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Confrontación

La fría noche estaba por encontrarse con el momento en el que se considera madrugada, incluso amanecer, no podría decirlo bien. En ese instante todo era confuso a mi alrededor, una masa de traiciones, mentiras y un pasado que se negaba a abandonarme.

El exceso de alcohol en mis venas era un veneno bienvenido. Aliviaba en parte las punzadas con las que mis piernas protestaban ante el exceso de movimiento y embotaba mis sentidos lo suficiente como para no sentir en plenitud la ira que burbujeaba en mi pecho y amenazaba con derramarse en mis venas.

No regresé al campamento, por alguna razón, mis pies me llevaron de regreso a la granja ¿Por qué estaba cerrada la puerta? Me pregunté cuando traté de entrar. Golpeé con fuerza un par de veces, quizás mucho más y el llanto de Axelia taladró mis oídos.

—Maldita sea, voy a cortarle las manos a quien haya tocado la puerta —escuché decir a Airlia.

—Sería lo último que necesito —gruñí en su cara cuando abrió la puerta y me permitió entrar. Su ceño fruncido revelaba lo confundida que se encontraba en esos momentos.

—¿Comandante, está bien? —inquirió—. Creí que pasaría la noche en el campamento.

—Sí, yo también lo creí. Así como creí ser apta para este puesto. —Apoyé mi espalda en la pared.

—¿La comandancia? Por supuesto que lo es. —Se apresuró a decir.

—Oh, solo lo dices porque eres una recluta a mi mando. —Sacudí la cabeza—. Y las guerreras no tienen de otra más que compartir esa opinión.

—No lo hacen por obligación, es la verdad. Usted tiene las habilidades necesarias para el mando.

—¿Aun si no hay sangre noble en mis venas? —mascullé sacando de mis muñecas los brazales.

—La sangre no la hace más o menos apta. —Rodó los ojos—. Asumo que se encontró con las tres bestias de Erasti.

—Dos son unas víboras ponzoñosas, una es... no sabría definirla.

—Sea lo que sea que hayan dicho no es la verdad, comandante—tomó mis manos con fuerza—. Debería descansar, quien ahora habla es el vino.

—Tal vez debería dejarlo hablar más seguido —gruñí—. Soy menos idiota así.

—Airlia ¿Quién llamaba a la puerta? ¿Anteia? —Kaira, en camisón y con el rostro demacrado por el cansancio se acercó a nosotras.

—Ella, dormirá aquí hoy —explicó Airlia a toda prisa.

—Mi sala apesta a vino —protestó Kaira— ¿Cuánto has tomado? —Su rostro tenía una curiosa expresión, mezcla de tristeza, molestia y miedo.

—Lo suficiente para no enfrentar a esas idiotas —respondí—. Porque solo buscan el poder para su sangre, aprovechar cada mínima oportunidad para cambiarlo todo a su favor.

—¿Las Senadoras?

—Candidatas—corregí—. Pero supongo que puedes llamarlas así ya. Han comprado a todo el pueblo y andan por ahí pavoneándose por su sangre azul y sus ideas para evitar que nuevos ataques ocurran en la frontera.

—Bueno, si pueden evitarlos habría que escucharlas. —Tomó una de mis manos entre las suyas.

—Claro, escuchar sus estúpidas acusaciones, sus estúpidos planes sobre dejar a las refugiadas nobles en medio del bosque helado y con una bebé en brazos —rugí. Por el rabillo del ojo pude ver cómo Airlia se deslizaba fuera de la sala. Una sabia decisión.

—¿Qué quieres decir? —preguntó palideciendo.

—Que esas asquerosas arpías pretendían aprovecharse de este ataque para minar la credibilidad de mi comandancia y tú se los pusiste en bandeja de plata al ocultarme información. —Solté su mano y tiré de mi cabello.

—Lo siento, pero no entiendo. —Frunció el ceño— ¿Cómo pude haber minado tu credibilidad? No lo entiendo.

—¡Por ejemplo, podrías haberme dicho que tu esposo era un noble! ¡Con un ejército numeroso! —bramé dando vueltas por la sala. Mi ira era tal que poco me importaban mis piernas lastimadas.

—Oh, eso —suspiró—. Nunca surgió la oportunidad —dijo con lágrimas en los ojos. Por fin comprendía la gravedad de la situación.

—Me contaste casi todo sobre tu vida, hubo muchas oportunidades, Kaira. No me mientas, estoy cansada de las mentiras —protesté, mi voz no me pertenecía en esos momentos, era como si todos los sentimientos negativos que me habían provocado aquellas dos nobles se hubieran mantenido a presión en mi cabeza y ahora explotaran con toda la fuerza posible.

—¡Está bien! Sí, no quise decirlo, no sabía si iban a devolverme a sus brazos. Su poder como noble era demasiado. —Cubrió su rostro con sus manos y sollozó—. Temía que pensaran que caería sobre ustedes buscándome y que por eso era mejor entregarme ¿Qué vale más? ¿La vida de decenas de guerreras o la de una pobre refugiada? Pero el tiempo pasó y él nunca atacó y pensé, pensé por un momento que todo estaría bien, que era tan poca cosa para el que no movilizaría a sus hombres por mí.

—¡Pero los movilizó, Kaira! Llegó hasta el pueblo y solo con ayuda de Eneth pudimos evitar una catástrofe. Él vino aquí, dejó a su ejército para que muriera a nuestras manos y vino hasta la granja para reclamarte. Me parece que sí eras importante para él

Kaira se deslizó al suelo sumida en sollozos que sacudían su cuerpo. Deseaba abrazarla y retirar mis palabras, pero las acusaciones de la candidata a senadora y la mirada de Eneth aún repiqueteaban en mi mente.

—Maldita sea, si tan solo lo hubieras dicho hubiera duplicado las guardias, hubiera reforzado las defensas, nos hubiéramos preparado. —Me agaché frente a ella y aparté las manos de su rostro, sus ojos enrojecidos detuvieron en el acto mi furia—. No te habríamos regresado a Luthier, pero te hubiéramos resguardado mejor —añadí con suavidad. Necesitaba detenerme antes de lastimarla y por primera vez mi cerebro dominaba mi cuerpo relleno de vino.

—¿Todas las muertes fueron mi culpa? —balbuceó. Su expresión era de tal desolación que me sentí como una idiota por no explicarme mejor.

Suspiré y negué con la cabeza, no podía cargarla con tamaña culpa, no importaba lo que dijeran esas dos estúpidas estiradas. Prefería llevar esa responsabilidad sobre mis hombros

—No, él mismo lo confesó antes de morir. Estaba aquí por órdenes de Cian. Quizás solo se separó cuando vio que todo estaba perdido y partió en tu busca. Es algo que no sabremos nunca.

—Pero tú dijiste —sorbió por la nariz—. Tú dijiste que de haber sabido...

—Claro, es protocolo, es algo que siempre hacemos cuando escapa una noble. —Froté mi rostro—. Al saberlo habría cumplido con la ley y no tendría a una horda de buitres rondando mi puesto y acusándonos de miles de cosas.

—Oh, Kaira lo siento, lo siento mucho. Solo traigo problemas a tu vida.

—No, mi vida está llena de problemas. —Me levanté con dificultad y le tendí mi mano. La duda en su expresión rompió mi corazón, pero ¿Qué podía esperar? Había protagonizado toda una explosión frente a ella. Sería afortunada si aceptaba que durmiera bajo su techo.

Luego de unos aterradores segundos, su mano tomó la mía. Se impulsó levemente y se puso de pie. Su mano nunca liberó mis dedos y con un paso dubitativo se acercó a mí.

—¿Me odias? —inquirió llena de dudas.

—Jamás, no podría hacerlo. —En aquel momento solo me odiaba a mí por haber descargado mi ira contra ella. Kaira no tenía la culpa de lo que había ocurrido en el banquete.

—Pero tu ejército fue diezmado y te acusan del ataque... —Coloqué un dedo sobre sus labios.

—Solo repetía las tonterías de esas nobles sin cabeza —repuse con fastidio—. Lamento haber explotado contra ti. —Acaricié lentamente el borde de sus labios.

Un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo, tal vez aún estaba asustada por mi reacción. Aparté mi mano de su rostro, pero ella detuvo con su mano libre.

—No, está bien. —Colocó mi mano de manera tal que acunara su mejilla—. No es tan grave.

—¿No es tan grave? —inquirí con incredulidad.

—Puedo comprender cómo te sientes. —Sonrió levemente—. Has pasado momentos difíciles, no sería justo de mi parte culparte por ello.

—Pero te hice llorar. —Limpié el camino de lágrimas que aún humedecía levemente sus mejillas.

—No es tan grave.

—¿Qué es lo que considerarías grave, Kaira? —inquirí con cierta duda.

—Eudor, él, él a veces llegaba borracho y, exigía sus derechos como esposo. —Jugueteó con su cabello y apartó un mechón de su rostro.

—No puedes compararlo todo lo negativo que ocurra con nosotras con algo así —repuse asqueada.

—¿Con qué debería hacerlo? Yo, no entiendo, no entiendo a qué te refieres. Actúas como si lo que hiciste fuera un grave delito, pero la verdad es que no me has hecho nada.

—Hacerte llorar, provocar tus lágrimas, es el más grave delito entre nosotras ¿Lo entiendes ahora? —Sujeté su rostro con ambas manos y uní nuestras frentes para mirar con intensidad sus ojos esmeraldas.

—Supongo, pero ¿y si no quiero culparte por eso?

—Oh, Kaira, debes hacerlo. —Rodeé su cuerpo con mis brazos—. Porque yo te hice llorar.

—Pero no quiero hacerlo y es mi decisión final. —Sentí sus brazos rodear mi cintura—. Además, quiero que te quedes el resto de la noche.

—¿Estás segura?

—Me había hecho a la idea de no tenerte en casa por una temporada, pero ahora que estás aquí. —Titubeó unos segundos—. No quiero perder el tiempo.

Aquella frase provocó una insoportable ola de calor en mi rostro. ¿A qué se refería?

—No sabemos qué puede pasar y Cyrenne me habló horrores sobre esas casas nobles. —Tomó una de mis manos y me guio hasta la habitación principal. Una vela sobre la mesa de noche era la única luz disponible.

—Ya, Kaira, pero no planeo desaparecer o morir en un tiempo cercano. —Aseguré con cierto nerviosismo mientras sus dedos se colaban entre las hebillas de mi armadura, soltando con presteza cada pieza. No debí permitir que se acostumbrara a hacerlo cada noche en mi habitación, pero la sensación era tan agradable que había cedido, una y otra vez.

—Lo sé. —Sonrió y acarició mi rostro—. Por alguna razón sé que no me dejarás tan pronto.

Antes que pudiera darme cuenta, mi armadura yacía en una silla cerca de la puerta y yo solo me encontraba con mi camisa y pantalones. Una mirada intensa y a la vez llena de dudas fue suficiente para aceptar que deslizara aquellas prendas fuera de mi cuerpo.

Tragué con dificultad. En mi garganta se formaba un nudo imposible de soltar, solo bajaba más y más hasta alcanzar mi estómago y luego llegar más allá. ¿De verdad iba a pasar esto? Maldije todo el vino que había tomado, alteraría mi memoria y si esto iba a pasar, quería recordarlo en vivo detalle.

Quería que ese momento fuera diferente, no luego de una pelea y por supuesto, no con una única vela como testigo. No me había detenido a pensarlo antes, pero si sabía lo que no deseaba para tal ocasión.

—Kaira, yo... —tartamudeé cuando la vi apartar las sábanas y acostarse en uno de los extremos.

—Vamos, necesitas descansar, no podrás tomar buenas decisiones sin una buena noche de sueño. —Su tierna sonrisa flaqueó al ver mi expresión confundida— ¿Sucede algo?

—Nada. —Una pequeña carcajada casi escapó de mis labios—. Solo estaba pensando.

Me deslicé a su lado y suspiré al sentir la suavidad de las sábanas contra mi piel desnuda. En esta pequeña burbuja de felicidad no debían entrar ni estúpidas nobles ni los problemas del campamento, no permitiría que lo hicieran.

—Luces mucho mejor —opinó Kaira apoyándose en un codo para inclinarse sobre mí—. No deberías angustiarte tanto. —Deslizó sus dedos sobre mi entrecejo, recorrió los bordes de mi rostro hasta llegar a mis labios.

—Es imposible evitarlo —murmuré para luego besar cada uno de sus dedos—. Pero no volveré a traer los problemas a casa. —Me detuve un instante y corregí—. A tu casa.

—Puedes considerarla tuya, no me molesta. —La más brillante de las sonrisas iluminó su rostro—. Lo prefiero así, tuya y mía, nuestra.

—Kaira, eso es...

Sus labios detuvieron mis fútiles protestas, robaban suspiros desde lo más profundo de mi ser, encendiendo de nuevo una llama que se negaba a ceder, incluso en los momentos más oscuros y difíciles. Su lengua se deslizó sobre mis labios pidiendo entrar, para alguien que se asustaba ante la idea de un beso más intenso, aquel paso era toda una victoria. Permití que explorara a su ritmo mi boca, que dibujara sus deseos en mi lengua y marcara a fuego mis labios. Cuando lo permitió, le devolví el placer, suspirando contra su boca, saboreando su sabor mentolado y deleitando mis dedos con la suavidad de sus mejillas.

—Anteia —jadeó luego de un rato—. Lo siento mucho, yo, no sé cómo paso.

Su cuerpo estaba sobre el mío, su peso descansaba sobre mis caderas y sus piernas se encontraban entre las mías. Esbocé una sonrisa y acaricié su cabello con una mano mientras que con la otra la abrazaba por la cintura.

—No es nada malo, todo lo contrario. —Robé un corto beso—. Me encanta.

—Pero estás herida y mi peso...

—No siento nada —respondí con la verdad y la jalé suavemente sobre mí hasta que su cabeza descansó sobre mi pecho—. Esto es nuevo para mí y, sin embargo, siento que ya no podría vivir sin sentir tu cabeza sobre mi corazón.

La noche nos arropó luego de aquellos dulces momentos. Luminosa y atrevida, la luna fue testigo y guardiana de nuestro sueño. Solo el alba pudo romper la magia, acompañado de los primeros rayos del sol y del llanto de Axelia.

—A veces es agotadora —susurró Kaira contra mi cuello.

—Espera a que empiece a caminar —apunté recordando cómo correteaban las madres a sus niños más pequeños. Las piernas regordetas y torpes pueden ser sorprendente rápidas en ocasiones.

—¿Te marcharás antes del desayuno? —inquirió con tristeza en su voz.

—Tengo que hacerlo, esas pequeñas bestias cubiertas de monedas pueden llegar a mi campamento —respondí acariciando su rostro con suavidad.

—¿Llevarás a Cyrenne?

—No, es mejor que esté aquí. No quiero preguntas incómodas, más con las sospechas que manejamos. —Entrelacé sus dedos con loa míos—. Procura obedecer a Airlia en todo.

Con el corazón en un puño me despedí de Kaira y de Axelia. La pequeña había crecido mucho en las pocas semanas que habíamos estado separadas. Su cabello estaba mucho más largo, sus pequeños ojos verdes brillaban vivaces y sonreía ante todo lo que veía.

Me sentía algo mejor de mis heridas, pero la eficiente Anthea había recuperado el carro del pueblo. Subí con cuidado y conduje hasta el campamento, una vez llegué al lugar, ordené a una guerrera que regresara el carro al pueblo y diera unas rondas. A veces los hombres más revoltosos y descontentos aprovechaban el momento para ponerse violentos. La guerrera saludó ante mis órdenes y marchó con el carro.

—Comandante. —Anthea llegó corriendo a mi lado, venía de la oficina de Cyrenne—. Anoche las candidatas a senadoras, esas víboras, dijeron que vendrían a dar una ronda al lugar.

—No son Senadoras aún, no tienen derecho a visitar el campamento —repuse.

Anthea esbozó una sonrisa maligna.

—Odiarán eso.

—Lo sé. —Posé una mano en su hombro y palmeé con alegría, era la mejor idea que se me podía ocurrir—. Se quedarán en la puerta, bufando de rabia. No tienen la autoridad para exigir su entrada al campamento, no son Senadoras aún. De hecho, solo dos de ellas obtendrán el puesto cuando se celebren las elecciones.

—Daré la orden. —Anthea se alejó trotando.

El campamento tenía un aire lúgubre y vacío. Pocas guerreras se encargaban de entrenar a las reclutas que estaban ilesas, otras vigilaban y hacían rondas, algunas afilaban sus armas. La herrera del campamento golpeaba insistentemente su yunque, trabajando en nuevas armaduras y escudos. A su lado se acumulaban espadas y hachas rotas.

Me dirigí al lugar donde entrenaban las reclutas. Practicaban tiro con arco. No era un ejercicio demasiado extenuante, perfecto para luego de una batalla. Podía ver que aún les faltaba mucho por aprender, pues erraban más de lo que acertaban al blanco. Solo pocas, particularmente quienes venían de Erasti, acertaban.

Dasha se encontraba entre las practicantes, se esforzaba en cada tiro por hacerlo mejor. Pero el temblor en sus manos no la ayudaba. Sabía que me había visto y que venía por ella.

—Mihalis, necesito a Dasha un momento —dije a la guerrera que las vigilaba. Por el rabillo del ojo pude ver cómo las manos de Dasha incrementaron su temblor, lo que provocó que la flecha que tenía en el arco saliera volando por encima de la cerca.

—Por supuesto, comandante, después de todo, parece que solo quiere arruinar flechas hoy—gruñó mientras le lanzaba una mirada fulminante—. Dasha, ven aquí, la comandante te solicita.

Dasha se acercó con paso trémulo. No lucía orgullosa como anoche. Solo nerviosa por lo que podría esperarle.

—Gracias, Mihalis. Continúa con tu buen trabajo.

La guerrera saludó y volvió a prestar atención a las reclutas. Les gritó algo que no alcancé a entender y pronto el aire se llenó del silbido de las flechas cortando el aire, veloces, letales.

Guie a Dasha a mi oficina. Podía escuchar que su armadura tintineaba incluso cuando ya no caminaba. No podía entenderla. ¿Había comunicado la historia de Kaira a las nobles solo como venganza? ¿O creía que cumplía su deber? Si era lo segundo, no tenía por qué temer, a menos que creyera que yo era una especie de traidora o tirana. Y no lo era. Llevaba el campamento con la rigidez necesaria, ni más ni menos.

—Dasha, te importaría explicarme, ¿por qué les dijiste a las nobles sobre el pasado de Kaira? Puedo entender que espiaras el duelo, pero no comprendo tu actitud.

—Ellas llegaron al pueblo, dijeron que serían las futuras Senadoras y que todo lo que pudiéramos hacer para colaborar con ellas sería bienvenido. —Jugó con la hebilla de su talabarte.

—¿Y bien? —gruñí, podía aceptar que Dasha fuera ingenua para algunas cosas, pero en esto, había pasado la raya.

—No comprendo la pregunta —balbuceó pálida.

—¿Por qué consideraste que hablarles del pasado de Kaira sería tan beneficioso?

—Pues, porque ellas hablaban de los cambios que deseaban hacer. Decían que las refugiadas eran un gran problema para el reino y que por su culpa muchas guerreras valientes de Calixtho perdían su sangre.

No pude contenerme, en dos zancadas me acerqué a Dasha y la sujeté con fuerza por los bordes del peto.

—Eso está contra el edicto real y lo sabes bien, Dasha. No puedes ser tan ingenua.

—Lo sé, pero ellas dijeron que como Senadoras podían hacer algo, podían hacer de la frontera un lugar mejor, más seguro, sin tantas muertes —lloriqueó.

—Eso está fuera de su alcance, conoces las competencias de cada órgano del gobierno de este reino. Sabes que los edictos de la reina superan los del Senado y los de este a los del Consejo de Comandantes.

Dasha rompió a llorar. De sus ojos bajaban gruesas lágrimas. Temblaba como nunca y parecía que en cualquier momento sus piernas iban a dejar de sostenerla.

—¡Es que temo tanto por Airlia! —chilló al fin—. Yo solo quiero que ella esté a salvo y usted la envió de guardaespaldas de su mujer, ella estaba sola en esa granja y no podía soportarlo.

—¿Así que tramaste todo esto para que perdiera mi cargo? —La empujé lejos de mí y cayó sentada sobre el suelo.

—¡No lo sé! Yo solo quería a Airlia de regreso.

Desenvainé mi espada, cansada ya de sus lloriqueos. Nadie sirve en la frontera siendo tan egoísta como para poner a tu novia por encima de las vidas que debe proteger.

—¿Les dijiste a las nobles sobre Airlia y su ubicación? —apunté la punta de mi espada a su cuello.

—¡No! Nunca lo haría —gritó angustiada. Su grito alertó a una de las guardias que vigilaba mi oficina. La chica entró de golpe y al ver a Dasha en el suelo solo rodó los ojos.

—Todo está en orden —indiqué.

—Como usted diga, comandante —saludó y cerró la puerta a su espalda.

—¿De verdad no comentaste nada? Porque podrías arruinar los planes que tenemos trazados, podrías arruinarlo todo, Dasha y con ello, poner en riesgo a Airlia.

—Lo juro, nunca, nunca haría algo como eso. Usted dijo que esos planes eran secretos, que, si los comentaba con alguien usted, usted. —Bajó la mirada y continuó llorando.

—Me aseguraría que visitaras los calabozos y las herramientas de Cyrenne, sí —recordé.

Alejé mi espada de su cuello y me senté sobre mi escritorio. No sabía qué hacer con ella. No podía simplemente expulsarla alegando cobardía de su parte. No era una cobarde. Solo era una chica que no tenía la capacidad para establecer prioridades, su corazón se llevaba lo mejor de ella.

La joven tampoco había cometido una falta como tal. Quizás si me esmeraba un poco, podía presentarla como una traidora a los preceptos de la corona, pero aquello era una terrible injusticia.

Lo cierto era que tampoco podía dejarla marchar libre y sin un castigo ejemplar.

—¿Comandante? —Mi silencio y actitud pensativa llamaron la atención de Dasha, quien ya se había calmado lo suficiente.

—Quiero que le comentes esto a Airlia, Dasha —resolví al final.

—¿Qué? Pero ella... —Apartó la mirada con los labios temblando.

—¿Ella qué? Espero una buena razón para que te atrevas a cuestionar mis órdenes.

—Ella me odiará —lloró—. Soy indigna de ella, una cobarde, confesarle mis acciones solo... solo hará que se aparte de mi lado.

—Y, aun así, actúas sin pensar —apunté con seriedad. No iba a permitir que su llanto doblegara mi voluntad—. Si sabes que tus acciones son indignas de ella, que Airlia jamás haría algo así, entonces ¿Por qué hacerlo? Temes perderla, lo entiendo, pero actuando así también la perderás.

Dasha sorbió por la nariz y se levantó del suelo. Se abrazó a sí misma y esquivó mi mirada.

—Airlia viene de una casa noble. Sabe lo que es el sacrificio, la entrega y la lealtad. Si quieres ser digna de ella, tienes que entender esos conceptos. Airlia quiere servir a su reino aquí, fue su decisión, así como la tuya fue seguirla hasta aquí.

La joven asintió. Sus facciones estaban contraídas en un gesto de desesperación e impotencia absolutas. Tendría que vigilarla, ya había fallado una vez, podía repetir su error, incluso, vengarse.

—No quiero verte cerca de las nobles de nuevo, Dasha, si lo haces lo asumiré como traición—amenacé mientras la señalaba con mi espada—. Justo ahora, estás caminando sobre la cuerda floja y escudarte en unas candidatas a Senadoras no va a ayudarte en lo más mínimo. Ya las hiciste quedar como traidoras a la corona.

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