Epílogo
Las observé marchar y sentí como mi corazón se rompía en mil pedazos con cada paso que las alejaba de mí. Abracé contra mi cuerpo a Axelia y Lynnae, eran lo único que me mantenía en pie y evitaban que me sintiera como un barco a la deriva, abandonado en la inmensidad de un universo y sin ningún punto de referencia que me sirviera de guía.
—Estaremos bien —susurré a Axelia.
—Quiero a mamá —lloró.
—No es posible, Axelia —expliqué mientras observaba como las llamas coloreaban el cielo en el horizonte. Si aguzaba el oído incluso podía escuchar el feroz choque de espadas, escudos, armaduras y carne humana. Una composición casi musical que había aprendido a apreciar en mis tres años en Cathatica.
—¿Por qué?
—Madre te lo ha explicado. Necesitan luchar, si no lo hacen los hombres de Luthier podrían alcanzarnos.
—¿Regresará?
Torcí el gesto. Ella era una guerrera experimentada, Cyrenne también, si ambas estaban de acuerdo en que se trataba de una misión suicida, entonces lo era. Nada ni nadie las sacaría con vida de ese lugar. Deseé tener las manos libres para aferrar el abrigo que cubría mi pecho, un vano intento por controlar la fractura que empezaba a rugir y arder con ira en ese lugar. No, no podía, tenía que tomar las riendas del asunto. Luego tendría tiempo para rumiar mi pérdida.
—Vámonos —dije a las niñas—. Debemos alejarnos de esta frontera. Sus madres los detendrán el tiempo suficiente, pero no podemos confiarnos.
—No quiero —bufó Axelia. Lynnae solo tomó mi mano en silencio y miró a su amiga. Sus ojos viajaban entre ella y yo, si no detenía a Axelia tendría un escándalo que atraería la atención sobre nosotros.
—Vamos, Axelia. Por favor, tienes que ser fuerte por Lynnae y por mí. No hagas un escándalo ahora.
Axelia frunció los labios y luego de pensarlo unos instantes y dar un último vistazo al incipiente fuego a sus espaldas decidió tomar mi mano libre.
—Vámonos de aquí en silencio. Por favor.
No había dado dos pasos cuando aquella odiosa y autoritaria voz hizo acto de presencia. La comandante Eneth, esa mujer insoportable, un demonio que caminaba sobre la tierra sembrando odio y destrucción a su paso. Sujeté con fuerza las manos de ambas niñas, no tocaría mi espada, no le daría una excusa.
—¿Qué haces con esas dos niñas de Calixtho? —Al escuchar su pregunta dos guerreras flanquearon su cuerpo y apoyaron sus manos en sus espadas.
—Son mis hermanas —rugí—. Las han dejado a mi cuidado. Hasta donde yo sé, es legal para un hermano mayor cuidar de sus hermanos menores.
—Un hermano mayor de Cathatica ¡Que conveniente! —rezongó Eneth.
—Sí, fui enviado a esas tierras a labrar fortuna y un nombre. Ahora me conocen como Demian el Invencible, favorito del rey Kodran y prometido de su hija, la poderosa Sheila la Magnífica —espeté.
—¿Ah sí? ¿Y tus documentos? —inquirió—. Si no tienes nada que avale tus palabras, solo eres un hombre para mí. Uno que trata de llevarse a dos niñas libres de Calixtho —agregó con odio y veneno en su voz.
Solté por un segundo la mano de Lynnae para sacar los pergaminos que guardaba con celo sobre mi corazón, a salvo del viento y de la lluvia. Los entregué a Eneth con satisfacción, pero también con recelo ¿qué podía hacer aquella mujer con mi vida? En sus manos estaba mi libertad.
Su ceño se frunció aún más, formaba cordilleras de piel tan profundas que amenazaban con quedarse así para el resto de su vida. Sus ojos viajaban entre las letras y sellos del rey y de mi prometida, de mis hazañas en aquellas tierras abandonadas y de la fortuna que me correspondía por mi valor.
—No cumpliste los diez años reglamentarios en Cathatica —espetó Eneth mientras estrujaba el borde del pergamino entre sus dedos—. En lo que a mí respecta sigues siendo un hombre de primera generación.
El mundo cayó a mis pies. No, no iba a llevarse a mis hermanas sin pelear. No iba a permitir que su demagogia barata acabara con lo único que me quedaba.
—El rey Kodran consideró...
—No me importan las consideraciones de un rey, Cathatica no tiene jurisdicción en nuestras tierras para reducir el tiempo necesario para que un hombre gane la confianza de nuestras instituciones, si es que existe alguno.
—El tiempo estimado no tiene nada que ver con Calixtho —presioné—. Lo establece Cathatica, sus reyes determinan quién es apto o no para convertirse en su súbdito y la ley de Calixtho determina libertad plena a todos los hombres libres de Cathatica. —Levanté la voz—. Y yo soy un hombre libre de Cathatica, por ende, tengo libertad plena en Calixtho. Si dices lo contrario estás actuando contra las leyes que juraste defender.
Las dos guerreras que flanqueaban a Eneth alejaron las manos de sus espadas y miraron con expresión de confusión a su comandante, ella se limitó a clavar su mirada en mí. No estaba dispuesta a dejar que las niñas se fueran conmigo, podía ver como tramaba excusas y planes en aquellos vacíos ojos oscuros.
—Eneth, basta, tenemos mucho trabajo que hacer y si sigues demorándolos no llegarán a tierras seguras —intervino una mujer de aspecto severo, pero afable—. Xeia, a su servicio. —Se presentó—, por cierto, Eneth, te dije que quienes tienen cicatrices de bubones no son contagiosos, debes dejarles pasar. —Señaló a las personas que permanecían del otro lado—. Lamento llegar tarde, estaba ocupada en nuestro campamento. Yo me haré cargo.
Vi rojo, arranqué de las manos de Eneth mis documentos y cuadré mis hombros. Aquella venenosa mujer, esa bestia sin corazón, lo había hecho a propósito. Había enviado a mis madres al matadero porque le había apetecido. Sentí un tirón en mi mano.
—¿Puedes buscar a mamá? ¿y a madre? Ella dijo que...
—Es muy tarde, la batalla se acerca y las guerreras deben de sacrificar su vida por el bien mayor —espetó Eneth—. Márchense y por su bien, no vuelvan a cruzarse en mi camino.
Tomé a Lynnae en brazos, su peso era lo único que impedía que desenvainara y acabara con aquella víbora. Sacudí mi cabeza, no, ahora era responsable de mis hermanas, no podía dejarlas a merced de la orfandad. Lo tendrían más fácil que yo, pero no las sometería a esa pena, a las carencias y a las dificultades.
—Vámonos.
Avancé en dirección a los poblados costeros de Calix. No me detendría hasta llegar a la ciudad portuaria, allí decidiría nuestros destinos. Cathatica no era un mal lugar para mis hermanas, crecerían fuertes, amadas y valoradas, pero sometidas a constantes peligros y batallas. En Calixtho estarían mejor, protegidas, sanas y salvas. No podría trabajar como guerrero ni mercenario, pero algo se me ocurriría.
Era como tener una roca de una tonelada sobre mis hombros, un peso muerto que hundía mis pasos en la tierra arcillosa de los cultivos que atravesaba a toda prisa. Debía ver por sus destinos y por el mío. Se lo debía a mis madres y por mi vida que haría lo mejor posible por ellas. Lynnae y Axelia estarían bien, me aseguraría de ello.
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