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Angustia

Respiré en profundidad un par de veces en los instantes que le tomó a Kaira subir los escalones hasta mi despacho. Su cabello algo enmarañado fue lo primero que vi, tal vez porque era demasiado cobarde como para verla a los ojos, esos orbes verdes que me recordaban al bosque que crecía al norte, ese bosque que nos defendía de Luthier. Era un color que me hablaba de valentía, de tenacidad.

—¿Comandante? —la voz de Kaira rompió el silencio. Sacudí mi cabeza para escapar de mis pensamientos y le respondí con una sonrisa, aun cuando aquel título en sus labios solo me lastimaba a tal profundidad que hería mi alma.

—¿Si? —inquirí tensando mis pies bajo el escritorio. Noté que llevaba a la pequeña Axelia en brazos. Pese a que solo llevábamos un par de días separadas, el cambio y su crecimiento eran muy evidentes. O tal vez, solo era una sentimental sin remedio.

—Vengo a pagar la multa. Vi a una guerrera pregonando en la ciudad y decidí adelantar este mes—sostuvo a Axelia con un brazo y forcejeó con los bolsillos de su chaleco para sacar una bolsa de monedas que se burlaba de ella con su tintineo.

—Tal vez deberías pasármela—extendí mis manos en su dirección.

—No es necesario.

Sus palabras no fueron tan hirientes como su gesto, alejó a Axelia como si mis manos estuvieran manchadas, tal vez para ella así era, sucias con algún tipo de maldición, de muerte. Retiré mis manos y las junté sobre el escritorio. Entrelacé mis dedos con fuerza para evitar que los viera temblar.

La observé maniobrar a la bebé durante unos instantes para hacerse con las monedas, luego las dejó sobre mi escritorio.

—Son monedas de plata, está completo lo de este mes—dijo.

—Sabes que no es necesario—aventuré—. Tu no estabas involucrada.

—Si no lo hago sería muy evidente ¿No te parece?

—Entonces solo debes simularlo. No te preocupes por el dinero, haré que las cuentas cierren—empujé la bolsa en su dirección—. Colaboraste con el plan, no tienes que pagar por ello.

—Quiero hacerlo—empujó la bolsa hacia mis manos. Nuestros dedos se rozaron, una extraña sensación recorrió mi mano, como si se hubiera reencontrado con una parte que le hacía falta. Kaira mantuvo sus dedos en contacto con los míos, su ceño estaba fruncido, pero sus ojos revelaban una lucha interior.

—Kaira, por favor—susurré. No hablaba del dinero, en aquel ruego ponía en juego algo mucho más importante.

—Si esto es todo—carraspeó, acercó a Axelia a su pecho y se incorporó, alejando sus dedos y su corazón de los míos—. Regresaré el mes siguiente—apartó la mirada y la fijó en Evan, la curiosidad brilló por unos instantes en sus ojos para luego, la apagarla con fiera determinación.

Axelia fijó su mirada en mí y sonrió, no pude evitar devolverle el gesto, era la única emoción genuinamente positiva que me quedaba, sonreírle a una pequeña inocente. Kaira acababa de arrancar de mi pecho toda esperanza y toda luz.

El sonido de la puerta al cerrarse me sacó de mi estupor. Evan contempló la escena en silencio, negó con la cabeza y estrujó el carbón contra el pergamino.

—Solo traen problemas—bufó.

—¿Disculpa? —inquirí.

—Sus relaciones antinaturales, tú la dejas hacer lo que quiera y por eso ella escapa de ti. Se aleja porque no es tuya—machacó el carbón hasta convertirlo en polvo—. Como mi mamá, se alejó porque mi papá no estaba para reclamarla, porque ustedes se lo llevaron.

—Evan, ya hablamos sobre eso—froté mi frente, a este paso sería necesario mucho tiempo para cambiar la mentalidad de ese niño, si es que era posible.

—Solo me has dicho mentiras—presionó las manos contra la hoja, el carbón manchó el dibujo hasta hacerlo indescifrable.

—Te he dicho la verdad. No puedes poseer a nadie y aquí todos son libres.

—Menos nosotros, no podemos hacer lo que queremos.

—Bueno, Evan—me levanté y caminé hasta detenerme frente a él—. La libertad no es hacer lo que quieres, no si eso que quieres lastima a los demás.

—Mi madre me lastimó, con su libertad me lastimó—masculló—. Yo no quiero un nuevo papá y no quiero un bastardo como hermano.

—No te ha lastimado, Evan—me agaché hasta quedar a su altura—. Solo ha tomado una decisión para su vida, pero sigue amándote con locura, eres su primer hijo. Ella no escogió otro hombre para herirte, lo hizo para ser feliz. Vivir en el pasado, lamentándose eternamente no es vivir. Solo debes darle una oportunidad, es un hombre de Cathatica, seguro conoce muchas cosas interesantes.

—Quiero a mi papá de regreso—sollozó.

—Evan, sé que es difícil de entender, pero tu padre hizo cosas muy malas en Calixtho, cosas que la ley castiga duramente. No puede regresar a tu lado.

—Entonces quiero ir con él—protestó.

—No puedes, no sabemos en qué parte de Luthier esta—no pude evitar pensar: o siquiera si está con vida. Sacudí mi cabeza y tomé las manos de Evan entre las mías—. Ahora vives aquí y aunque puede parecer difícil o injusto, es el mejor lugar para estar. Nadie te lastimará y podrás crecer en paz.

—¿En paz? ¿Siendo de primera generación?

—Será difícil, no puedo mentirte, Evan, pero tu vida será mucho mejor si aceptas las leyes del lugar en el cual vives. Es como la escuela, aprendes y juegas con tus amigos si te portas bien, si no lo haces, hay consecuencias.

Evan arrancó sus manos de las mías con furia. Sus mejillas estaban enrojecidas, sus ojos estaban llenos de lágrimas y su labio temblaba. Era solo un niño perdido que necesitaba guía, nada más.

—Yo no quiero vivir sin libertad, quiero una vida libre donde sea reconocido por lo que soy, no odiado por eso—se puso en pie y abandonó mi despacho corriendo. No tenía las energías para seguirlo, ni los ánimos si era sincera, pero no podía dejarlo libre por ahí. El campamento era un lugar peligroso para un niño, especialmente uno que había amenazado a varias guerreras.

Me incorporé y partí en su busca. Observé todo el espacio que se abría ante mí, varias hileras de cabañas formaban callejones, en ellas las guerreras tenían sus habitaciones, era el lugar perfecto para que un niño se ocultara, pero no el mejor dadas las circunstancias.

Revisé cada callejón, estaban limpios a excepción de la ropa colgada en cuerdas para secar al viento. Di la vuelta a las cabañas y tampoco lo encontré en las escaleras que daban a las puertas principales de cada una de ellas.

Me preparaba para entrar a cada cabaña para revisarlas cuando Evan salió corriendo de una como si tuviera alas. Detrás de él dos chicas que habían estado de guardia toda la noche asomaron sus rostros en el dintel, era evidente lo que estaban haciendo y lo que había presenciado Evan.

—Comandante, lo sentimos, no teníamos idea—se disculparon al unísono.

—Tranquilas chicas, su libertad en el campamento es plena, no tenían forma de saber lo que ocurriría—dije a toda prisa antes de correr tras Evan antes que se metiera en más problemas.

—Pervertidas, pecadoras, antinaturales—mascullaba el niño en un rincón, oculto detrás los cajones de suministros ubicados detrás de la cocina.

—Es amor, deseo, lo más natural del mundo, Evan—apunté—. Y ninguna creencia más que el sentido común y los límites de la moral humana más básica deben detener su expresión—expliqué—. Tu padre te enseñó una religión que está en contra de determinadas expresiones de amor, pero no quiere decir que estén mal.

—Es repulsivo.

—A tu edad hasta un beso da asco ¿O no?

Evan lo pensó durante un instante y luego asintió.

—Acabas de ver algo que los niños no deberían ver, pero no quiere decir que sea malo. Que ciertas creencias en el mundo digan que es malo, no quiere decir que lo sea. Los únicos limites lo establecen la aceptación de la otra parte.

Evan mordisqueó sus uñas dubitativo, luego extendió los brazos en mi dirección para que lo ayudara a salir del escondite. Seguramente había ingresado de un salto y ahora no podía escapar. Lo ayudé y tomé su mano.

—¿Entiendes ahora lo que quiero decir? Ninguna creencia es absoluta y ninguna debe guiar tu vida más allá de lo necesario.

—Supongo—mordisqueó sus dedos con nerviosismo— ¿Cree que mamá me acepte?

—Por supuesto que sí, es tu mamá y te ama. Si quieres, podemos ir ahora a hablar con ella.

—Yo no, no quiero ir ahora—pateó un par de piedrecillas— ¿Podemos ir luego? —inquirió con temor, como si estuviera acostumbrado a no realizar peticiones para sí.

—Iremos cuando quieras, pero hasta entonces no debes andar libremente por el campamento, no es el mejor lugar para un niño.

—Me siento bien en la cocina, siempre me dejan comer frutas—esbozó una sonrisa sincera por primera vez en días—. Y es como trabajar en la posada—pateó otra roca— ¿De verdad cree que mamá me acepte?

—Claro que sí, solo debes admitir tus errores, ella lo entenderá—hice una pausa y me decidí a preguntar— ¿Su nueva pareja te trata bien?

—No lo sé—pateó otra roca mientras dábamos la vuelta al comedor—. Nunca le permití acercarse, es tan grande y tan fuerte y tan diferente a mi papá.

—No tiene que ser igual y si le das una oportunidad, tal vez se convierta en un buen amigo.

Evan se mantuvo pensativo, tanto que incluso ingresó por su cuenta al comedor sin decir adiós.

De nuevo los días transcurrieron como si el tiempo no se diera cuenta que una pieza faltaba en mi corazón y que necesitaba llenarlo. El caso de Evan era una gran distracción, poco a poco el niño comprendía que el proceder de su padre no había sido correcto. Pronto podría regresar con su madre y la pesadilla terminaría.

O tal vez iniciaría.

La vida tiene maneras muy curiosas de obrar. Ese día en particular el verano había golpeado con fuerza, el sol brillaba sobre las cabezas sin misericordia, golpeando bajo los yelmos hasta que era insoportable llevarlos por más de un par de minutos.

Llevaba a Evan en mi caballo. Al salir del campamento, y por un momento, torció el gesto al ver el uniforme de verano en las guerreras, uno mucho más revelador que el de primavera o el de invierno, la comodidad primaba en el ejército y ya bastante caluroso era llevar una armadura de cuero y metal encima. Pequeños gestos de ese tipo eran normales en él, pero ya había superado los discursos de odio y los berrinches.

Su llegada al pueblo estuvo llena de murmullos y protestas por lo bajo. Parecía que nadie podía sentir empatía por el niño, pero esperaba que con ayuda de la aceptación de su madre los problemas se solucionaran y nadie lo juzgara.

Aunque a juzgar por la mirada de los pueblerinos, mis esperanzas quizás eran demasiadas. Evan tendría que luchar por aceptación, todo por un error del cual no era plenamente consciente.

—Pensé que lo habían exiliado.

—Amenazar a su madre embarazada con un cuchillo. No puedo creerlo, que deshonroso.

—¿Qué se puede esperar de un mocoso de primera generación?

—Su padre era una basura y la pestilencia se hereda.

Evan se encogió contra mi cuerpo en un desesperado intento por dejar de escuchar aquellas crudas palabras. Sabía lo que sentía, un inexplicable terror, un agudo dolor en el fondo de su corazón y dudas muy graves sobre la sociedad en la que le había tocado vivir, lo sabía porque, aunque era mujer, había experimentado el desdén y el odio del pueblo.

—No los escuches, Evan, y levanta tu cabeza. Vas a disculparte con tu mamá, no hay nada más honorable que aceptar los propios errores—solté las riendas por un momento para limpiar las lágrimas de su rostro. Huracán, siempre inteligente, bajó levemente la velocidad de su trote al sentir sus riendas libres.

—Me odian, tu gente me odia—sollozó y mi corazón no pudo soportar aquel cruento y desgarrador sonido.

—Son idiotas—dije en voz alta—. Todos cometemos errores y todos tenemos derecho a enmendarlos. Deberían sentir vergüenza, es solo un niño—algunas personas agacharon la mirada, otros solo mantuvieron la cabeza en alto, desafiantes—. Si vuelvo a escuchar una palabra en su contra deberán disculparse públicamente.

Continué mi camino, Evan se notaba cada vez más nervioso a medida que nos acercábamos a la posada.

—Todo va a salir bien, Evan, es tu madre, te escuchará y te perdonará—bajé de Huracán y até las riendas al cercado de la terraza de la posada, cerca de un pequeño abrevadero lleno de agua fresca.

—¿Estás segura? —inquirió con curiosidad y nerviosismo a partes iguales.

—Claro, Evan, incluso si está molesta contigo, ella podrá perdonarte.

Ayudé a Evan a bajar e ingresamos a la posada. El lugar estaba prácticamente desierto, solo algunas personas disfrutaban de un desayuno tardío de huevos y pan. Denise se encontraba detrás del mostrador, atendiendo un gran caldero que burbujeaba en el fuego.

—Bienvenidos, el desayuno se ha agotado, pero si se esperan unos instantes el almuerzo estará listo—giró concentrada en limpiar sus manos en el delantal, aún sin hacer contacto visual con nosotros. Evan temblaba como una hoja al viento.

—Denise, no vine por un plato de almuerzo.

Mis palabras bastaron para llamar su atención. Levantó la mirada y la fijó primero en mí y luego en Evan. Su expresión se torció en un gesto de furia y miedo. Sus manos rodearon protectoramente su vientre.

—Creí haberte dicho que...

—¡Mamá, lo siento mucho! —Evan se las arregló para liberar sus hombros de mis manos y corrió hacia su madre. Era una reacción natural para un niño, como lo es respirar, el buscar la seguridad y el confort de los brazos de una madre luego de una situación tan estresante.

Quizás habría anticipado la reacción de Denise si hubiera prestado más atención, tal vez le habría evitado a Evan mucho sufrimiento.

Con la velocidad de un rayo, Denise se las arregló para abofetear a Evan incluso antes que llegara a sus brazos. El niño frenó en seco y llevó la mano a su mejilla, sus hombros empezaron a temblar antes que el resto de su cuerpo y pronto cayó sentado como un costal de papas.

—Denise ¿Qué crees que haces? —corrí junto a Evan y me agaché a su lado. Su mejilla estaba enrojecida y sus ojos pasaban del miedo a la furia son excelsa rapidez.

—Te dije que no lo quería de regreso, no quiero un asesino en casa—espetó.

—Es tu hijo y lo que hizo lo hizo por celos y las malas enseñanzas de su padre. Él venía a disculparse.

—No hay perdón que valga para una agresión, para una amenaza, se lo permití a su padre, no cometeré el mismo error—sentenció Denise con furia y convicción.

—Denise, cometes un gran error, no puedes dejarlo a su suerte, él te ama ¡Solo es un niño! Comete errores como cualquier niño. Estuvo conmigo en el campamento, aprendió nuestras costumbres, aceptó su lugar en esta sociedad ¿Por qué no le das otra oportunidad? —exclamé desesperada.

—Siempre di segundas y terceras oportunidades, tantas que en un punto se convirtieron en demasiadas. No volveré a darle una segunda oportunidad a nadie, menos si lleva los monstruosos ojos de su padre ¡Míralo! Furioso, escupiendo bufidos de ira como una serpiente, ese niño es un demonio y no lo quiero cerca de mí.

Miré a Evan y por un instante la descripción de Denise se hizo acertada, ante el rechazo y la tristeza, Evan había caído en la furia de la injusticia. Los ojos iracundos, los labios bufando ante la respiración pesada, las mejillas tan rojas como una manzana, parecía dispuesto a atacar y lo peor era que había sido provocado por su propia madre.

—Denise, no quieres decir eso.

—No quiero un monstruo bajo mi techo, llévatelo o esperaré a que me ataque y me defenderé y tú deberás llevar sobre tus hombros su muerte ¡Te dije que no lo quería de regreso! ¡Has algo bien por una vez en tu vida y arrójalo al bosque!

—No puedes simplemente rechazarlo—gruñí, ignorar sus insultos hacia mi gestión como comandante era difícil, pero no podía reaccionar a ellos—. Una verdadera madre no rechaza a su hijo, eres tú la que está llevándolo por el camino más oscuro.

—No lo quiero—dijo con seguridad—. Llévatelo antes que llame a mi nuevo esposo.

—¡Claro! Es él, siempre es él—dijo Evan por primera vez—. Y ahora me has reemplazado por otro hijo.

Alcancé a atrapar a Evan antes que se arrojara sobre su madre y lo sujeté contra mi peto. Di un par de pasos hacia atrás, con suma lentitud, buscaba alejarme de Denise y a su vez, brindarle el tiempo para recapacitar, pero la decisión de aquella mujer era final.

—Vámonos, Evan—susurré contra su cabello—. Encontraré una solución.

Por suerte no había demasiados curiosos en la calle, muchos estaban almorzando y los pocos que quedaban asintieron aliviados al ver a Evan de regreso en mis manos.

—Sabia decisión—murmuró uno y los demás lo secundaron.

El viaje de regreso lo realizamos en silencio, Evan mantenía la cabeza baja y en ocasiones empuñaba la crin de Huracán con fuerza. No tironeaba de ella, solo la sujetaba hasta que sus nudillos estaban tan blancos como el pelaje de mi caballo.

—Evan, sé que es difícil, me tomó por sorpresa, pero encontraré una solución—prometí al llegar a las puertas del campamento.

—Quiero ir a Luthier—respondió. Se negó a bajar de Huracán cuando llegamos a las caballerizas y solo me miró con ojos vacíos y carentes de toda expresión más allá de la dolorosa traición—. Quiero ir a Luthier, es el único lugar donde estaré en paz.

—No tomes decisiones precipitadas, pequeño, estás herido y furioso, es el peor momento para decidir tu futuro. Encontraré una familia para ti—prometí. Rodeé su cintura con mis manos y lo obligué a bajar de Huracán—. Vamos, deja que Ileana coloque algo de agua fresca en esa mejilla y te dé a beber algún delicioso té.

—Tus promesas nunca se cumplen—liberó su mano de la mía con violencia—. Ninguna familia va a querer un varón de primera generación.

—Evan, no puedo llevarte a Luthier, es imposible. Puedo llevarte a Erasti, en esa ciudad nadie te conoce y alguna familia estará encantada de cuidar de ti.

Evan negó con la cabeza, la terquedad bullía en su interior y yo aún no me explicaba como mantenía el control. Cualquier otro niño habría llorado y gritado hasta quedarse dormido y afónico.

Cyrenne solo levantó una ceja al vernos ingresar a la enfermería. Jugaba con una espada de entrenamiento, sus movimientos volvían a ser fluidos, naturales, en cuanto se pusiera en pie empezaría a entrenar.

Ileana se acercó a nosotros con apremio, evaluó con cuidado la mejilla de Evan y lo llevó con gentileza de la mano hasta una cama libre ubicada al fondo de la enfermería. Me bastó una mirada para comunicarle el desenlace de mi aventura en el pueblo.

—Y así quieren paz—susurró mientras acariciaba el cabello del niño—. Todo estará bien, Evan.

Esperé hasta que el té hizo efecto en Evan para explicarles la situación. Ileana solo negó con la cabeza y frunció los labios, era una buena mujer y siempre conectaba rápidamente con los niños. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver a Evan profundamente dormido, con el viento agitando el cabello de su frente.

—No merece ese trato—susurró con la voz quebrada.

—Tienes que llevarlo a Luthier, los chismes corren como el polvo. En Erasti nadie lo aceptará y a medida que avances hacia el interior, su libertad se reducirá, sabes cómo son de paranoicas. Cada vez que libramos batallas aquí en la frontera, apresan a los hombres que encuentren en la calle—dijo Cyrenne sin dejar de apuñalar el aire—. Es de primera generación, se adaptará con facilidad.

—No puedo hacer eso—suspiré.

—Tampoco se lo darías a Kaira en adopción—apuntó Cyrenne con la certeza de una flecha envenenada— ¿Acaso no temerías por su seguridad?

Bajé la mirada, Cyrenne tenía razón, ofrecerle a Evan a Kaira era lo último que se me ocurriría, era un buen niño, pero ¿Era seguro dejarlo cerca de una bebé como Axelia?

—Y esas dudas que tienes son las mismas que tendrán todos, nadie lo adoptará. Lo más humano que puedes hacer por él es llevarlo a Luthier y dejarlo en una granja—apuntó mi segunda.

—Me temo que es la solución—Ileana jugueteó con sus dedos—. Yo tengo las mismas dudas—admitió.

Guardamos silencio unos instantes, cada una sumida en sus propios pensamientos egoístas y cobardes. Pero ¿Acaso era cobardía querer proteger a Axelia de un niño con tendencias violentas?

La noche me atrapó en mi despacho, contrario al resto de los días, la temperatura había bajado considerablemente. obligándome a llevar pantalones largos y una camisa de mangas largas bajo el peto.

Dividí visitar a Evan, quizás si hablaba con él podría entenderlo mejor, tal vez hasta le daría el beneficio de la duda y lo dejaría permanecer en el campamento hasta asegurarme que no era un peligro para Axelia o Kaira. Tendría que hablar con ella, por supuesto, pero de seguro aceptaría un nuevo niño para cuidar, nuevas manos que la ayudaran en el campo. Demian podía ser una gran influencia para él.

Con nuevas energías y una mentalidad menos sombría, me dirigí hacia la enfermería. Cyrenne dormía profundamente, la puerta que daba a la habitación de Korina e Ileana estaba cerrada y Evan solo estaba sentado en el cabecero de la cama mirando por la ventana.

—¿Tienes un minuto? —pregunté antes de acercarme.

Evan solo se encogió de hombros y continuó mirando el cielo nocturno.

—Tengo que pedirte disculpas, Evan, te aseguré que tu madre te perdonaría y no fue así, lo siento.

—Me ha reemplazado, nunca me iba a perdonar, prefiere el pecado.

—Prefiere el miedo a aceptar que puede cuidar de ti—repuse tomando asiento a su lado.

—¿Me llevarás a Luthier? —aquellos penetrantes ojos oscuros analizaron mi alma, había rabia y desesperación en ellos.

—No, no puedo hacer eso, Evan. Pero si puedo mantenerte en el campamento hasta encontrar una nueva familia para ti, una donde serás amado y aceptado.

El niño rodó los ojos y miró sus rodillas manchadas de polvo y piedrecitas, sus pantalones, otrora largos, no protegían ya su piel.

—Quiero ir a Luthier, es el único lugar donde seré aceptado.

—No voy a llevarte a ese lugar.

Un largo suspiro y luego una mirada despiadada fueron toda la advertencia que recibí. En mi defensa, estaba ante un niño, se supone que los niños no desarman a los adultos, no sacan dagas de sus vainas y mucho menos tienen la pericia para clavarla entre las láminas de cuero y metal de una armadura.

—Ahora deberás llevarme—dijo casi con cinismo—. Si me dejas aquí tus guerreras me mataran.

Me levanté a toda prisa de la cama y sujeté el mango de la daga contra mi piel. El ardor se extendía en mi interior con fuerza, como si la hoja de acero estuviera al rojo vivo.

—Si no me sacas ahora, despertaré a todas y acabarán conmigo ¿No quieres eso verdad? Cierto, tampoco deberías ayudar a un reo a escapar—recitó como si se tratara de alguna canción infantil.

¿Qué ocurría en la cabeza de ese niño? ¿Por qué actuaba de esa forma? Atiné a buscar un par de estropajos limpios y rodeé la daga con ellos antes de extraerla. Evan tenía razón, no podían quedar pruebas del crimen. Los estropajos absorbieron la sangre y limpiaron la daga, evitando que goteara. Envainé la daga y busqué un par de vendas, si presionaba bien, podría detener el sangrado el tiempo suficiente como para deshacerme de Evan. Él mismo nos había empujado a esta situación.

—¿Quieres ir a Luthier? Iremos—jadeé. No iba a dejar a ese chico en tierras de Calixtho ni un segundo más.

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