban perdiendo porque nadie más que su dueño tenía permitido trabajarlas y lo poco que este cosechaba era para su familia.

—Codiciosos, dejan a sus vecinos morir de hambre.

—En sus tierras mana leche, tienen alimentos.

—El ejército recibe lo mejor y nos deja las sobras a nosotros. Propongo que busquemos nuestros alimentos y no esperemos a que los traigan a nuestra puerta.

Esos eran los comentarios de las turbas que a diario me veía obligada a contener. Cuerpos famélicos, apestosos y sudorosos chocaban contra nuestros escudos. A veces colocaban a enfermos de peste en las primeras filas, sabían que no nos arriesgaríamos a detenerlos cuerpo a cuerpo. De con tal estrategia saquearon un par de granjas.

—Si los utilizan como armas, como armas los repeleremos. Tienen mi autorización para disparar a matar —sentenció Anthea con firmeza.

Cyrenne, Elissa y yo intercambiamos miradas, lo cierto es que nosotras tampoco encontrábamos una salida al problema y debía confesar que temía en gran medida por Kaira, los saqueos se acercaban cada vez más a sus tierras. Si lograban entrar ella y las niñas estarían en peligro.

Con la fría orden de Anthea el orden regresó al pueblo. Había guerreras apostadas en cada tejado, enfermo de peste que osaba salir a la calle o unirse a una turba, enfermo que moría, incluso si trataba de ocultar los horrendos bubones con bufandas y capuchas ¿Quién sino utilizaría unas en pleno verano?

Erasti compartía con nosotros algunos productos y suministros, sin embargo, el miedo a la peste era elevado. Pronto pasaron de dejar carros fuera de su muralla a bajar con cuerdas cajas y barriles. El método era ineficiente y con ello, la cantidad y la calidad de los alimentos se redujo aún más.

—Mataría por un filete de res —masculló Cyrenne mientras jugaba con el mustio plato de avena que nos servían a diario.

—Yo por una manzana —apuntó Elissa.

—Yo solo quiero que esto termine. —Jugué con la masa espesa e intragable. No había miel o melaza para endulzarla. Era como si el destino nos hubiera robado toda posibilidad de hacer más feliz nuestra vida, de endulzarla con amor o contacto humano. Había atacado a matar a mi gente, al pueblo que juré defender, pero ¿quién diría que se convertirían en una masa tan irracional? No parecían pensar por sí mismos, lo hacían como un gran colectivo acéfalo y moribundo.

—¡Anteia! ¡Anteia! Ven a la puerta —llamó la vigía a voz de cuello. Dejé mi ración de avena en el suelo y subí al puesto de la vigía. La chica me señaló el exterior de la puerta y dijo— Dice ser tu hija.

El alma cayó a mis pies ¿qué podía estar haciendo Axelia en el campamento? ¿había cruzado sola los caminos? ¿cómo había evitado las patrullas? Y lo más importante ¿qué situación la había obligado a dejar la granja? Rechiné mis dientes, si era algún berrinche infantil iba a recordar las consecuencias por el resto de su vida.

—Lo es, déjala pasar —jadeé.

—¡Madre! —exclamó al verme. Corrió hacia mí, pero la mantuve alejada con una mano.

—No puedes abrazarme, esta armadura está sucia, Axelia.

Su expresión de alegría decayó y con ello mi corazón terminó de romperse. Lo prefería, mil veces prefería verla triste que muriendo a causa de la peste.

—¿Qué ocurre, Axelia? Recuerdo haberte dicho que te quedaras en casa.

—Es mamá —lloriqueó—. Tiene fiebre y no despierta.

—Mierda —jadeé—. Quédate aquí, buscaremos a Lynnae y ayudaremos a mamá.

Cyrenne y Elissa se habían acercado a escuchar la explicación de Axelia. Al descubrir que Kaira estaba enferma corrieron en direcciones opuestas, una a preparar los caballos y otra a llamar a Korina, la única doctora que permanecía en el campamento ya que Ileana trataba a los enfermos de la ciudad.

Elissa se quedó a cargo de Axelia bajo las firmes instrucciones de bañarla y revisar que no tuviera ninguna picadura de pulga. Cyrenne, Korina y yo partimos a la granja. Fuera nos esperaba Lynnae quien parecía haber llorado tanto que estaba completamente afónica. Recibió a Cyrenne con un abrazo y no se despegó de ella ni un instante.

—Axelia me dijo que me quedara fuera, que no era seguro —explicó con la voz afectada. Korina le ofreció algunas hojas de menta para que masticara y un vaso de agua fresca, luego tapó su rostro con una máscara rellena de hierbas medicinales y aromáticas y entró a la casa.

—No me sigas —indicó—. No es seguro para ti, Anteia. No puedes dejar a Axelia sola en el mundo.

Asentí, aun cuando lo que más deseaba en el mundo era entrar y ver a Kaira, confirmar que quizás solo se trataba de algún resfriado, una gripe, algo banal que no fuera tan mortal como la peste. Mis esperanzas se vieron rotas cuando Korina salió de la casa con los guantes empapados en sangre y pus pestilente.

—Peste —susurró—. Haré lo que pueda, Anteia, pero sabes que de la peste muy pocas personas se salvan.

—Dos de cada diez —gemí y caí sentada en una de las sillas de nuestro porche. Recordé entonces las horas que pasábamos en ellas al atardecer, disfrutando de la tranquilidad mientras Axelia jugaba con su caballo y hasta que era su hora de dormir. La terrible conclusión de que nunca volvería a vivir algo tan maravilloso como eso llenó de lágrimas mis ojos. Mi Kaira ¿por qué ella? La que estaba en constante contacto con las masas y las calles llenas de ratas muertas era yo, no ella.

—Debes irte, cuida de Axelia, Kaira está en buenas manos —dijo Cyrenne en mi oído. Aun llevaba a la pequeña Lynnae en brazos—. Vámonos de aquí, deben tapiar la casa hasta que Kaira se recupere.

Subí a lomos de Huracán casi de manera automática y seguí a Cyrenne de regreso al campamento ¿cómo podría criar a Axelia sola? ¿cómo podía seguir adelante si la peste me arrebataba a Kaira de las manos?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro