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Capítulo 173 ~ Expuesta

Maxi respiró hondo y llenó sus pulmones con su aroma. Su túnica olía a caballo y al sabor metálico de una armadura de hierro.

Con las manos apoyadas en el alféizar, Riftan miraba por la ventana el cielo nocturno iluminado por una luna creciente. Maxi podía sentir la tensión que emanaba de él incluso a través de su armadura.

Ella no sabía qué decir. Se quedó mirando su figura inmóvil antes de bajar la vista a sus rodillas. Un golpe interrumpió el silencio.

— Sir Riftan, le he traído agua caliente.

Era Ruth. Riftan se giró lentamente y abrió la puerta. La luz entraba por el pasillo y Maxi se arrastró hasta la esquina de la cama para evitarla. Alcanzó a ver a Ruth, que intentaba asomarse por encima del hombro de Riftan con cara de preocupación.

— También tengo sábanas limpias y una muda de ropa. En cuanto a su comida...

— Tráela dentro de una hora.

El voluminoso cuerpo de Riftan bloqueó la puerta, impidiendo la entrada de Ruth. Tras tomar la palangana, las toallas y la ropa, cerró la puerta en las narices de Ruth antes de que el hechicero pudiera decir nada más.

Maxi observó nerviosa cómo Riftan se acercaba a la cama. Colocó la palangana en la mesilla y empapó una toalla en agua humeante. Después de escurrirla, le acercó la toalla caliente a la cara.

Cuando Maxi retrocedió por reflejo, sus labios se endurecieron y murmuró con voz extrañamente tensa.

— Deja que te ayude a limpiar la sangre.

— Oh...

Riftan le limpió suavemente la frente, las sienes y las mejillas. Sólo cuando vio las oscuras manchas de sangre en el lino, Maxi se dio cuenta de que había estado sangrando. Ruth había curado las heridas, pero la sangre debía de haber quedado.

Cuando tuvo la cara limpia, Riftan le quitó la túnica y empezó a limpiarle los pálidos hombros y la espalda. Maxi se entregó a sus cuidados, sintiéndose patética. Cada vez que la tibia toalla se deslizaba por su espalda, sentía como si dejara al descubierto más de su vergüenza. Le ardía la cara y deseaba desesperadamente esconderse.

Riftan no prestó atención a su incomodidad y le limpió sin descanso la sangre seca de la espalda. Al sentir el leve temblor de sus dedos contra su piel, se mordió el labio con ansiedad. Riftan siguió lavándola, cambiando la toalla varias veces, antes de hablar por fin.

— ¿Con qué frecuencia sucedía esto?

Maxi encogió los hombros y apartó la mirada. Después de mirar frenéticamente por la habitación como un animal en busca de una vía de escape, forzó una sonrisa rígida.

— ¿Qu-Qué... quieres decir?

Le oyó respirar agitadamente. Fingiendo ignorancia, se revolvió el pelo enmarañado con manos temblorosas. Riftan no cedió y utilizó su silencio para exigir una respuesta.

Maxi intentó ignorar la presión, pero no lo consiguió. Dijo torpemente.

— No... o-ocurría tan a menudo. Mi padre... s-se enfadó mucho hoy... por eso... me castigó. N-Normalmente... esto no...

Riftan observó impasible su desesperado intento de conservar el poco orgullo que le quedaba. Su mirada penetrante hizo enrojecer el rostro de Maxi.

— M-Mi padre es un hombre s-severo... e-en las raras ocasiones en que se enfadaba, él...

— ¿Desde cuándo? — le espetó Riftan, ignorando despiadadamente sus penosos esfuerzos por pintar el asunto como intrascendente.

Maxi se apretó contra la pared, con la respiración agitada, como si estuviera acorralada.

Necesitaba un escudo, algo con lo que cubrirse. ¿Cómo iba a enfrentarse a un hombre completamente blindado cuando ella era tan vulnerable como un recién nacido, con su vergüenza a flor de piel? Maxi levantó la manta como si fuera una barrera y le miró fijamente. Sus crueles esfuerzos por sacar a relucir su vergüenza más profunda la llenaron de hostilidad.

— ¿Qu-Qué es lo que quieres saber? ¿Tu...r-realmente quiere s-saber... c-cuándo empezó... y cuántas veces me golpeaba?

Los nudillos de la mano que sujetaba la toalla se pusieron blancos. A Maxi se le hinchó el pecho. Tenía que admitir que incluso ella pensaba que su intento de mantener las apariencias a pesar de la evidencia era absurdo.

— Si t-tanto quieres saberlo... L-Las palizas empezaron cuando tenía ocho años, c-cuando quedó claro... que tenía un defecto en el habla. M-Me hacían leer un poema e-en voz alta delante de mi padre... dos veces por semana. C-Cuando lo hacía mal, me castigaba en esa habitación.

La desesperación la arañó mientras escupía las palabras. Ante la verdad, Riftan bajó la cabeza. Nunca lo había visto tan desolado.

Tocándose la frente, dijo con voz ronca.

— Yo... no pensaba llevarte conmigo a Anatol.

Toda la lucha se agotó por completo en Maxi. Lo miraba como si se estuviera desangrando, pero no podía saber si Riftan se daba cuenta o no. Mantenía los ojos fijos en el suelo, donde las sombras proyectadas por la lámpara parpadeaban y se balanceaban.

Parecía un hombre aturdido y continuó.

— Pensé que sería mejor que te quedaras ahí. Me repetí a mí mismo, una y otra vez, durante todo el camino... que debía dejar que te quedaras si eso era lo que querías. Que sólo iría a verte para asegurarme de que estabas bien. Juré que no te arrastraría conmigo como la última vez...

Su voz se volvía cada vez más inestable a medida que hablaba. Riftan se revolvió el pelo desgreñado sobre la frente y respiró entrecortadamente.

— Prácticamente le rogué al duque que me dejara verte una sola vez. Cuando me dijo que te negabas a verme, creí que el suelo me tragaría.

— Y-Yo nunca... — exclamó Maxi sin darse cuenta antes de cerrar la boca. La mirada penetrante de Riftan voló de nuevo hacia ella. Tirando nerviosamente de la sábana, Maxi bajó los ojos.

— N-Nunca dije tal cosa. N-Nunca le dije a mi padre que no quería verte...

— Entonces, ¿por qué seguiste a ese hombre hasta ahí? ¿Por qué razón?

Riftan se puso en pie de un salto y se inclinó hacia abajo. Maxi se apretó contra la pared como un ratón acorralado. Como para impedir que escapara, él apoyó una mano en la pared junto a su cabeza y acercó su rostro al de ella.

— ¿Era preferible someterse a tales atrocidades a esperarme? ¡¿De verdad elegiste quedarte con un hombre como él antes que conmigo?!

— Y-Yo... pensé que no qu-querías... v-volver a verme.

Cuando por fin consiguió pronunciar las palabras, el rostro bronceado de él se tornó antinaturalmente pálido.

Con voz temblorosa, Maxi añadió.

— P-Porque perdí... a n-nuestro bebé...

— ¿Pensaste... que no querría volver a verte por eso? — murmuró incrédulo.

Maxi se mordió el labio y lo miró con ojos llorosos.

— ¿Qu-Qué otra cosa... i-iba a pensar? M-Me dijiste que m-me fuera. Tú querías que me fuera... sin decirme nada...

— ¡No quería que te hicieran más daño! Desde que te llevé a Anatol, has estado en peligro muchas veces. ¡Me culpé por todo cuando te vi toda ensangrentada! ¡¿Por qué tienes que ser tú quien sufra cuando fui yo quien engendró a ese niño y te hizo volver a ese desdichado lugar?! ¡Yo tengo la culpa de todo!

Maxi se quedó boquiabierta ante aquel arrebato desgarrador. Ya no se le ocurría qué decir. Riftan siguió hablando como si intentara desahogar sus sentimientos más íntimos.

— Debería haberte dejado en paz. ¡No debería haberte llevado a Anatol! ¡Sabía desde el principio que no querías casarte conmigo! Si de verdad quería lo mejor para ti, debería haberte dejado marchar cuando volví de la Campaña del Dragón. ¡Incluso pensé que sería mejor para ti si no regresaba con vida! Eso era todo en lo que podía pensar mientras estabas inconsciente...

Su voz se quebró al final. Se agitó violentamente como si tratara de contenerse, pero un momento después la agarró por los hombros como si el impulso fuera demasiado.

— ¡Si no hubiera sido por tu hermana, te habría dejado allí! ¿Por qué nunca me contaste... cómo te trató ese bastardo? Si lo hubiera sabido, no le habría permitido acercarse a ti. ¡Te habría protegido sin importar nada! ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¡¿Por qué?!

— Y-Y-Yo...

Maxi forcejeó, pero Riftan no la soltó. Le agarró la cara y ella no tuvo más remedio que devolverle la mirada. Sus ojos ardientes arrasaron sus últimas defensas. Ya no le quedaba ni un ápice de orgullo o energía para mantener su fachada.

— Porque... m-me gustaba cómo me tratabas, como s-si fuera especial...

Las lágrimas que habían brotado se deslizaron por sus mejillas. No se le ocurrió secárselas mientras continuaba.

— Pero... y-yo no era nada... de verdad... nada... Tenía... miedo de que lo descubrieras...

Riftan parecía como si alguien le hubiera golpeado en la cabeza. Maxi apretó los ojos y las lágrimas siguieron brotando.

— T-Tú eras... l-la última persona a la que quería enseñarle esto. Y-Yo no... quería que me c-conocieras. T-Tú ahora lo ves, ¿no? ¿Cómo podría... si soy... t-tan patética...?

Maxi intentó forzar una sonrisa en sus labios temblorosos. No lo consiguió, y su rostro se arrugó cuando las lágrimas brotaron de ella.

— Yo... estoy... avergonzada...

Dejó de agarrarla por los hombros. Acurrucándose sobre sus rodillas, Maxi se cubrió la cara enrojecida con los puños. Se le escaparon sollozos reprimidos. Estar desnuda en medio de una plaza no podía ser más humillante.

No deseaba otra cosa que seguir siendo una noble exaltada a sus ojos, que él continuara mirándola como si estuviera deslumbrante y no como era ahora: patética y miserable.

Maxi se atragantó mientras un nudo ardiente se alojaba en su garganta. Su cuerpo se estremeció y su rostro se humedeció con lágrimas calientes. No pudo contenerlo por más tiempo.

Con los labios apretados, estaba rasgando las sábanas cuando oyó la voz ronca de Riftan por encima de su cabeza.

— Yo... te he tenido en mis pensamientos durante mucho tiempo.

Maxi se quedó inmóvil y lo miró. Parecía aturdido, con los brazos caídos a los lados.

— Siempre te he tenido presente. Incluso cuando no sabías nada de mi existencia... sólo pensaba en ti.

Él lo murmuró como una confesión sagrada.

— Oh...

Incapaz de comprender sus palabras, Maxi no pudo hablar. Lágrimas saladas se filtraron en su boca, y vio su reflejo en los ojos sombríos de él.

— Me sentía hueco y miserable cuanto más te veía... Pero no podía parar — su labio tembló ligeramente — Me repetía una y otra vez que lo dejara. Cuanto más pensaba en ti, más solo me sentía. Incluso rodeado de gente, estaba solo. Ríndete, me decía a mi mismo. ¿Qué sentido tiene querer algo que no se puede tener? Eso resolví hacer, una y otra vez... Pero mis ojos siempre te buscaban antes de que me diera cuenta — apretó el puño contra la frente y cerró los ojos —. Es como si mi corazón ya no me perteneciera. Dejó de ser mío en el momento en que te conocí. Entonces... ¿cómo puedes llamarte nada? ¿Cómo puedes no ser nada?

Maxi miró aturdida a Riftan mientras sus anchos hombros temblaban suavemente. Agachó la cabeza como un soldado que entrega al enemigo lo que había intentado proteger hasta el amargo final. Después de contemplar atónita el lamentable espectáculo, Maxi extendió lentamente la mano y le acercó la cabeza al pecho.

Sin saber qué más decir, ella repitió su nombre una y otra vez. ¿Cómo era humanamente posible este sentimiento de vulnerabilidad total y tristeza desgarradora?

No sólo se había roto a sí misma, sino también a Riftan en mil pedazos. Su cuerpo se hundió contra el de ella. Sus siluetas en el suelo no podían parecer más lamentables.

Cayeron sobre la cama como los escombros de una muralla que se desmorona. Maxi apoyó la cara en su hombro frío.

Ya no sabía por qué lloraba. Se limitó a frotar su mejilla húmeda contra el pelo negro de él y a derramar todo lo que había guardado y enterrado en su corazón. Permanecieron abrazados, inmóviles en la oscuridad.

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