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El tiempo dirá

Los pueblos siempre han sido y serán fuente de chismes y murmuraciones. Las que siguieron a los juicios de los capturados en las redadas persiguieron a las guerreras durante meses. No podía salir del campamento sin encontrarme con conversaciones que terminaban al momento que me veían. Con gestos exagerados obligaban a quienes no lo habían hecho a callar. Yo los ignoraba, después de todo, tras la muerte de aquellos alborotadores todo estaba en paz.

La elecciones habían transcurrido en perfecta paz y aunque los resultados no habían sido los mejores, Dorea y Zilia, la chica que odiaba a las refugiadas, habían logrado acceder al Senado, todo estaba tranquilo. La tercera ganadora, Cailey, tenía opiniones más conservadoras y respetuosas con los edictos reales, me consoló que al menos una tercera parte del pueblo comulgara con sus ideas. No hacía mejor la situación de Kaira, pero al menos era una parte que no la perseguiría si algo llegaba a ocurrir.

A pesar de todo, mantenía mi mente en paz, con rumores o sin ellos, con dos senadoras llenas de odio y una tercera que no arrastró masas, por primera vez podía pasar tiempo con Kaira sin preocuparme en exceso.

—No entiendo cómo puedes estar tan tranquila—jadeó Kaira mientras esquivaba un mandoble de mi espada de madera.

—Es el entretenimiento del pueblo, pronto encontrarán otros temas de los cuales hablar—fingí un golpe ascendente, Kaira lo bloqueó con su espada y descuidó su estómago, fue sencillo para mi apuntar mi daga envainada hacia su ombligo—. No descuides tu torso—indiqué.

—Nunca voy a aprender a manejar esta cosa—exclamó Kaira con fastidio. Arrojó la espada al suelo y concentró su mirada en ella, como si pudiera calcinarla solo con el deseo de su mente.

—Has mejorado mucho, mi amor—tomé la espada y le tendí el mango—. A veces me gusta enseñarte un truco o dos. Conocer algunos puede ayudarte a sobrevivir.

—Lo sé, lo sé—contestó con hastío. Giró la espada en su mano un par de veces y adoptó una posición de guardia—. Una mujer de Calixtho debe saber utilizar una espada sin cortarse en el proceso—recitó.

—Y debe prestar atención a donde tiene los pies—di un barrido con mi pie, impacté el suyo y la llevé al suelo—. Estabas desequilibrada—señalé cuando me miró furiosa desde el suelo.

—Eres cruel ¿Así pretendes enseñar a Axelia? —extendió una mano en mi dirección para que la ayudara a levantarse. Le regalé una sonrisa y sujeté su mano. Ella solo tiró con fuerza de mí, caí sobre ella con un quejido. Su espada apuntó a mi cuello—¿Qué tal? —inquirió con orgullo.

—Muy bueno—acepté—. Pero ningún enemigo te dará la mano, Kaira.

—Dame un descanso—formó un dulce puchero y no pude evitar inclinarme para robar un beso a sus labios tentadores.

Kaira suspiró con gusto y dejó caer la espada sobre la hierba. Sus manos rodearon mi cintura y me acercaron a su cuerpo. Deslicé mis manos por su cadera y las llevé a su abdomen, acariciando la suave y tersa piel que cubría los delicados músculos que empezaban a notarse.

Una risa y varios aplausos nos distrajeron. Axelia estaba de pie con ayuda de las paredes de su corral improvisado de estacas de madera y cuerdas. Se divertía soltando la madera para aplaudir y reía cuando perdía el equilibrio y debía sujetarse.

—El verano está por acabar, deberíamos llevarla al río—sujeté a Kaira por las caderas y giré para que ella quedara sobre mí—. Nos haría bien un descanso.

—No lo sé ¿Es seguro?

—La zona indicada para los baños es la de menor caudal. El río se ensancha y pierde profundidad—acaricié su espalda—. Pero iremos solo si lo deseas.

Kaira asintió, robó un beso de mis labios y se levantó a toda prisa.

—Cuida de Axelia, voy a preparar algunos víveres.

Envainé mi espada y saqué a la bebé de su corral. Últimamente disfrutaba muchísimo cuando la sujetaba de las manos y la ayudaba a mantener el equilibrio para dar un par de pasos. Aún recuerdo el día que se levantó con ayuda de una silla y luego empezó a llorar porque no recordaba como sentarse. Kaira la tomó en brazos de inmediato y ese fue el inicio de muchas noches sin dormir. Axelia se levantaba en su cuna y luego olvidaba como acostarse de nuevo ¿Solución? Llamar a Kaira con un llanto que perforaba los oídos. Por suerte Ileana había identificado el problema y en un par de horas le había enseñado a sentarse.

—Creces muy aprisa—dije mientras soportaba sus pataditas para que la soltara y dejara libre por el suelo.

Balbuceó enojada y continuó pateando hasta que le permití avanzar un par de pasos sobre la hierba suave. El tiempo pasaba a toda prisa y sin misericordia alguna.

Ahora disfrutaba de algo de paz, pero pronto se acercarían las cosechas, Luthier nos amenazaría de nuevo, deberíamos resguardar el grano y las reservas de alimentos hasta que bajaran las temperaturas y la nieve cubriera el suelo. Eso si nuestro enemigo interno no decidía atacar antes.

Sí, se acercaban días llenos de trabajo. Lo mejor que podía hacer era compartir con mis chicas ahora que el verano estaba por acabar y los días aún eran calurosos y largos.

—Listo, llevo suficientes víveres para almorzar a orillas del río—explicó Kaira señalando las alforjas que traía en sus manos.

—Dame eso—tomé las alforjas y las aseguré a las sillas de Huracán. Mi fiel caballo descansaba a la sombra de un gran manzano y había disfrutado de un cubo lleno de avena y afrecho. Tomé sus riendas y lo llevé con Kaira y Axelia. La bebé solo aplaudió al verlo y Huracán relinchó con suavidad.

—Sí, Axelia, es Huracán—Kaira montó y luego recibió a la bebé de mis brazos—. Tormenta está embarazada y dará a luz a un hermoso potro. No es mala idea que tengas uno.

—No estarás pensando regalárselo a Axelia ¿O sí? —intervino Kaira abrazando a Axelia contra su cuerpo, la bebé no dejaba de aplaudir y balbucear ante el vaivén de Huracán al caminar.

—No, ese potro será un caballo de guerra. Pero tal vez pueda comprarle uno de granja, uno manso, para cuando tenga la edad.

—¿Un caballo? Pero son animales muy costosos, y ¿De qué le serviría?

—Trabajar para el ejército deja mucho dinero, no gastas en comida o en un techo. Nunca tuve una familia que mantener, así que cuento con ahorros. Un caballo es útil, especialmente cuando logres sacar el máximo provecho a tus tierras—Kaira dio un vistazo a su propiedad. Nos encontrábamos ya lejos de ella y desde el caballo ella podía apreciarla mejor.

—Supongo que tienes razón. Será útil para tirar de una carreta hasta el mercado—murmuró Kaira para sí.

Oh para escapar, pensé. La frontera no dejaba de ser un lugar peligroso. Si hubiera tenido opción, habría emplazado a mi familia en Erasti y no en Lerei. Kaira había tomado su decisión y yo solo podía ayudarla a protegerse lo mejor que pudiera y eso incluía ofrecerle un medio de escape seguro.

El río no estaba tan concurrido ese día. Los niños estaban en la escuela y muchos de los granjeros aún se encontraban trabajando en sus campos. Había familias jóvenes jugando en el agua y algunas adolescentes ruidosas jugando con una pelota. Enfoqué mi vista en ellas, estaban demasiado entusiasmadas y pronto encontré oculto entre los arbustos la razón de su euforia: una barrica de vino.

—¿No deberías hacer algo? —preguntó Kaira siguiendo la línea de mi mirada.

—No—desabroché de mi pecho el broche que me acreditaba como comandante y lo guardé en las alforjas—. Hoy quiero pasar un día sin preocupaciones ni obligaciones—tomé a la bebé de sus manos y la observé bajar con poca gracia de Huracán. Contuve una risita. Ya era bastante extraño para una mujer de Luthier que supiera montar a caballo.

Kaira se dedicó a sacar una gran manta para cubrir la hierba y colocar sobre ella un botijo de vino, uno con agua y algunas frutas sobre una bandeja. Yo me saqué mi ropa y me quedé en ropa interior, lista para nadar. Luego desvestí a la pequeña Axelia y me dirigí con ella en brazos al agua.

Tomé asiento en una zona de la orilla, el agua llegaba a mi cintura. Permití que Axelia se pusiera en pie entre mis piernas. Parecía sorprendida ante el agua y las rocas resbalosas bajo sus pies.

—Agua—dije tratando de hacerla hablar. O al menos balbucear algo similar.

—Hablará cuando esté lista, ya está bastante adelantada en lo que a caminar se refiere—explicó Kaira desde la tierra. Parecía incómoda y con deseos de entrar al agua con nosotras.

—Deja de lado la ropa, nadie te juzgará aquí—invité. Axelia se agachó con dificultad y sacó una piedrecilla del río. La miró con curiosidad y justo antes que la llevara a su boca la detuve—. No, eso no—arrojé la roca lejos.

—Prefiero verlas desde aquí—Kaira tomó asiento en la manta.

—Vamos, nadie juzga la desnudez—señalé a las adolescentes. Habían arrojado la poca ropa que las cubría y jugaban completamente desnudas.

Kaira mordió su labio. Su expresión reflejaba dudas, pero las risas de Axelia y sus chapoteos iluminaron su faz. Sonrió y con cierta timidez se desembarazó de su túnica. Miró a todos lados angustiada, respiró profundamente y entró a toda prisa al río para tomar asiento a mi lado. Su lechosa piel resplandecía ante el sol del verano y sus ojos brillaban maravillados ante el líquido que mojaba sus piernas.

—En Luthier los ríos están muy sucios, sus aguas no son tan cristalinas—formó un cuenco con sus manos y vertió el agua sobre su rostro.

Una miríada de brillantes gotas recorrió su cuello con excelsa lentitud para luego dibujar caminos en sus pechos. Hoy llevaba las vendas a medio pecho, formando un delicioso escote en el cual se perdieron aquellas traviesas gotas.

—Está deliciosa—admitió vertiendo más agua sobre su rostro con el entusiasmo de una niña. No pude evitar sonreír ante su alegría. Se veía feliz y liberada, disfrutaba de la vida en plenitud, con total libertad.

—Si quieres mojarte un poco más puedes ir más allá—indiqué—. Yo tengo a Axelia—hice cosquillas a la bebé y en respuesta ella solo rio y chapoteó.

—Yo—la alegría de Kaira desapareció—. No sé nadar.

—No es necesario, esta parte del río es muy baja, a lo sumo te llegará el agua a la cintura. Luego, cuando Axelia se duerma, te enseñaré a flotar, tal vez puedas dar un par de brazadas.

—Con toda la energía que tiene... ¿Crees que dormirá? —inquirió con incredulidad.

—No subestimes el poder del río—apunté—. Ahora disfruta.

Kaira sonrió y se alejó un par de pasos hasta que el agua cubrió su cintura. Podía ver los nervios competir con la felicidad en su expresión. Calidez inundó mi pecho, era maravilloso verla disfrutar, como si estuviera en su piel y estuviera gozando lo que ella sentía.

Con el paso de los minutos Axelia dejó de chapotear en el agua del río y trató de gatear. El agua rozaba levemente su rostro y la sorprendía tanto que lanzaba exclamaciones y gritos.

Ambas estaban felices, así que podía sentirme satisfecha.

Tal y como lo predije, Axelia cayó dormida instantes después de comer. Kaira la dejó dormir sobre la manta, entre dos almohadas que había empacado en las alforjas y no había notado.

El resto del día lo pasamos en clases de natación para Kaira. Ella me había asegurado que en Luthier pocos sabían nadar. Existe una aversión generalizada al agua por asuntos de vanidad y pecado y las fuentes de agua están tan contaminadas que, en lugar de prevenir enfermedades, un baño puede provocarlas.

—Esto parece magia—susurró nerviosa mientras dejaba flotar su cuerpo.

—Estás flotando, como un barco—expliqué—. Luego podrás moverte así.

Me arrojé al agua y di un par de brazadas a su alrededor. Se sentía bien el estar en el agua, con mi cuerpo libre de todo peso y preocupación. Decidí sumergirme y bucear hasta llegar a su posición.

—Así se nada—expliqué emergiendo detrás de ella.

Kaira lanzó un grito de sorpresa, pero este no combinaba con su expresión. Sus mejillas estaban sonrojadas, sus pupilas dilatadas y estaba mordiendo sus labios de una manera tan sugestiva que tuve que apartar mi mirada para no perderme en las llamas que consumían mi interior desde la noche que habíamos compartido un baño.

Aquella noche marcó el clímax de un despertar cuyo inicio se perdió en alguno de los muchos besos que habíamos compartido en la granja. Podía sentir su cercanía como si fuera una extensión de mi cuerpo, mi piel vibraba ante el contacto de su piel, incluso el más inocente.

Tomé por costumbre dormir a su lado cada noche que mis deberes me lo permitían. Fue sencillo, nadie se atrevió a ir contra la ley desde la redada y el círculo dedicado a mancharse las manos había sido desarticulado en una noche. Nada iba mal y era casi desesperante.

—Deberías intentarlo—dije luego de tratar saliva para aliviar el ardor de mi garganta.

—Tienes razón, creo que debería—pero en lugar de tratar de nadar, Kaira rodeó mi cintura con sus brazos y unió nuestros cuerpos con furiosa necesidad—. No es tan malo si lo intento ¿Verdad? — susurró anhelante—. No es como si fuera a violar la ley o algo.

—La verdad no. No violarías ninguna ley— acaricie su nariz con la mía—. Solo cumplirías con una muy especial.

Sus manos temblorosas recorrieron mi espalda. Parecían reconocer cada centímetro de mi piel. De inmediato mi cuerpo respondió al suyo. Mis manos desobedientes rodearon sus muslos y levantaron su cuerpo para sentirlo contra el mío, aún más, si es que eso era posible. Busqué sus labios como un perseguido busca refugio y ella correspondió a mi ruego con igual o mayor intensidad. Solo los silbidos y burlas del grupo de adolescentes ebrias nos sacaron de nuestra ensoñación. Maldije el no haberlas asustado con mi rango.

—Creo que deberíamos salir del agua—apuntó Kaira con timidez. En sus ojos se había formado de nuevo aquella barrera que había aprendido a identificar como el límite absoluto a nuestras actividades. A veces surgía con un beso muy intenso, otras, con un roce atrevido de mis manos.

Asentí en silencio porque no encontraba mi voz. Liberé sus piernas y ella volvió a estar de pie frente a mí. Carraspeé para alejar la incomodidad que sentía y aparté algunos húmedos mechones de cabello de su rostro. No podía soportar las ganas de acariciarla o besarla, así que tomé su rostro entre mis manos y lo atraje hasta el mío para robar un beso intenso y prohibido.

—Ahora si podemos salir—besé su frente y tomé su mano para ayudarla a caminar entre las rocas resbaladizas del fondo. Ella me seguía en silencio, acariciando sus labios con abstracción, como si no creyera que un beso tan intenso fuera posible.

Nos vestimos en silencio, cambiamos nuestras vendas mojadas por túnicas secas y suaves. Después de todo, estábamos en el río, a nadie le iba a importar si llevábamos o no ropa interior.

—Empaqué algo de pan y carne embutida—dijo luego de un rato al verme mordisquear una manzana. Me encogí de hombros, me sentía en una especie de limbo, como si mi mente estuviera demasiado obnubilada por las negativas y los límites. Sabía que mi actitud no era la correcta, pero ¿Cómo le decía eso al fuego rampante que deseaba consumir mi alma?

—Anteia ¿Podrías mirarme por favor? —aquel sencillo ruego me sacó de mis pensamientos. Levanté la mirada y me encontré con la de Kaira, curiosa y apenada a partes iguales— ¿Qué sucede? —acarició mi mano con la yema de sus dedos y aquel contacto quemó mi piel. Aparté la mano con rapidez, como si la hubiera metido en una hoguera. Negué con la cabeza y di otro mordisco a la manzana para evitar responder— ¿Por qué no me dejas tocarte? —inquirió dolida. Esta vez sus manos fueron a mis mejillas, tan calientes que parecían hielo puro contra mi rostro, jadeé y cerré los ojos derrotada.

—No quiero asustarte, Kaira—atrapé sus manos con las mías y las sujeté contra mis mejillas.

—Me asustas cuando me alejas—respondió ella—. De repente has construido un muro a tu alrededor, como si desearas alejarte de mí.

—Solo estaba pensando—resté importancia al asunto y tiré de ella para que se sentara en mi regazo—. Solo pensaba en tonterías—le ofrecí la mitad de mi manzana y ella tomó una mordida. Mi cuerpo se derritió como hierro ante un herrero—. Discúlpame.

—No hay nada que perdonar, eres una comandante importante, de seguro tienes muchas cosas en las cuales pensar—descansó su rostro en mi hombro—. Pero ahora estás conmigo y Axelia, no debes pensar en nada más.

—Tienes razón, no pensaré en nada más—besé su frente y le ordené a mi cuerpo que se controlara. Nunca me había sentido así, ni siquiera en mi adolescencia, cuando las calles y los rincones ocultos eran el refugio amoroso de mis amigos.

Comimos y descansamos a la sombra de los árboles y solo cuando el sol empezó a bajar en el horizonte decidimos recoger para regresar a casa. Demian debía estar de regreso de la escuela y Kaira disfrutaba de recibirlo con un gran abrazo, un beso y comida tibia en la cocina. A veces se demoraba, pues jugaba con sus amigos hasta que el sol besara el suelo, ese era su límite, la hora que había establecido Kaira como segura para él.

Para nuestra sorpresa, él ya estaba en casa. Recogía a pleno sol de la tarde las hierbas malas que podía encontrar, las arrojaba con cierta violencia en una cubeta y regresaba al trabajo con ansiedad. Estaba tan abstraído que no había notado nuestra presencia.

—¿Qué le sucede? —preguntó Kaira.

—No lo sé. Tal vez algún problema en la escuela. Yo me encargo.

No muy convencida Kaira aceptó mis palabras. Tomó las riendas de Huracán y lo guio al establo. De seguro le ofrecería avena y manzanas, lo consentía como si no fuera un caballo de guerra.

—Demian—llamé su atención. El chico me miró sorprendido y luego bajó la mirada apenado—. Hace demasiado calor para que trabajes, vamos a la sombra—rodeé sus hombros con uno de mis brazos y me sorprendí de lo mucho que había crecido. Sus hombros eran más fuertes y anchos y su cabeza ya llegaba a la altura de mis pechos.

—Lo siento—masculló cuando llegamos a la sombra de uno de los manzanos.

—¿Lo sientes? ¿Qué ocurrió? —inquirí.

Por toda respuesta extendió hacia mí un pergamino cuidadosamente doblado y sellado, pero arrugado debido a la fuerza con la que lo había apretado en sus manos.

Rompí el sello y extendí el pergamino. En él su maestro había redactado lo siguiente:

Estimada tutora, me comunico con usted por medio de la presente para informarle sobre el penoso comportamiento de Demian hoy.

Interrumpí la lectura para alzar una ceja a Demian. Él solo apartó la mirada:

Atacó a una de sus compañeras y profirió insultos contra su honor. Y para agravar la situación, animó a otros a seguir su ejemplo.

Froté mis sienes. El grupo de Demian iba desde los 13 hasta los 16 años de edad. Por lo general, a los 14 algunos chicos marchaban con los maestros artesanos para aprender un oficio. Otros permanecían en la escuela, especialmente quienes pertenecían a familias pudientes o quienes deseaban ser escribas o estudiosos.

Si Demian había insultado el honor de alguna chica entonces debía de ser mucho mayor que él y podía tomarlo como una afrenta personal e incluso llevarlo a juicio, conmigo. Suspiré para disipar el pánico en mi pecho y continué leyendo.

Como podrá entender no podemos dejar pasar este tipo de comportamiento. Demian ha sido severamente castigado y aconsejamos le sea reforzada esta lección en casa.

No toleraremos un comportamiento similar en el futuro. Si el joven desea seguir estudiando y disfrutando de las oportunidades que brinda el glorioso reino de Calixtho, es necesario que aprenda a comportarse.

Sin más que añadir nos despedimos de usted, deseándole prosperidad en sus tierras.

Pd: Favor regresar el pergamino sellado de vuelta para confirmar que ha sido recibido.

—Demian ¿Qué hiciste? —inquirí luego de un rato.

—Una estúpida—carraspeé y Demian corrigió su tono—. Una chica de mi clase, de unos quince años, hija de una de las mayores terratenientes de este lugar se había subido a un árbol durante el descanso y estaba vociferando lo inútiles que eran los chicos sin hogar, lo patéticos que eran con su ropa remendada y sus pergaminos reutilizados—cerró los puños con fuerza—. Estaba insultando a mis amigos y no pude contenerme y le arrojé una bola de lodo del que se acumula en el abrevadero.

Torcí el gesto. Con la brisa del verano la tierra seca se levantaba y caía en los abrevaderos. Si estos no se limpiaban seguido, acumulaban una linda capa de lodo verdoso y marrón con un aroma muy particular.

—Mis amigos al verme tomar la iniciativa me imitaron—sonrió levemente—. Sus amigas empezaron a gritar horrorizadas y las demás solo se reían. Es una muy mala persona, señora.

—Puede ser todo lo terrible que puedas imaginar, Demian, pero no puedes reaccionar así, especialmente contra una chica—froté mi rostro—. Tienes suerte que solo tenga quince años y tu maestro sea un exagerado. Por un momento pensé que era mayor y podía demandar justicia en el campamento ¿Sabes acaso lo que me habría visto obligada a hacer?

Demian bajó la mirada y jugó con sus manos entrelazadas con nerviosismo.

—¿Qué hizo tu maestro? —inquirí. Me odiaba por recordarle tan mal trago, pero en la misiva informaban sobre un severo castigo.

—Una docena para mis amigos, docena y media para mí—susurró por lo bajo.

—¿Y aun así desea que "refuerce la lección en casa"? —siseé molesta. Recordé con lujo de detalles lo que ocurría conmigo al ser una hija de la calle. Al no tener padres a los cuales referirme, los maestros tendían a ser especialmente duros.

—Si va a hacerlo por favor que no lo vea la señora Kaira—pidió angustiado—. No quiero que ella se entere. No quiero que sepa que soy malo—sus palabras enternecieron mi corazón y tuve que contenerme. No podía abrazarlo aún.

—Demian, no eres malo, solo demasiado imprudente. Lo siento, pero Kaira debe enterarse de esto—agité la carta.

—¡Me echará! Por favor, no le diga nada, si lo desea deme dos docenas, lo que sea, pero no me quite el techo—lo sujeté de los hombros antes que cayera de rodillas frente a mí y empezara a rogar de una manera muy humillante.

—Demian, ella jamás te echaría por una travesura—sequé las lágrimas desesperadas que manchaban su rostro.

—Pero ataqué a una mujer.

—Una mujer muy odiosa. No justifico lo que hiciste, para nada, pero Kaira no te echaría por algo así. Ella te ama como a un hijo.

Demian tardó unos instantes en calmarse lo suficiente como para secarse por su cuenta las lágrimas.

—Ahora iremos dentro, le entregarás esto, te disculparás y ella te preparará un baño con hierbas para esas molestas marcas.

—¿No cumplirá lo que pidió el maestro? —inquirió tan esperanzado que me robó unas risas.

—No, por supuesto que no—rechacé la idea con repulsión—. Habría que ser un salvaje para hacer algo así, pero—tomé sus hombros y lo obligué a mirarme—. Si esto se vuelve a repetir, lo haré. Si eso te salva de verte atado a un poste en el campamento y con la espalda hecha jirones, lo haré, Demian. Estás creciendo y no podré protegerte de ciertas cosas como lo hice hace unos meses.

Demian asintió con solemnidad, tomó el pergamino e ingresó a la casa. Cerré la puerta a mi espalda y me quedé viendo como le entregaba la nota a Kaira y como ella la leía con dificultad, alternando miradas entre Demian, el pergamino y yo. Para mi sorpresa entregó la carta a Demian y se acercó a mi pisando fuerte.

—¡Te atreviste a golpearlo! —gritó. Sus ojos brillaban furiosos.

—No, Kaira, jamás haría algo como eso—negué asombrada.

—¡Está llorando! Mi precioso bebé está llorando—detuvo su perorata al ver mi expresión— ¿Por qué sonríes?

—Te lo dije, Demian, ella jamás pensaría mal de ti.

El joven había seguido a Kaira tratando de detener su ataque injustificado contra mí. Ahora estaba de pie en la sala, paralizado, con los ojos llenos de auténticas lágrimas de felicidad.

Rodeé la cintura de Kaira con mis manos y besé sus labios. No podía contener mi alegría y el terror ante los sentimientos que me embargaban.

Si, era una familia que había caído del cielo para mí. Sí, me asustaba perderlos. Pero jamás huiría del amor que sentía por ellos.

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