Desesperación
Es curioso como de rápido pasa el tiempo antes de una batalla, una ejecución o cualquier evento desafortunado, sobre todo, cuando el centro de ese evento es la persona que le da sentido a tu vida.
—Airlia, ve a la granja, viste tus ropas de granjera y regresa las monedas. —Se las entregué en una nueva bolsa de cuero—. Lo siento, pero también serás arrestada —expliqué—. No digas nada a Kaira por favor. Necesitamos reacciones genuinas.
Até con firmeza mi talabarte y ajusté mis guantes frente al ejército reunido bajo la tarima. Todas vieron marchar a Airlia, pero no escucharon sus órdenes. Era mejor así, el rumor que corría en las filas sobre mi romance con Kaira sería beneficioso para dotar de veracidad su encarcelamiento. La simple idea revolvía mi estómago, al menos el comedor había ahorrado un desayuno. Evité frotar mi rostro o tamborilear los dedos, respiré un par de veces y me dirigí a las guerreras.
—Como saben hoy tenemos una actividad especial. La reina ha dejado un edicto para que tomemos los alimentos que necesitamos de las granjas. —Desenrollé el pergamino y lo mostré a la multitud—. Pero además de eso, realizaremos otra actividad—busqué en mis bolsillos—. Tengo pruebas de un grupo de traidores trabajando para Luthier, —las chicas contuvieron el aliento y maldijeron por lo bajo—. Han amedrentado a los granjeros y les han ofrecido monedas de Luthier a quienes han accedido. Y han accedido a esta traición.
Un gemido de odio llenó el lugar. Algunas empezaron a agitar los puños en el aire y otras desenvainaron exigiendo las cabezas de las traidoras.
—Es lo más grave. Esto ocurrió justo después de la promulgación del edicto que traspasaba las tierras a manos de las mujeres de este lugar. Mucho me temo que nuestra tarea hoy es amarga.
—No es amarga si vamos a acabar con la traición —rugió Anthea.
—Vamos a romper familias, a llevarnos por la fuerza madres, padres, hijas e hijos —exclamé—. Si eso no es amargo, no sé qué otra cosa puede serlo —suspiré para recobrar el control—. Y no, no podemos pasar a todos los granjeros mayores de edad por el filo de una espada, ya es bastante difícil mantener una población estable aquí.
Caminé por la tarima para relajar mis piernas, sentía el cuerpo pesado, agarrotado. No dejaba de sudar bajo mi armadura.
—Trabajaremos en equipos de 10 guerreras. Informarán del edicto real a todos los granjeros. Luego de recibir los productos, allanarán sus hogares y buscarán esto. —Mostré la moneda de Luthier y la arrojé a la chica que tenía frente a mí, ella la atrapó al vuelo, la observó y la pasó a su compañera de al lado—. Si no encuentran monedas, quiero que busquen masas de oro fundido, sino, cualquier cantidad de oro inusual. Esos granjeros no han podido vender nada más que a sus vecinos, es imposible cuenten con tanto oro en casa, ni siquiera en ahorros. —Enseñé la bolsa, vacía, que Airlia me había entregado—. Deben buscar una bolsa similar a esta y al menos: 40 monedas de oro.
—¿Qué haremos si se resisten a entregarnos los alimentos? —preguntó una guerrera.
—Los arrestarán, allanarán la granja y por último tomarán el grano, los vegetales o la carne que necesitemos.
—Comandante ¿Dónde los encerraremos?
—Los dejarán fuera del campamento, con las manos atadas. Cuando los tengamos a todos, emitiré sentencia —expliqué— ¡Esta traición termina hoy!
Todas respondieron con un fuerte saludo, uno que retumbó en mi corazón acobardado. No podía permitirme sentir miedo o lástima. Tenía que liderar a este grupo de mujeres, mantener la cabeza fría, no podía temer por Kaira.
—Quiero que todos los traidores mayores de edad lleguen al campamento. No importa cuánto se resistan, tienen prohibido matar a alguien —indiqué—. No quiero que se derrame más sangre de la necesaria.
Bajé de la tarima, entregué a cada capitana y teniente las indicaciones sobre las zonas que serían cubiertas por cada equipo y me dirigí a una guerrera esbelta, de cabello corto y mirada feroz. Era la jinete más veloz del campamento.
—Aretha, transmite mis órdenes y el edicto real a todos los puestos de la frontera afectados. Todos debemos actuar a la vez, no quiero que el rumor recorra todo el lugar —le entregué un pergamino enrollado y sellado con mis órdenes y una copia del edicto. Eso debería bastar para todos los puestos, no había tenido fuerzas para escribir copias—. Yo les enviaré las órdenes concernientes a los detenidos. No quiero una masacre.
—Por supuesto, comandante.
La vi marchar y subir a su brillante corcel marrón. Era uno de los caballos más mimados del campamento, el más rápido. Se empleaba solo para el correo.
—Bien, es hora de actuar. —Ajusté mi casco y aseguré mi hacha en el interior de mi escudo—. Quiero dos jinetes en cada equipo, para trasladar a los reos y los suministros —ordené.
Mientras las guerreras se organizaban a toda prisa en una especie de caos ordenado de empujones, carreras, gritos y pequeños insultos, Anthea se acercó a mí.
—Esto es terrible. —Sacudió la cabeza y la protegió con su casco—. Aun no puedo creerlo.
—Es mejor que lo creas —suspiré.
—¿Cómo harás con ella? Oh y no pongas esa cara, sabes bien a quién me refiero.
—Voy a tener que arrestarla, no hacerlo la señalaría como la informante.
—Todas en el ejército saben que ella es tuya y que le asignaste a Airlia como guardiana —revisó el filo de su espada—. Confío en mis compañeras de armas, pero si esos rumores llegan a oídos de los lugareños o de quienes están detrás de todo esto, igualmente estará en peligro.
—Lo sé —mastiqué el nudo que se formó en mi garganta, las náuseas que me provocaba el ponerla en peligro—. Pero no puedo hacer nada.
—Solo puedes confiar en que todo saldrá bien —palmeó afectuosamente mis hombros—. Tu posición es codiciada por muy pocos y ahora entiendo por qué.
—Es una verdadera mierda —bufé.
Pasados unos instantes los grupos estaban organizados y partimos en silencio hacia el pueblo. En mi equipo éramos tres jinetes, los dos solicitados y yo, como comandante debía poder desplazarme a toda prisa en el pueblo y en sus alrededores.
A medida que veía acercarse las siluetas de las primeras casas no podía evitar rechazar el pandemónium que estaba por iniciar, los gritos, la sangre y la violencia que, sin duda, iniciarían.
¿Ellos se lo habían buscado no? ¿Por qué no acudieron en primer lugar al campamento a denunciar las amenazas? ¿No confiaban acaso en el ejército? ¿Había demostrado acaso que era una comandante inútil? Apreté las riendas entre mis dedos, no, no podía hacer de esto algo personal. Aquellas personas habían incumplido la ley, tenían que pagar.
Y mi dulce Kaira caería con ellos.
Llegamos a la primera granja, punto en el que todos los equipos se desplegaron. Conocían el área de memoria, estaba segura que trabajarían en perfecta sincronía.
—¡Abran en nombre de la reina! —grité tocando con firmeza a la puerta.
Una mujer en sus treinta abrió con cierto nerviosismo. Llevaba las manos y el delantal manchados de harina. De seguro preparaba el pan de ese día.
—Venimos a hacer valer el edicto real. La reina Appell nos ha autorizado a recolectar los suministros que necesitamos en vista del daño que ha provocado un severo complot contra el campamento.
—¿Complot? No la entiendo —miró con nerviosismo sobre su hombro, donde dos niñas se abrazaban entre sí, asustadas al ver tantas guerreras juntas.
—Se han negado a vender grano al campamento.
—¡Nos tenían amenazadas! —exclamó.
—Si eso es verdad, debió acudir a mi oficina. Mis guerreras registrarán su hogar, le ruego coopere con ellas.
Casi deseaba no encontrar oro o monedas en aquella casa, pero no fue así. Mis expectativas se hicieron añicos cuando una guerrera depositó en mis manos la bolsa con monedas de Luthier.
—Esto, se llama traición —acusé a la mujer señalando la bolsa con monedas.
—No, son monedas —dijo la niña más pequeña.
Una guerrera se adelantó a mi señal y tomó a las dos niñas en brazos. Al desaparecer las niñas a mujer rompió en llanto.
—¿Esposa o esposo? —inquirí.
—Estoy sola, mi esposa murió hace años —sollozó—. Por favor, mis niñas, ellas no tienen la culpa de nada.
—No serán ellas las que pierdan la cabeza ¡Llévensela!
Dos guerreras ataron sus manos y la ayudaron a subir a la carreta donde ya tenían el grano confiscado. La pobre mujer no dejaba de sollozar y aunque mi corazón lloraba por el destino de aquellas niñas, no podía demostrar favoritismos o tratos especiales. Este día muchos niños quedarían sin padres, eran las consecuencias de sus actos.
Recorrimos granja por granja, deteniendo hombres y mujeres por igual. En un punto debimos regresar al campamento, teníamos que dejarlos maniatados fuera de la empalizada. Algunas guerreras ya habían peinado las zonas que les habían sido asignadas y descansaban sentadas en el suelo o sobre las carretas ya vacías.
—Solo faltan las granjas más alejadas del pueblo, nos encargaremos de ellas —indiqué a Anthea, quien en ese momento acababa de llegar con un numeroso grupo de prisioneros.
—Cuídate, Anteia —indicó en un susurro que solo yo pude escuchar.
Recorrimos unas cuantas granjas exteriores, apresando y luchando contra brazos que no deseaban separarse de sus hijos. Los llantos desgarradores y las súplicas se topaban con unos corazones templados en el fragor de la batalla y el hielo de las lágrimas. Muchas guerreras habían sacrificado demasiado por estas personas, muchas estaban deseando ensartarlas con sus espadas hasta que dejaran de llorar porque ¿Qué valor tienen las lágrimas de los traidores?
Su rabia era mi rabia, su ira, la mía. Quería hacer justicia, acabar con este terrible día y sembrar de nuevo la paz y la lealtad en esta tierra maldita. Pero, era la comandante del ejército y ese no era mi privilegio. Yo no tenía permitido sentir nada más que el deseo de la perfección y la eficiencia.
Atravesé aquellos momentos previos con la cabeza fría y el corazón enterrado bajo capas de acero tan pesado como el plomo. La granja de Kaira se dejaba ver cada vez más cercana. A cada paso que daba, debía forzar mis piernas a elevar mis pies. Nos encontrábamos ya en la cerca que bordeaba la propiedad. Era nueva, de seguro Demian había colaborado en su construcción.
Permití que una guerrera se me adelantara. Golpeó la puerta con fuerza y desde el interior pude escuchar el llanto de Axelia responder con desesperación.
—¿Hola? —para mi horror, fue Kaira quien abrió la puerta. Sus ojos verdes se abrieron de par en par al ver a la guerrera que parecía respirar como un búfalo furioso.
—Por orden real exigimos suministros para el campamento de la frontera —respondió la guerrera.
—Yo, —Kaira titubeó unos segundos, sabía que aquel gesto sería leído como resistencia y prueba de una mentira—, aquí no tenemos cosechas aún. Apenas he comenzado a sembrar y me mantengo con el oro asignado a las refugiadas.
—Señora, es mejor que no mienta. —La guerrera llevó una mano al mango de su espada y tuve que intervenir. No soportaba la palidez del rostro de Kaira.
—Es verdad, esta granja es nueva y asignada a esta mujer refugiada —indiqué.
Los ojos de Kaira se abrieron aún más al escucharme hablar de manera tan impersonal. Luego, sus hombros se encogieron sobre sí mismos, su pecho subía y bajaba, parecía al borde de un ataque.
—Si es así, solo realizaremos una pequeña revisión del lugar.
—¿Revisión? ¡Oiga!
La guerrera se abrió paso al interior de la vivienda, detrás de ella ingresaron las demás. El llanto de Axelia se hizo más intenso. Pude escuchar las protestas de Demian y algunos golpes. Airlia protestó también a voz de cuello y fue arrastrada hasta la sala. Llevaba en sus manos la bolsa con monedas de Luthier. Airlia la había regresado.
—¡Traidoras!
—¡¿Qué?! Yo no sabía nada de eso ¿Qué está pasando? ¡Axelia! —Una guerrera traía a la bebé en brazos y detrás de ella, como un feroz perro guardián venía Demian pisando con fuerza.
—Eleni, regresa a la bebé al chico—indiqué. Debía ayudar a Kaira a mantener la compostura o esto sería mucho peor para ella.
La guerrera miró a Kaira interrogante. Nunca entregaría una bebé a un hombre sin el permiso expreso de su madre. Ni siquiera si era una orden de una superior.
—Está bien, Demian es su hermano mayor —balbuceó Kaira.
—De acuerdo. —Eleni dejó a Axelia en brazos de Demian. Sin embargo, no dejaba de lanzar miradas de advertencia e incredulidad en su dirección.
—Es hora de enfrentar la justicia—rugió otra guerrera mientras sacaba de su cinturón un par de cuerdas gruesas.
—Yo, yo no hice nada —balbuceó angustiada.
—Eso han dicho todos los traidores que hemos capturado. —La guerrera ató con firmeza las manos de Airlia, luego, se dirigió a Kaira y con fuerza tiró de sus manos juntas para atarlas.
—No, no, por favor —tartamudeó aterrada. Forcejeó con las cuerdas que ya empezaban a girar vuelta tras vuelta alrededor de sus muñecas— ¡Yo no hice nada! —exclamó.
Me sentí desfallecer, no podía observar aquella situación sin intervenir, odiaba cada vuelta de la áspera cuerda sobre sus delicadas muñecas, lamentaba como cada fibra podía estar pinchando y rasgando su piel con cada forcejeo.
—Si te resistes será peor —bufó la guerrera dando un tirón especialmente poderoso a las cuerdas. Kaira detuvo sus ruegos y protestó, su expresión se volvió aún más aterrada, si eso era posible.
La impotencia estaba carcomiendo mi corazón y mi alma. No podía hacer nada por ella sin levantar sospechas, debía actuar como la fría comandante, aquella que había sido insultada y humillada con una traición. No podía revelar mi posición en ese momento.
—¡Anteia! ¿Qué es esto? Por favor. —Dos guerreras sujetaban los hombros de Kaira y la empujaban para sacarla de la casa. Algo similar hacían con Airlia, quien no se resistía demasiado, quizás en un vano intento de calmar a Kaira, porque ella no la miraba. Sus desesperados ojos esmeralda estaban clavados en mí, traicionados, enloquecidos de terror.
—Deja de forcejear. —Las dos guerreras empujaron con más fuerza a Kaira y la hicieron caer.
—¡Mi bebé! No puedo dejarla sola —sollozó. Mis ojos ardían como dos tizones al rojo vivo.
—Estará con su hermano. Debiste pensarlo antes de traicionar la tierra que te refugió, maldita.
Las dos guerreras aferraron los brazos de Kaira y tiraron de ella con inusual violencia, o al menos, así me pareció. Kaira se limitó a gritar de miedo, sus labios rogaban por su libertad, por su bebé, estaba completamente fuera de sí. Parecía perdida en su mente, en sus recuerdos.
—Déjenla —cedí al fin. Kaira se dejó caer de costado sobre el suelo al sentirse libre de las manos que la sujetaban. Era como si toda energía hubiera desaparecido de su cuerpo.
Aparté a las guerreras de mi camino y me agaché junto a Kaira. Mis dedos ardían por acariciarla, por abrazarla y brindarle el confort que necesitaba en aquellos instantes, pero la impotencia brillaba en mi mente.
—Necesito que te tranquilices. —Apoyé mi mano en uno de sus hombros. Era apenas un toque suave, con el peso de una pluma, pero sus músculos se tensaron, el rechazo hirió mí ya desagrado corazón, ¿debía arriesgarla más para ayudarle a mantener la calma? —. Kaira, todo va a estar bien, lo prometo—susurré en su oído.
—¿Qué haces, Anteia? —gimoteó.
—¡¿Cómo te atreves a llamar a la comandante por su nombre, maldita escoria?!
Bajo mi cuerpo la sentí encogerse ante los gritos e insultos de mis guerreras.
—Por favor, Kaira, no digas nada, solo síguenos. Todo va a estar bien. —Volví a murmurar. Mis guerreras ya empezaban a lanzarnos miradas de suspicacia, así que tuve que levantarme y llevar conmigo a Kaira. No pesaba demasiado y con solo tirar levemente de sus hombros, permitió que la ayudara a ponerse en pie.
Abandonamos aquel lugar ante la atenta y dubitativa mirada de Demian. Sabía que ante sus ojos este era un evento completamente irregular y aterrador, era solo un niño y se había quedado a cargo de una bebé. Dejé ir a Kaira con las guerreras y me dirigí a él cuando la casa quedó completamente sola.
—Cuida bien de Axelia —indiqué—. Esto tal vez tarde un poco.
—¿Qué ocurre, comandante?
—Por ahora nada por lo que debas preocuparte —respondí con el corazón en la mano, latiendo con tal lentitud que parecía que iba a detenerse en cualquier momento.
—¿Por qué la has lastimado así?
—Fue algo inevitable —bufé y tiré de mi cabello—. Es algo que entenderás luego. Por favor Demian, cuida de Axelia.
El niño asintió y acunó a la bebé protectoramente contra su pecho. Satisfecha, aunque no los suficiente, di media vuelta y me uní al equipo. Ya Kaira se encontraba sentada a un lado de los sacos que contenían el último cargamento de vegetales y granos que habíamos confiscado en granjas cercanas. A su lado tres granjeros más y dos hombres llevaban la cabeza gacha. De algunas barbillas aún caían lágrimas.
El trayecto fue muy lento y pesado. Las guerreras no paraban de murmurar y discutir sobre el posible destino de los traidores justo frente a ellos. Repetían como mantras palabras como calabozo, azotes públicos y decapitaciones. No paraban de juzgar cuál sería el mejor tratamiento para aquellas personas que no habían confiado en ellas y a cambio, habían vendido su libertad y la vida de todos en la frontera.
—La sentencia es mi responsabilidad, caminen en silencio —espeté. En instantes, solo se dejaba escuchar el traqueteo de la carreta y la suave brisa del atardecer sobre la hierba que cubría los bordes del camino que llevaba hacia el campamento.
Cuando ya nos encontrábamos a minutos de alcanzar nuestro destino, pude vislumbrar la gran cantidad de prisioneros. Los habían organizado en filas y atado entre sí para evitar que escaparan. Frente a cada uno de ellos se encontraban las bolsas con monedas de Luthier.
Frente al grupo se encontraba Anthea con varios troncos dispuestos para las futuras decapitaciones. Algunos de los prisioneros no podían apartar la mirada del destino que les aguardaba a pocos metros. Muchos miraban las bolsas de monedas, luego a las guerreras y posteriormente, los troncos donde reposarían sus cabezas.
Había llegado el momento de dictar sentencia. Era un destino ineludible.
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