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Nota: Okey, ahí les va otro capítulo de Electra; es que les juro que me gusta demasiado mi chica como para pasarla por alto con una sola aparición protagónica. No, y lo que se viene a continuación... :)

 Por cierto: Muy pronto voy a hilar las partes que antes había quitado con el resto de la historia, así que no se preocupen, que lo que antes se borró volverá a ustedes. Incluso mejor.

Otra Nota: Ya saben que las cursivas corresponden a los pensamientos vergonzosos de Electra, así que no se sorprendan si vuelven a toparse con más de estos.

Además, recuerden (súper importante) que mis personajes tienen voz, y no debemos juzgar a la autora (a mí) porque le gusta escribir de ciertas cosas que a veces provocan ciertos disgustos con ustedes. Mi intención no es molestar a nadie, sólo escribo tal y como son mis personajes secundarios: locos y malvados, con oraciones que pueden enojar a otros usuarios de vez en cuando. Sorry. Además, recordemos que estoy retratando a Dylan como un manipulador, egoísta, con psicopatía, que quiere aprovecharse de la familia Green, en especial de Jess Green.

Sin más preámbulos, aquí les dejo el capítulo:


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«EL DEBATE»

ELECTRA (Lectra) GREEN


Tengo que encontrar a mi hermana.

Decirle lo que sé.

«Que ya lo sé, más bien.»

Ella tiene razón: Dylan Lutz no es lo que aparenta. Tal vez es peligroso o representa una amenaza para nuestra familia, no lo sé. Pero si Jess está en lo cierto, un montón de basura se nos vendrá encima cuando se lo contemos a nuestros padres y decidamos qué hacer con esa familia.

Tengo que decirles.

Tengo que hacer algo.

«Tengo que dejar de mecerme sobre mi asiento», me reprendo.

Pero en lugar de ir con mi hermana, estoy atrapada en un debate feminista entre chicas y chicos de último año, asistiendo a la profesora de Humanismo como un premio por las excelentes calificaciones que tuve con Debra Cake (quien además es la esposa del Director).

Tiene sus desventajas ser la más inteligente de mi edad. «¿Y a eso lo llamas mantener un bajo perfil?», me vuelvo a reprender.

—Pero, ¿qué tiene de malo pedirle a tu novia que se tome una foto desnuda o en ropa interior, y que luego te la envíe para tenerla en su celular? —pregunta uno de los amigos de Soderquist, integrante del grupo «Primitivos» del lado izquierdo del salón—. O sea, desnudos de chicas hay en todos lados, y ahora en casi todas las películas como en Cincuenta Sombras. A Dakota Johnson no le importó enseñarse tal y como es delante de los reflectores. Tuvo confianza en sí misma —dice.

—Ah, ¿o sea que mostrarle las tetas a tu novio es una prueba de confianza? —replica Uma Jonsson, la que lleva la batuta en el debate de su grupo «Lady Di», del lado derecho del salón—. ¿Sí sabes que si le escribes eso a una chica es código de manipulación, no?

—¡Ah!, ¿ahora resulta que soy misógino porque me gustan un par de tetas? —pregunta, irónico.

—Uma no ha dicho eso, Jimmy.

—Tranquila, Mía, yo puedo —dice Uma, levantando la mano para callar a su amiga—. No confundas mis palabras, Jimmy, que ser un idiota y un misógino es una enorme diferencia entre varones. Lo que en realidad pretendo decir, es que tengas un poquito de más cuidado con las cosas que dices y cómo las dices; en especial con los ejemplos tan estúpidos con los que pretenden representar a su equipo «Primitivos».

Las chicas aplauden y felicitan su partida ganada. Los chicos lucen de todos los colores mientras las mujeres sueltan palabras de aliento para Uma. La chica Jonsson tiene un futuro por delante, si me lo preguntan. Es lista y segura de sí misma, de carácter fuerte y temperamento controlado. Además de graciosa y guapa.

Cuando el grupo «Primitivos» vuelve a la carga, la profesora Carpenter me pide que esté atenta a decodificar los temas ocultos del debate. Mi trabajo es observar, escuchar y anotar. Sencillo, supongo.

Cuando anoto la temática del debate en mi carpeta escolar, escuchamos que alguien toca a la puerta del salón y guardamos silencio.

—Disculpen, ¿ésta es la clase de la profesora Carpenter? ¿La que enseña Humanismo? —pregunta una voz.

—Sí, ¿y usted quién es? —pregunta ella.

—Soy Dylan Lutz. Último año.

Levanto la vista de mis hojas, y veo con ojos de cervatillo al causante de mi permisible sospecha mental. «Está aquí». No puede estar aquí, no se aceptan nuevos miembros a mitad del año escolar.

Que es justo lo que le está tratando de explicar Miss Carpenter.

—El Director dijo que estaba bien si entraba a escuchar su clase. Además, mi participación en el debate es opcional, porque no soy un alumno anotado en su lista —explica él.

Me mira por un segundo que parecen dos, y una espina de mal augurio se me clava en los ojos.

—No le daré problemas —dice para terminar de convencerla, y ella acepta.

—Muy bien. Siéntate donde mejor te apetezca.

—Gracias.

Deja caer su mochila en la mesita del asiento antes de aplastar su trasero en la silla.

La clase retoma su curso con un nuevo tema de discusión: literatura machista.

Conan Perry toma la palabra con la primera pregunta:

—Entonces, ¿si dicen que está mal el secuestro y el abuso sexual, por qué a las mujeres les gusta romantizar esos temas?

—Voy a responder tu pregunta con otra: ¿Por qué nos señalas a todas como si pensaras que cada una de nosotras escribe de estos temas violentos para romantizar un libro?

—No, no es eso lo que trato de...

—Ninguna de nosotras —lo interrumpe— ha escrito o leído una cuartilla que endulce o justifique el abuso o el acoso para con la mujer.

—Eso no es del todo cierto —dice la misma voz que entró hace unos segundos: Dylan Lutz.

—¿Disculpa? —pregunta Uma, mirándolo con la ceja arqueada y de brazos cruzados.

—Es mentira —repite—. No puedes hablar por todas. Estoy bastante seguro que al menos una de ustedes ha leído esa clase de libros. Y... tal vez le guste lo que lee. La literatura no tiene por qué ser sucia. Es ficción y punto.

—Perdón, pero tú ni siquiera puedes participar en este debate. No eres de ningún grupo.

—No sabía que tenía que pertenecer, en contra de mi voluntad, a un grupo para responder tus ataques para este debate.

Uma Johnson rabia su desacuerdo con una sencilla pregunta:

—¿Disculpa?

—No respondiste concretamente la pregunta del debate: ¿Por qué a las mujeres les gusta romantizar temas como el abuso o el acoso, si les molesta ser acosadas sexualmente?

—Ese es el punto: formular esa clase de preguntas te convierte en parte del problema.

—¿Por qué?, ¿por ser honesto?

—¿Y en qué estás siendo honesto, si se puede saber?

—En responder la pregunta del debate. Cosa que no has podido hacer porque sabes que esta batalla sí o sí la tiene ganada el equipo «Primitivos». Si no aceptas la derrota, no puedo hacer por ti.

Los hombres del lado izquierdo se sonríen y chocan los cinco entre ellos, saboreando la defensa de su nuevo camarada mientras vitorean el nombre de Dylan como su nuevo Mesías.

Uma Jonsson no está contenta, pero no dice nada.

—Pero no es culpa de ustedes —continúa Dylan—. Los textos literarios de esta generación condicionan a las mujeres y a los hombres para que acepten estos comportamientos por una razón.

—¿Y cuál es esa razón, señor Lutz? —pregunta Miss Carpenter, realmente interesada en seguir escuchando sus argumentos.

—Es entretenido —dice—. Ficción y nada más. El morbo vende, igual el sexo. Los temas tabú son las nuevas fuentes de poder de los escritores. Además, nunca van a leer a un acosador entre páginas de un libro que no sea atractivo o no tenga un cuerpo tipo Henry Cavill.

—¿Y eso qué tiene que ver? —pregunta Uma.

—Estamos influenciados por los estereotipos: si el chico es guapo, la chica se confía y acepta cualquier tipo de trato que le ofrezca. Pero si el tipo es feo y bajito, de inmediato piensan que es acoso. Si se viste bien, es bueno. Si se viste mal, es malo. El mundo está de cabeza.

»¿Y saben? Tengo razón en lo que digo porque lo he visto con mis propios ojos. Una chica hermosa siempre se sentirá atraída por un hombre de aspecto peligroso, aun cuando sabe que es incorrecto estar con alguien que representa una amenaza para ella o su familia.

Cuando termina de hablar, me mira. Es la primera vez que comparte una mirada conmigo que asemeja las intenciones de un perro hostil, mientras continúa con su indirecta hacia mi persona:

—A veces, la locura puede más que el amor a la hermana o hermanos. Cuando la pasión por lo desconocido está de por medio, los hijos pueden olvidar los valores familiares.

No sé cuál es el secreto que esconde Dylan Lutz, o por qué ha decidido fijar su atención en mi hermana Jess, pero sueña si cree que puede lanzar su palabrería como última orden de obediencia para nosotros.

Nadie somete a los hijos de Neferet Green, y eso a la mala lo va a descubrir.

El timbre de la campana anuncia el final del debate.




Continuará...

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