Descubrimientos
El local apestaba a alcohol, comida y sudor. Las risas y conversaciones a gritos ahogaban la tenue música que dos músicos, un flautista y uno encargado de un tambor desvencijado, tocaban. Cyrenne y yo ingresamos como si fuéramos dueñas del lugar, no saludamos a nadie, pues no los conocíamos, además, era mejor así. Nadie admitía conocer a nadie en este lugar.
Divisamos dos puestos libres en la barra. Estaban separados, pero era mejor así. Podríamos recabar más información. Nos separamos y la vi mezclarse en un instante con quienes ocupaban la barra.
Me dirigí a mi lugar, por suerte el taburete lucía limpio, así que tomé asiento y llamé a la camarera y dueña del lugar.
—¡Leitha! Lo de siempre—grité golpeando la barra.
—¡Ester! Siempre tan ruidosa—protestó mientras sacaba un roñoso vaso de metal y lo llenaba hasta el tope de licor de caña. No era mi preferido y odiaba el licor puro, pero trabajo era trabajo.
Reunir información mientras se está ebria es un arte. Es imposible fingir adecuadamente, por lo que Cyrenne y yo habíamos concluido que lo mejor era beber con la gente. Lo hacíamos de manera sosegada y cuidadosa, evitando que se nos subiera demasiado rápido a la cabeza y olvidáramos lo que habíamos escuchado, o peor, lo que habíamos ido a investigar.
Di un trago rápido a mi vaso y apoyé la espalda en la barra. Hoy los visitantes del bar eran especialmente despreciables.
Más de la mitad eran hombres rudos del campo, estaba segura que al menos habría uno o dos de Luthier entre ellos, reían a carcajadas y hasta mis oídos llegaban los rumores de chistes soeces que, de haber sido escuchados en la calle, habrían condenado la lengua de su autor.
Luego estaban algunas mujeres de clase baja, agotadas por el trabajo en el campo y atraídas por los bajos precios, acudían por unos minutos a saciar sus gargantas sedientas y sus mentes perseguidas.
Había también un grupo de prostitutas de mala muerte. Se distinguían fácilmente por su ropa colorida, la cual resaltaba contra el marrón y blanco raído como los arándanos en los arbustos en pleno otoño. La ropa no se encontraba especialmente sucia tampoco, y aunque estaba deslucida por el uso y el constante lavado, la vestían como si fuera un vestido de la realeza. Era evidente que el negocio solo les daba lo suficiente para vivir.
Aparté mi mirada de aquel ruidoso grupo. Si las mirabas demasiado caían sobre ti como buitres hambrientos de tu dinero y nada más.
Busqué a mi lugarteniente, Cyrenne había atraído la atención de una de ellas, quien, sentada sobre sus piernas, le daba de comer pequeños trozos de queso y uvas con una mano, mientras la otra se encontraba perdida en el interior de la camisa de mi guerrera.
Regresé la mirada al grupo de hombres. Mi apreciación no había estado errada. Tres de ellos veían la escena con evidente disgusto, pero no podían ocultar el lascivo interés que despertaba en ellos, era como ver las dos caras de una moneda a la vez. Los demás, debían de ser hombres descontentos de Calixtho, ignoraban el momento y se limitaban a farfullar entre sí.
Di otro trago a mi vaso y me permití perderme un instante en el suave zumbido que generó aquel ardiente néctar en mi cabeza.
—¿Te encuentras sola, preciosa? —rodé los ojos y conté hasta diez para recordarme que estaba ahí para reunir información. Un hombre joven se había acercado a mí, algo que requería bastante valor, llevaba una espada, oxidada, pero funcional.
—Mi amiga se ha olvidado de mi—señalé a Cyrenne, quien ahora se encontraba perdida en alguna esquina mugrienta del bar.
—Bueno, parece que se está divirtiendo—sonrió y se apoyó en la barra para acercarse de forma casual a mí—. Tu y yo podríamos divertirnos—sus manos permanecieron cerca de su cuerpo, pero la sutil inclinación y lo grave de su voz me revelaban que no aceptaría un "No" fácilmente.
—Puedo pensarlo—sonreí y bebí otro trago—. Ha sido un día agotador, tanto preparar el terreno para solo vender al mercado—mascullé y me aseguré de puntualizar mi fastidio con un puchero.
—Bueno—su mano se posó en mi rodilla—. Puedo ayudar con eso, mi casa está a solo un par de cuadras.
—Más tarde tal vez—dejé abierta la posibilidad de una buena recompensa—. Primero quiero olvidarme de todo este trabajo en vano—estiré mi espalda asegurándome de sacar a relucir mi pecho. Terminé mi vaso de un trago y pedí uno nuevo. Los ojos de aquel hombre parecían incapaces de mantenerse en sus órbitas.
—Un par de tragos será—aceptó carraspeando. Pidió cerveza e inclinó su vaso en mi dirección, indicándome que bebía a mi salud. Bebió y algo de espuma quedó en su bigote, pequeñas gotas quedaron en su barba—. Tienes razón. Con esta situación provoca ahogarse en alcohol—cabeceó apesadumbrado—. No vender a los puestos de la frontera, no vender a la ciudad, no podremos mantener nuestras ganancias de esa forma, comprando y vendiendo entre nosotros.
Aquello llamó poderosamente mi atención, tenía entendido que el veto era hacia mi campamento, no hacia todos los ubicados en la frontera y mucho menos contra Lerei.
—Siempre podemos llevar la contraria—dije sintiendo mis mejillas arder.
—¡No! Eso sería un suicidio, sabes lo que ella quiere, llevarle la contraria es encontrar la muerte—negó apresurado mientras miraba a todos lados—. Solo podemos esperar que logre lo que desea y nos deje en paz—su mano subió por mi muslo—. Pero dejemos de lado esos horrendos temas y divirtámonos mientras podamos.
Giré mi rostro a tiempo para evitar un beso, pero aquel hombre no se vio amilanado por el gesto, sino que atacó mi cuello como si de un felino se tratase.
—Vale, no te dije que quería eso—mi daga apuntaba directamente a su estómago— ¿Qué problema tienen ustedes con el espacio personal?
—Puta loca, habías dicho que si—gruñó apartándose a trompicones sus ojos oscuros refulgían de miedo e ira contenida.
—Dije "Tal vez" aprende la diferencia—envainé mi daga y lo observé marchar hacia el otro extremo de la barra, seguramente a gastarse el jornal en alguna prostituta del lugar.
Continué bebiendo y meditando lo que acababa de descubrir. Esto empezaba a escaparse de mis manos y tendría que reunirme con Eneth y las otras capitanas de los puestos de avanzada ubicados a lo largo de la frontera. Si no podíamos controlarlo, tendríamos que involucrar a la reina y al Senado. Gruñí, el Senado sería elegido este año, no podría contar con ellas para resolver mi problema, estarían ocupadas buscando la reelección o evitando morir envenenadas o caer en alguna trampa.
Hablar con las reinas debía de ser mi último recurso, tenía que demostrarles que la frontera podía resolver sus problemas por su cuenta.
—¿Estuvo divertido? —pregunté a una cabellera despeinada y un rostro demasiado sonrojado.
—Fue increíble—jadeó Cyrenne exigiendo un vaso de licor de caña.
—Espero que valga la sífilis—bromeé.
—No soy idiota—lavó sus manos con el licor ante la iracunda mirada de la dueña del local—¿Qué? Pagaré por esto. Sírvame otro—espetó.
—Tu no limpias el suelo.
—Tu tampoco, estoy segura que no le has lanzado un balde de agua a esta superficie pegajosa desde que abriste el bar—para puntualizar su afirmación. Cyrenne pisoteó varias veces el suelo y un desagradable sonido de succión se dejó escuchar.
Reí un buen rato y apuré el resto de mi vaso. Sabía que la prueba de mi sobriedad vendría cuando abandonara el taburete y tuviera que caminar de regreso al campamento.
—Algo terrible se cierne sobre nosotras, Ester—empezó Cyrenne—. La bella Kali me dijo que pronto, ellas serían las más ricas de esta tierra maldita.
—Algo similar escuché yo—negué con la cabeza—. Debemos ser precavidas.
Pedimos un plato de asado de cordero, era lo único seguro para comer, pues solo era cordero, especias y papas hervidas, se suponía que el contacto con el fuego eliminaría cualquier suciedad.
Dimos buena cuenta de nuestras respectivas porciones, el alcohol había despertado en nosotras un gran apetito y poco nos importó que las papas estuvieran algo duras.
—Bien, hora de regresar—indiqué a Cyrenne al terminar.
—No estuvo tan mal—sonrió con satisfacción.
Estaba por levantarme cuando una espesa cabellera, supurando perfume barato y una pizca de alcohol cayó sobre mí.
—¿Te vas tan pronto? —una melosa y falsa voz acompañaron a unos dedos demasiado atrevidos que recorrían el contorno de mi mandíbula—. Llevo toda la noche observándote, pareces necesitar algo de diversión.
Una pierna descansó sobre mi muslo, provocando que una falda, de por si corta, se levantara peligrosamente hasta casi revelar la ropa interior de aquella mujer.
Cyrenne ahogó una risita y me miró de soslayo. En sus labios pude leer un "Ella tiene razón. Te esperaré cerca de la puerta"
—No estoy interesada, gracias—nada en ella, ni su escote ni su semidesnudez llamaban mi atención. El calor de su pierna sobre las mías era desesperante y si rozaba de nuevo su vientre contra mi cadera, la iba a empujar.
—Todos se interesan, preciosa—sus labios descendieron sobre mi cuello, con mayor insistencia que el hombre ¿Por qué estaban obsesionados con esa parte de mi cuerpo? La aparté de mi de un empujón y cayó sentada sobre el sueño pringoso. Sus ojos lanzaron rayos de furia en mi dirección. Antes que pudiera ponerse en pie, dejé algunas monedas de plata en el mostrador y me perdí entre los visitantes del bar.
—Eso fue rápido—bromeó Cyrenne, quien se encontraba sentada en uno de los escalones del bar, disfrutando del fresco aire nocturno.
—Tuve que irme antes que empezara una pelea.
—¿Todas te querían a ti?
—Ugh, no. Creo que quería mi cabeza, acaba de limpiar una parte del piso—por alguna razón, la brisa al impactar contra mi rostro incrementó la sensación de mareo que venía experimentando. Me apoyé en Cyrenne para evitar caer.
—Teníamos tiempo sin regalarle una visita a nuestro bar favorito—rio mi compañera mientras me abrazaba por los hombros para apoyarnos mutuamente en el camino de regreso—. Por cierto, Kaira enloquecerá cuando regreses a la habitación.
—Ella ni siquiera me habla.
—Después de que vea lo que tienes en el cuello, creo que gritará. Sabes cómo son en ese bar, les gusta ponérselo difícil a los infieles—rio a carcajada limpia y una pareja de lechuzas salió volando de un árbol cercano. Luego, entendí sus palabras.
—¿Mi cuello? —palpé la piel que aquellas dos personas habían besado, mordisqueado y chupado como si su vida hubiera dependido de ello. La piel estaba sensible, gruñí, odiaba ser marcada de esa forma, no me agradaba en lo más mínimo.
—Ya sabes, rompen parejas para que vayan a consumir más, buen negocio—explicó con jocosidad.
Dimos un rodeo para despistar a cualquiera que pudiera seguirnos y sigilosamente avanzamos hacia el campamento. Trepar la empalizada fue complicado, Cyrenne no dejaba de reír y resbalar y yo no encontraba un buen apoyo para mis pies.
—Comiste demasiado, tu trasero ha crecido aún más—bromeó Cyrenne desde el suelo, había logrado saltar al campamento y ahora me ayudaba a bajar, por alguna razón había quedado atorada, con una mitad del cuerpo fuera y la otra dentro.
—Deja de ver mi trasero, se supone que soy tu comandante—protesté mientras ella tiraba de mis piernas para ayudarme a bajar.
—Tu graduación no me arrancó los ojos.
Finalmente caí dentro del campamento, lastimando mi orgullo. Cyrenne ahogaba las carcajadas con sus manos y no me ayudó a levantar.
—Ve a dormir, mañana discutiremos lo que descubrimos—ordené mientras frotaba mis ojos.
—Oh no, yo quiero ver la pelea marital.
—¡Cyrenne!
—Ya ya, no quieres que vea la reconciliación, lo entiendo—sacudió las manos restándole importancia y se perdió en las sombras del campamento.
Suspiré, me sentía sucia, así que primero me daría un relajante chapuzón en el baño y luego me deslizaría en mi cama. Con un poco de suerte podría evitar a Kaira. No entendía bien por qué, pero sentía la compulsión de hacerlo. No deseaba provocarle algún disgusto y menos por algo tan tonto como ir encubierta a un bar lleno de enemigos.
El agua tibia abrazó mi cuerpo como una vieja amiga y me ayudó a eliminar la asquerosa evidencia de mi visita a aquel lugar, por lo menos, los que se podían lavar con agua. Algunos necesitarían tiempo para desaparecer. La única ventaja era que, al verlo y con suerte, las reclutas y las guerreras dejarían de cuchichear sobre mis gustos y se concentrarían en elucubrar quién lo había puesto ahí.
No, pensándolo mejor, solo traería problemas.
Bueno, al menos debería de enfrentar el primero, pero ¿Por qué Kaira podría disgustarse? No era como si tuviéramos algo entre nosotras ¡Ella venía de Luthier! Tenía la mente fija en un solo tipo de amor.
Con ese pensamiento en mente regresé a la habitación. Me había visto obligada a vestir la misma ropa, pero era por un corto trayecto. En la habitación podría cambiarme.
Existe algo que, cuando intentas ser sigilosa, lo impide por todos los medios. Nada más llegar a la habitación, tropecé con la jofaina -por suerte no tenía agua- y el estrépito que hizo al caer fue suficiente para despertar a Axelia y por consiguiente a Kaira.
Maldiciendo por lo bajo, logré vestir la parte superior del pijama antes que, con un chasquido, Kaira encendiera la yesca y luego, una vela. Ya no usábamos la chimenea, las noches eran agradablemente frescas como para encenderla.
—¿Anteia? —iluminó mi rostro alzando la vela en mi dirección. Su voz temblaba un poco, pero no se le notaba aterrada.
—Sí, soy yo, tranquila. Lamento el escándalo.
—Es tu habitación—dejó la vela sobre una mesita de noche y me dio la espalda para levantar a la bebé y arrullarla. Suspiré y aproveché aquellos breves instantes para terminar de vestirme, al lograrlo, me deslicé rápidamente bajo mis sábanas.
—Anteia ¿Podemos hablar? —abrí mis ojos con pereza. Kaira se encontraba junto a la cama y jugaba con su cabello presa de los nervios.
—Mmm ¿Puede esperar a mañana? —mascullé amodorrada.
—Quiero, quiero hablarlo ahora—insistió y no pude negarme. Le hice un espacio en mi cama y sin dudar se coló bajo las sábanas, había un nuevo dejo de seguridad en sus acciones. Apoyó su cabeza en mi almohada y separó los labios para hablar, luego los cerró y me miró confundida—¿Por qué apestas a alcohol?
—Oh, eso—mi mente trataba de encontrar una respuesta convincente, pero era tan difícil como atrapar un pez bajo el agua—. Necesitaba disfrutar un rato, alejarme de todo—mentí a medias, si bien la misión en La Rata Tuerta estaba destinada a recopilar información, el ambiente invitaba a olvidarse deblas preocupaciones, era una agradable paradoja.
—Ya veo—aceptó no muy convencida—. Supongo que disfrutar también incluye compañía—se levantó y pateó las sábanas lejos de su cuerpo.
Llevé mi mano a la brillante marca en mi cuello en un vano intento por evitarle la frustración que de seguro sentía en esos momentos. Me incorporé y la busqué con la mirada, por suerte no había abandonado la cama, solo se había sentado y tenía los brazos firmemente cruzado.
—Fue un tonto accidente.
—Sí, te chocaste con los labios de alguien más—gruñó apartando la mirada.
—Kaira, escúchame, solo fue alguien que no entiende la palabra no.
Cerró los ojos con fuerza y sus labios temblaron. Maldije por lo bajo y no pude evitar rodearla con mis brazos. Sabía que lo que había dicho implicaba algo mucho más grave para ella.
—Es repulsivo—gimió—. Nunca podía decirle que no.
—Ahora puedes decir todos los "No" que quieras, Kaira—susurré contra su cabello—. Y si no lo entienden, siempre puedes pedir ayuda.
—O utilizar esto—sus dedos recorrieron mi muslo hasta encontrar la empuñadura de mi daga.
—Sí, también—carraspeé—. Pero debes aprender a utilizarla primero.
—Primero debo administrar una granja—apartó su rostro de mi cuello y clavó su mirada en la mía. Sus dulces ojos estaban enmarcados por largas pestañas húmedas, su expresión era una extraña mezcla de tristeza y esperanza—. Te debo tanto.
Noté como su mirada se deslizó lentamente hasta mis labios. El corazón dio un brinco en el interior de mi pecho y aceleró tanto que se sentía como un caballo en pleno galope. Empecé a sentir la boca seca y las manos heladas, sabía lo que pretendía hacer Kaira, pero no podía evitarlo, o tal vez, no quería.
Sentir sus labios contra los míos fue una sensación extraña. Eran suaves, delicados, su dulce sabor era embriagante. Era como perderme en un refugio diseñado solo para mí. Sus manos acunaron mis mejillas, sus dedos dibujaron caricias infinitas sobre mi piel, dejando un camino suave y acogedor a su paso.
Pero había algo que faltaba, algo que no sentía, que no estaba del todo bien en mi interior. Podía responder a su beso, podía sentir cierta conexión con ella, pero faltaba algo. No podía explicar que era, había incomodidad en mí, algo que no deseaba perderse en aquel beso porque sencillamente no podía entregarse, no del todo y no aún.
—No, Kaira, no—jadeé sujetando sus hombros con mis manos para separarla de mí.
Nunca podría olvidar la mirada de decepción que lanzó en mi dirección. Ni lo brusco de sus movimientos al alejarse de mi lado. Todo el cansancio abandonó mi cuerpo y pasé el resto de la noche con la mirada fija en su espalda, la cual parecía temblar por momentos, como si sollozos mudos escaparan de su control. El amanecer llegó y con él, su partida del campamento.
Había recuperado mi espacio, en todos los sentidos, pero no se sentía bien, no significaba libertad ni comodidad para mí. Era como si hubieran arrancado un pedazo de mi cuerpo, no, aquello no podía compararse con perder una extremidad, esto iba mucho más allá.
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