Cotidianidad
Una sucesión de fuertes golpes nos sacó a Kaira y a mí de nuestra agradable cena. Axelia, quien se encontraba sentada en una silla alta y miraba enfurruñada su comida, levantó su cabeza y aplaudió.
—Tía Cynene —balbuceó. Era usual que Cyrenne se diera una vuelta con frecuencia, así que Axelia asumía que cualquier llamada a la puerta era su querida tía. Extendió los brazos en mi dirección en cuanto vio que me puse en pie para ir a abrir.
—No, tú debes comer. —Revolví su cabello, tomé mi espada y me dirigí a abrir.
En un año la frontera había permanecido en relativa paz. Los ataques de Luthier eran esporádicos, meras escaramuzas en busca de esclavos y alimentos. Ahora que no teníamos un enemigo interno contra el cual luchar se respiraba en el aire una mezcla de paz y quietud, o al menos, el común en la frontera. Por eso, no iba a dirigirme a abrir la puerta desarmada. Menos al anochecer.
Gruñí al sujetar la espada. Mi mano aún se sentía rígida y era difícil sujetar el mango de la espada con la fluidez y la fuerza necesarias. Ileana y Korina me recetaron masajes y ejercicios tan extraños como ayuda a Kaira a amasar el pan. Ayudaban, pero tan lentos y tortuosos como arrancarme las uñas.
—No, si desde que tienes familia tu amiga pasó a segundo plano —bramó Cyrenne desde el exterior.
Dejé mi espada junto a la puerta y corrí la aldaba para dejarla pasar. Cyrenne trastabilló dentro de la sala y un poderoso tufo a alcohol llegó a mi nariz.
—¿Por qué has bebido? —inquirí cerrando la puerta a su espalda. Años de amistad. me habían enseñado que con Cyrenne eran inútiles las preguntas como ¿qué? y ¿cuánto?
—Es esa estúpida Ceremonia —gruñó.
—Cyrenne, te casaste hace más de medio año, es inútil lamentarse ahora. —El rumor de pequeños pasos llegó a nuestros oídos. Axelia recorrió el pasillo tan rápido como un potrillo y se aferró a la pernera de Cyrenne.
—¡Tía!
Cyrenne le dedicó una mirada altiva, casi de molestia. Estuve a punto de apartar a Axelia, no porque temiera por su seguridad, Cyrenne jamás le tocaría un pelo, pero nunca había visto tal expresión en el rostro de mi amiga dirigido hacia un niño.
—Oh, tu, pequeñaja. —La tomó en brazos y la hizo volar un par de veces para luego sujetarla de sus pies por unos instantes. Axelia reía a gritos y aplaudía.
—Creí decirte que no aprobaba esos juegos, Cyrenne, y menos si has traído contigo todo el bar —bufó Kaira desde la entrada al pasillo.
—Solo la hacen fuerte. —Con todo el cuidado del mundo dejó a la bebé en el mueble, tomó asiento y suspiró derrotada.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirí luego de tomar asiento frente a ella.
—La Ceremonia de Entrega, eso ha ocurrido, o está ocurriendo. —Miró por la ventana para esconder como sus ojos iracundos se llenaban de lágrimas amargas.
—Oh, oh, Cyrenne, pero creí que lo habían hablado —susurré.
—Sí, lo hablamos —espetó—. Lo hablamos y en el calor del momento me pareció lo correcto. Quiero decir, Elissa quiere uno —señaló a Axelia—, y la única forma de tenerlo es así. No hay niños huérfanos en la frontera desde que se instauró esta agradable paz y si los hay, nunca se los entregarían a dos guerreras. —Pasó las manos por su cabello—. Y yo no iba a tenerlo, uno porque no dejaré que me toque un hombre, dos porque no la someteré al infierno de nacer bajo mi casa y tres ¡Soy una jodida guerrera! No puedes pelear con una puta barriga de embarazo.
—¡Joida! ¡Uta!
Kaira fulminó a Cyrenne con una mirada helada, pero mi amiga solo rio las gracias de Axelia.
—Creo que por eso valdría la pena tener uno.
—Esa es mi señal para llevármela. Debe terminar de cenar.
Axelia frunció el entrecejo y se cruzó de brazos con petulancia.
—¡No! Joida cena.
Tuve que contener mi carcajada detrás de una tos. Kaira me dedicó una mirada de advertencia y tomó a una agitada Axelia en brazos.
—Supongo que te la llevarás de bares —gruñó.
—Supones bien, cuñadita —respondió Cyrenne con un guiño—. Quiero olvidar esta mierda de noche.
Kaira separó los labios para responder con ironía, pero como yo, leyó el dolor en la mirada de Cyrenne, así como los celos y la impotencia que la dominaban. Estaba haciendo algo por amor, un sacrificio que, si bien había aceptado, ahora que estaba ocurriendo le era imposible soportar sin al menos bañar su cerebro en vino y ahogar su corazón en licor de caña.
—Cuídate, Anteia. Regresen al amanecer, por favor.
—Wow, el amanecer, eso es más tiempo que la otra vez.
—Cyrenne, basta.
Tomé a mi amiga del brazo y la arrastré conmigo. Al pasar por la puerta recogí mi espada y me despedí con un gesto de Kaira y Axelia.
El corto paseo al pueblo, y un viaje a unos arbustos cercanos, despejaron la mente de Cyrenne lo suficiente como para volver a beberse el primer bar que nos encontráramos.
—Puedo estar allí, ja, si, como si quisiera ver como se la folla alguien que no soy yo —bufó contra el segundo vaso de vino.
—Puedes participar —apunté mientras daba el segundo trago a mi primer vaso. Si debía alejarla de los problemas no podía perder la cabeza.
—Si estuviera otra chica me lo pensaría. —Sonrió con picardía y guiñó un ojo a una camarera que pasaba cerca —. Una como esa, por ejemplo.
—Estás casada, Cyrenne.
—Ya, mi mujer se divierte en su Ceremonia de Entrega y yo debo guardar castidad —gritó y vació el vaso sin siquiera respirar.
—Le juraste fidelidad y si está en la Ceremonia es con tu aprobación.
—Mi maldita aprobación —sollozó—. Y lo peor es que si esta vez no tiene suerte, deberá probarlo el mes que viene y el que viene y así hasta... hasta que yo mate al idiota.
—Ten un poco de esperanza, quizás tenga suerte a la primera. —Tomé su mano y la estreché con la mía —. Y si no, estaré contigo cada noche.
—Pfff prefiero matar al idiota.
Por suerte para el idiota, un joven de quinta generación, Elissa quedó embarazada a la primera. Las ancianas del pueblo con las que se cruzaban al ir de comprar aseguraban que nacería una niña fuerte y valiente, que aquella enorme panza parecida a un balón de juegos de guerra era premonitoria de una niña.
La dulce espera convirtió a Cyrenne en una esclava de Elissa y en una feroz guardiana. Mantenía alejados a extraños y conocidos con una mirada que era capaz de helar la sangre. Casi sentía pena por Korina e Ileana, quienes atenderían el parto, pero estaba muy ocupada sintiendo pena por mí misma.
Axelia estaba cada día más incontrolable, tiraba la comida y estallaba en berrinches escandalosos por los asuntos más nimios. Demian había terminado la escuela y dedicaba todo su tiempo a la carpintería, era un buen aprendiz, dedicado y atento al trabajo, pero algo carcomía su alma y explotaba de las maneras. más ilógicas. A veces escapaba de su cuarto, irrespetaba las reglas que establecíamos por su seguridad y siempre que tratabas de hablar con él estaba enojado.
—Tú también pasaste por eso, déjalo ser y estará bien —masculló Cyrenne un día mientras escogía manzanas. Elissa quería manzanas grandes, redondas y jugosas y no aceptaba aquellas que no cumplieran sus finos controles de calidad.
—Temo que pueda meterse en problemas.
—Si lo hace sabe que cuenta contigo para que lo saques de ahí. Deja que viva la experiencia, le vendrá bien.
Y la experiencia no tardó en llegar y de la forma más sorprendente posible. Fuertes golpes en la puerta me distrajeron de la complicada tarea de vestir a Axelia, Kaira abrió la puerta y solo pude escuchar los gritos ahogados y una discusión que por segundos se hacía más y más violenta.
Terminé de ajustar los pequeños pantalones, dejé a Axelia en su cuna -que ya no servía de mucho- y con el corazón en la boca me dirigí a la sala dispuesta a defender a mi esposa.
—¡A ti te quería ver! —rugió una mujer regordeta apuntándome con un dedo lleno de anillos dorados—. Tu pequeña bestia besó a mi hija en contra de su voluntad acusó.
Reparé en la escena. Kaira escondía detrás de su espalda a un Demian que portaba un impresionante ojo morado y que forcejeaba con su madre para lanzarse contra la mujer que le acusaba.
—Yo solo veo a una mujer que se presenta en mi casa sin invitación solo para acusar a mi hijo de algo que no creería jamás.
—Ese mocoso no es tu hijo y si lo es déjame decirte que estás cometiendo terribles errores con él. Estúpidos como él deben permanecer atados en su casa hasta que alcancen la edad de la razón.
—Señora, sigue sin decirme su nombre —bufé, cansada ya de sus peroratas.
—No te interesa mi nombre.
—Camila deseaba ese beso —exclamó Demian—. Ella me ama y yo a ella.
—Maldito blasfemo, a ella no le gustan los hombres y si así fuera, le gustarían de quinta generación, con un buen nombre, no un pobre huérfano como tú ¡Díselo, Camila!
La mujer se hizo a un lado apretujándose contra el dintel de la puerta de tal manera que pensé que derrumbaría mi casa. Una chica tímida, con un poco de acné en la frente y mejillas pintadas con pecas hizo acto de presencia. Mordisqueaba su labio inferior con nerviosismo y jugaba con sus manos.
—¡Díselo, Camila! —ordenó aquella mujer en un tono que indicaba que a esa pobre chica le esperaba un regreso a casa lleno de dificultades.
—No, no podemos estar juntos, Demian. Eres un huérfano y un hombre de primera generación, no puedes garantizarme nada, solo hundirías mi posición. —Al final de aquellas palabras la chica ahogó un ligero sollozo, apartó la mirada y se escabulló detrás de su madre. Demian dejó de forcejear con Kaira.
—¡Dijo eso porque la está obligando! —gruñó con vos débil, como si luchara con el significado de aquellas palabras y su corazón.
—No quiero volver a verte cerca de mi hija, se los advierto. La próxima vez llevaré esto al ejército.
Después de esa amenaza la mujer se marchó pisando fuerte y llevando a Camila del cuello. Rechiné mis dientes, nunca había deseado más contar con mi insignia como comandante para callar la voz de mujeres como esa. No podía intervenir, solo podía alejar a Demian de aquella jovencita, incluso si su corazón se rompía en el proceso. Burguesas como aquella podían fácilmente dar forma a una acusación falsa y Demian daría con sus huesos en el calabozo.
—Demian... —empecé.
—No digas nada, ya lo sé —espetó dolido—. Me mantendré alejado de ella. Sin agregar palabra dio media vuelta y corrió a su habitación.
—Esperaba que dijeras algo, al menos —dijo Kaira con decepción en su voz.
—Contra una mujer así poco se puede hacer —confesé—. No puedes imponerte con palabras ni amenazarlas con una espada, solo las deslumbran las posiciones de poder y, aun así, tratarán de imponerse con ayuda del oro y promesas banales de tierras y poder.
—¿Contra ellas actuaban las casas nobles? Creo entender su posición.
—La reina actuará tarde o temprano. De lo contrario este reino terminará gobernado por la corrupción y no por la corona.
—Pero, ¿Demian?
—Estará mucho mejor alejado de familias así —repliqué—. Y si no lo hace, me aseguraré de ello. No está en una posición de total libertad en estas tierras.
Kaira frunció el ceño y los labios, como siempre hacía cuando estaba especialmente molesta, y desapareció rumbo a la cocina. Suspiré y observé mi mano temblar con cierto descontrol, de haber sido otra mi posición quizás habría luchado por su derecho a enamorarse de quien le diera la gana.
Regresé a la habitación de Axelia y la atrapé justo antes que cayera desde lo alto del cerco de su corral. En definitiva, la libertad era una necesidad básica por la cual lucharíamos desde la cuna.
Demian cumplió su palabra y se mantuvo alejado de Camila. Sin embargo, el cambio en su personalidad era notable. Con el paso de los meses dejó de ser aquel joven vivaz y conversador para comunicarse con tan pocas palabras que parecía otro. Dejó de frecuentar a sus amigas y solo salía de casa para acudir a la carpintería, para ayudar a Kaira con la granja y los agricultores y observar con ojo crítico los primeros pasos de Axelia en el manejo de la espada.
—No, Axelia, levanta tu escudo.
—Es pesado y me molesta —protestó. Sus brillantes ojos grises me miraron implorantes.
—Muy bien, no lo uses —cedí—. Ahora, atácame como te enseñé.
—Pero tú sigues usando el tuyo —acusó con un puchero, aun así, levantó su espada de madera y se acercó a mí con paso cauteloso.
—Tu eres la que no quiere usarlo, no yo —desvié su golpe y clavé la punta de mi espada en su costado descubierto.
—¡Madre! —rio.
—De nuevo.
Esta vez se apresuró a bloquear mi estocada, pero giró tanto su cuerpo que dejó expuesto su otro costado. Con un giro calculado terminé por clavar mi espada en su estómago.
—¡No es justo! para, para. —Cayó al suelo vencida por las cosquillas. Tiró su espada en mi dirección y la desvié con mi escudo. Trató de patear mis pantorrillas, pero mis fieles botas reforzadas inutilizaron aquel ataque. Continué haciéndole cosquillas con la punta de mi espada en puntos que eran evidentemente vitales.
—¡Está bien! Usaré el escudo, para, para ¡Madre!
Escuché una risa ahogada a mi espalda y giré. Demian descansaba contra el cerco de arbustos con actitud desenfadada. Sus brazos ya revelaban grandes y saludables músculos, llevaba el cabello corto y en punta e insistía en dejarse crecer la escasa barba que ya poblaba su mentón.
—Si continúas así, va a pensar que todo es un juego —señaló.
—Solo tiene tres años.
—Mamá tiene una relación de amor-odio con estas clases.
Rodé los ojos y regresé mi atención a Axelia, quien ahora se entretenía picando con una ramita un hormiguero.
—Cuanto antes aprenda a usar una espada, más tiempo pasará alejada del filo de una.
—Mamá lo entiende, pero teme por ella.
—No debe preocuparse por otros trece años. —Clavé la espada de madera en el suelo suave y húmedo y levanté a Axelia para evitar que las hormigas obtuvieran su ansiada venganza—. Tengo una importante misión para ti. Lava tus manos y dile a tu mamá que quiero un plato de esas deliciosas galletas que está horneando. No regreses sin ellas.
Axelia asintió orgullosa y regresó a casa a toda carrera. Demian la observó marchar y jugó incómodo con su pie en el sitio.
—Llevas rato cavando ese agujero, vas a desgastar tus botas ¿ocurre algo?
—Quiero aprender —señaló el grupo de espadas de madera que descansaba bajo el manzano. A veces la madera cedía y era sabio contar con algunos reemplazos.
—Sabes que no puedes, Demian.
—Lo sé, solo pensé que como se acerca mi cumpleaños quizás podrías regalarme una o dos clases —tartamudeó—. Los arbustos han crecido, nadie nos verá —agregó esperanzado.
Demian nunca había pedido nada especial para sus cumpleaños. Habituado a la vida en las calles, donde comer una vez al día ya era suficiente regalo, encontrarse con esa oportunidad solía abrumarlo y solo se encogía de hombros, para él cualquier cosa era un grandioso regalo.
—Supongo que podemos. Solo un par de lecciones. Lo básico.
—¡Gracias! —Saltó sobre mí y me rodeó con sus brazos. Era la primera vez que lo veía tan feliz desde aquella fatídica tarde.
—¿Tienes una razón en especial para aprender a blandir una espada? —indagué mientras le enseñaba a colocarse un peto de práctica—. Tiene senos —reí—. Pero debe bastarte.
—No importa —aceptó mirando las dos montañas de cuero con curiosidad. Llevó sus manos a ellas y las toqueteó a gusto—. Se sienten raros.
—Demian, no has respondido mi pregunta.
—Yo... —Apartó la mirada y suspiró. Miró al cielo, como si deseara controlar las lágrimas que se agolpaban en sus ojos—. Madre, quiero migrar a Cathatica.
—Oh. —El nudo en mi garganta me impidió comentar algo más inteligente.
—Quiero aprender a pelear, quiero construir un nombre para mí y regresar sin el estigma de ser de primera generación. A los hombres de Cathatica no los tratan tan mal.
—Tienes razón, tienen la libertad de uno de quinta generación y se les permite portar y usar sus espadas —resumí. No me agradaba la idea, sentía como dentro de mí se rompía algo, como si tejidos y lazos emocionales se rasgaran.
—Debo ceñirme a las ilógicas leyes del reino que me vio nacer, pero no me atarán. —Eligió una espada y dio un par de golpes descendentes de prueba.
—Dentro de poco serás mayor de edad, debes elegir tu camino —cedí y mi garganta terminó por ceder a un sollozo—. Solo... no te atrevas a morir en tierras extranjeras. No nos dejes esperando tu regreso, Demian. No te atrevas a romper el corazón de tu mamá.
—No lo haré, madre. —Dejó la espada a un lado y me abrazó—. Voy a mantenerme con vida, a regresar con tanto oro que podremos contratar jornaleros y agricultores a tiempo completo, se convertirán en la granja más rica de todo Calixtho.
—Me basta con que regreses. —Sequé mis lágrimas con el dorso del guante y lo aparté unos centímetros—. Empecemos. Si esos son tus planes debes practicar mucho. O serás el hazmerreír de los niños de Cathatica.
Kaira se tomó la noticia con sorprendente fortaleza. Estaba marcada por el ejemplo de todas las mujeres de Luthier, habituadas a dejar marchar a sus hijos varones a la guerra y al pillaje. Ayudó a Demian con sus maletas e incluso prefirió quedarse en casa con Axelia a efectuar el viaje hasta el puerto de Calix.
—¿Segura que no quieres viajar con nosotros, mamá? —preguntó Demian desde la puerta. Sus ojos estaban rojos y hacía un buen rato que se había rendido al constate fluir de sus lágrimas.
—No, hijo, alguien debe quedarse en casa y cuidar de la granja y de Axelia. Además, ya Anteia va contigo. Solo los retrasaríamos —Kaira sonrió con algo de amargura—. Estaremos bien.
—Demian, no te vayas —Axelia se negaba a soltar la mano de Demian.
—Enana, ya te lo dije, no me iré por mucho tiempo. Volveré pronto —Demian se agachó a su altura y alborotó los rizos castaños de su hermana.
—¿Mañana?
—No.
—¿Pasado mañana?
—No, pequeña.
—Mmm ¿el fin de semana?
—No, volveré mucho después.
—Pero dijiste que regresarías pronto —acusó.
—Sí, pero no esa clase de pronto. Tu concéntrate en aprender a ser una gran guerrera. Así cuando regrese podremos ver quién es el mejor.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
Sellaron aquellas palabras con un abrazo apretado tan extenso que Kaira tuvo que separar a Axelia. Si nos demorábamos más podíamos perder el barco. Nunca se sabía qué tipo de obstáculos podían presentarse en el viaje de dos semanas y media que nos separaba del pueblo marítimo.
—Hasta pronto —susurró Demian, dio media vuelta y caminó con paso firme hasta el caballo que había rentado para él. Subió sin dificultad y lo espoleó. Ya lo alcanzaría en el camino.
—¿Estás bien? —pregunté a Kaira.
—No y dudo que lo esté mientras se encuentre lejos —admitió—. Me sorprendió que aceptaras está loca idea suya, pero es lo mejor para él. La carpintería no lo llenaba y se siente atrapado en este reino. Calixtho le queda pequeño.
—Así es. Tranquila, nuestro muchacho estará bien. —Besé su frente y luego sus labios. Axelia reclamó un abrazo y solo cuando estuvo satisfecha me dejó subir a mi caballo y partir detrás de Demian.
Fue un viaje agradable. El viento fresco de finales de primavera nos mantuvo cómodos hasta alcanzar el poblado de Calix. Allí las casas eran mucho más sencillas, con madera fina y fresca, con techos cubiertos de palmeras secas y plantas entretejidas.
Tenían mercadillos en cada calle, Calix era la ciudad portuaria principal de Calixtho, por lo que ofrecían todo tipo de mercancías, tanto propias como importadas de otros reinos. El puerto era un lugar impresionante, con un fondeadero para barcos de gran calibre y un muelle extenso para recibir las pequeñas embarcaciones.
Como todo poblado principal había personas corriendo de aquí para allá, llevando bandejas con especias, barriles de vino o licor en los hombros, bolsas repletas de vegetales y frutas que nunca habíamos visto en la frontera. Compré algunas para el viaje de regreso y otras para Demian.
Los viajes a Cathatica no eran tan peligrosos como otras travesías. Solían navegar con la costa a estribor y solo se adentraban en el mar cuando cruzaban frente a Luthier. Aun así, compré a Demian un surtido de frutos secos, pan y agua para el viaje. Nunca se podía ser lo suficientemente precavidos.
Alcanzamos el muelle cuando el barco rumbo a Cathatica estaba a punto de partir, subían ya las últimas cargas y pasajeros. Demian se apresuró a arrojar su equipaje al último bote, dio media vuelta y extendió sus brazos en mi dirección.
Lo rodeé con los míos a sabiendas de que podía ser la última vez que estuviéramos juntos. Las promesas de un pronto regreso poco podían hacer contra las batallas y peligros que enfrentaría en Cathatica.
—Cuídate. Y escribe con frecuencia.
—Loprometo —exclamó al saltar al bote. En ese momento su expresión cambió, si bienaún era triste y melancólica, su sonrisa y sus ojos brillantes expresaban unagran alegría, esperanzas y expectativas. Estaba listo para explorar el mundo asu ritmo y sin las cadenas de Calixtho en sus muñecas.
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