
Capítulo 177 ~ Recuerda tu deuda
— ¿Qu-Qué hay de malo en intentarlo? I-Incluso mi padre debe saber... que un conflicto con los caballeros Remdragon sería una desventaja para él. Si d-diéramos un paso atrás... y le ofreciéramos términos que é-él estaría dispuesto a negociar...
— Me temo que ya pasamos la etapa de negociaciones, mi señora. Usted misma debe ser consciente de ello. — murmuró Ruth sombríamente.
Incapaz de pensar en una réplica, Maxi se apretó la falda con los puños. El duque de Croyso era un hombre que valoraba su reputación y el prestigio de su apellido por encima de todo. Nunca antes había experimentado la humillación de recibir una paliza sangrienta y arrastrarse por el suelo. Nada de lo que le ofrecieran calmaría su indignación.
Maxi estaba segura de ello. Se abrazó los fríos antebrazos mientras temblaba ante la desesperanza de todo aquello.
Ruth la miró en silencio durante un momento.
— ¿No quiere que el duque pague por lo que le hizo? Puede que sea su padre, pero... eso no perdona sus atroces acciones.
El rostro de Maxi palideció ante la inesperada pregunta. Miró a Ruth, con la vergüenza grabada en el rostro, antes de mirar al suelo.
— M-Me... me da igual lo que le pase a ese hombre — murmuró con frialdad —. Yo sólo... no quiero que Riftan y los demás... vayan a la guerra otra vez.
— Esos hombres han vivido toda su vida en el campo de batalla, y seguirán haciéndolo. No durará si se pone nerviosa cada vez.
Maxi apretó la mandíbula. La mirada de Ruth se detuvo en ella antes de lanzar un suspiro.
— Comprendo sus sentimientos, mi señora, pero le ruego que esta vez apoye la decisión de Sir Riftan.
Maxi asintió a regañadientes. Por más que se devanaba los sesos, no se le ocurría cómo hacer que su padre cambiara de opinión, ni las palabras para persuadir a Riftan. Se estaba mordiendo el labio abatida cuando Ludis entró en la habitación con una bandeja de infusiones humeantes. Por desgracia, ninguno de los dos estaba de humor para ello.
Maxi se excusó y regresó a su habitación. Había estado tan tensa durante el intercambio que se sintió agotada en cuanto se sentó en la cama. Se dejó caer sobre las sábanas e intentó recordar los rostros de los caballeros vasallos de su padre. Ninguno de ellos sería rival para Riftan. Eso fue lo que murmuró para sí misma en un intento de calmar sus temores, pero resultó ineficaz. Frotándose las sienes palpitantes, Maxi cerró los ojos.
*****
Los preparativos de guerra comenzaron en serio. Maxi veía a menudo a mercenarios y caballeros haciendo ejercicios juntos en los campos de entrenamiento, y de vez en cuando veía carros cargados de armas y balas de cañón rodando hacia el castillo.
Ella se vio obligada a hacer la vista gorda. Aunque un torrente de palabras la acosaba cada vez que veía el rostro de Riftan, no encontraba las adecuadas para decir en voz alta.
¿Debo disculparme por haber causado esta guerra? ¿O insisto en que no tengo deseos de venganza?
Sin saber qué decir, Maxi le dio la espalda en más de una ocasión. No había duda de que Riftan habría percibido la ansiedad que la envolvía, pero aun así se negó a decirle nada.
Su comportamiento era el principal motivo de su desánimo. Siempre se mostraba excesivamente cortés y cauto con ella, y eso le hacía temer que ya no sintiera la pasión de antes. Y aunque la atendía con más atención que nunca, se sentía más como un padre que cuida de un hijo que como un marido que cuida de su esposa.
Además, Riftan aún no le había hablado de la guerra. ¿Tenía miedo de que se desmayara por la impresión? Perdida en sus pensamientos, Maxi miró por la ventana.
El jardín bullía de trabajadores que se preparaban para el invierno y centinelas que transportaban provisiones. Por orden de Maxi, Ludis había hecho averiguaciones y se había enterado de que todos los preparativos de guerra terminarían dentro de tres o cuatro días. Después de lo cual, Riftan avanzaría sobre el duque de Croyso con cuatrocientas tropas montadas.
Maxi se obligó a desterrar de su mente los horrores de la guerra y se apartó de la ventana. Ludis, que estaba cosiendo junto a la chimenea, vio la expresión sombría de Maxi y arrugó el rostro en señal de preocupación.
— Mi señora, ¿le traigo algo de comer?
— N-No, he comido demasiado. No tengo apetito.
— Entonces qué tal una taza caliente de...
— D-Dije que estoy bien.
Al oír la irritación en la voz de su ama, Ludis cerró la boca. Maxi sintió un repentino remordimiento por haber sido brusca sin motivo.
— Yo te... avisaré si necesito algo — dijo, con la cara enrojecida —. De verdad... no tengo apetito para nada en este momento.
Ludis le dedicó una pequeña sonrisa para indicarle que no le importaba y volvió a su costura. Maxi se sintió como una niña ansiosa y comenzó a pasearse por su habitación. Así pasó la tarde hasta que se oyó fuera el estruendo de un kopel.
Maxi levantó la cabeza. Dos largas ráfagas. Eso significaba que alguien de alto rango había llegado al castillo. Se apresuró a asomarse a la ventana para ver a un grupo de unos cuarenta enviados que portaban el estandarte de la familia real. Un sudor frío le recorrió la espalda al verlos entrar por las puertas. ¿Había enviado el rey a un mediador como todos esperaban?
— L-Ludis... por favor, ayúdame a prepararme. T-Tenemos invitados.
Maxi tenía tanta prisa que casi tropieza con un bache en la alfombra. Ludis la sostuvo y la ayudó a sentarse en el taburete frente al espejo. Cuando estuvo sentada, la sirvienta enrolló hábilmente los rizos de Maxi en una redecilla en un abrir y cerrar de ojos. A continuación, Ludis calentó una plancha de ropa, que parecía una varilla con una placa plana de hierro en el extremo, y alisó las arrugas del vestido de Maxi.
Después de evaluarse meticulosamente frente al espejo, Maxi se echó una capa de terciopelo sobre los hombros y salió a toda prisa de la habitación. A través de la barandilla, vio a Riftan y a los caballeros saludando a los invitados en el piso de abajo. La tensión que rodeaba a ambas partes la dejó helada.
La princesa Agnes se apartó de la comitiva real que entraba en la sala. Maxi se sintió aliviada; al menos uno de los enviados reales era alguien que apreciaba a Riftan. Sin embargo, cuando la princesa comenzó a hablar, el alivio de Maxi se disipó ante su tono grave.
— He emprendido este largo viaje a toda prisa para traerle el mensaje de Su Majestad. Espero que me perdone por venir sin avisar.
Riftan miró fríamente a la princesa antes de darse la vuelta.
— Si el mensaje es tan urgente, supongo que no puede esperar hasta que haya descansado. Por favor, sígame. Rodrigo, lleva a los guardias de Su Alteza a algún lugar donde puedan descansar.
Cuando Riftan empezó a subir las escaleras, le siguieron la princesa, los dos caballeros que la flanqueaban y cuatro asistentes opulentamente vestidos.
Maxi se escondió por reflejo detrás de un pilar, intimidada por el ambiente hostil. ¿Podía entrometerse en su conversación cuando estaba tan cargada de tensión? Sin saber qué hacer, Maxi dudó un momento antes de dirigirse al salón. No deseaba volver a sus aposentos, donde estaría sola, atormentada por la ansiedad. Y, francamente, ¿no era ella la razón principal de todo lo que estaba ocurriendo?
Armándose de valor, se acercó a la puerta arqueada de caoba. Los caballeros y los asistentes con velo que estaban fuera la miraron. Maxi se detuvo y estaba a punto de saludarles cuando oyó la gélida voz de la princesa desde el interior de la sala.
— Su Majestad ha dejado muy claro que no tolerará una guerra.
Maxi dio un respingo y se quedó inmóvil. Siguió la furiosa voz de Riftan.
— La corona no tiene derecho a interferir en este asunto. Has faltado a tu palabra de proteger a mi esposa, así que ¡¿qué derecho tienes a negármela?!
— ¡Por favor, recuerda a quién te diriges!
El acalorado intercambio continuó antes de que todo quedara en silencio. La pesada voz de la princesa rompió por fin el silencio.
— No tengo excusa para mi fracaso, pero es una deuda personal que debo pagar. Vengo a ti ahora no como Agnes Reuben sino como la mensajera del rey. Te pido que me muestres el debido respeto.
Riftan dijo algo en un tono bajo que era prácticamente un murmullo, y Maxi no pudo distinguirlo. La gélida tensión tras la puerta la tenía muerta de miedo. No podía ni entrar ni salir. Un sudor frío le recorrió la espalda mientras permanecía inmóvil.
Una vez más, la tensa voz de la princesa atravesó la puerta.
— Su Majestad no quiere poner en peligro la estabilidad de Wedon. Estoy segura de que conoce bien la disputa territorial del ducado de Croyso con Dristán. Si el duque perdiera un número significativo de sus hombres en una guerra con Anatol, Dristán no dejaría escapar la oportunidad. Intentarán recuperar la parte oriental del territorio del duque, lo que supondrá una gran pérdida para Wedon.
— ¡Basta de exageraciones! Saquear otro territorio es una clara violación del armisticio. Dristán nunca se atrevería a ignorarlo abiertamente.
— Dristán tiene motivos razonables para ello. Las partes orientales pertenecían originalmente a su reino. Las tierras deberían haber sido devueltas después del tratado, pero el duque hizo valer su derecho cuando se casó con una princesa roemiana. Si Dristan señala eso como su razón, ni siquiera Osiriya podrá intervenir.
Maxi se puso rígida ante la gravedad de la voz de la princesa. Sonaba aún más sombría cuando continuó.
— El equilibrio de poder entre los reinos es lo único que mantiene el armisticio. Si ese equilibrio se rompe, no habrá tratado que valga. Podría colapsar todo el orden en los Siete Reinos.
— Ha habido disputas entre los reinos por todo tipo de razones incluso con el armisticio. ¡Si una guerra es suficiente para disolverlo, entonces se habría derrumbado hace mucho tiempo!
— ¿No te acabo de explicar que cualquier conflicto entre Anatol y Croyso no terminará con una guerra? Simplemente no podemos permitir nada que debilite el poder de Wedon y dé a Dristan la oportunidad de invadir. Si insistes en ir contra las órdenes de Su Majestad, él tiene la intención de pedir refuerzos a Osiriya para detener a Anatol.
Maxi jadeó. La reacción del Rey era mucho más seria de lo que ella había esperado. Sintió un escalofrío en los huesos. La tensión que rezumaba al otro lado de la puerta era casi palpable. Tras un momento de silencio, la princesa volvió a hablar en un tono mucho más calmado.
— Así de grave considera la familia real este asunto. Le ruego que no nos obligue a tomar medidas tan extremas.
— ¿Es una amenaza?
— Es una petición. El manto de la reencarnación de Rosem Wigrew sólo se concede a aquellos que han contribuido en gran medida a la paz del continente occidental. Te pido que rescindas tu declaración de guerra, al menos para no mancillar ese título.
Un ruido sordo sonó detrás de la puerta, como en refutación.
— ¿Por qué iba a preocuparme por un título que nunca quise? — gruñó Riftan —. Si Dristan intenta invadir, consideraré que es mi responsabilidad expulsarlos. El rey puede hacer lo que quiera, pero esta vez no podrá detenerme.
Maxi no podía seguir escuchando. Iba a alcanzar el picaporte cuando una mano delgada y pálida como el jade blanco la bloqueó. Sobresaltada, levantó la vista y vio a su lado a una de las asistentes de la princesa. La asistente miró a Maxi a través de su velo antes de abrir la puerta.
La feroz mirada de Riftan se dirigió directamente a la sirvienta cuando ésta entró en la habitación.
Sin inmutarse, se acercó a él y se quitó el velo.
Los ojos de Riftan se abrieron de par en par.
— ¿Qué haces aquí...?
— Le pedí a Su Alteza que me trajera como uno de sus asistentes. Pensé que tendría que intervenir si ella no lograba persuadirlo.
La voz delicadamente hermosa era una que Maxi había pasado años escuchando. ¿Podría ser...? Maxi empezó a dudar de sus oídos.
— Venir aquí ha sido un gran riesgo por mi parte. He venido contando con tu honor de caballero, así que confío en que no me harás daño.
Hebaron, que había permanecido en silencio junto a Riftan, la miro con molestia ofensa e intervino.
— Nos ofendes. Jamás haríamos algo tan cobarde como tomar como rehén a una mujer inocente.
Ignorando la interrupción del caballero, Rosetta miró con altivez a Riftan.
— Creo, señor, que tiene una deuda conmigo. ¿No es así?
— ¿Me está pidiendo que le pague anulando mi declaración de guerra? — dijo Riftan, bajando peligrosamente la voz.
A pesar del aura intimidatoria que desprendía, Rosetta se negó a retroceder. Se burló y miró a Maxi.
— ¿Qué más puedes ofrecerme?
Los ojos de Maxi se abrieron de par en par al encontrarse con la mirada turquesa de Rosetta. No podía asimilar lo que estaba ocurriendo.
Con una sonrisa condescendiente en los labios, Rosetta continuo.
— Por supuesto, puedes ignorar mi petición si no estás de acuerdo en que estás en deuda conmigo. Si consideras que mi ayuda es intrascendente, por supuesto, no me hagas caso e invade mi casa. ¿Cómo podría protestar si consideras que ejecutar tu voluntad es más importante que la deuda que tienes?
Riftan siguió la mirada de Rosetta y se fijó en Maxi, con el rostro endurecido. Maxi dio un paso atrás. Un silencio sofocante se apoderó de la habitación. Rosetta parecía estar poniendo a prueba a Riftan al fijar sus ojos en él, mientras la princesa Agnes mantenía la silenciosa presión.
Riftan tuvo la mandíbula apretada durante todo el intercambio. Al cabo de un rato, maldijo en voz baja y miró a Rosetta.
— La deuda que tengo es grande... — dijo apretando los dientes —. De acuerdo. Retiraré la declaración de guerra de Anatol.
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