
Capítulo 175 ~ Me gusta verte comer
Aunque Maxi sabía que Riftan debía de estar igual de cansado, se encontró incapaz de rechazar sus atentos cuidados. La delicadeza con que él la trataba, como si fuera de cristal, era un bálsamo para su mente y su cuerpo maltrecho.
Apoyando la cabeza en la bañera, Maxi observó cómo él le acariciaba la piel, mostrando los tendones en sus manos de bronce. Sintió que se le calentaba la sangre y se le relajaban los músculos tensos.
— Duerme si estás cansada. Te vestiré y te arroparé.
Riftan la abrazó por detrás y le besó la sien. No pareció importarle que las mangas que se había arremangado hasta los codos estuvieran empapadas.
Maxi contempló su pelo, húmedo por el vapor, y sus pómulos sonrojados antes de dejar que sus pesados párpados se cerraran. El traqueteo de la ventana y el goteo del agua creaban una extraña sinfonía que resonaba en sus oídos. Envuelta en un estado de ánimo apacible pero sombrío, Maxi se quedó dormida.
*****
Ahora, de vuelta en el castillo de Calypse, la salud de Maxi se recuperó. La misión de vida de Riftan parecía que era poner más carne en sus huesos, y todos en el castillo parecían haberse unido al esfuerzo.
El desayuno de cada mañana consistía en estofado de pollo y una variedad de platos de verduras. Una vez que recuperó el apetito, el menú cambió a faisán cebado, pato, cordero y ternera. A continuación solía servirle el postre: pasteles azucarados rociados con miel y canela junto a un surtido de frutas peculiares del continente meridional.
La construcción de la carretera había concluido durante su ausencia, y los mercados de Anatol rebosaban ahora de todo tipo de ingredientes raros. Riftan parecía decidido a presentarle todas las cocinas del mundo.
Maxi soltó un pequeño suspiro cuando vio a Riftan entrar en sus aposentos con una bandeja de comida que parecía demasiado abundante para dos personas.
— M-Me convertiré en un cerdo... s-si sigo comiendo así todos los días.
— Por favor, hazlo — colocando la bandeja junto a la cama, Riftan recorrió con la mirada su escuálido cuerpo —. Necesitas más carne. Vamos, come.
Le puso la cuchara en la mano como si fuera una niña quisquillosa. La comida de hoy era corvina al vapor bañada en salsa de camelina y un enorme trozo de pastel de ganso. Maxi se metía pequeños trozos en la boca bajo la atenta mirada de Riftan.
Mientras ella comía, Riftan cortaba en trozos del tamaño de un bocado el gran trozo de carne cocida al vino que también había en la bandeja. Maxi tomaba obedientemente cada vez que él le ofrecía un bocado. El alivio que se reflejaba en su rostro cada vez que la comida disminuía era lo que alimentaba sus esfuerzos, pero él nunca parecía estar satisfecho.
Tras conseguir terminar un tercio de la comida, Maxi bajó los cubiertos a la bandeja.
Riftan levantó otro trozo de carne.
— Un poco más.
— R-Realmente estoy... llena.
— Sólo un bocado más, entonces.
Maxi abrió la boca con resignación. Aunque tanto atiborrarse la hacía sentir como un saco de grano, estaba dispuesta a soportar estar hinchada durante unas horas si eso tranquilizaba a su marido.
Sin dejar de masticar, Maxi miró de reojo a Riftan, que llamó a una criada para que se llevara la bandeja. Su sobreprotección había empeorado varias veces después de verla en tan lamentable estado. Aunque abandonaba sus aposentos a regañadientes para cumplir con sus obligaciones como señor del castillo, venía a verla cada pocas horas y siempre le llevaba él mismo la comida.
Había recuperado gran parte de su energía, y lo único que la mantenía encerrada en sus aposentos era la excesiva preocupación de Riftan. Aun así, no se atrevía a quejarse sabiendo que su malestar era obra suya.
Maxi dejó escapar un suspiro subrepticio.
— ¿L-Los preparativos para el invierno... van bien? ¿E-Estás seguro de que no hay nada que pueda...?
— El año pasado provisionaste todo lo necesario, así que sólo tenemos que preparar comida suficiente.
Riftan arrugó la frente y se volvió para mirarla mientras se lavaba las manos en la palangana.
— E incluso eso está casi hecho. Rodrigo ha estado trabajando en ello tomando como referencia tu libro de contabilidad del año pasado.
— ¿Qu-Que hay de la enfermería?
— Ruth y Melric se están encargando de eso. Últimamente hay menos pacientes porque no hay tantos monstruos.
Su respuesta fue suave, como si la hubiera practicado. La cara de Maxi se desencajó al oír que todo iba bien sin ella.
La arruga en la frente de Riftan se hizo más profunda.
— Estuviste a las puertas de la muerte, luego esa experiencia infernal... No te preocupes por nada más. Concéntrate en mejorar.
Era como si aún la viera sangrando ante él. Cuando Maxi notó el matiz de dolor en sus ojos de ébano, cambió rápidamente de tema.
— ¿É-Ésta no es la época más ocupada del año para ti? No necesitas... p-perder tanto tiempo conmigo. Me siento mucho m-mejor... y tú debes tener asuntos m-más importantes...
— Tú eres lo más importante.
Maxi se estremeció ante su repentina brusquedad. Los labios de Riftan se endurecieron y bajó lentamente la mirada. Se hizo un silencio cauteloso. Últimamente, ambos parecían temer acabar hiriendo los sentimientos del otro. Quizá era inevitable después de haberse visto en su estado más vulnerable.
Como si el silencio le pusiera de los nervios, Riftan se frotó irritado la frente.
— Me... gusta verte comer. Me imaginaba preparándote todo tipo de manjares.
Maxi parpadeó, atónita.
— ¿C-Cuándo?
Hubo una pausa.
— La primera vez que asistí a un banquete en el castillo de Croyso — respondió bruscamente, removiéndose en su asiento.
Maxi trató de recordar cuánto tiempo hacía de eso.
Riftan añadió con ansiedad.
— La mesa estaba llena de platos que nunca antes había visto u oído, y los sirvientes sacaban otros nuevos incluso antes de que se vaciara un plato. Pero tú te sentabas mansamente junto al duque, con la mirada fija en la mesa. Yo... solía mirar para ver qué platos te gustaban.
Maxi sintió que se le sonrojaba la cara. Lo miró vacilante, pero él evitó su mirada.
— Cuando estaba solo, me imaginaba sentado a la mesa contigo, los dos solos. Quería celebrar banquetes tan grandiosos como los de tu padre... No, aún más grandiosos, y asegurarme de que cada día te saciaras de la mejor cocina. No sabes cuántas veces imaginé tus ojos brillando a la luz de las velas, tu sonrisa satisfecha... Cómo deseaba que levantaras la cabeza para mirarme...
Riftan se interrumpió, pensando que había dicho demasiado. Como para ocultar su leve rubor, se pasó una mano por el pelo y murmuró en tono de autodesprecio.
— Una ilusión infantil.
— I-Incluso mi padre... n-no hace eso todos los días. É-Él sólo organiza... banquetes tan fastuosos... para hacer alarde de su riqueza ante los invitados.
Incapaz de soportar su corazón agitado, Maxi fijó los ojos en su regazo. Incluso sus dedos estaban sonrosados. Movió los dedos de los pies bajo la manta mientras continuaba.
— L-La comida en Anatol... es m-mucho mejor. N-Nunca antes había podido... d-disfrutar de platos tan variados.
Una frialdad brilló en los ojos de Riftan.
— ¿Ese hombre te hizo pasar hambre alguna vez?
— ¡N-No! Eso nunca ocurrió. Más concretamente... a mi padre n-nunca le importó... si comía o-o no.
Riftan la miró fijamente a los ojos, como si quisiera saber si decía la verdad.
— Quiero saberlo todo sobre ti — dijo, enfatizando cada palabra —. Nada me importa más que tu bienestar y tu felicidad. Así que no te muestres tan desanimada: me dan ganas de matar a ese hombre cada vez que te veo así.
— Y-Yo... — Maxi tragó saliva y apenas logró continuar —. No... entiendo... p-por qué te preocupas tanto por mí...
Él rostro de Riftan se enfrió.
— No puedo explicarlo — respondió al cabo de un rato.
Se miró el puño antes de tirar bruscamente de ella hacia él. Maxi encogió los hombros al sentir sus cálidos labios contra la vena palpitante de su cuello. Después de apoyarle la mejilla en el pelo, se levantó con un suspiro.
— Deberías echarte una siesta. Volveré con la cena.
Maxi le vio salir de la habitación. Su corazón se agitó ante la revelación de que alguien había pensado en ella en una época en la que creía firmemente que nadie lo hacía. Sintió a la vez el regocijo de flotar sobre las nubes y la angustia de estar a la deriva en un vasto océano.
Maxi apretó las manos temblorosas. Riftan la había deseado sin saber nada de ella. ¿Estaba simplemente volcando su afecto en una fantasía que había creado mientras negaba obstinadamente la verdad?
Miró su reflejo en el espejo. Aunque el color había vuelto a sus mejillas y había engordado un poco, seguía siendo poco atractiva. Su pelo pelirrojo parecía lianas enredadas y las pecas marrones salpicaban su nariz y sus pómulos. Su nariz era demasiado pequeña y sus ojos anormalmente grandes.
Maxi se molesto al escrutar sus rasgos desequilibrados. No era en absoluto una belleza capaz de enamorar a primera vista a un hombre tan llamativo. Es más, Rosetta también había estado en el castillo de Croyso. ¿Cómo podía Maxi haber llamado su atención por encima de su angelical hermana? Acomodándose el flequillo crecido y rizado detrás de las orejas, Maxi lanzó un suspiro incómodo.
El gato negro, Roy, se acercó desde su sitio junto a la chimenea y se subió a su regazo. Maxi acarició su suave pelaje y volvió la vista hacia la ventana. Las ramas desnudas, el cielo azul y despejado llenaban su visión. Sintiéndose sofocada, se acercó a ella y la abrió. Los criados correteaban por el jardín.
Maxi estaba sentada observándolos cuando vio a unos quince hombres atravesar el jardín acompañados por los caballeros Remdragon. Los recién llegados llevaban espadas largas y vestían ropas un tanto peculiares; parecían proceder del continente meridional. Maxi entrecerró los ojos. Estaba claro que no eran mercaderes.
Llamaron a su puerta.
— Su tónico, mi señora.
— P-Pase.
Ludis entró en la habitación con una bandeja. Se detuvo al ver a Maxi junto a la ventana.
— Hoy hace mucho frío, mi señora. Podría resfriarse con ese viento helado...
— Un poco... no hará daño. Y lo que es más importante... ¿sabe quiénes son esos hombres?
Ludis dejó la bandeja y se acercó. Su rostro se tornó inseguro cuando vio a los hombres del Sur subiendo las escaleras del gran salón.
Al ver que la sirvienta dudaba, Maxi la miró frustrada y dijo con una leve reprimenda en su voz.
— ¿C-Crees que sería bueno para la señora del castillo... s-ser la única persona que no sabe quiénes son nuestros invitados?
— P-Por lo que yo sé... — dijo Ludis tímidamente —, son mercenarios, mi señora. He oído que su señoría pretende contratar a un gran número de los hombres que servían de guardias a los grandes gremios mercantes del sur...
El rostro de Maxi se descompuso.
— ¿P-Por qué razón?
— Eso no lo sé, mi señora. Lo poco que sé es por lo que he oído a los caballeros...
Ludis estudió el rostro de Maxi, preocupada por si había dicho demasiado. Maxi se volvió hacia la ventana. Los hombres debían de haber entrado en el castillo, pues no se les veía por ninguna parte.
¿Era realmente necesario contratar a tantos mercenarios extranjeros sólo para proteger a Anatol? ¿O es que Riftan estaba empeñado en hacer la guerra? Se le erizaron los pelos del antebrazo. Al ver que Maxi se abrazaba a sí misma, Ludis se apresuró a cerrar la ventana.
— La cerraré ahora, mi señora. No tiene buen aspecto.
Una ráfaga de pensamientos pasó por la cabeza de Maxi mientras Ludis la acompañaba a la cama. No sería del interés de Riftan comenzar una guerra sin una causa justa. El rey Reuben nunca toleraría nada que pudiera alterar el orden actual del reino. Por otra parte, el duque de Croyso no era de los que dejaban pasar una transgresión.
Después de morderse el labio, Maxi se puso en pie y se vistió.
Ludis se sobresaltó y dejó de servir el tónico.
— Mi señora, no debe salir...
— N-No estoy intentando... salir. Sólo... quiero ver a nuestros invitados. ¿Sabes adónde los han escoltado?
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