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Capítulo 180 ~ Conexión

— Yo no soy un héroe. Yo no soy...

La voz de Riftan salió estrangulada. Se detuvo cuando Maxi le tocó el pecho y la miró aturdido. Ella le besó la mejilla mientras sus manos se hundían en su pelo que brillaba de un azul casi oscuro. Al enrollar el mechón desgreñado sobre su nuca alrededor de su dedo, un temblor recorrió su torso cincelado.

— Maxi... para...

Le besó el lóbulo de la oreja, fingiendo no oírle. Un gruñido retumbó en su garganta. La agarró por los hombros con manos temblorosas y se la quitó de encima.

— Ya has hecho bastante.

Maxi enrojeció de vergüenza y lo miró ansiosa.

— ¿Tú ya n-no... me quieres?

El sentimiento de culpa apareció en las facciones de Riftan. Se frotó la cara y maldijo en voz baja.

— ¿Piensas que... eso es posible? Te quise incluso cuando estabas más débil.

— Entonces...

Con un suspiro de alivio, Maxi le puso la mano en el antebrazo. Riftan se apartó de ella como si le hubieran marcado con un hierro candente. El dolor en sus ojos era palpable.

— Pero yo no quiero. ¿No lo entiendes? ¡Me repugna no haber sido mejor que una bestia en una cueva, incluso cuando tú yacías herida! — Se inclinó para rozar su frente con la mano de ella e inhaló un suspiro tembloroso —. No quiero hacerte sufrir más. Quiero protegerte. Al menos una vez, quiero tratarte como te mereces.

— P-Pero no voy a sufrir.

Ella bajó hasta su regazo, pero él se sobresaltó y se levantó de la cama.

— Tú... nunca has hecho nada para ha-hacerme daño. Me gusta... todo lo que haces. Quiero... tocarte.

Ella pudo ver cómo su garganta se sacudía salvajemente. Riftan extendió los brazos, pero se impidió abrazarla. Sus manos volvieron a cerrarse en puños. Para sorpresa de Maxi, había miedo en su rostro.

Aquel hombre, que se había enfrentado a monstruos aterradores sin pestañear, parecía tener miedo de una mujer de menos de la mitad de su tamaño. Su mandíbula se tensó mientras apretaba los dientes antes de apartar la mirada.

— No, no puedo. No puedo prometerte que seré amable. Sin duda te tomaría como a una bestia enloquecida...

Maxi empezó a desabrocharle el cinturón y a meterle las manos en la ropa. Riftan inspiró bruscamente y apretó la manta en un puño en un intento de controlarse. Tras vacilar un momento, Maxi apretó los labios contra los suyos, ligeramente separados, e introdujo tímidamente la lengua.

La punta de la suya estaba dulce por el vino. Cuando ella le lamió suavemente los labios como si quisiera saborear el gusto, Riftan respondió con hambre. Enroscándole el pelo en el puño, entrelazó su lengua con la de ella. Maxi le rodeó el cuello con los brazos. Inclinando la cabeza, Riftan hundió más la lengua y le apretó el seno por encima del corpiño. Maxi sintió que la sangre empezaba a hervirle ante tantas sensaciones.

Dejó escapar un gemido e imitó sus caricias. Incluso en la oscuridad, pudo ver cómo Riftan enrojecía. Prácticamente le arrancó el corpiño y le chupó el tenso pico del seno. Maxi se estremeció y se abrazó a su cabeza. Sentía que sus entrañas se derretían como la cera de una vela.

Riftan le agarró el vestido por la cintura y se lo bajó hasta los pies. Le frotó la espalda húmeda con una mano callosa y le salpicó el abdomen pálido con besos sensuales.

Antes de que se diera cuenta, estaba tendida en la cama, con todo el cuerpo sonrosado. Las sombras oscilantes proyectadas por la luz de la lámpara los envolvieron.

Maxi le tiró de la túnica por encima de la cabeza y lo estrechó entre sus brazos. Ella sentía su excitación entre las piernas. Riftan se frotó lentamente contra ella mientras le llovía besos en los seno y el cuello. El deseo ardiente hacía que Maxi le arañara los hombros.

Riftan se apartó de un tirón, como si por fin recobrara el sentido.

Maxi levantó la vista, desconcertada. Tenía la cara arrugada por la frustración y su cuerpo temblaba ligeramente. A pesar de ello, hizo acopio de autocontrol y cubrió su cuerpo desnudo con la manta. Una sonrisa rígida torció sus labios.

— Deberíamos... parar aquí por hoy. Acabas de mejorar.

Maxi observó estupefacta cómo Riftan se sentaba de espaldas a ella y se subía los pantalones. Su vergüenza inicial pronto dio paso a una incredulidad y rabia latentes. Estaba harta de que la tratara como a una paciente debilitada.

Le tiró del brazo cuando intentaba recoger la túnica que había tirado al suelo. Su intención era volver a subirlo a la cama, pero la diferencia de peso entre ambos lo impedía. Sin otra opción, se subió a su regazo. Riftan se quedó inmóvil, con expresión ausente, mientras ella acercaba sus labios hinchados a los de él.

Aspiró rápidamente. Era casi risible la facilidad con la que se desmoronaba su autocontrol. Una extraña sensación de triunfo la invadió mientras lo miraba.

— Y-Yo... no soy una niña a la que tengas que proteger. Soy... tu esposa.

Por un momento, Riftan pareció desconcertado antes de que sus ojos se tornaran lentamente doloridos. Su deleite se desinfló rápidamente al ver lo sombrío que había en ellos.

Sus rasgos cincelados se contorsionaron, y dijo en un murmullo bajo.

— ¿Y? ¿Qué piensas hacer ahora?

— ¿Qu-Qué are?

A Maxi le dio un vuelco el corazón. Había esperado ingenuamente que él tomara la iniciativa. Los ojos de Riftan recorrieron su rostro, su pecho desnudo y su abdomen antes de cerrarlos. Se le formaron arrugas en la frente.

Al ver su reacción, se sintió más segura y le puso la mano en el pecho. Su corazón latía tan fuerte que temió que estallara.

— Tú dijiste que era... natural que las parejas casadas hicieran estas cosas — murmuró ella, besándole la punta de la barbilla y deslizando la mano desde su esbelta clavícula hasta su abdomen.

Un gemido de dolor escapó de sus labios.

— Solo mátame.

La mano de ella se crispó al notar el auténtico dolor en la voz de él. Él apretó los puños contra sus ojos. Aunque decía que se contenía por preocupación por ella, era posible que simplemente no quisiera hacerlo. Maxi se apartó lentamente.

— Si... no te gusta esto... pararé.

Sus ojos se abrieron de golpe y la miró con resentimiento, como si ella lo hubiera despreciado. Ella vaciló, insegura de qué hacer a continuación. Riftan permaneció en silencio durante un largo momento.

— No tengo confianza para ser amable —. Sonaba desanimado —. Tendrás que hacerlo tú misma.

Mortificada, Maxi miró a su alrededor antes de balbucear.

— E-Enséñame... qué tengo que hacer...

Vio que le temblaban las manos mientras se bajaba los pantalones. Luego la subió a su regazo.

— Abre las piernas. Sí... siéntate más abajo... justo así...

Maxi se colocó encima de él y se penetró lentamente. Estaba tan apretada que se sentía un poco incómoda. Cuando ella apoyó las manos en su abdomen y se quedó inmóvil, Riftan se crispó y se mordió el labio. Todo su cuerpo ardía como cobre caliente mientras intentaba contenerse.

— ¿Te duele? — dijo con voz ronca.

Había pasado tiempo desde la última vez que lo recibió, y Maxi sacudió la cabeza contra el dolor. Estiró la mano para tocarla antes de apretar el puño hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Se agarró a la manta.

— Intenta moverte un poco. Pero... sólo como tú quieras... Nghh...

Cuando ella empezó a deslizarse lánguidamente arriba y abajo, Riftan echó la cabeza hacia atrás en la almohada y tiró de la manta. Era como un león luchando contra sus cadenas.

Maxi observó su rostro con ojos vidriosos mientras ella lo tomaba lentamente hasta la empuñadura antes de volver a subir. El dolor desaparecía a medida que mantenía el ritmo, y el placer sensual empezaba a crecer en su interior.

Una y otra vez, ella se apretó contra él. Riftan gemía como si ella lo estuviera matando. Tenía el cuerpo empapado en sudor y respiraba agitadamente. Maxi no podía creer que el hombre más fuerte del mundo se entregara tan indefenso a ella.

Aunque su necesidad parecía agudizarse cuanto más ella se movía, él mantenía un férreo control de sí mismo. Maxi intentó moverse más deprisa, pero se dio cuenta de que no era tan fácil.

Pronto llegó a su límite. El lugar donde se fundían palpitaba y una convulsión estalló en su interior. Aun así, una parte de ella no estaba satisfecha. Extendida sobre su pecho, se frotó con anhelo contra él.

— Ri-Riftan... ayúdame.

Él tragó saliva, rodeó su cintura con los brazos y empezó a penetrarla cada vez más rápido. Maxi se aferró desesperadamente a él mientras su visión se volvía blanca.

Un placer agudo le recorría la columna cada vez que él la penetraba. Apoyó la frente en su hombro y gritó. Sus manos recorrían hambrientas sus hombros, espalda y cuello. Parecía incapaz de contenerse.

Murmuró algo ininteligible antes de moverse más deprisa, como un semental liberado de sus riendas. Maxi se retorció y se le doblaron los dedos de los pies. Finalmente, un intenso clímax la desgarró. Los brazos de Riftan se estrecharon alrededor de su cuerpo convulso.

¿Qué maravilloso sería que pudiéramos fundirnos en uno para siempre?

Fue el último pensamiento de Maxi antes de cerrar los ojos.

Se despertó con el ruido de la lluvia. Abrió los ojos para ver la habitación desconocida y las sombras vacilantes de las paredes. Durante un breve instante, parpadeó confundida antes de mirar la mano que le acariciaba el pelo. Riftan estaba sentado a su lado mirando por la ventana con la espalda apoyada en la pared.

Maxi lo miró sin comprender y se dio cuenta de que estaba usando sus piernas como almohada. Cuando intentó incorporarse, Riftan le empujó la cabeza hacia su regazo.

— No te muevas.

Él jugueteó con el lóbulo de su oreja y luego le pasó los dedos por el pelo revuelto. Maxi encogió los hombros para resistir el cosquilleo.

Riftan, preocupado, ajustó la sábana que se le había caído.

— ¿Te encuentras bien?

— S-Sí.

— Intenté contenerme hasta el final, pero me lo pusiste muy difícil.

Sólo entonces se le ocurrió a Maxi que tal vez había sido demasiado atrevida. Escondiendo su cara sonrojada bajo su desordenado pelo, intentó cambiar de tema.

— P-Parece que está lloviendo.

Riftan miró las gotas de lluvia que caían sobre la ventana mientras respondía.

— Es la lluvia de otoño. La temperatura bajará en cuanto pare.

Echando un vistazo a su expresión sombría, ella le alcanzó con cautela la mano que tenía apoyada en la rodilla. Él se puso rígido cuando ella entrelazó sus largos dedos con los suyos.

— Y-Ya no te enfades tanto — murmuró mientras le rozaba los nudillos rugosos y los callos —. Para serte sincera... me alegro de que no tengas que ir a la guerra.

— ¿No desprecias a ese hombre?

El rostro de Maxi se descompuso. El miedo era la primera emoción que le venía cuando pensaba en su padre. Era un terror profundo que la carcomía antes de dar paso a la impotencia y la vergüenza. Tal vez, bajo todas esas emociones, se encontrarían el resentimiento y el odio. Sin embargo, el miedo era tan intenso que el odio ni siquiera tuvo la oportunidad de manifestarse.

Inquieta, Maxi contestó con voz hueca.

— Y-Yo no quiero... pensar en ese hombre.

El silencio se apoderó de ellos. Durante un largo rato, los únicos sonidos provenían del fuego crepitante y la lluvia torrencial. Riftan habló primero.

— Nunca parecías feliz — dijo, mirándola con ojos sombríos —. Incluso me planteé entrar en el castillo con sigilo y secuestrarte.

Sus labios se torcieron en una sonrisa de autodesprecio.

— Pero justo después de tener ese pensamiento, me fijé en toda esa opulencia. Me pregunté cómo podría hacerte feliz si ni siquiera viviendo en un mundo tan hermoso podías serlo.

Maxi miró nerviosamente a un lado, y la sonrisa de Riftan se tornó pesarosa.

— Debería haberte llevado antes, y no dejar que esos pensamientos me detuvieran.

— Eso... ha-habría sido maravilloso.

La sonrisa de Riftan se desvaneció al verla de acuerdo. Sus ojos tenían una mirada lejana. Se volvió hacia la ventana.

— Te habrías desmayado del susto. Entonces me detestabas.

— Y-Yo nunca te detesté. Te tenía... miedo. ¿No te lo he d-dicho ya?

— A mis ojos, parecía que me odiabas.

Maxi se enfadó y lo fulminó con la mirada.

— B-Bueno, a mis ojos...

Frunció los labios. Riftan se enrolló un mechón de pelo en el dedo y esperó a que terminara.

Tras un momento de vacilación, Maxi escupió.

— A-A mis ojos... tú también parecías odiarme.

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