Descubrimiento
La bañera nos miraba ominosa desde una esquina del baño y las velas que habíamos llevado para iluminar el lugar parecían ser demasiadas, como si su luz se hubiera multiplicado en exceso. Kaira observó el lugar luego de encenderlas todas, sus mejillas sonrojadas gritaban vergüenza, no pude evitar acercarme a ella y acariciar su rostro hasta que el rojo desapareció, dando paso al tono claro tostado de su piel.
—No tienes que seguir adelante si no quieres—dije contra sus labios antes de besarlos con delicadeza. Era un simple roce que adoraba aquellos centímetros de piel.
—Quiero hacerlo—admitió—. Quiero decir, quiero compartir un baño contigo—el sonrojo regresó a sus mejillas.
—Entonces un baño será—acepté— ¿Me permites? —señalé con mi mirada el cinturón que ceñía la túnica a su cintura.
—C-claro—aceptó ella.
No llevé mis manos a su cintura de inmediato. Dejé que mis dedos vagaran por toda su piel descubierta. Empecé por su cuello, las yemas de mis dedos trazaron dibujos abstractos sobre la piel hasta bajar a sus hombros, donde continué bajando en una caricia infinita que delineó cada centímetro de piel hasta llegar a la parte interna de sus muñecas. Kaira solo suspiraba contra mis labios, disfrutando de aquellas caricias hasta que las detuve para liberar el cinturón y rodear sus caderas con mis manos.
No pude contenerme, la suavidad de su piel había provocado auténtica sequía en mis labios. La atraje contra mi cuerpo con fuerza, uniendo nuestros cuerpos hasta que el espacio entre ellos apenas y podía ocuparlo el aire.
Mis labios buscaron los suyos con ansiedad, deleitándose con aquella dulzura que solo era para mí. Arrojé toda cautela al viento y le permití a mi lengua explorar aquellos labios, primero con suavidad, delineando su extensión hasta que un suspiro le dio el permiso que necesitaba para adueñarme de su boca a placer.
Su cuerpo se unió aún más al mío, como si existiera alguna distancia que salvar. Mis manos fueron descubriendo con lentitud la delicada curvatura de su cadera y la línea de sus costillas, esa que marcaba el límite entre una caricia sin segundas intenciones y una que gritaba todo lo contrario. Kaira jadeó contra mis labios rompiendo el beso para respirar y besar toda la línea de mi mandíbula y bajar hasta mi cuello.
El contacto de sus besos en aquella parte de mi piel incendió cada rincón de mi cuerpo. Un gemido escapó de mi boca sin control y como si se gobernaran solas, mis manos levantaron su túnica y se colaron debajo para tocar a libertad su piel.
—Anteia—las manos de Kaira detuvieron las mías. Nuestros dedos se entrelazaron y su túnica volvió a caer sobre sus muslos descubiertos—. No.
Aparté mis manos de su cuerpo, pero no deshice el vínculo que ella había construido. La observé bajar la mirada avergonzada y temerosa, un ligero temblor dominaba su cuerpo.
—Bien—acepté. Liberé una de sus manos para retirar el tapón de la tubería se bambú y dejar que la bañera se llenara con agua fresca del río—. Está bien, Kaira, solo será un baño—rodeé su esbelto cuerpo con mis brazos y la atraje contra mi pecho—. No va a ocurrir nada más, te lo prometo.
Asintió contra mi hombro en silencio.
—Incluso puedes bañarte sola, no voy a molestarme por eso—aseguré—. Eres libre de decidir sobre tu cuerpo, mi preciosa.
—¿Vas a dejarme? —inquirió llena de dudas—. De verdad, no es problema, yo puedo... Solo necesito un poco de tiempo, verás que puedo—se alejó un poco de mí y antes que pudiera detenerla se deshizo de su túnica. No la arrojó lejos, solo mantuvo sujeta frente a su cuerpo y entre sus dedos crispados. Su pecho temblaba a causa de su respiración rápida y entrecortada.
— Por supuesto que no—exclamé con incredulidad tomé sus manos entre las mías y masajeé sus dedos hasta que la tensión que ejercía sobre ellos desapareció por completo. Solo podía observar sus manos y sus ojos desesperados, era imposible que mi mirada se entretuviera en su piel desnuda. No cuando Kaira estaba angustiada—. Solo era una sugerencia, esperar fuera para bañarme luego, solo eso, Kaira—descansé mi frente sobre la suya—. Respira conmigo, cariño, respira.
Con un poco de paciencia y algunas palabras de aliento, Kaira regresó a la normalidad. Liberé sus manos para cerrar la tubería, por suerte la bañera no se había desbordado.
—Buscaré agua caliente en la cocina—expliqué—. Puede ser verano, pero el agua del río a esta hora puede estar muy fría ¿Está bien si te dejo sola unos minutos?
—Hay agua caliente en la olla junto al fogón, siempre mantengo un poco por cualquier eventualidad—explicó cabizbaja.
—Vuelvo en un momento.
Buscar la olla llena de agua caliente y regresar no me tomó más de un par de segundos. Para cuando entré al baño una sorpresa me esperaba:
Kaira estaba completamente desnuda. Hasta donde alcanzaba mi vista solo podía encontrar delicada y suave piel. Era la visión de un dulce ángel, de esos seres poderosos y mágicos en los que otros reinos creían. Por un momento olvidé que llevaba agua caliente para deleitarme en cada una de las curvas perfectas que se dibujaban en un equilibrado contraste de luces y sombras gracias a las velas.
—Anteia—Kaira cubrió sus pechos con un nervioso movimiento de sus manos—. Ten cuidado con el agua.
Salí de mi ensoñación por un instante y equilibré la olla entre mis manos. Había estado a punto de tirarla sobre mí.
—Cierto, el agua—tartamudeé. Obligué a mis piernas a llevar mi cuerpo hasta el borde de la bañera para verter el humeante líquido.
Esponjosa espuma se formó en la superficie del agua y un delicioso aroma a lirios inundó el baño. Era una esencia muy sensual. Miré a Kaira y ella solo continuaba tapándose con sus manos como si quisiera escapar de mi vista.
—Kaira, de verdad, no es necesario que hagas esto.
—Quiero tomar un baño contigo, como lo haría cualquier mujer de Calixtho—exclamó con vehemencia—. Tus guerreras pueden verte y se bañan contigo—sentenció.
—Es natural—admití—. Pero no tienes que hacerlo si no quieres. Además, con ellas no es especial, es algo... bastante normal.
—Quiero hacerlo—su mirada se dulcificó hasta un punto que fue imposible de resistir— ¿Tú quieres hacerlo?
—Si—acepté. Si ella quería hacerlo, no tenía sentido tratar de convencerla de lo contrario, especialmente porque era algo que ella deseaba hacer, por mucho que yo pensara que lo hacía bajo presión o por alguna compulsión de complacer que tuviera marcada a fuego en su cabeza.
Poco a poco y como si estuviera abriendo un peligroso paquete, liberé la hebilla de mi cinturón y lo aparté de mi túnica. Podía sentir los ojos de Kaira sobre mis manos, insistentes, deseosos. No tenía sentido alargarlo más, me deshice de mi túnica y luego de mi ropa interior. A cada vuelta de las vendas sentía mis manos temblar. Solo un baño ¿Verdad? Como si se tratara de un soplo de aire fresco, las manos de Kaira tomaron las mías y acariciaron el dorso con cautela, invitándome a dejar atrás aquellas vendas y nuestros temores.
Nos ayudamos a ingresar a la bañera, el suelo no era resbaloso, pero había algo tranquilizador en el contacto de sus manos sobre las mías, como si me anclaran a la realidad y evitaran que mi mente escapara a algún otro lugar. Tomé asiento del lado contrario de la tubería de bambú y tiré con delicadeza de la mano de Kaira para invitarla a sentarse entre mis piernas. El contacto de su espalda contra mi pecho fue mágico, como si mi cuerpo encontrara una parte que había echado en falta durante toda su vida. Sentí que ella dio un respingo, tal vez involuntario, tal vez producto de algún conflicto.
—¿Está fría el agua? —inquirí. No era el mejor inicio para una conversación en una situación tan íntima, pero no se me ocurría que más decir. De seguro a Cyrenne no se le dificultaría tanto este momento, siempre tenía respuestas y frases para todo.
—Estoy bien—respondió Kaira adivinando el sentido oculto de mis palabras—. Esto se siente muy bien—admitió recostando su cabeza en mi hombro.
Solo fui capaz de acariciar su mejilla con mi nariz, era la única respuesta que sentía certera y perfecta para ese momento. Ella sonrió y giró su rostro, sus labios buscaron los míos y pese a lo incómodo de la posición, nos perdimos en un beso largo y ansiado. Mis manos cobraron vida y pasaron de estar rectas a mis costados a rodear su cintura y acariciar lentamente, de abajo hacia arriba, recorriendo con mis yemas cada centímetro de su piel sin llegar a rozar aquello que tanto me llamaba y me atraía como una polilla a una flama.
—Se siente bien—admitió Kaira en un silencioso suspiro.
—¿Quieres que siga? —mis dedos se aventuraron un poco más hacia sus muslos, recorrí los huesos de su cadera, ahora rodeados de suave carne y no solo piel. Ya no era la mujer huesuda del bosque. Su belleza resplandecía a todo aquel que deseara verla. Un gruñido escapó a mi control, no quería que nadie más la viera como yo la veía, pero ¿Cómo la veía yo? ¿Una frágil obra de arte? ¿Una mujer valiente y fuerte que era capaz de luchar por sus derechos y su vida?
—Sigue—su permiso cauteloso fue todo lo que necesité. Llevé mis manos a sus muslos y los recorrí hasta donde me alcanzaban los brazos. Mis dedos, la palma de mi mano, todo abarcaba aquella suave y deliciosa piel. Kaira gimió contra mi cuello y su cuerpo descansó por completo en el mío, como si aún una pizca de tensión la mantuviera alejada unos milímetros de mí.
Como si se tratara de la más fina seda me dediqué a formar patrones con la punta de mis dedos, no quedó ninguna parte sin acariciar. El jabón y los aceites que había liberado en el agua llevaron mis dedos en un paseo natural al interior de sus muslos. Kaira jadeó a causa de la sorpresa, pero no dijo mucho más. Miré con atención su rostro, estaba sonrojada y tenía los ojos cerrados, pero no había señales de tensión. Dejé entonces rienda suelta a mis instintos.
Ignoré el calor que tanto me llamaba para subir por su cuerpo, dibujando líneas sobre cada rincón y extensión. Sus dos montes eran mi destino, pero no apresuré el viaje. Había mucho más que descubrir que sus atributos, muchos recuerdos oscuros que borrar para dibujar sobre un lienzo nuevo.
Cuando finalmente acaricié sus senos, Kaira gimió por lo bajo, mis dedos solo habían rozado la parte inferior, habían jugado con el peso y la curiosa textura de aquella zona. Sin siquiera darme cuenta, mis manos los acunaban como dos grandes tesoros, tesoros que llenaban de hormigas mis manos y me obligaron a besar su hombro con cierta fiereza, mordisqueando la piel a mi alcance.
—Eres hermosa—susurré con la voz ronca por el deseo.
Entrelacé sus piernas con las mías y con suma lentitud la invité a separarlas. No opuso resistencia alguna, solo un tímido gemido ante una acción que era completamente natural.
—Solo relájate, Kaira—susurré contra su cabello—. No haré nada que no quieras—aseguré con repentina confianza.
—Has lo que desees, Anteia—abrió los ojos y me miró con intensidad. Habría obedecido a aquellos ojos oscuros si solo hubiera notado deseo en ellos, deseo y entrega, pero no eran ellos quienes dominaban, había una pizca de negatividad, una oscuridad, una puerta al pasado que no terminaba de cerrar, algo que gritaba "me entrego porque es lo que me enseñaron a hacer".
—Kaira, solo haré lo que tu desees—susurré en su oreja antes de morder suavemente su lóbulo—. Solo lo que tú quieras, cariño—llevé mis manos a sus brazos y los acaricié de arriba a abajo, dejando que mis yemas dibujaran patrones abstractos. Cuando de sus ojos desapareció aquella expresión enervante y el verde regresó a dominarlo todo, dejé mis manos entre las suyas—. Haz lo que quieras con ellas, mi cielo—susurré.
—¿Lo que quiera? —presionó mis manos con sus dedos—. No entiendo.
—Colócalas donde las quieras sentir—expliqué.
Kaira dudó durante unos instantes antes de llevar mis manos a sus hombros y presionarlas ahí con firmeza. Mi corazón dio un brinco ¿Había cometido algún error?
—¿Podrías solo... tal vez, no sé si...? —su voz temblaba tanto que le era imposible continuar. Acaricié sus hombros para animarla— ¿Podrías lavar mi cabello?
—Lo que pida mi princesa—acepté. Tomé un cuenco de cerámica que descansaba junto a la bañera y lo llené de agua—. Cierra los ojos.
Vertí con delicadeza el líquido sobre su cabeza. Luego repetí la acción conmigo. Me sentía acalorada por las caricias anteriores, no convenía que Kaira me viera tan cerca de perder el control, algo que solo era posible con ella.
Tras aplicar jabón y masajear su cabeza con la punta de mis dedos enjuagué con agua directa del río. Ya el agua de la bañera se había enfriado, apenas y podíamos notar la diferencia. Su cabello descansaba ahora en suaves ondas húmedas. Lo aparté y posé un beso en sus hombros. Luego permití que mis manos se deslizaran por la piel que me había permitido tocar, repartiendo el jabón en cada rincón que lo necesitaba. Ella misma terminó el trabajo y dejó que el agua fresca del río eliminara cada rastro de jabón. Cerré los ojos para brindarle privacidad y permití que el suave aroma a lirios me arrullara.
Dos pares de manos contra mis hombros me arrancaron de mi descanso. Kaira estaba arrodillada entre mis piernas y me observaba con expresión indescifrable.
—¿Puedo? —levantó el envase de gel de baño a la altura de mis ojos.
Asentí. Sus manos trabajaron diligentes el gel en cada espacio y extensión de mi piel, apenas deteniéndose en las cicatrices que marcaban mi cuerpo como una historia grabada en tabletas de arcilla. Su mirada nunca dejó mis ojos, parecía querer comprobar que cada movimiento, incluso alguno que ameritaba meros centímetros era correcto. Mi corazón saltó un latido, todo lo que hacía era absolutamente perfecto, no tenía por qué dudar. Iba a sacar a Eudor de la tumba para volverlo a matar.
—Se siente bien—admití al sentir sus manos justo entre mis pechos y mis hombros, llevaban ahí minutos enteros, dibujando tantos círculos nerviosos que la espuma había llegado a mi abdomen—. Pero aquí se siente aún mejor—llevé sus manos con las mías hasta el centro de mis senos y las presioné levemente—. No voy a enojarme contigo, Kaira. Has lo que gustes y si tienes dudas puedes preguntar—acuné su rostro con mis manos—. No soy experta en esto, pero juntas podemos encontrar nuestro propio ritmo.
Kaira asintió, sus mejillas estaban imposiblemente sonrojadas. Sus manos estaban paralizadas sobre mis senos. Luego de unos instantes empezó a moverlas, primero con timidez y luego con la torpeza de un cervatillo que empieza a caminar. Sus dedos recorrían mi piel con una mezcla de curiosidad y expectación. Oleadas de calor empezaron a acumularse en mi vientre, el roce accidental de su muslo con mi centro me robó un sonoro gemido y con tal reacción ella se detuvo.
—Lo siento, yo, no, yo—balbuceó sonrojada. Se deslizó sobre sus rodillas hasta el otro extremo de la bañera.
—Está bien—tomé sus manos—. Vamos a dejarlo hasta aquí, me sacaré el jabón y nos iremos a la cama.
Ubiqué el tapón de corcho y resina de la bañera y tiré de él para sacarlo. El agua con restos de jabón se perdió en la penumbra en un remolino que la llevó al exterior de la casa y hasta el canal de riego. Luego abrí la toma de agua de bambú y dejé que el chorro de agua fresca enjuagara nuestros cuerpos y se llevara con ella el calor del momento. Solo una agradable sensación de tibieza me embargaba y esperaba que Kaira experimentara algo similar. Me di vuelta para verla y solo me encontré con sus ojos agobiados.
—Lo siento—balbuceó. Abrazaba su cuerpo como si deseara alejarlo de mi vista y de la de alguna entidad superior.
No sabía si se disculpaba conmigo o con alguien más. Por la tensión de su cuerpo sabía que no daría la bienvenida a un abrazo o a cualquier tipo de contacto. Abandoné la bañera con cuidado, cada uno de mis movimientos eran seguidos por sus ojos desorbitados y aterrados. Necesitaba cubrir su piel y ayudarla a regresar a la normalidad.
—No lo sientas, ha sido maravilloso—encontré dos batas de baño mullidas en una estantería cercana. Cubrí su cuerpo con una y até el cinturón para protegerla del mundo. No había separado los brazos de su cuerpo siquiera para vestir correctamente la bata. Vestí a toda prisa la mía y rodeé sus hombros con un brazo—Vamos a la cama.
Kaira se dejó guiar hasta su habitación y tomó asiento en el borde de la cama. Su mirada ahora se encontraba perdida en algún lugar, daba la apariencia que solo estaba presente su cuerpo. Regresé al baño a buscar un par de toallas secas para su cabello y el mío y regresé a la habitación. Lo que encontré me partió el alma.
Aquello no era un cuerpo con vida, parecía un saco de papas o frijoles que alguien había arrojado sobre la cama.
—Kaira ¿Qué sucede? —por un instante el terror invadió mi corazón, pero un pequeño sollozo de su parte me regresó a la realidad—¿Qué pasó?
Con todo el cuidado del mundo levanté su cabeza y envolví su cabello mojado en la toalla. Podía ser verano, pero eso no la salvaba de un resfriado. Estaba por frotarlo cuando ella se apartó y tomó asiento en la esquina opuesta de la cama, junto a la ventana.
—Soy una tonta y una monstruosa mujer—balbuceó.
—¿Por qué dices algo así? —inquirí con el corazón en la mano, sangrando y desgarrado.
—Abandoné a mi esposo, vivo entre las enemigas del Sol y estuve a punto de cometer actos lascivos con la asesina de mi esposo—sus manos crispadas frotaron la toalla con frenesí. De haber sido su cabello lo habría enmarañado. Ignoré el golpe a mi pecho y mantuve la distancia, no iba a dejarla sola, aunque una parte de mi lo deseaba, estaba a punto de perder los estribos y Kaira no merecía mi ira.
—Escapaste para dar un mejor futuro a tu hija, a Axelia, por si la habías olvidado y eso bien vale la supuesta salvación que te ofrece el Sol ¿No crees que vale la pena? —sequé mi cabello y lo dejé caer sobre mis hombros, completamente lacio—. Tu marido era un maldito perro rastrero que encontró su destino ante una guerrera que juró dar su vida por la libertad y lo que estuvimos a punto de hacer no fueron actos lascivos. Kaira, no hicimos nada malo.
Kaira levantó la mirada de sus rodillas, sus ojos enrojecidos solo revelaban como la confusión libraba una batalla contra su nueva vida y las antiguas costumbres que le habían sido inculcadas.
—Toda tu vida viviste con cadenas, quizás no físicas, quizás si—señalé dos cicatrices que daban la vuelta a sus tobillos—. Te has liberado de ellas, ahora debes liberarte de las cadenas que atan tu mente—acaricié levemente una de sus sienes—. Y tu corazón—me acerqué y dejé descansar mi mano sobre su pecho, justo donde se podía escuchar su corazón latir desbocado.
Un sollozo después me encontré de espaldas sobre la cama. Kaira se encontraba sobre mí, con el rostro firmemente oculto en la mullida tela de la bata. Temblaba de pura angustia y sus sollozos eran desgarradores. Me limité a acariciar su espalda. Derrumbar ciertos muros personales es una tarea privada, pero no por eso la iba a dejar sola.
—Estaré a tu lado siempre, Kaira.
—¿De verdad? —ella continuaba con el rostro oculto en mi pecho, su voz salió ahogada, pero pude entenderla a la perfección.
—No tengo porqué alejarme, Kaira.
—Soy un desastre—tartamudeó.
—No lo eres—tomé su rostro entre mis manos y lo incliné para que me viera a los ojos—. Eres perfecta, valiente y estoy segura que encontrarás tu camino en este reino.
—Quiero que estés en él—admitió con los labios temblorosos.
—No voy a apartarme.
—¿Incluso si no puedo complacerte? —sus ojos brillaban, estaba verdaderamente preocupada.
—El mundo no gira en torno al sexo, Kaira—acaricié sus labios con mis pulgares, con tanta sutileza que mis dedos se sintieron como verdaderas plumas—. Para mí nunca lo ha hecho.
Acaricié su espalda hasta que su expresión se relajó por completo. Un tímido bostezo escapó de sus labios.
—Debemos dormir, mañana regresaré temprano al campamento. Tengo mucho trabajo por delante—omití oportunamente la parte de juzgar y emitir sentencias a todos los prisioneros. Ese sería mi trabajo mientras las candidatas a senadoras viajaban por la mitad de los pueblos de la frontera llevando su mensaje. Los pueblos que daban al mar y a Ethion tenían su propio grupo de senadoras para elegir.
—Te prestaré un camisón—aseguró Kaira separándose de mi para buscarlo. Mi cuerpo tembló ante su ausencia.
Suspiré,en pocos días Kaira se las había arreglado para llenar cada aspecto de mi vidaque no creía importante. Por primera vez me sentía completa y temía ¡Comotemía! Perderla. Volver a los días en los que creía estar completa y aun así meencontraba dolorosamente sola.
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