Invierno
Cyrenne giraba su espada preparando sus muñecas para la fuerza y velocidad que necesitaba para combatir. El escudo descansaba en su antebrazo izquierdo, entre las correas ocultaba una daga. En sus botas y en su talabarte también llevaba algunas. Si querías dejar sin armas a Cyrenne tendrías que desnudarla y aún así, siempre encontraría la forma de sacar algún objeto afilado con el cual matarte.
—Odio esto—protestó cuando su golpe no acertó mi escudo. Llevábamos algunos días entrenando y era evidente que perder un ojo había dejado secuelas en su capacidad de combate.
—Tienes que acostumbrarte a ver el mundo de otra forma, no es sencillo. Cyrenne, no te presiones.
—Ya, de nuevo parezco una mocosa que debe evitar cortarse con su primera espada—espetó lanzando golpes descuidados que apenas y rozaban mi escudo o amenazaban mi cuerpo.
—No, eres una guerrera con experiencia que debe adaptarse a su nuevo cuerpo—respondí con sinceridad respondiendo sus ataques con los míos, más lentos, lo suficiente como para que ella pudiera detenerlos con su escudo a la distancia correcta.
—A su maltrecho cuerpo querrás decir.
—Con un ojo detectas mal las distancias, pero siempre puedes aprender a combatir—indiqué—. Muchas guerreras en tu estado regresaron al campo de batalla y lograron grandes victorias.
—O murieron de forma estúpida.
—Por no respetar los tiempos de su cuerpo. Por eso no permitiré que regreses al combate, no hasta que estés completamente adaptada—Cyrenne lanzó un grito de furia y se arrojó sobre mí, sus golpes impactaron mi escudo como si fueran un tambor, con insistencia y furia—. Me niego a perder a una guerrera—expliqué ante sus furias desmedidas
—Soy una guerrera, mi vida es combatir—bufó entre golpes—. No puedes hacerme esto.
—Puedo y lo haré. No perderé una amiga en un combate que ella puede ganar con las manos atadas a la espalda—confesé. Atrapé su espada con mi mano. El filo cortó el cuero—. Seguirás con tu cargo y continuaremos entrenando hasta que recuperes tu grandeza—tiré de la espada desarmándola.
—A veces eres demasiado... ugh, dudo que siquiera exista una palabra para lo que eres—se apartó de mi cuerpo y cayó a mi lado—. Supongo que puedo vivir con eso—frotó el parche que cubría su ojo.
—Los atraparé para ti, Cyrenne, lo juro—tomé su mano y estreché sus dedos—. Te los entregaré y podrás hacer lo que quieras con ellos—prometí con furia—. Solo tengo una petición.
—¿Cual?
—Que antes de cualquier cosa, repitas en ellos las heridas que te causaron—pedí. Mi sangre había sido reemplazada por bilis pura. Ver a mi mejor amiga actuando con la torpeza de una niña con su primera espada hería mi corazón. Verla frustrada y desesperada partía mi alma. Ellos habían reducido a una gran guerrera a una persona frustrada con su cuerpo y sus reducidas habilidades. Debían pagar por ello.
—Eso es fuerte, especialmente viniendo de ti—admitió Cyrenne—. No sé si sería capaz—suspiró y extendió su mano hacia el frio sol de inicios de otoño—. Solo quiero verlos muertos, no me importa si sufren o no, solo los quiero muertos, cada una de sus respiraciones me desespera. Pero si los quieres vivos para llegar al fondo de esto, me comprometo a lograrlo.
Descansamos en silencio por unos instantes. El campamento estaba en paz, para variar, las reservas para el invierno empezaban a ser compradas de entre las primeras cosechas.
—¿Cómo va todo en casa? —Cyrenne frunció el rostro en un gesto de asco—. Lo siento, no me acostumbro a verte tan comprometida en una relación ¡Y es tu primera pareja!
—Todo está bien, supongo—descansé la cabeza en mis manos—. Kaira y yo nos llevamos bien, Demian está feliz al tener una familia y Axelia ya gatea por toda la casa y camina apoyada en los muebles, así que puedo darme por servida.
—Escucho un "pero" que no quieres contarme.
Negué con la cabeza ante la percepción de mi amiga.
—Me siento frustrada y no debería sentirme así.
—¿Frustrada? ¿Qué puede tenerte frustrada? ¿Te roba las sábanas al dormir? ¿Quema el pan en lugar de tostarlo?
—No, no hace nada de eso—tomé aire para explicarme—. Solo desearía ser como antes.
—Una mujer aburrida que apenas y visitaba su solitaria habitación. Entiendo—señaló Cyrenne entre risas
—¡No! Bueno, sí. Esa yo no sentía esto.
—¿Y qué es lo que sientes?
—Pues este ardor, fuego, frío, no sé—bajé las manos, golpeé el suelo a ambos lados de mi cadera con frustración y me impulsé para tomar asiento—. Quiero hacer cosas que antes no me interesaban, Cyrenne—escondí la cabeza entre mis rodillas para ocultar mi sonrojo, pero mis orejas de seguro lo gritaban por mí.
—Ohhh—Cyrenne golpeó mi hombro—. Alguien ha crecido y se ha hecho mujer.
—No empieces, no es gracioso—protesté—. Siento cosas por ella, Cyrenne, quiero...—suspiré—. Pero ella, ella parece rechazar mis avances.
—Bueno, eres tú la que dice "parece"—apuntó Cyrenne—. Ella no te ha dicho que no.
—No directamente, pero sus expresiones dicen mucho, Cyrenne.
—Está asustada, como cualquier mujer de Luthier—jugueteó con una de sus dagas—. Para ellas lo que nosotras hacemos es un pecado gravísimo, la condena eterna. Además—dio golpecitos con su daga en mi espalda—, tienes que tomar en cuenta que para ellas el sexo es una terrible pesadilla. No es de sorprender que quiera mantener las cosas contigo como un romance de colegialas.
—Romance de colegialas—reí por lo bajo—. Ese tipo de romance es el menos inocente, según creo recordar.
—El fuego de la juventud—Cyrenne suspiró con aires soñadores—. Uno del que tu careces y que ahora ha decidido despertar.
—No es que no lo tenga, Cyrenne. No me interesaba compartirlo con nadie—bufé—. Hasta ahora.
—Entonces conquístala—repuso con desenfado—. Llévala a dar un paseo a la luz de la luna, aprovecha que no hay delincuentes en los caminos—guiñó un ojo—. Destruye sus concepciones sobre el amor y demuéstrale que no es el horror que vivió en Luthier.
—Quien lo diría, Cyrenne tiene un corazón romántico—bromeé para disipar la vergüenza que brillaba en mi rostro.
—Oye, no todo es colarme por las ventanas de las habitaciones—rio—. A veces hace falta romance y alguien perfecta para compartirlo—fui testigo de un hecho único, la expresión de Cyrenne se dulcificó.
—Me suena a que has encontrado a alguien con quien compartir ese romance—intuí.
—Y no va a querer a una persona incompleta en su vida—apuntó—. Así que no vuelvas a mencionarlo. Mejor dedica tu tiempo a planificar esa velada y disfruta tu vida. Nunca sabes cuándo puede acabar.
El resto de la semana transcurrió de manera similar y conforme se acercaban los días de descanso Cyrenne bromeaba más y más. Por alguna razón creía que utilizaría esos días para poner en práctica sus consejos. Tal vez no se equivocaba.
—Solo deja que las cosas ocurran y déjate de ver señales donde no las hay—dijo mientras sujetaba las riendas de Huracán y acariciaba su cuello—. Y aprovecha, hará luna llena, será perfecto para pasear.
—Cyrenne, si dices algo más terminaré por no hacer nada—sentí el rubor cubrir mis mejillas.
—Ya, ya, solo vete, el campamento estará a salvo y en buenas manos. Me encargaré de preparar a las reclutas para su última prueba—gruñí recordando la prueba a la que deberíamos someter a las reclutas—. Sabes que es necesaria, Anteia.
—Lo sé, es solo que todas han trabajado muy duro.
—Pero no todas son aptas—sentenció Cyrenne—. Por cierto, lleva esto a la pequeña—sacó una pelota de fibra tejida rellena de lana—. Estoy segura que le encantará.
—La adorará—admití agradeciendo el cambio de tema.
Mientras cabalgaba a casa de Kaira no podía evitar pensar en las palabras de Cyrenne, dejarme llevar y dejar de asumir el miedo latente en los ojos de Kaira como un rechazo sin imponerme. Dicho así, parecía una misión imposible.
—¡Anteia! —el grito de Demian me recibió nada más llegar a la entrada de la granja. Dirigía a un grupo de chicos en la cosecha—. Mira cuanto grano hemos recolectado—señaló la pila de sacos que tenían organizada en la puerta del granero.
—Eso está muy bien, Demian, están haciendo un gran trabajo—desmonté, tomé las alforjas y le entregué las riendas—. Kaira y tu han sabido llevar esta granja a la perfección.
—Es obra de ella, trata la tierra como si fuera su hija y ella responde como tal, con buenos frutos.
—Con esfuerzo y cariño por el trabajo todo es posible—dije—. Sigan trabajando—palmeé su fuerte espalda y me dirigí a la vivienda. Desde la puerta podía sentir el dulce aroma de las conservas que preparaba Kaira para preservar las frutas para el invierno. Tenía la alacena llena de envases de vidrio con mermeladas y embutidos de todos los colores.
—¡Cariño! Llegas temprano hoy—Kaira levantó la mirada de la olla que revolvía y sonrió—. Dame un segundo y te ayudo con la armadura y....—eso era algo que Kaira aún no había superado, la ansiedad a la hora de atenderme al llegar a casa. Era capaz de dejar a Axelia sin pañal. Nunca se lo reprochaba, eran temores grabados con el fuego de Luthier.
—Está bien. Yo me encargo—sonreí para animarla—. Cuida de las conservas que tengo dos manos perfectamente funcionales.
—¡Ma!
Una vocecita cantarina y exigente llamó nuestra atención. Axelia se encontraba de pie en su improvisado corral y alzaba los brazos en mi dirección.
—¡Ma! —gritó con fuerza mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Tu—balbuceé a la par que la levantaba— ¡Habla! ¿Kaira? ¿La escuchaste verdad? —un orgullo infinito nació en mi pecho y las palabras parecían agolparse en mi garganta con furia.
—Llevo escuchándola todo el día—dijo Kaira sin dejar de revolver la conserva—. Y no es a mí a quien llama mamá—bufó, me lanzó una mirada acusadora y luego regresó su atención a la olla.
—Pero yo... yo no soy, quiero decir, pues sí, pero yo.
—Cyrenne disfrutaría mucho este momento—dijo con malignidad—. La mítica comandante aterrada al ser llamada mamá.
—Tu eres su madre. Una madre maravillosa—rodeé su espalda con un brazo y besé su mejilla—. Ten por seguro que también lo dice por ti.
Pese a su molestia, Kaira no pudo evitar sonreír y devolverme el beso, esta vez, en los labios.
—Llévala fuera, ahora que camina está insoportable y odia el corral ¡Recuerda abrigarla!
—Vamos, es hora de jugar un rato, Axelia.
—¡Má!
—Con la pelota que tía Cyrenne te regaló—saqué la pelota de las alforjas y se la tendí. La tomó con sus manos y la agitó divertida.
—¡Ota!
La tarde transcurrió entre juegos, gritos y risas de Axelia al lanzar su pelota en mi dirección y ver que la lanzaba de regreso. Era un juego sencillo, absurdo casi, pero muy liberador.
—Vamos, ya el sol está por ocultarse—los llantos y protestas iniciaron al momento que la tomé en brazos. Era evidente que deseaba seguir jugando, pero a su edad, el frío del otoño podía ser perjudicial—. No, no quieres probar los brebajes de Korina, Axelia. Y tu madre y yo no queremos que enfermes.
Kaira nos recibió con la mesa llena de galletas con mermelada. Parecía agotada, pero feliz, un brillo de victoria iluminaba su dulce rostro.
—¡Ma! —chilló Axelia al verla e inmediatamente pateó mis costillas para separarse de mí y pedir los brazos de su madre.
—Oh, pequeña manipuladora—jadeé dejándola en brazos de Kaira, quien no podía estar más feliz ante la primera palabra de su hija.
Luego de un rato, llegó Demian del campo, venía sucio y sudoroso, pero feliz.
—Los chicos ya se fueron, les entregué un saco de manzanas a cada uno—sonrió y robó una galleta de la mesa. Kaira lo golpeó con la toalla de la cocina en reprimenda.
—Lava tus manos primero.
Demian obedeció y finalmente tomamos asiento para merendar. Las galletas estaban deliciosas. Eran simples, sin azúcar o sal, destinadas a durar algunas semanas. Eran parte de las provisiones de invierno que estaba preparando Kaira en el desván y la alacena.
—Creo que podemos sobrevivir el invierno—sonrió victoriosa—. Aun me faltan conservas, pero lo lograremos.
—Lo estás haciendo bien, no hay nada de qué preocuparse—tomé su mano y la acaricié—. Sé que es el primer invierno que pasarás en libertad, pero no debes desesperarte por ello. Estas más que preparada y no estás sola.
—Quiero sentir que puedo hacerlo sin ayuda.
—Lo estás haciendo sin ayuda. Tienes el desván lleno de carne salada y jamones, el granero a reventar de trigo y frijoles y una cosecha abundante que te permitirá ahorrar el dinero que necesitas para comprar lo que falte, estarás bien—besé el dorso de su mano—. Deberías tomarte un descanso. Pasea conmigo esta noche, es la última luna llena que podremos disfrutar antes que las temperaturas bajen demasiado.
—Vaya, señora Kaira—animó Demian—. Puedo cuidar de Axelia por una noche.
—No estoy segura—dijo dudosa—. Es mi pequeña, dejarla sola toda la noche me asusta un poco. Además, Demian solo tienes trece años.
—No estaremos fuera toda la noche—aseguré—. Solo será un paseo—podía sentir mi corazón latir con ferocidad en mi pecho. Me sorprendió que Kaira o Demian no pudieran escucharlo.
—Está bien, empacaré algo de fruta—aceptó—. Prepararé la cena y...
—Yo lo haré—interrumpí—. Ve y relájate un rato en el baño. Demian y yo lo tenemos todo bajo control.
Kaira sonrió agradecida, tomó una olla con agua caliente del fogón de la cocina y desapareció por el pasillo rumbo a nuestra habitación, luego pasó al baño. Cuando escuchamos el agua correr Demian y yo nos pusimos manos a la obra.
Cocinamos cordero con puré de patatas y zanahorias. Axelia comió el puré y la preparé para dormir. Estaba agotada por el juego, cerró los ojos al dejar su cabeza sobre la cuna. Demian también estaba cansado, así que simplemente cayó sobre la cama libre de aquella habitación y que sería de Axelia cuando creciera. Me aseguré de que escondiera su daga bajo la almohada.
—No se preocupe, comandante, moriré antes que algo le suceda a Axelia.
—Me conformo con que acabes con cualquier intruso—dije revolviendo su cabello. El niño sonrió y cayó dormido. No pude contenerme y besé su frente.
Kaira cenó a toda prisa mientras yo tomaba un baño. Mis manos temblaban y varias veces el jabón resbaló de mis manos. Tenía toda la noche para nosotras, cualquier cosa podía pasar y estaba casi ensordecida por la ansiedad. Tenía que aprovechar el momento, disfrutar de él, pronto las cosas podían torcerse, el enemigo podía atacar. Había que disfrutar mientras las noches aún eran claras y de un frescor agradable.
Ensillé a Huracán mientras Kaira se despedía de los niños y se aseguraba que estuvieran a salvo. Cuando regresó me perdí por un momento en sus ojos verdes y en su hermosa silueta entallada en un traje de piel. Los pantalones de cuero le quedaban de muerte. Huracán me dio un golpe con el morro y relinchó suavemente, despertándome de mi ensoñación. Había estado tirando de sus riendas sin querer.
—Sube primero—invité. Kaira sonrió con timidez, subió con gracia a la silla y dejó los estribos libres para mí. Subí detrás de ella y tomé las riendas, aproveché el momento para estrechar su cuerpo contra el mío y besar su cuello. Su dulce aroma a lirios inundó mi nariz y me hizo suspirar.
Espoleé a Huracán y partimos. La noche estaba hermosa, la luz de la luna iluminaba todo con el suave fulgor de la plata. Nos llevé por caminos que conocíamos de día, pero que, bajo esa hermosa magia, se convertían en un verdadero paraíso.
—Esto es hermoso—jadeó Kaira al ver los nardos y jazmines florecer a ambos lados del camino.
—Puedo tomar algunos para ti—ofrecí. Detuve a Huracán y me dispuse a bajar, pero Kaira tomó mis manos y las sujetó cerca de su cuerpo
—Prefiero apreciarlos así. Cortarlos solo reduciría su vida. Es un precio elevado por un simple capricho.
—Está bien, los disfrutaremos a lo largo del camino.
El aroma dulce, penetrante y profundo nos acompañó mientras girábamos en torno al grupo de árboles que marcaban el inicio de la ribera del río. Cabalgamos con lentitud entre los árboles, disfrutando del frescor y la luz difuminada de la luna. El río arrullaba nuestros oídos con su continuo fluir.
—Podemos parar aquí si lo deseas—susurré en el oído de Kaira. Ella solo se estremeció como respuesta y asintió con timidez. Detuve a Huracán, bajé y sujeté la cintura de Kaira para ayudarla a bajar. Mi corazón quería escapar por mi garganta ¿Sería este el momento adecuado?
—La luna hace que todo sea hermoso—dijo Kaira rodeando mi cuello. Huracán se apartó un par de pasos y empezó a mordisquear un arbusto. Parecía que quería darnos algo de privacidad—. Nunca había disfrutado de la magia de la noche, gracias—sus dulces labios hicieron contacto con los míos, un beso casto, lleno de gratitud genuina e inocencia. Suspiré y me aparté para descansar mi frente en la suya. Necesitaba calmarme o iba a asustarla irremediablemente.
—Siempre que lo desees—susurré contra sus labios.
—Anteia, yo quiero hacer algo ¿Puedo? —sus manos recorrieron mi cintura con timidez.
—Lo que quieras, de mí no vas a escuchar un no—admití.
Sus delicadas manos delinearon mi cintura con ecos nerviosos, como si mi piel fuera el más fino cristal.
—No entiendo por qué esto se siente tan bien—dijo Kaira luego de un momento.
—No es algo que debas entender—acuné su rostro entre mis manos y reclamé sus labios como míos. Uní nuestros cuerpos y sin querer la acorralé contra un árbol. Un gemido disfrazado de suspiro escapó de sus labios entreabiertos—. Es algo que solo se siente—deslicé mi mano desde su mejilla hasta su pecho, donde la detuve sintiendo el latido acelerado de su corazón.
—¿Qué se supone que debo hacer? —inquirió llena de dudas. Sus ojos estaban cristalizados, angustiados.
—Lo que quieras hacer, Kaira, solo eso. Nadie va a juzgarte por lo que hagas o dejes de hacer. Solo tienes que hacer lo que te salga del corazón.
—¿Lo que quiero hacer viene de mi corazón? —inquirió llena de dudas. Su mirada se clavó en la mía, dispuesta a leer la veracidad de mi respuesta.
—Si me amas, sí.
El hielo que protegía su expresión se derritió en un instante. Sus dulces labios conectaron con los míos, insistentes, voraces. Sentí sus manos deslizarse a mis hombros, sosteniendo mi cuerpo en su lugar. De todas formas, no me hubiera movido ni, aunque lo hubiera deseado, aquellos labios estaban robando mi aliento, mi alma y mi vida, mezclándola con su esencia.
Con lentitud rodeé su cuerpo con mis brazos y oculté mi rostro en su cuello, sin poderme contener aspiré su delicado aroma, fuego y dulzura. Dejé ir un beso sobre su piel, atrapándola entre mis labios para degustarla. No iba a contenerme mucho más.
Las piernas de Kaira temblaros y se deslizaron bajo su cuerpo. La sostuve con mis brazos y nos llevé juntas a la hierba fresca, quedamos frente a frente, nuestras respiraciones se entremezclaron en nubes blancas que hablaban del ardor de nuestros cuerpos y mucho más.
Y allí estaba, una mirada que hablaba de entrega, dos ojos oscuros que brillaban con aceptación, con ternura y calidez. Ahogué una pequeña carcajada de alivio en su cuello, mi cuerpo se sentía libre por fin, atrás habían quedado las cadenas que lo ataban. Las manos de Kaira se colaron bajo mi abrigo y delinearon curiosas la piel de mi espalda baja, obligando a mi peso a descansar sobre su cadera. Una pequeña risa nerviosa abandonó sus labios.
Ambas compartíamos un pensamiento: Por fin éramos libres.
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