Asuntos pendientes
El día transcurrió en una mezcla indescriptible de papeleo, órdenes para las reclutas y dos médicos en extremo preocupadas por un astil que bien podían sacar de un tirón y acabar de una vez con mi sufrimiento, al menos el físico, porque el dolor de perder a mi amiga dominaba mi corazón y lo estrujaba con la fuerza y violencia de una maza de púas.
—Después de esto deberías descansar —apuntó Korina. Presionó contra la herida un esparadrapo empapado en aquel horroroso alcohol de caña que provenía de la primera destilación. Ese que tenía un extraño color azul y que decían que era capaz de matar a un caballo si este bebía poco más de un sorbo.
—Tengo muchas cosas que atender —susurré, porque era mucho más fácil concentrarme en mis responsabilidades que en todos los fracasos que parecían poblar mi vida.
—No, tienes que atenderte a ti misma primero —indicó Ileana mientras alimentaba unas brazas con un fuelle de mano. Ugh, aquello iba a doler—. Y después de esto necesitarás un par de días de descanso.
—He jugado con fuego antes —mascullé. Korina dejó en mi mano un vaso con algún potente licor del norte. Olía muy bien, casi como un perfume. Era costoso, tan costoso que solo lo compraban las curanderas y doctoras del ejército con ayuda de la corona. Por supuesto, las doctoras privadas de las grandes casas nobles solían comprarlo con el dinero de las señoras a las cuales atendían, el resto del pueblo debía conformarse con un buen trago de licor de caña.
Jugué un rato con el líquido, no tenía prisas por sentir el acero ardiente contra mi carne, incluso si estaba adormecido por tan costosa bebida. Levanté la mirada y me encontré con los tibios ojos de Ileana, comprensivos, amables.
—Al mal paso darle prisa —recité dando un primer sorbo al vaso. Saboreé aquel líquido, sabía a especias y a enebro, con un toque de jugo de trigo destilado. Ardió en mi esófago, pero no con la virulencia del licor de caña, si no con la agradable cadencia de un perfume. Terminé de beber y jadeé, el calor se extendió desde mi estómago hasta mi pecho, subió por mi cuello y llegó hasta mi coronilla. Si no fuera imposible, habría jurado que me había salido humo por las orejas. Con el final de aquel viaje corporal inició la pérdida de mis sentidos y con un último suspiro me abandoné al soporoso paraíso que me ofrecía aquella bebida.
El mundo empezó a girar poco a poco, mis ojos pesaban cada vez más y más. Ileana empujó otro vaso contra mis labios y lo inclinó para obligarme a beber. Esta vez, no sentí tanto calor, solo un suave hormigueo que se extendió desde mi estómago hasta la punta de mis pies. Sorbo a sorbo perdí poco a poco la razón. Mi despacho giraba sin control ahora, era desagradable, así que cerré los ojos y pronto me encontré abandonada en la oscuridad y la inconsciencia. Ileana y Korina podían arrancarme el brazo si así lo deseaban, no iba a sentirlo y no me importaba.
Crueles brazos ardientes arrastraron mi cuerpo lejos de las dulces nubes que el enebro y el trigo destilado habían creado para mí. Regresé al mundo de los seres conscientes con un grito ahogado por un trozo de esparadrapo que habían introducido en mi boca y cuando mi mirada se aclaró pude ver los ojos preocupados de Ileana enfocados en algún punto sobre mi nariz.
—Estará bien, a veces cuesta regresar —masculló Korina mientras dejaba acercaba a mis labios un vaso rebosante de agua, o al menos eso debía de ser. Su sabor era demasiado amargo—. Solo es agua, cuando termines de beberla y puedas tenerte en pie podrás regresar a casa y descansar.
—Necesito quedarme aquí, tenemos espías, alborotadoras, traidoras que...—balbuceé. Mi lengua se sentía pesada y sin control, como si estuviera rellena de algodón. Mi despacho aún giraba y me desplomé de nuevo sobre las pieles que habían dispuesto para ayudarme a descansar.
—Y las descubriremos, comandante, pero usted no está en condiciones de dirigir un ejército ahora. Regrese a casa, descanse. Anthea y yo podemos controlar este lugar mientras tanto —dijo Korina con firmeza.
—Tengo una idea —intervino Anthea—. Si hay traidoras entre las reclutas las encontraremos en la prueba. Para el resto del ejército, solo nos queda vigilarlas de cerca. Ahora sabemos qué buscar.
Me esforcé por entender sus palabras y algo de serenidad y entendimiento regresó a mi mente. Sí, las malditas de las casas nobles.
—Idiotas que apoyen las palabras de las senadoras y de las nobles de la casa de Lykos, Aretina y Cressida.
—¿Lykos? Es de las casas más antiguas ¿Está segura? —inquirió Ileana.
—Tengo mis sospechas —susurré. Sabía que el apellido ocultaba muy bien las malas intenciones. La nobleza otorgaba una especie de invisibilidad ante acciones y palabras que gritaban "traición". Solo Anthea y Cyrenne parecían creer en mi palabra, la primera por su origen humilde y la segunda por la nobleza en su sangre. Las demás solo aceptaban las antiguas historias como una religión.
—Está bien —aceptó Korina no muy convencida—. Ofreceremos vino en el comedor y estaremos atentas a quienes suelten la lengua.
Y fue así como horas después, cuando por fin podía caminar en línea recta sin estrellarme con nada, terminé en una carreta rumbo a la granja. Anthea la dirigía en silencio. Sabía que sobre ella recaía ahora una terrible responsabilidad, pero no se atrevía a aceptarlo en voz alta, al menos no hasta que la herida hubiera sanado. Reí por lo bajo ¿Sanaría en algún momento?
—Vendré por usted en un par de días. Descanse. Cuando regrese estará lista para juzgar a las reclutas en la prueba.
—Y luego para viajar a Ciudad Central —susurré.
—Estaremos preparadas —aseguró Anthea—. Comandante, no tiene nada que temer, atraparemos a las traidoras y llevará sus cabezas ante la reina.
—¿Cómo llevas cabezas cubiertas de oro y bañadas de gloria histórica?
—La nobleza sangra tanto como nosotras. —Cerró su mano sobre la mía y dio un apretón—. Y si sangran no son intocables.
Permití que sus palabras calmaran la ansiedad que dominaba mi corazón. Si, la nobleza sangraba. Pero para hacerlas sangrar necesitaba pruebas de su traición y sin ellas, bien podrían salir impunes y sería mi cabeza la que colgaría de una lanza en la entrada de Ciudad Central.
—Por ahora, deje que Kaira cuide de usted, disfrute de estos días libres.
—No estoy inválida. Solo fue una flecha —protesté y bajé del carro de un salto.
—Fue mucho más que una flecha y usted y yo sabemos eso, comandante. —Después de esas palabras Anthea se despidió con una sacudida de su mano, dio vuelta al carro y regresó al campamento.
Di media vuelta y me dirigí con paso lento a la casa. Allí estaba, la vieja puerta de madera, parecía frágil, delicada, pero protegía lo más preciado que tenía en esos momentos.
—¡Anteia! —La puerta dio paso al rostro que plagaba mis más hermosos sueños. Sus brazos pronto rodearon mis hombros y su peso contra mi pecho fue tan bienvenido como una fogata en pleno invierno.
Rodeé su cintura con mis brazos y estreché su calidez contra mi helado ser. Ella estaba allí, conmigo, no había nada más importante en todo el mundo que su respiración contra mi cuello y sus delicados besos contra la piel de mi cuello y mis mejillas. Su calor era demasiado, el latir de su corazón subyugó al mío y en ese instante todas mis barreras y escudos cayeron.
—¿Qué ocurrió? Anteia ¿Por qué lloras? Cariño.
Sin desearlo la arrastré al suelo conmigo. Mis piernas no me tenían en pie, el peso de las responsabilidades era demasiado para mi espalda, se mentía mejor de rodillas, con la tela de su abrigo empuñada entre mis dedos temblorosos.
—No puedo más —jadeé entre sollozos.
—Tu puedes con lo que sea y no estás sola, jamás estarás sola —susurró Kaira en mi oído.
Oh, sí lo estaba. Me encontraba abandonada en medio de una pradera, rodeada de enemigos sin rostro, sin más armas que mis manos desnudas. Con el pecho desnudo, con un gran blanco sobre mi corazón.
—Cyrenne, ella, ella me dejó, Kaira. Estoy sola en esto. —Cuando esas palabras dejaron mis labios mi pecho terminó por fracturarse. Aquellos sentimientos que había logrado controlar se volcaron en el suelo y cayeron en forma de lágrimas amargas.
—Ella te ama, Anteia y jamás te dejaría. Si lo hizo, alguna razón existe y debes confiar en ella. —Sus dedos se enredaron en mis trenzas—. Y no, Cyrenne no es la única que te acompaña, tienes un poderoso ejército que jamás permitirá que estas tierras caigan en malas manos. Además. —Sujetó mi rostro y limpió mis lágrimas con sus pulgares—. Me tienes a mí, a Demian y a Axelia, no estás sola, incluso si no sabemos sujetar una espada.
Sus ojos verdes dejaban ver tal sinceridad que no pude evitar sentirme atraída por su belleza y ceder a la necesidad. Mi corazón necesitaba sentirse amado, completo y a salvo. Sus labios se convirtieron en la miel que endulzó mi amargura y en el refugio que necesitaba mi alma para recuperarse y encontrar de nuevo el sentido a esa batalla eterna que librábamos contra la avariciosa y sediciosa naturaleza humana.
En algún punto los brazos de Kaira me ayudaron a ponerme en pie, sus delicadas manos terminaron por borrar los últimos caminos que las lágrimas habían dibujado en la tierra y la sangre que cubría mi rostro. Cuando sus manos por fin me dejaron ver no pude sino sonreír ante su dulce expresión. A su lado todo estaba bien, todo estaría bien. Por ella haría que todo estuviera bien.
—Mucho mejor, una comandante no puede ir por ahí llorando como una bebé —bromeó con ternura. Sonreí pese a mi vergüenza, era una nueva faceta de Kaira, disfrutaba de sus pequeñas bromas, eran prueba fiel de que recuperaba un poco la confianza en sí misma y en sus acciones.
—Lo siento, no sé qué me pasó —murmuré apenada.
—Ni yo, pero no importa lo que sea. Vamos a solucionarlo. —Frotó mis manos con ahínco. Estaban heladas—. Empieza a hacer frío, dentro estaremos mucho mejor.
Un pequeño grito de alegría me recibió justo al entrar. Axelia jugaba en su corral en la sala y junto a ella se encontraba una bandeja con manzanas a medio pelar.
—Estaba por preparar un pastel —explicó Kaira mientras llenaba una jofaina con agua tibia para mí. Con estudiada habilidad deslizó las correas de mi armadura y me ayudó a lavar toda la mugre que manchaba mis manos y mi rostro. Por fin mi nariz estaba libre del hedor de la sangre, los deshechos de los caballos, el lodo y el sudor y podía disfrutar del dulce aroma de mi hogar.
—Puedes prepararlo, no tengo hambre —admití. Axelia me miraba implorante así que no pude resistirme a cargar su ya no tan pequeño cuerpo en mis brazos— ¿Cómo está la princesa de la casa?
—No deja de caminar y tropezar por doquier. Es un alivio cuando Demian llega a casa, él se encarga de cuidarla mientras me hago cargo de la cena.
—Bueno, ya estoy aquí, puedo hacerme cargo de la cena durante algunos días —ofrecí.
—¡¿Tu?! —Kaira dejó caer el cuchillo y la manzana que pelaba sobre su regazo.
—Sí, no cocino tan mal —bufé.
—Pero no debes cocinar, quiero decir, tu eres una guerrera, peleas ahí fuera para que yo esté a salvo —sonrió—. Cocinar no es una gran carga si lo comparamos con eso.
—Nadie está haciendo comparaciones, Kaira, solo quiero cocinar para ustedes, un par de días —rogué. Algo mundano, algo tan cotidiano como cocinar era una distracción bienvenida y más aún si era para mi familia.
—Está bien, pero te ayudaré. No creas que no noté ese horrible vendaje en tu brazo. —Blandió el cuchillo en mi dirección—. Y todos esos golpes en tu rostro. Deberías descansar y dejar de mimar tanto a Axelia.
—¡No! —bramó Axelia al escuchar su nombre.
—Ves, tu sola presencia la convierte en una pequeña rebelde.
Llevé a Axelia hasta una de las ventanas. El fresco viento de la tarde se colaba a través de ellas y a lo lejos se podía ver como se mecía la hierba a un compás que solo ella conocía. Axelia aplaudió y rio con esa inocencia típica de los niños.
—Oh, espera a que aprendas a cabalgar —le susurré—. Te encantará, volarás sobre estas praderas como un águila, llevarás una poderosa espada en tu cinto y el mismo sol tendrá miedo de ti. Serás maravillosa Axelia y todas estas tierras serán tuyas para ser libre y reír.
—Serán de todas, todas disfrutaremos de la libertad por la que tanto luchas, Anteia. —Los brazos de Kaira rodearon mi cintura, su pecho se apoyó en mi espalda y su cabeza descansó sobre mi hombro—. Con un ejército tan poderoso como el que comandas ¿Quién se atreverá a enfrentarte?
No respondí a sus palabras. No importaba el poder del ejercito de la frontera, importaban las traiciones que se urdían como redes bajo mis propios ojos. Habían tratado de matar de hambre a los principales puestos de vigilancia y ahora alimentaban el odio contra los refugiados ¿Cuáles eran sus objetivos?
Regresar al campamento luego de unos días de reposo significó un gran cambio para mí. Anthea se encontraba en mi oficina, no Cyrenne, y su reporte eficiente y firme contrastaba con las palabras socarronas y los chistes que solo mi segunda guardaba bajo su manga.
—Y tenemos que preparar las emboscadas a las reclutas. Están listas para ello —finalizó Anthea para luego saludar con expresión seria y dispuesta.
—Lo haremos esta noche. Que preparen los calabozos y los equipos. Dile a Ileana y Korina que preparen el somnífero. No quiero conmociones este año. Las reclutas deben ser capturadas con el menor número de heridas posible.
Tal y como lo ordené se hizo. Elegí enfrentar el equipo en el cual iban Airlia y Dasha, la primera tenía la habilidad suficiente como para defender a sus dos compañeras contra cinco de mis guerreras sin problemas y descubrir los secretos detrás de la prueba que había separado aptas de inútiles durante años.
Estar en la frontera y servir en ella significaba entrega y sacrificio, debías de tener el suficiente valor como para acabar con tu vida sin entregar ningún secreto al enemigo y por supuesto, debías mantener tu dignidad como mujer de Calixtho. Caer en manos enemigas era caer en la tortura y la esclavitud, acabar con tu vida antes de ser vejada de esa forma era una regla tácita entre todas las guerreras del reino. Debías tener el valor y la habilidad necesaria para alcanzar las bayas.
—Estas bayas, conocidas como La Muerte Púrpura se convertirán en sus mejores aliadas, sus grandes amigas e incluso, en sus amantes —dije ante el grupo de nerviosas reclutas que miraban el envase de cristal con una mezcla de veneración y terror en sus ojos—. Ellas representan para ustedes su honor, su libertad y su fuerza. Ellas les salvarán de las manos del enemigo cuando no puedan ser rescatadas durante una batalla en el bosque, cuando sean capturadas en una batalla, cuando el enemigo las tenga en sus sucias y asquerosas garras y se prepare para arrancarles cada gramo de dignidad y fortaleza. —Paseé entre las filas—. Deben estar preparadas para consumirlas al verse atrapadas. No confíen en su fuerza, en sus habilidades, no hay escapatoria posible una vez están en tierras de Luthier, en un campamento enemigo, en un calabozo. —Pateé el tobillo de una de las reclutas que temblaba como una hoja y la hice caer sobre su trasero, pero las demás estaban tan tensas que ni siquiera pudieron reír—. Las doblegarán, las vejarán en formas inimaginables y solo entonces, rogarán por una muerte que escapará de ustedes como una ladrona escurridiza. Tres bayas, las tres deben ser consumidas juntas para una muerte rápida y medianamente indolora. Recibirlas es el primer paso para convertirse en verdaderas guerreras de la frontera.
Anthea tomó el envase y se detuvo frente a Airlia, la primera guerrera en la primera fila. La chica tomó tres bayas con seguridad.
—Y así, comienzan su camino chicas. Esta noche harán rondas cerca del bosque. Pondremos a prueba su valor.
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