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Enfrentar la realidad

El mundo se nublaba por momentos, en mis brazos Kaira se sentía cada vez más inerte y su respiración era casi imperceptible. Arrastré nuestros cuerpos tan lejos de las llamas como era posible, pero estábamos atrapadas. A mi izquierda la entrada y la sala no eran más que un infierno y a mi derecha la cocina uno más. Maldije por lo bajo, ahí estaban las reservas para el invierno que Kaira tan cuidadosamente había reunido, ahí estaba la cena que estábamos por compartir con los niños.

¿Nos dejarían en paz alguna vez? Apreté a Kaira contra mi pecho, a esto la había arrastrado, al peligro y a la muerte. Ella habría estado mejor lejos de mí. Muy lejos. En otra ciudad. Si tan solo hubiera resistido las ganas de disculparme con ella, si tan solo la hubiera obligado a irse a tierras más pacíficas.

Escuché unos gritos en el exterior, choque de espadas ¿qué importaban ya? Inspiré y mis pulmones se llenaron de fuego y cenizas. Tosí. De todas las formas en las que podía morir, cocinada en mi propia casa era la última que se me habría ocurrido.

—¡Anteia! Maldita sea ¡Anteia! —escuché el grito por encima del estruendo que dominaba mis oídos.

Giré la cabeza y ahí, justo en la ventana de la habitación de Demian se encontraba Cyrenne. Un tajo cruzaba su rostro y bañaba la mitad de sus facciones de un brillante carmesí, el fuego rodeaba su faz como un halo violento, era casi mágico.

—¡Ven aquí!

Negué con la cabeza, la habitación de Demian estaba en llamas, cruzar era imposible. Kaira era ahora un peso muerto contra mi pecho. Si estaba muerta ¿qué sentido tenía siquiera mover nuestros cuerpos un par de metros, arriesgarnos a quemarnos aún más para escapar?

—¡No es momento de creerte un maldito fardo de paja! Ven aquí.

Cyrenne sacudió la cabeza. Desapareció unos instantes para luego arrojar un cubo de agua a través de la ventana. Arrojó un par más hasta crear un camino y saltó al interior de la casa. Chapoteó hasta mí y me tendió su mano.

—Vámonos, Anteia. —Apoyó su mano en el cuello de Kaira y compartió conmigo una mirada apremiante—. Está viva, pero debemos sacarla.

Viva, aquella palabra cruzó mi mente como un haz de luz y redobló los esfuerzos de mi corazón. Traté de levantarme, pero era imposible, en mi visión empezaron a cruzarse pequeñas burbujas oscuras.

—No puedo, Cyrenne ¡Llévala primero! —ordené.

Sentí como la arrancaba de mis brazos y vi como la cubría con una capa empapada para cargarla hasta la ventana. Cuando su cuerpo cruzó el marco y fue recibido por manos amigas en el exterior me permití suspirar y perderme en la oscuridad. Kaira estaba a salvo, estaba fuera de aquel infierno, era todo lo que importaba. Mis batallas la habían convertido en una víctima, pero no se la llevarían de este mundo.

El tacto empapado de la capa de Cyrenne rodeó mi cuerpo, luego sus brazos fuertes me levantaron. La sentí resbalar en el agua y la brea encendida que cubría el suelo, aprendí dos o tres nuevas maldiciones y finalmente, estuvimos fuera, respirando el maravilloso aire helado del invierno.

—Vamos al campamento. —Me dejaron en la parte trasera de una carreta, junto a Kaira. Busqué su mano y entrelacé nuestros dedos. No iban a separarnos. Si había alguna traidora en el campamento, prefería morir sujetando su mano.

Traqueteamos, brincamos y tosimos de camino al que había sido en el pasado mi hogar. Cuando estábamos por llegar sus hermosos ojos verdes saludaron el mundo y sus labios manchados de hollín me dedicaron una sonrisa.

—Por favor, me harán vomitar —gruñó Cyrenne a mi diestra.

—Déjalas, tú también te ves muy atractiva cubierta de todo ese polvo —apuntó Elissa.

—Deberían perforarte el cráneo, tienes demasiada locura sobre los hombros —gruñó mi amiga, pero pude escuchar a la perfección la sonrisa en su voz y un dejo de vergüenza.

—¿Cuándo será la boda? —inquirió Kaira entre toses.

—Cyrenne de la casa de Aren no nació para casarse con nadie.

—A finales de la primavera.

Aquella respuesta tan dispar y pronunciada al unísono arrancó una carcajada desde lo más profundo de mi estómago. Tosí y escupí hollín como castigo por ello, pero valió la pena. Mi amiga se casaba, la eterna soltera había caído en las redes del amor. Levanté la cabeza y miré a Elissa, quien mostraba orgullosa una daga sencilla, con el emblema de la casa de mi amiga en el tope del mango, un búho de cuyas alas pendían una copa y una espada respectivamente. Oh, así que había pruebas. Giré y miré a Cyrenne, quien se negaba a mirarnos a cualquier de las tres y parecía muy concentrada en el cielo invernal.

—No es algo malo, Cyrenne.

Un bufido fue la única respuesta que recibimos. Por suerte, los cuernos de aviso del campamento interrumpieron el momento. Las puertas se abrieron para dejarnos entrar y pronto los susurros y las exclamaciones de sorpresa nos rodearon. Me removí inquieta, ansiosa, no deseaba enfrentar a mis guerreras, les debía explicaciones, pero no era el momento.

—¡Apártense si no desean que les saque un ojo con esta belleza! —bramó Cyrenne haciendo restallar un látigo.

Entre ella y Elissa nos ayudaron a bajar de la carreta. El corto paseo al aire libre había sido beneficioso y aunque ambas aun estábamos mareadas y sentíamos la piel tirante en algunos lugares, estábamos mucho mejor.

Nos recluimos en mi habitación, donde Ileana y Korina nos obligaron a beber un brebaje reconstituyente. Nos ayudaron a lavarnos con agua fresca para tratar las leves quemaduras que portábamos para luego cubrirlas con pomadas y cortarnos el cabello chamuscado. Mientras recibíamos aquellas atenciones nos aseguraron que Demian y Axelia habían logrado entrar al campamento a través de un agujero en el cerco. Estaban bien, aunque afectados por el frío y el miedo. Korina los había dejado bajo la protección de una guerrera de confianza en la enfermería.

—¿Cómo es que estamos vivas? —inquirí mientras maniobraba mi mano herida a través de las mangas de una de mis camisas. Kaira hacía otro tanto, mis camisas le quedaban enormes y, aun así, lucía tan regia como una reina en ellas. Solo deseaba rodearla con mi cuerpo y no soltarla jamás.

—Marché al encuentro de la comitiva real —empezó Cyrenne, pero parecía tener tantos problemas concentrándose como yo. Elissa se encontraba vestida solo con sus vendajes interiores y estaba muy ocupada eligiendo entre las camisas oscuras que Cyrenne solía guardar en mi habitación—. Pero la reina desestimó mi ayuda y me envió de regreso. Dijo que tu necesitabas mi protección y no ella, así que la obedecí. Fue una suerte, llegué justo cuando la casa estaba rodeada por esa partida de bestias traidoras. Corrí al campamento por ayuda y cuando regresé la casa estaba en llamas y la desquiciada de Athanasia paseaba alrededor riendo y bebiendo vino. Imagino lo compartió con sus guerreras, fue sencillo derrotarlas, pero perdimos tiempo valioso. Unos minutos más y no habría podido alcanzarlas.

—¿Dónde está? —susurró Kaira deslizándose sobre el colchón para sentarse a mi lado y apoyar su cabeza en mi pecho.

—¿La loca? —inquirió Elissa imitando su posición con Cyrenne—. En los calabozos, a la espera de la reina.

—Llegará en un par de horas, así que tendremos unos minutos para nosotras —noté como la mano de Cyrenne se deslizaba subrepticiamente bajo el borde de la camisa negra que llevaba su novia. Era como un perro domesticado, de esos que siguen una rutina clara. Para Cyrenne una batalla debía ser celebrada, si era sincera, para la mayoría de las guerreras era así. Yo misma podía sentir el ardor en mi piel, el latir desbocado de mi corazón y el necio impulso que me llevaba a enterrar mis dedos en la suave piel del muslo de Kaira. Ella respondió con un gemido silencioso, mas no apartó mi mano. Solo rio contra mi cuello y dejó un beso sobre mi piel.

—Ni se te ocurra —gruñó Elissa—. Es de mala suerte para la boda.

—Ni siquiera empezamos nuestros votos —bufó Cyrenne.

—Pero ya me regalaste tu daga.

—No vas a profanar mi cama, Cyrenne —intervine al recordar que ellas aún seguían ahí.

—No seas mojigata, Anteia, que cosas peores viste durante nuestro entrenamiento.

—Y todas fueron tu culpa. Nunca debí dormir a tu lado.

Elissa rio con ganas y apartó la mano de Cyrenne de su pecho como quien quita la mano de un niño de un dulce. Se inclinó hacia el final de la cama y extendió una gruesa manta de piel sobre todas.

—En unas horas debemos enfrentar un juicio. Lo mejor que podemos hacer es dormir.

—Si así será mi vida de casada casi prefiero que me decapiten, es una forma mucho más rápida de morir —gruñó Cyrenne, sin embargo, recibió a Elissa en sus brazos y ajustó la manta sobre ambas para luego besarla en la frente. Aparté la mirada, la había visto hacer cosas peores, pero por alguna razón aquel gesto era mucho más íntimo que sus dedos colándose entre las piernas de alguna compañera de entrenamiento.

—¿Qué tortura tu mente? —inquirió Kaira mientras repetía el gesto de Elissa con la manta y nos cubría con su calidez y suave aroma.

—Casi te pierdo de nuevo —confesé contra su coronilla.

—No me perderás.

—Es demasiado peligroso, Kaira —suspiré.

—Prefiero mil veces tu amor que una vida tranquila. Tu amor hace que todo peligro valga la pena.

Sus brazos rodearon mi cintura y sus dedos jugaron con mi cadera, deslizándose contra mi piel en un patrón repetitivo. La combinación de su respuesta y aquel gesto tranquilo, delicado y tierno terminó por empujarme al abismo. Deslicé mi mano a lo largo de su espalda hasta llegar al borde de mi camisa, poco a poco me sumergí en ella, en su calidez y en sus ojos verdes que me miraban con tanta confianza y devoción que sentí el repentino impulso de gritar a los cuatro vientos que era feliz, que era amada y que podía derrotar a cualquiera si a cambio recibía de nuevo aquella mirada.

Solo necesitábamos de aquella unión, de ese momento que nos recordaba que nos teníamos la una a la otra, que ella me apoyaría y yo la protegería y viceversa. Kaira con una espada, tan feroz, tan decidida a luchar. Gemí contra sus labios y nos giré, cuidando de no mover demasiado a la pareja que descansaba a nuestro lado y que por los sonidos ahogados que llegaban hasta nosotras bien podían estar sumergidas en su propio universo.

La comitiva real anunció su llegada con el bramido de una trompeta de gran tamaño. Maldije por lo bajo. Si viajaban en secreto se suponía que debían dejar aquel artilugio en el palacio, bien lejos de mi hogar y mis oídos.

Dejé a Kaira en la cama, durmiendo a pierna suelta. Cyrenne hizo otro tanto con Elissa. Compartimos una mirada cómplice y abandonamos la habitación, listas para enfrentar las mentiras de Athanasia. Cyrenne me ayudó con mi armadura y yo la ayudé con la suya, tal y como lo hacíamos en los viejos tiempos. Por alguna razón aquel momento tenía un regusto nostálgico que no dejaba de alterarme ¿qué estaba por ocurrir?

Llegamos justo a tiempo para ver a la reina, Anthea y Senka bajar del carruaje. Anthea corrió a saludarme y me abrazó con pena.

—No fue tu culpa —susurré en su oído.

—Aun así, debí ser yo la que padeciera todo eso. No es justo —susurró.

No tardamos demasiado en organizar todo para el juicio. La abogada de Athanasia llegó justo después de la reina, al parecer eran viejas conocidas, no tardaron en entablar conversación mientras disponíamos del espacio.

—Sabes a qué atenerte, Anteia —susurró Athanasia en mi oído cuando sujeté su brazo para sacarla del calabozo.

—Eres muy buena actriz para disimular tu sorpresa de esa forma —respondí.

—Tu perra faldera siempre está salvándote el culo, no me sorprende que sigas con vida. Si estuvieras sola esto habría terminado el año pasado.

Tiré de ella hasta llevarla a mi oficina. Cyrenne hizo otro tanto con Airlia, a quien le habían permitido lavarse y comer para la ocasión. Aun así, lucía en su cuerpo los estragos del confinamiento.

Ordené a unas guerreras jóvenes que sirvieran algo de vino para aliviar la tensión de las participantes y cuando todo estuvo dispuesto Appell tomó asiento con elegancia en el cabecero de la mesa. Senka hizo otro tanto, de forma más brusca, con un dejo de fastidio en su rostro. Era evidente que no deseaba estar aquí, que prefería estar en el palacio, en su cama cálida y quizás con compañía. La expresión en su rostro lo gritaba, hastío, ganas mal disimuladas, decepción. Para cualquier otra persona habría pasado por simple cansancio ante un viaje de semanas.

Imitamos a la reina y tomamos asiento alrededor d la mesa. Athanasia y su abogada tenían una pequeña para ellas justo a un lado de la nuestra y a un par de metros de distancia.

—Anteia por favor, un recuento de los hechos, desde el principio —ordenó la reina. Esperé que desplegara la carta de confesión de Airlia y los informes que con diligencia le había hecho llegar. También abrió la bolsa con monedas de Luthier que había rescatado de las alforjas de mi caballo.

—Todo empezó con la negativa de los campesinos a vendernos sus productos. Pensamos que se trataba de un hecho aislado, pero lo cierto es que ocurría en las ciudades de la frontera expuestas al enemigo. —Extendí un mapa y señalé los poblados de Cyril y Calix que se vieron afectado por el levantamiento—. Con el tiempo descubrimos que estaban siendo extorsionados y chantajeados, muchos tenían en su poder bolsas con monedas de Luthier. Atacamos el problema desde su raíz, atrapamos a los extorsionadores gracias a un trabajo encubierto en un bar cercano. Atrapamos incluso a un hombre que trató de agredirme... —Tragué saliva, tomé una copa de vino y di un largo trago—. Trató de agredirme sexualmente, resultó que estaba involucrado en todo y fue él quien nos informó que había gente muy poderosa detrás de las extorsiones. Impartimos justicia y le hicimos entender a la población que, pese a la extorsión, su deber era con usted.

—Luego, cuando nos disponíamos a transportar los productos y cosechas del año a Erasti, decidí plantar una trampa. Athanasia estaba con nosotras cuando el enemigo cayó en dicha trampa, nos esperaban en el camino principal, casi como si alguien se los hubiera comunicado. Mis dudas fueron evidentes, pero ella misma se mostró sorprendida. Quizás tiene buenas dotes de actuación. —La reina miró a Athanasia y ella solo se mostró como un inocente cordero. Sabiamente decidió guardar silencio, tendría su turno para defenderse. Su abogada no paraba de escribir con furia en un pergamino.

—Sin embargo, las cosas no terminaron ahí, ocurrieron ataques a la ciudad, dirigidos directamente al pueblo en lugar de al saqueo. Las senadoras los aprovecharon para vender una idea nociva: No quieren refugiadas de Luthier en nuestras tierras porque representan un peligro. Al menos, así lo venden al pueblo llano, lo cierto es que se trata de envidia, envidia de la casa de Lykos y muchas otras por el crecimiento de estas mujeres, porque se les otorgan tierras gratis y ayudas que provienen de los impuestos que usted cobra para el mantenimiento y protección del reino. —Clavé mi mirada en Athanasia, quien no solo la mantuvo, sino que elevó la barbilla en un gesto despectivo—. Muchas personas, cuyos nombres nunca sabremos porque la única testigo que teníamos murió, buscaron sus caballos durante el ataque para cazar refugiadas y entregarlas a los guerreros de Luthier.

—Fui yo, su majestad, reconocí la voz de la chica como una de las que me había torturado mientras seguía órdenes —confesó Cyrenne—. Anteia me había ordenado perseguir a tres mujeres sospechosas y terminé en sus garras. Fui engañada, capturada y torturada durante semanas. Pude escapar y le informé a la comandante sobre los planes que se estaban llevando a cabo con los campesinos. Cometí un grave error al dejarme llevar por el odio, pero era su voz, su perfume, todo en aquella chica confirmaba que había estado ahí cuando... cuando... —Cyrenne se levantó a toda prisa y corrió a un cubo cercano. La escuchamos vomitar. Rechiné mis dientes, Sandra no merecía la muerte, merecía sufrir día tras día lo que había padecido Cyrenne.

—Y de esas tres mujeres, ¿solo tienes pruebas contra Athanasia de Lykos? —inquirió la reina.

—Sí, su majestad. No podemos confirmar la participación de Cressida ni Aretina. Quizás solo de la casa de Airlia, pero solo tenemos pruebas contra ella como puede ver —señalé el pergamino con su confesión y a Airlia, quien estaba de pie junto a la puerta, flanqueada por dos guerreras y encadenada.

—No creerá esa historia fantasiosa, su majestad —intervino Athanasia—. Quiero decir, Anteia es una mujer que no tiene sangre noble en sus venas y todas sabemos lo resentidas que pueden llegar a ser. Su posición de poder le otorgó la oportunidad para atacarnos, a nosotras, la base misma de nuestra sociedad —sus ojos brillaron, amenazantes. Estaba claro en sus palabras. Appell no podía actuar contra las casas sin provocar una guerra civil.

—¿Y qué me dices de mi captura? Estaba en el sótano de una de sus mansiones. Lo estuve por semanas, tu misma me torturaste, Athanasia —espeté.

—Tonterías, estuve en la Ciudad Central todo ese tiempo.

—¿Tienes alguien de una casa rival que pueda confirmar tu historia? —inquirió la reina.

—¿Una casa rival? —coreó Athanasia—. No creerá usted que miento, su majestad.

—Justo ahora me temo que desconfío de todas y si no fuera porque este reino se desmoronaría sin la historia ligada a sus sangres...

—¡Nuestra sangre, no niegues tu origen Appell de Lykos!

Todas guardamos un silencio tenso. Incluso la abogada de Athanasia dejó de escribir. El constante rasgar de su pluma detenido a medio pergamino. Sus ojos viajaban entre la reina y Athanasia. Nadie recordaba el origen de Appell, era como si siempre hubiera sido la reina consorte, la amable mujer que concedía todos los deseos y peticiones que le eran elevados.

—Justo ahora mi deber es con mi reino, no con la que fuera mi casa de nacimiento —siseó Appell.

—Claro, prima, primero el reino —dijo Athanasia mientras se cruzaba de brazos.

—Sí, primero el reino y estoy a nada de sentenciarte a perder la cabeza —gruñó Appell—. No creas que no vi los restos calcinados de una granja en mi viaje hasta aquí. No me hace falta interrogar a nadie para saber que trataste de extorsionar a Anteia.

—Su majestad, las pruebas no son suficientes —intervino la abogada—. Una bolsa con monedas de Luthier, una carta de confesión, las confesiones de unos violadores y las historias de bar, así como el testimonio de la comandancia no sustentan una pena de muerte.

—Si me condenas a muerte con esta absurda historia como excusa, tendrás a todo Lykos en contra y me gustaría recordarte que somos las siguientes en la línea sucesoria—intervino Athanasia.

—Cobarde. Acepta tu pena como yo aceptaré la mía —espetó Airlia—. Tu casa entera está podrida, al menos en la mía solo yo soy la oveja negra, la deshonra quedará olvidada con mi muerte.

Appell intercambió una mirada con la abogada de Lykos. Senka permanecía en silencio, sus mejillas estaban sonrojadas y jugaba con la copa de vino vacía, al parecer estaba hastiada de la historia de traición que se desarrollaba ante ella.

—Senka, hija, ¿qué opinas? —inquirió Appell.

—Que deberías decapitarlas, a Athanasia, a Airlia y a todas las que participaron de este juego, madre —gruñó Senka luego de rodar los ojos y repantigarse en la silla.

—Como reina puedo hacerlo, sí, pero también desestabilizaría este reino y no podemos permitírnoslo. A veces, cuando gobiernas, debes ser misericordiosa.

—¡Son traidoras! —gritó Senka hecha una furia.

—Y por eso mismo las sentenciaré según la gravedad de su delito. Airlia morirá mañana, decapitada por Anthea, así como todas las personas que te apoyaron en esta absurda empresa, toda guerrera y hombre que te haya ayudado morirá bajo la espada —la susodicha inclinó la cabeza aceptando la orden de la reina—. En cuanto a Athanasia, la condenaré al exilio, en tierras de Ethion. Solo podrás llevar contigo lo que cargas encima, Athanasia, y un paquete de monedas de oro. Reinicia tu vida, si es que puedes escapar a las caravanas de esclavos.

—¡Has cometido una injusticia, Appell! Mi casa caerá sobre el palacio y nos vengaremos.

—No si estrechamos lazos con ella —señaló a Senka—. En un futuro, quizás, mi hija decida compartir su vida con la de tu sobrina.

—¡Jamás me casaré con Thenelyn! ¿Qué te pasa madre?

La reina aplaudió un par de veces y las guerreras del palacio entraron a mi oficina. Repitió la condena de Athanasia y de Airlia y en un par de segundos las culpables habían sido arrastradas fuera del lugar.

—Su majestad... —intervino la abogada con voz temblorosa.

—Fuera de mi vista, Zyra, no entiendo como accediste a defender a esa mujerzuela, estoy a nada de condenarte por traición también, así que vete de aquí.

Senka continuaba vociferando amenazas hacia su madre, pero una gélida mirada de la reina acabó con su berrinche.

—Una reina tiene que hacer lo necesario para mantener unido su reino, Senka, y eso incluye ciertos sacrificios.

—¡No quiero la puta corona!

Y con aquella frase y luego de llenar de nuevo su copa de vino la joven abandonó el lugar.

—Su majestad...—intervine.

—No, Anteia, déjame continuar. Mis órdenes continúan. Las doctoras del campamento me informaron del pronóstico esperado para tu recuperación, no puedo tener una comandante que no pueda blandir una espada. —Su mirada se dulcificó y el mundo cayó a mis pies—. Así que te removeré del cargo. No lo consideres un castigo, has cumplido con tu deber más allá de lo necesario, pero en estos momentos necesito una guerrera.

—Y no una inválida —mascullé con un nudo en la garganta. Appell asintió y una oleada de ira y deseos asesinos invadieron mi cuerpo. Sentí el calor subir por mi cuello y escapar por mis orejas. Así que eso era ahora, una invalida, una inútil para el reino, después de mi servicio, de mis sacrificios. Sacudí mi cabeza y mordí mi lengua para evitar que escapara una respuesta que rozara un cargo de agresión contra la reina.

—Yo no quiero el cargo —se apresuró a decir Cyrenne y sentí una oleada de gratitud injusta hacia ella—. No quiero el honor que le es negado a mi amiga.

—Muy bien —aceptó Appell—. Anthea, felicidades, serás la nueva comandante. Cyrenne será tu segunda y cuando Anteia se recupere...

—Prefiero ser una guerrera, su majestad —repuse. La idea no era deshonorable y lo prefería, lo prefería mil veces, ya había sacrificado demasiado por el reino, un reino que no estaba dispuesto a esperar por mi recuperación —. Una guerrera con libertad para vivir con su familia.

Appell suspiró y asintió. Dedicó los siguientes instantes a redactar los documentos pertinentes. Yo aproveché de recorrer mi antigua oficina, no podía evitar sentir cierta nostalgia, cierta pena y un dejo de traición. Había arriesgado tanto por la frontera y así lo pagaba la reina, con una destitución. Suspiré y miré mi mano inservible. Tenía razón, necesitaban una guerrera y yo ya no lo era.

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